Antología de relatos sobre el final de los tiempos.
Edición de John Joseph Adams.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Valdemar. Col. Gótica # 89. Madrid, 2012. Título original: Wastelands. Traducción: Marta Lila Murillo. 567 páginas.
La
 peste. El hambre. La guerra. La muerte. El fin del mundo tal y como lo 
conocemos, y el posterior intento de sobrevivir en una Tierra arrasada y
 de adaptarse a las condiciones adversas que ha traído la catástrofe; 
los movimientos en pos de restaurar algo de la antigua civilización destruida por la hecatombe; el escenario devastado que deja el Apocalipsis 
cuando se ha desatado y ha pasado dejando tras de sí tan solo miseria y 
sufrimiento... John Joseph Adams,
 especialista recopilador de antologías de relatos fantásticos de muy 
diversas temáticas, factura para la ocasión un atractivo volumen lleno 
de cuentos en que el común denominador es que nuestro mundo ha sufrido 
un traumático e irreversible holocausto y la forma en que aquellos que 
han conseguido sobrevivir intentan mantenerse con vida e, incluso, 
recuperar algo del pasado. Veintiún relatos —por cuestiones de derechos se ha tenido que quedar fuera de la edición española el cuento de Stephen King
 que aparecía en el volumen original— de plumas tanto consagradas como 
incipientes que garantizan una enorme variedad de enfoques y muy 
diferentes visiones. Desde un planeta arrasado por la guerra nuclear a 
la debacle ecológica, desde enfermedades silenciosas a acciones 
terroristas a nivel mundial, desde el calentamiento global a los 
desastres biológicos desarrollados por los propios hombres...
Tras la debida introducción del propio Adams, el volumen se abre con El sonido de las palabras, de Octavia E. Buttler,
 donde por causa de una misteriosa enfermedad la humanidad ha perdida la 
capacidad del habla al tiempo que los procesos cognitivos se han visto 
profundamente mermados. La autora transmite a la perfección el 
sentimiento de pérdida, de amenaza continua, de nostalgia por tiempos pasados de una mujer 
que todavía conserva cierto recuerdo de cómo eran las cosas antes.
Chatarra, de Orson Scott Card, es un relato perteneciente al ciclo de La gente del margen
 dedicado a los mormones de un futuro en que el calentamiento global ha 
cambiado la fisonomía de los paisajes y trata de la reconstrucción 
después de la catástrofe, del intento de llevar vidas «normales» a pesar
 de todo y de cómo algunos individuos se aferran a ciertas certezas del 
pasado a pesar de que hayan quedado obsoletas. El sentimiento religioso 
como un tesoro secreto.
En uno de los relatos más interesantes del volumen, la pluma —entonces— emergente de Paolo Bacigalupi ofrece en Gente de arena y escoria una historia de post humanismo
 en un mundo tan contaminado por los residuos de los procesos 
industriales y los desechos de la «civilización» que la única solución 
es cambiar a los seres vivos ante la imposibilidad de regenerar y 
recuperar la naturaleza. Una dura reflexión de hacia dónde estamos 
llevando al planeta y el futuro deshumanizado, aunque triunfante, que nos
 espera si la tendencia se acentúa. La situación, llevada al extremo sin
 duda, sirve como una llamada de atención no exenta de lírica ironía.
En Pan y bombas, de M. Rickert
 se asiste a los recelos que levantan los refugiados de guerra y a las 
terribles secuelas psicológicas que el conflicto deja en ellos. En un 
vecindario que trata de recomponerse y sobrevivir, la xenofobia late 
bajo la aparente calma de los adultos; e incluso los juegos de los niños
 se ven matizados por la sombra de la desconfianza. Es muy difícil 
romper el muro de las diferencias y las acciones más bienintencionadas 
pueden contener un terrible mensaje.
De cómo logramos entrar en la ciudad y salir de ella, de Jonathan Lethem,
 parece un fragmento de una historia mayor, un «capítulo» al que le 
faltan antecedentes y resoluciones. Tal vez se deba a su cualidad de 
pertenecer “a la serie [de relatos] que clama contra las tecnologías de 
realidad virtual”, pero un poco más de contexto no le hubiera venido mal
 en absoluto. Aún así la historia de dos jóvenes supervivientes en un 
planeta futuro casi desértico, donde los enclaves de civilización se han
 convertido en ciudades cerradas y fortificadas, y que encuentran la 
manera de entrar en una de ellas para participar en un muy particular 
espectáculo-concurso resulta tan curiosa como furiosamente descarnada.
Invitado habitual de las antologías de Adams, y un valor seguro en toda circunstancia, George R.R. Martin aparece con un relato de 1973 —el más «antiguo» de la antología—: Oscuros, oscuros eran los túneles,
 que traslada a los lectores a un futuro lejano donde un explorador de 
las profundidades donde se refugiaron los escasos supervivientes de una 
hecatombe global y radiactiva se va a encontrar con la avanzadilla de 
una misión científica desplazada desde la Luna, compuesta de 
descendientes de los hombres y mujeres que quedaron aislados en el 
satélite tras la misma catástrofe. Irónico y doloroso, Martin
 ofrece un relato emotivo y triste, muy agradable de leer a pesar del 
regusto un tanto amargo que deja al ser uno de los más pesimistas del 
volumen.
