Koushun Takami.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Minotauro. Col. Minotauro Games. Barcelona, 2020. Título original: Battle Royale. Traducción: José C. Vales.
544 páginas.
[Esta reseña corresponde a la edición de la novela por parte de Booket en 2013. La recuperamos ahora con motivo de su edición en el sello Minotauro].
A estas alturas pocos
aficionados habrá que no hayan oído hablar o no sepan de qué va
esta novela distópica —antecedente de muchos de los libros
de literatura juvenil del género que hoy pueblan las estanterías—,
sobre todo por la relativa repercusión que en su momento tuviera la
película —películas, en realidad— y, en menor medida, el manga
que en ella se basan. Pero lo cierto es que han tenido que pasar un
buen puñado de años para poder disfrutar del libro original,
publicado en 1999, traducido al español. ¿Y qué se van a
encontrar los lectores en sus páginas? Una realidad alternativa
donde se desarrolla un juego cruel donde los haya, muertes —muchas,
aunque no demasiado gráficas o viscerales—, totalitarismo, abuso
de poder, amistades truncadas, traiciones, romances inesperados
—trágicos, sin tiempo para llegar a nada—, secretos, violencia
sin justificación, equívocos, juegos psicológicos, adolescentes
convertidos en sociópatas, nobles sentimientos ahogados en la más
bochornosa ignominia, locura, valor y entrega, tragedia, desintegración moral... Y una terrible reflexión sobre el «monstruo interior».
Takami ofrece una
ucronía donde la situación geo-política de la Tierra es
francamente distinta de la de nuestra realidad. La República del
Gran Oriente Asiático es un régimen totalitario encerrado en sí
mismo que se extiende por, entre otros no especificados, los
territorios de Japón y China, manteniendo tensas relaciones con sus
vecinos más aperturistas —como Corea— y que, como medio de
control social, ha inventado el «Programa», unos crueles
juegos en los que cada año casi cincuenta clases de diferentes
institutos son aislados en otros tantos lugares remotos y sus alumnos deben luchar con sus compañeros
a muerte hasta que sólo quede un único superviviente que obtendrá
como premio un retrato autografiado por el propio Dictador.
La novela narra la
«partida» que se ven forzados a «jugar» los alumnos de tercero
B del Instituto Shiroiwa, de la ciudad del mismo nombre,
en la prefectura de Kagawa. Los 42 estudiantes del
curso, 21 chicos y 21 chicas, serán llevados a una isla, de
la que no hay forma de escapar ni de contactar con el resto del
mundo, y obligados a matarse entre sí. Aleatoriamente, cada
adolescente recibe una mochila que contiene un mapa de la isla, una
brújula, un reloj, algo de comida y agua, y un «arma». Un arma
distinta para cada joven y que puede variar
desde un simple cuchillo a una ametralladora, pasando por ballestas,
chalecos antibalas o localizadores de posición. Los estudiantes son
controlados mediante unos collares explosivos que a su vez les
fuerzan a permanecer en movimiento mientras ciertas zonas de la isla
van quedando «prohibidas». Si el estudiante no abandona en un breve
espacio de tiempo el área que queda fuera del juego, el collar
explotará. Cuatro veces al día, los supervisores del «experimento»
darán, por los altavoces distribuidos por toda la isla, unos avisos
con la información de las bajas acontecidas y de las zonas de la
isla que quedan fuera de los límites.
Con un estilo prosístico
un tanto plano, más enunciativo, descriptivo y efectivo, que
emotivo, la novela se divide en un gran número de puntos de vista,
siguiendo a unos cuantos personajes que podríamos considerar
principales, pero mostrando intercaladas intervenciones más breves
con lo que les está sucediendo al resto de sus compañeros,
reflejando multitud de personalidades distintas, cada cuál con sus
sueños y aspiraciones, con sus secretos, sus alegrías y sus
miserias, todos —salvo el último, el «ganador»— condenados a
morir sin culpa alguna. El autor ofrece una cuarentena de personajes,
todos, salvo los que mueren al principio de la novela nada más
aparecer, cuentan con sus propios rasgos, mentalidades y
personalidades diferenciadas, desde los cobardes, cuya única táctica
es esconderse, a los psicópatas a los que no le importa matar a sus
compañeros porque ya eran auténticos depredadores antes de que la
isla les diera la oportunidad de desatar todo su sadismo, pasando por
aquellos que desconfían de todo y de todos, y por los que buscan la
compañía de sus amistades más cercanas para tratar de capear el
temporal juntos —algo que, después de todo, tampoco va a
garantizarles la supervivencia—. Fiel reflejo de todo ello, uno de
los pasajes más intensos y sintomáticos del libro es el que narra
todos los sucesos en torno al faro de la isla, con toda su irracional
tragedia.
