Georges Duby.
Reseña de: Amandil.
Gedisa. Barcelona, 1996. Título original: L'An mil. Traducción: Irene Agoff. 160 páginas.
Cuando se acercaba el año 2000 vivimos en nuestro avanzado y tecnológico mundo un curioso temor cuasi místico a la llegada del segundo milenio de la era cristiana. Ese miedo se condensó en lo que se llamó "el efecto dos mil", que consistía en temer que los ordenadores se colapsasen al ser incapaces de discernir por sí mismos que aquel doble cero (contabilizado por las dos últimas cifras del año -97,98,99,00-) era un salto temporal a 1900 o un error improcesable por sus microcerebros de silicio. En las fechas inmediatamente anteriores al año 2000 fuimos testigos de predicciones agoreras que aseguraban que la civilización moderna sucumbiría ante el fallo masivo e inevitable de millones de ordenadores de todo tipo (desde los humildes PC de casa hasta los complejos equipamientos encargados de controlar los silos nucleares y los sistemas de navegación de los aviones -o la antigua estación rusa MIR-).
Así que, para evitar ese Armagedón tecnológico, los gobiernos y las empresas se gastaron miles de millones de dólares en tratar de asegurar que los ordenadores no se volverían locos y que, el 1 de enero del año 2000 todos seguiríamos teniendo luz y agua caliente. Vivimos entonces algo parecido a lo que el pensamiento occidental asocia de un modo automático a los terrores que, análogamente, debieron sacudir a la Europa del año Mil. El miedo al inminente final de todas las cosas y al advenimiento del Anticristo como profetizó San Juan en el Apocalipsis como paso previo a la Parusía y al fin de la Historia.
El mundo sufrió en ese año 2000 una agitación absolutamente milenarista plagada de falsos apóstoles del desastre inminente, temores irracionales y, por qué no negarlo, un cierto grado de ese extraño temor místico a las fechas redondas y excepcionales (la próxima ese año 2012 que tan mal nos están pintando nuevamente).
Pero, cuando llegó el Año Mil ¿sucedió realmente algo parecido en la Cristiandad? ¿Barrió la menguada y extremadamente débil Europa una ola de furor místico y agorero semejante? ¿La población fue presa de un terror incrustado en la propia estructura social del momento?
Georges Duby (1919-1996), uno de los mayores medievalistas franceses del siglo XX, pretendió dar respuesta a estas preguntas acudiendo a las fuentes escritas que sobrevivieron hasta nuestros días y que, en 1967 (año de la publicación de este libro en Francia), estaban siendo estudiadas con un nuevo interés que superaba el abandono sistemático al que las había sometido la poderosa escuela historiográfica de los Annales. Era el momento de volver sobre los años que rodearon al Año Mil (en concreto el periodo que va del 970 al 1030) desde una perspectiva que abriese el estudio a las actitudes mentales y las representaciones de la psicología colectiva de esa época.
El autor era de la opinión de que la imagen oscura y retrógrada que la gran mayoría de la sociedad occidental tenía del periodo comprendido entre la caída de Roma y el surgimiento del Renacimiento respondía a una visión sesgada que surgió ya en el siglo XV y que se reforzaría en los años de la Ilustración y el surgir del mundo científico.
"Un pueblo aterrado por la inminencia del fin del mundo: esta imagen del Año Mil sigue viva aún en el espíritu de muchos hombres de cultura, pese a lo que escribieron, para destruirla, Marc Bloch, Henri Focillon o Edmon Pognon. Eso prueba que, en la conciencia colectiva de nuestra época, los esquemas milenaristas no han perdido su poder de seducción. Aquel espejismo histórico se instaló, pues, con toda facilidad en el universo mental dispuesto a acogerlo. La historiografía romántica lo heredó de ciertos historiadores y arqueólogos que en los siglos XVII y XVIII emprendieron la exploración científica de la Edad Media, época oscura, sojuzgada, madre de todas las supersticiones góticas que las Luces comenzaban entonces a disipar. Y, de hecho, es precisamente a finales del siglo XV, con los triunfos del nuevo humanismo, cuando aparece la primera descripción conocida de los terrores del Año Mil. El retrato refleja el desprecio que profesaba la joven cultura occidental por los siglos sombríos y toscos de los que procedía y de los que renegaba para mirar, más allá de este abismo de este abismo bárbaro, hacia la antigüedad, su modelo. En el centro de las tinieblas medievales, el Año Mil, antítesis del Renacimiento, ofrecía el espectáculo de la muerte y de la estúpida prosternación".
¿Cómo arrebatar al imaginario popular (¡e intelectual!) de nuestros días esa imagen de oscuridad? Duby optó en este libro en dar un paso acudiendo a las fuentes escritas que sobrevivieron a ese entorno del Año Mil, prestando atención a lo que los anales, las crónicas, las historias que fueron redactadas por aquella gente y que reflejaban fielmente sus puntos de vista. Esos autores sobre los que va a cargar la responsabilidad de "describir" el mundo que rodeó al Año Mil serán los mejores testigos de un época en la que la mermada Cristiandad (atrapada en unas fronteras diminutas y peligrosas) comenzará a cimentar la base de lo que será el progreso demográfico, económico y (sobre todo) cultural que eclosionará en el brillante siglo XIII.
En definitiva, El Año Mil, sin ser un libro de difusión histórica para el público en general, sí que permite desmontar el nucleo central de los argumentos que, todavía hoy, perviven en torno a la idea de una Edad Media confusa, oscura y decadente. No es una obra de divulgación sencilla y requiere de una mínima formación o conocimiento histórico previo pero, una vez superado ese obstáculo (nada que un buen manual de Historia Medieval no pueda lograr) se convierte en una completa guía a la hora de conocer y comprender la verdadera naturaleza de lo que supuso la llegada del Primer Milenario a la Cristiandad europea.
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