En Esperando al Zephyr, Tobias S. Buckell ofrece
 el contrapunto al anterior, con un relato más optimista a pesar del 
desolado mundo en que se desarrolla. Un relato que habla de sueños y 
esperanzas en un mundo donde los combustibles fósiles se han agotado, 
muchas tecnologías se han perdido, muchos animales se han extinguido, el
 estéril desierto se extiende por doquier y los principales medios de 
transporte son carros dotados de vela. El Zephyr,
 un auténtico barco terrestre dedicado al comercio, es esperado con 
impaciencia por una joven que anhela la libertad que no encuentra en su 
pequeña comunidad. Un canto a la esperanza en las peores condiciones, la
 promesa de un rayo de luz entre la oscuridad.
Nunca desfallezcáis, de Jack McDevitt, narra el encuentro de Chaka Milana,
 una exploradora de una aparentemente fracasada expedición en busca de 
un casi mitológico «refugio», un lugar donde las condiciones de vida son
 menos extremas que en su tierra de procedencia, y quien, a punto de 
tirar la toalla y volver derrotada con sus gentes, se encuentra con un 
reconocible —para el lector— «fantasma del pasado» que la llevará a 
reconsiderar sus decisiones y a replantearse todo lo que cree saber 
sobre su mundo. Esperanzadora a pesar de la desolación que transmite.
Para algún lector, más cercano a los procesos informáticos, Cuando los Admindesis gobernaron la Tierra, de Cory Doctorov,
 será posiblemente un interesante relato. Para los demás no deja de ser 
una mera curiosidad intrascendente sobre cómo los agobiados 
administradores de sistemas consiguen sobrevivir al fin del mundo que 
está teniendo lugar a su alrededor e, incluso, sostienen un atisbo de 
civilización cuando todo lo demás se desmorona. A pesar del renombre de 
su autor, es este uno de los relatos más prescindibles del volumen. Como
 curiosidad, cabe decir que es de los pocos cuya acción se desarrolla 
durante la catástrofe, en vez de, como la mayoría, lidiar tan solo con 
las consecuencias posteriores.
Si
 hay una característica casi común a todos los relatos de la antología, 
esa es la del tono crepuscular y nostálgico que envuelve a las 
narraciones. Al fin y al cabo poca alegría queda después del 
apocalipsis. Ese tono es especialmente nostálgico en Las últimas formas-o, de James Van Pelt,
 donde el fin del mundo se produce de forma gradual —de hecho, todavía 
sigue produciéndose en el presente del relato— y los seres orgánicos 
originales están desapareciendo sustituidos por extraños híbridos que 
han pasado de ser fenómenos de feria a una palpable mayoría, incluso 
entre los humanos donde ya no nacen bebés «normales». Un relato amargo, 
que advierte sobre los riesgos de jugar con la naturaleza y la genética,
 y que habla de los profundos anhelos del alma humana y de la forma que 
siempre encuentra alguien de hacer dinero con ellos.
El muy breve Naturaleza muerta con Apocalipsis, de Richard Kadrey,
 es, como se puede intuir por el título, un cuadro, una breve escena, de
 lo que queda después de que la civilización se ha ido por la cloaca y 
de aquellos que se dedican a la limpieza del desastre. De cómo los seres
 humanos intentan seguir adelante con sus vidas a pesar de que no haya 
nada más allá. Desesperanzado, aunque lírico.
A pesar del desafortunado título, Los Ángeles de Artie —nada que ver con los de Charlie—, de Catherine Wells,
 es una emotiva historia sobre cómo una persona puede cambiar el aciago 
destino de aquellos que le rodean, de cómo el sueño de un muchacho que 
aglutinó a su alrededor a otra serie de jóvenes dispuestos a mejorar su 
futuro cambió un poco sus miserables circunstancias, y de cómo la 
fatalidad siempre ocurre en el peor momento. De cómo no dejar morir la 
esperanza, a pesar de que uno mismo se encuentre desgarrado por dentro. 
Una bonita historia.
El juicio pasó, de Jerry Oltion,
 es otro de los relatos innecesarios del volumen. Versando sobre una 
misión espacial que vuelve a la Tierra para encontrarla vacía tras la 
aparente segunda venida de Jesucristo, intenta recrear las posibles 
reacciones de los miembros de la expedición que sienten como han sido 
dejados atrás. Reacciones en general bastante contradictorias con lo que
 el propio autor ha establecido previamente, el relato no termina de 
funcionar a pesar de una buena escritura, y la conclusión, desafortunada,
 es demasiado maniquea.
Otro de los pesos pesados de la antología es Gene Wolfe, quien en Modo silencio
 ofrece una de sus inclasificables narraciones con un característico 
tono onírico sobre dos jóvenes que son llevados a casa de su padre 
mientras el mundo languidece y que, sin embargo, no terminan de 
encontrar lo que esperaban. Un televisor, siempre con el «mute» 
conectado, es símbolo de un silencio mucho mayor. Intrigante y 
enigmático es un relato que ofrece más preguntas que respuestas y, sin 
embargo, deja un muy buen sabor de boca.