El autor, en el
seguimiento de todos los «actores» de este drama, también incluye
un buen número de flashbacks mostrando pequeñas historias
que presentan sentimientos, vivencias y momentos significativos de
las vidas anteriores de los estudiantes, mostrando sus gustos y sus
sueños de adolescentes o sus relaciones tanto dentro como fuera del
instituto, y dando así pistas y explicaciones para comprender su
forma de reaccionar y de enfrentarse a la prueba. Incluso aquellos
que se obcecan en actuaciones que se pueden antojar sin duda absurdas
dada la situación en que se encuentran, se demuestra después que
tenían una razón para hacerlo. Hay ocasiones en que se siente que
estas pequeñas aportaciones «cortan» la trama principal,
demorándose en detalles y personajes «menores» que sólo se
encuentran ahí para morir o matar, en vez de seguir a aquellos sobre los que recae un mayor protagonismo, pero al final lo cierto es que todo aporta conformando
un gran tapiz con el tema de la violencia en primer plano. Se antoja
que algunos de estos chicos y chicas actúan por encima de lo que
sería su edad, con un exceso de conocimientos técnicos o de
habilidades que es difícil justificar en alguien de catorce o quince
años, pero al fin y al cabo también es cierto que nunca se termina
de conocer a fondo al compañero de pupitre.
Poster de la película |
El tiempo avanza
inmisericorde, el espacio permitido es cada vez más limitado y los
«jugadores» cada vez menos. Con detallada precisión, algo
impersonal quizá, uno a uno los jóvenes van cayendo de las formas
más variopintas, por arma blanca o de fuego, por inventivas trampas
o a mano desnuda. Cada muerte queda reflejada con minucioso
detallismo, entrecortando un tanto el ritmo de la línea «principal»
—pausado, por otra parte, aunque la novela sea todo un
«pasapáginas»—, pero dando gran profundidad al relato general.
Cualquiera pensaría que con tantos nombres japoneses —algunos muy
similares entre sí— el lector occidental terminaría
irremediablemente perdido, pero hay que reconocer que, salvo muy de
inicio, Takami tiene la habilidad para caracterizarlos a todos
—incluso a los que no aparecen más que en una decena de páginas o
menos—, haciendo fácil el seguir las peripecias de cada uno sin
confundirlos demasiado entre ellos. Incluso llega a sobrar, por
innecesario y reiterativo, el que tras la aparición, o reaparición,
de cada alumno siempre se incluya el número que ocupa en la lista de
la clase—.
Portada del nº 1 del manga |
Crudamente violenta, con
toques de un gore light, en Battle Royale las
inevitables muertes se van sucediendo, alternándose con momentos de
tensa calma, más introspectivos o sentimentales. Más allá de la
simple ultraviolencia, hay mucho mensaje en el texto, con una cierta
reflexión sobre los fascismos y las tiranías, la represión y la
fuerza de corrupción de los totalitarismos, la locura de la
obediencia ciega y la burocracia institucionalizada. Sobre la muerte
del espíritu humano sometido a una presión insoportable. Sobre la
lealtad y la confianza más allá de toda explicación. Y sobre la
violencia deshumanizadora, cruel y gratuita que concede el abuso del
poder absoluto, ya que en ningún momento llegan a explicarse
realmente, más allá de excusas enfermizas, los fines perseguidos
por tal «experimento» social.
Como dato algo negativo,
siento tener que cerrar la reseña diciendo que la prosa parece
adolecer de ciertos defectos —esas oraciones pasivas, esas frases
sintácticamente «desordenadas», esos sustantivos repetidos dentro
de un mismo párrafo...—, no sé si motivados por la traducción o
heredados del original, que podrían haber sido fácilmente
subsanados, aunque tampoco es que impidan el disfrute en sí de la obra.
Empiezan las muertes |
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