Angel Torres Quesada.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo AJEC. Col. Arrakis ficción # 2. Granada, 2011. 287 páginas.
En esta novela, finalista del Premio Minotauro 2009, el autor cambia bastante el registro al que tenía más acostumbrado a sus lectores, afín casi siempre al space opera
y ofrece un relato de un futuro distópico, más o menos próximo, realmente
perturbador, un thriller policíaco muy cercano a la novela negra. El
protagonista es un detective de la policía que, como manda el manual,
cumple todos los tópicos del género para luego ofrecer una perspectiva
algo distinta: divorciado, putero, drogadicto y bebedor, sin apenas amigos,
fumador empedernido, insubordinado, con cierta facilidad para apretar el
gatillo, antipático..., aunque con un corazoncito guardado para su hija; y
que, sin embargo, no destaca especialmente dentro del entorno en el que
se mueve, donde la corrupción generalizada es un mal comúnmente
aceptado. Lo interesante en este caso es que Torres Quesada
sabe llevar al personaje a su terreno, dotándolo de personalidad propia y
sumergiéndolo en una agitada trama donde no es tan importante el por qué o
el para qué sino el quién y el cómo. Es un protagonista al que de alguna forma se le coge cierto cariño a pesar de lo muy reprobable de sus actos.
Juan Saucedo
es un agente cuya carrera, y vida, quedó marcada tiempo atrás por una investigación
que implicaba a poderosos personajes de los altos estamentos del país
que no llegó precisamente a buen puerto. Degradado y divorciado, podría
decirse que no ha vuelto a levantar cabeza desde entonces. La aparición
del cadáver de un americano en un hotel del degradado Madrid
del futuro le dará la oportunidad de volver las tornas y vengarse de
alguna manera de aquellos que le pusieron la zancadilla motivando
incluso su divorcio y el distanciamiento de su hija ―aunque la culpa,
por mucho que busque excusas, fue tan solo suya―. La duda sobre si la
muerte fue accidental o se trata de un asesinato, y el hallazgo en la
habitación de unas misteriosas ampollas de procedencia, contenido y
destino desconocidos, y la presencia en el lugar de alguno de los
personajes que hundieran en el pasado su carrera y su matrimonio, hará
que Saucedo se lance tras la resolución del caso sin importarle el
precio que deba pagar por ello.
Moviéndose
dentro de un mundo marginal, sórdido, donde la vida humana vale poco,
en una ciudad llena de edificios medio derruidos donde un cadáver
abandonado no llama en absoluto la atención, plagada de bandas de
maleantes y dominada por las drogas, en especial el nimbo, con muchos enemigos en contra y con Asuntos Internos
―entre otros― intentando que deje el caso, el protagonista se va a
empeñar en sacar a la luz lo que paso a paso empieza a antojarse una
conspiración de dimensiones mundiales. Y, carente de una excesiva
conciencia social, lo va a hacer más por satisfacción personal, por mera
venganza, que por cualquier búsqueda de justicia, sin importarle
realmente los procedimientos policiales siempre que obtenga los
resultados que desea. Cual elefante en una cacharrería, Saucedo
irrumpirá sin ninguna sutileza en un mundo que le supera, donde los
poderosos se mueven a su antojo en las sombras guardándose siempre las
espaldas y no dudando en silenciar a aquellos que puedan poner en riesgo
sus secretos y negocios.
Extrapolando
tendencias que el lector puede observar hoy mismo a su alrededor ―la
crisis económica, sobre todo del ladrillo con sus desahucios a mansalva,
el fenómeno de los “macrobotellones” con recintos especialmente
delimitados para que la gente se desfase, la abundancia de drogas de
diseño, la propagación de enfermedades globales como gripes diversas, la
degradación política y la corrupción institucionalizada, el desencanto
de la sociedad y, sobre todo, de una juventud que no ve salidas para su
futuro, la pérdida de valores...―, el autor presenta un mundo
ciertamente oscuro donde, además, campa por sus anchas una misterioso
plaga mortal, sin cura conocida, que ha obligado a la creación de una
brigada especial encargada de retirar los cuerpos de los fallecidos de
allí donde hayan caído. Torres Quesada
presenta un futuro bastante descorazonador, sobre todo porque a pesar
de ser bastante extremas algunas de esas extrapolaciones no se antojan
descabelladas en absoluto (¿acaso no suena escalofriantemente verosímil
esa imposición a lo policías de una tecnología neurológica, enormemente
cara, que no termina de funcionar y queda siempre a expensas de futuras
actualizaciones mientras alguien se va embolsando sus buenas
comisiones?).
Hay
momentos en que la lectura se ve lastrada por unas molestas
incongruencias narrativas, unos fallos de «continuidad» que hubieran
sido muy fácilmente subsanables, y que de alguna manera dan más la
impresión de que se haya perdido algo en el traslado de fichero a papel que de ser errores de escritura. En un momento dado un personaje
descerraja la puerta de un piso, al entrar enciende las luces de
vestíbulo y pasillo, y para ver algo que hay en el suelo se vale de una
linterna. En otra, alguien sube a un coche, arranca, avanza unos metros,
escucha pasos sigilosos a pesar del supuesto ruido del motor, y ya se
encuentra fuera del vehículo para enfrentarse a la persona que se
acerca. Y aún hay algunas más, quizá no tan llamativas. Unas
incoherencias algo molestas, que no afectan realmente al relato, pero
que rompen la concentración necesaria para seguir atentamente la
historia.
En
cuanto a la trama en sí, el tema de las ampollas es difícilmente
sorpresivo, pues se ve venir desde muy lejos del final, sirviendo más
como un McGuffin
que le permite al autor escribir sobre lo que realmente parece
interesarle: la decadencia de la sociedad, la depravación, la
desesperanza, la corrupción, los juegos de poder, la violencia, el
valor de la vida, el desencanto social, el nepotismo... El
misterio no se basa en la intriga, sino que la solución se ve venir de hecho con bastante antelación a su resolución, limitándose Saucedo a ir
sacando a la luz aquellas evidencias que el lector ya ha intuido con
bastante anterioridad; pero quizá es que no sea lo importante, ya que es imposible no sentir interés ante los
pasos y derrapes que va dando el protagonista, encadenando las «pistas» obtenidas y
encajándolas casi a martillazos, como resulta imposible no estremecerse
ante la advertencia implícita dentro del relato, el oscuro futuro que,
en efecto, puede estar esperando a la vuelta de la esquina de esta
inquietante ciudad, tan parecida y tan lejana del Madrid actual.
La novela se encuentra escrita con el buen oficio habitual en las obras de Torres Quesada,
con una prosa directa cuando es necesario y más circunspecta y
contenida cuando la narración lo requiere, con vividas descripciones de
la decrepitud urbana y con una acertada caracterización de los
principales personajes. Se notan las tablas del autor, el dominio de los
registros y del tempo narrativo, dosificando los datos para mantener el
interés y la curiosidad del lector en todo momento, aunque si bien es
cierto que se echa en falta algo del característico humor socarrón
presente en otras de sus novelas, también lo es que el tema tratado aquí
no es que sea precisamente para esbozar sonrisas. Imaginativa y
especulativa, invitando a la reflexión al tiempo que entretiene, En la ciudad oscura es una novela negra distópica,
agradable a la par que estremecedora, sobre una sociedad que muy bien
podría estar yéndose ahora mismo por el desagüe mientras estamos
sentados viéndolo por la televisión. Un final impactante y muy emotivo
ponen la guinda a un buen relato.
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Reseña de otras obras del autor:
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