Encerrados
 como apestados en una suerte de «campos de concentración», los 
afectados de una incurable enfermedad con dimensiones de plaga 
sobreviven en sus barracones gracias a la caridad del exterior en Inercia de Nancy Kress.
 Con el temor al riesgo de contagio, nadie entra y nadie sale, y las 
nuevas generaciones, nacidas ya en el encierro, ni siquiera conocen 
otro mundo que ese, salvo lo que ven por la TV o las películas. Una
 de esas jóvenes verá la oportunidad de cambiar las cosas, pero ¿tendrá 
el empuje para intentarlo? 
En Y el profundo mar azul, Elizabeth Bear ofrece una nueva reescritura de la historia de Fausto en un mundo lleno de zonas desérticas y radioactivas. En un relato que de alguna forma recuerda a El cartero de David Brin,
 tras la destrucción el correo debe seguir siendo entregado y una 
particular mensajera va a descubrir ciertos impedimentos para realizar 
una entrega de vital importancia. Divertido.
Tras
 la debacle y la guerra continuada el mundo ha involucionado hasta 
niveles de siglos pasados, aunque con ciertas reminiscencias de 
conocimientos más adelantados, en Asesinos, de Carol Emshwiller,
 donde ciertos combatientes siguen luchando ajenos al fin de las 
hostilidades. La autora muestra como el enemigo siempre es el 
«diferente», el ajeno, pero que cuando se llega a conocerlo quizá se 
descubra que no es tan distinto ni sus anhelos son tan divergentes. Y lo
 peor de todo es que, quizá, el «enemigo» lo lleve uno mismo dentro.
El circo ambulante de Ginny Caderasdulces, de Neal Barrett, Jr,
 es un divertido y un tanto violento relato sobre la forma de sobrevivir
 de una mujer emprendedora, donde se mezcla la realidad virtual, la 
inteligencia robótica artificial y un escenario a lo Mad Max para ofrecer una historia curiosa y entretenida.
El Fin del Mundo tal como lo conocemos, de Dale Bailey,
 viene a ejemplificar que el mundo se acaba continuamente para muchas 
personas, que una catástrofe no tiene porqué afectar a toda la humanidad
 para que enormes parcelas de ella sientan un cambio irreversible. Las 
desgracias están golpeando a cada momento en uno y otro rincón del 
planeta y para los afectados se trata sin duda del fin de «su» mundo. 
Irónica e irreverente con el propio género, la reflexión de un 
superviviente le sirve al autor para mostrar otras facetas de esos 
pequeños apocalipsis. Una lástima el tono planfletario de su final.
En Una canción antes del Ocaso, David Grigg
 intenta contestar a la cuestión de si es posible la civilización sin la
 cultura, la esperanza sin la belleza de una obra de arte o una 
interpretación musical. La barbarie siempre afecta primero a las 
manifestaciones artísticas, pero ¿es posible la reconstrucción cuando no
 hay tiempo para nada más? Previsible.
El último relato de la antología, Episodio siete: la última defensa contra la Jauría en el Reino de las Flores Púrpura, de John Langan,
 en realidad son dos relatos en uno —aunque eso es algo que debe 
descubrir cada lector— sobre una pareja que en el fin del mundo huye de 
una jauría de fieras mutadas. Con una sorprendente estructura y una 
interesante, a la par que emotiva, historia, es un buen broche con el 
que terminar la lectura.
Cierra el volumen una completa lista de Lecturas recomendadas con un buen número de títulos de novelas pertenecientes o cercanas al género post catastrofista.
Como
 siempre en estos casos, una heterogénea muestra de cuentos, con un buen
 nivel —aunque con gratas excepciones, sea más agradable que memorable—,
 que en general plantean las ganas de supervivencia de la especie, los 
esfuerzos por pervivir de la Humanidad, cuando todo se le ha puesto en 
contra. Y es que cuando un mundo termina, otro empieza, más duro y 
complicado, sin duda, pero abierto a muchas posibilidades. Aquí se 
pueden encontrar 21 de ellas. No son relatos que hablen, en general, de 
la catástrofe en sí, sino de cuando la misma ya ha tenido lugar, 
retratando el posterior intento de mantener la civilización y la 
sociedad en marcha, con importantes reflexiones sobre lo que significará
 la pérdida y la advertencia sobre lo que se avecina si seguimos con la 
degradación del planeta y el abuso de los recursos. Son relatos de 
supervivientes y de nuevos comienzos, tristes sin duda, pero 
retorcidamente optimistas —la mayoría— a pesar de todo, no es poco.


2 comentarios:
Hola! No tengo muy fresco el último relato, ¿a qué te refieres con lo de dos relatos en uno?
Excelente crítica, como siempre.
¡Uf! Se me había pasado este comentario, siento la tardanza en contestar.
Y bueno, lo cierto es que cada cual debería descubrirlo por sí mismo, pero tiene que ver con las frases en negrita dentro del relato ;-)
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