Diana Wynne Jones.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Nocturna ediciones. Col. Literatura Mágica. Madrid, 2010. Título original: House of Many Ways. Traducción: Gema Moraleda. 325 páginas.
Situada en el mismo mundo mágico de El castillo ambulante y de El castillo en el cielo, con los que comparte alguno de los personajes, La casa de los mil pasillos comienza cuando la adolescente Charmain Baker es enviada por su rígida tía abuela a cuidar la casa de su tío abuelo William, el mago Norland, aquejado por una enfermedad que solo los elfos pueden curar para lo que han de llevárselo a sus tierras. Enseguida Charmain, que ha sido criada por su familia ―sobre todo por su madre― en un ambiente extremadamente protegido y respetable, sin ningún contacto en absoluto con la magia, sin saber realizar ni la más mínima tarea doméstica y cuyo único anhelo parece ser que la dejen tranquila con sus amados libros, se dará cuenta que la casa es muy especial, un nexo en el espacio y el tiempo en el que es muy fácil perderse si no se siguen correctamente las instrucciones. La tarea de la joven será ordenar el terrible desorden en que, por su enfermedad, el mago ha dejado toda la vivienda, con sacos de ropa sucia apareciendo por doquier, y de cuidar a Waif, un perrito abandonado que el anciano había recogido recientemente y que le deparara algunas sorpresas. La recién estrenada independencia, lejos de las cadenas maternas, animará a Charmain a solicitar, sin demasiadas esperanzas de conseguirlo, un puesto de ayudante en la Biblioteca Real dado su amor por los libros.
Sin embargo, la llegada inesperada de un joven, Peter Regis, que se presenta como el nuevo aprendiz del mago no contribuirá precisamente a simplificar la situación, antes bien al contrario, añadirá un nuevo punto de tensión en la protagonista. El que Peter ejecute todos sus hechizos a la perfección pero siempre tengan resultados negativos o que confunda continuamente la izquierda y la derecha ―algo básico para encontrar el pasillo correcto dentro de la casa― no va a ayudar precisamente al correcto funcionamiento de las cosas. Si a la ecuación se añade a la familia real que se encuentra buscando la solución a sus problemas financieros, al mago Howl, su esposa Sophie y su hijo Morgan, al demonio de fuego Calcifer, a un ambicioso y muy cruel lubbock, a unos enojados kobolds que no dudarán en ponerse en huelga ante lo que juzgan un comportamiento humillante, una conspiración para hacerse con el trono, y a otra serie de personajes igualmente sorprendentes, la diversión está servida y las sonrisas garantizadas.
Escribe la autora un humor «blanco» realmente refrescante, nacido de la situación y del enredo, sin dobles sentidos, sin hacer sangre. Los desastres se van acumulando cuando los jóvenes intentan realizar las más «sencillas» tareas de la casa como limpiar los platos o hacer la colada. La virtud de Jones es conseguir hacer interesante y adictiva un tipo de historia tan cercana y mundana, no hay épica no hay batallas ni grandes enfrentamientos, aunque sí heroísmo ―un heroísmo nacido del valor cercano, de enfrentarse a los miedos diarios y superarlos para vivir a gusto con la conciencia de cada uno―; hay monstruos y mucha magia, pero no es una magia de grandes explosiones sino de las pequeñas cosas como hacer funcionar las cañerías de la casa o hacer aparecer el desayuno en una mesita por las mañanas. Una magia que facilita la vida pero puede causar también grandes trastornos.
La autora hace gala de una prosa que transmite una sensación de arcaísmo, de clasicismo formal, partiendo de los títulos de cada capítulo y siguiendo por el desarrollo de cada uno de ellos, consiguiendo sin embargo integrar de manera espectacular la magia, la acción y el retrato casi costumbrista de esa sociedad de corte fantástico en la que sitúa su historia. No hay nada de artificial ni estridente en su forma de escribir, sino que las situaciones fluyen, por muy sorprendentes que sean, de una forma totalmente armoniosa, de modo que el lector sigue las peripecias con agrado, totalmente inmerso en la lectura, sin escollos que le saquen de la misma, lo que no significa que no existan unas cuantas sorpresas que dan interés a la narración.
La novela presenta a unos personajes que se ven superados por las circunstancias ―aunque tan solo sean unas cañerías congeladas― y que, sin embargo, no se rinden ante ellas, superándose a cada momento enfrentándose a los retos que se les presentan con determinación y sin miedo al fracaso. El personaje de Peter es paradigmático de ello: sabe que todos sus hechizos, por muy bien realizados que estén, van a terminar en desastre, y sin embargo no ceja en su empeño de convertirse en mago, esforzándose por mejorar y cambiar las cosas. Al mismo tiempo tiene la paciencia de convivir con la «inutilidad» de Charmain, ayudando en las tareas caseras de aquella, intentando poner orden en la casa, asumiéndolas como algo propio ―a pesar de que la joven le deja solo en la casa durante el día para emprender sin consulta, ni permiso, otro trabajo que le resulta más grato que la sumergirá en el mundillo de la alta política real―, y guiándola en ese mundo nuevo, aunque propiciando por su poca fortuna otras serie de divertidas catástrofes.
La casa de los mil pasillos, como buena novela juvenil, hace que sus protagonistas principales, Charmain y Peter, se enfrenten al reto de su futuro, del crecer y decidir lo que van a hacer con sus vidas, del intentar conciliar sus sueños con la realidad de su día a día. Así, Charmain, que hasta ese momento ha vivido entre algodones y que a pesar de su enorme amor por los libros no ha sacado de estos ningún conocimiento de aplicación práctica en las tareas cotidianas, en la casa de su tío abuelo va a descubrir que la libertad que le supone su estancia allí viene acompañada de unas obligaciones para las que no está en absoluto preparada; pero con su fuerza interior y su decisión, y bastante ayuda externa, asumirá su nuevo estatus y encarará el porvenir con unas energías que incluso ella desconocía. Y a través de sus peripecias aprenderá a cuidar de sí misma, a realizar las tareas que hasta entonces otros debían hacer para ella, y comprenderá que pedir ayuda nunca está de más cuando las circunstancias la superan.
La dicotomía entre el mundo de la casa del anciano mago y la del palacio de la familia real está perfectamente retratada, con el desorden de uno enfrentado a la impoluta limpieza del otro. Consigue Jones hacerlos atractivos y emocionantes por igual, logrando que la mezcla resulte extrañamente auténtico en un ambiente dominado por la magia, donde basta golpear la vetusta chimenea para que aparezca la comida de la perrita o donde el tejado del palacio tiene la apariencia de ser de oro gracias a un antiquísimo hechizo. Es este, no cabe duda, un mundo de fantasía, pero lo verdaderamente importante en él son los personajes que lo pueblan y esos son perfectamente humanos y cercanos, con los que es muy fácil empatizar y encariñarse de ellos.
Y si en algo destaca la novela es en el citado humor amable y simpático. No es un humor de chiste, de sketch ni, seguramente, de carcajada; sino algo mucho más elaborado, cual comedia alocada de enredo, donde la sonrisa surge de la situación creada, del embrollo en que se ven envueltos los participantes, de la anticipación que supone saber cómo van a terminar muchas de las escenas planteadas o de las consecuencias que van a provocar las acciones de Charmain sobre el entorno que la rodea ―una pastilla de jabón en la chimenea, ropa de color en la colada...―. Es un humor, además, universal, que no necesita referencias externas para ser disfrutado ni entendido, ni resulta en ningún momento ridículo.
Obviamente, por temática, estructura y desarrollo, La casa de los mil pasillos es un elaborado «cuento» destinado a los que están abandonando la infancia, aunque sin duda los jóvenes y adultos puedan sacar de él valiosas lecciones para la vida mientras disfrutan de un agradable tiempo de lectura. Puede que a algunos desagrade el tono de fábula, la cadencia o la cercanía de una prosa que da, quizá, demasiadas cosas «mascadas» para su debida comprensión, o la falta de matices de gris en la catadura moral de los personajes ―los hay buenos y malos, y pocos más―; sin embargo, sinceramente a veces es bueno disfrutar de una historia sin dobleces, segundas lecturas, ni terribles dilemas; una historia donde el lector ya sabe que los «buenos» sufrirán, pero terminarán alzándose con la victoria al final.
La edición de la novela por parte de Nocturna ediciones es realmente agradable, con una presentación atractiva en su sencillez que ayuda en la fluidez de la lectura, con una traducción agradable y correcta que colabora a que la experiencia sea sumamente placentera. Si se disfrutó de, sobre todo, El castillo ambulante ―el libro, que no la película― y quizá en menor medida ―por tener muchos menos puntos en común― de El castillo en el aire seguro que La casa de los mil pasillos no defraudará. Y es que siempre es grato, mientras se hacen nuevos amigos, reencontrarse con los viejos conocidos aunque sea en papeles secundarios. Una pequeña delicia.
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