Lauren Beukes.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
RBA Libros. Col.
Literatura fantástica # 18. Barcelona, 2013. Título original: The Shining Girls.
Traducción: Pilar Ramírez Tello. 409 páginas.
A pesar del «ropaje»,
¿se puede catalogar como ciencia ficción una novela sin
ningún contenido científico o tecnológico, sin especulación ni
anticipación alguna, solo porque su trama contenga desplazamientos
en el tiempo...? ¿Importa realmente la etiqueta? Dejémoslo entonces
en que nos encontramos ante una brillante ―luminosa, si me lo
permiten, a pesar de su evidente tenebrismo― obra que aúna la
literatura fantástica con el noir detectivesco
en una mezcla de suspense, intriga, horror ―incluyendo algún toque
que podría considerarse gore― y fantasía. Fantasía, al
fin y al cabo, porque en ningún momento Beukes llega a
intentar siquiera explicar los mecanismos del «viaje en el tiempo»
que tan imprescindibles son para la historia. Y es que, con un
formato de fragmentado thriller de suspense psicológico con una
buena cantidad de violencia muy gráfica, la trama se desenvuelve en una estructura de bucles dentro de
bucles ―que podría recordar lejanamente a la de La mujer del
viajero en el tiempo― que avanzan adelante y atrás en el
Chicago del siglo XX
evitando cualquier posibilidad de una narración lineal de los
eventos. Podría haber resultado confuso, pero el buen hacer de la
autora consigue sumergir al lector en el relato sin perderlo en
momento alguno.
En el Chicago de la Gran
Depresión, Harper Curtis es un pobre hombre que, de
casualidad, va a acceder a la posibilidad de desplazarse en el tiempo
en un periodo que abarca desde 1931
a 1993. Una posibilidad que, de alguna manera, va a
facilitar y dar rienda suelta a sus impulsos criminales,
convirtiéndolo en un depravado asesino en serie. Sus víctimas serán
unas jóvenes, de muy diferente procedencia socio-económica,
educativa o racial, que él ve brillar ante su mirada. Sin embargo,
una de ellas, Kirby Mazrachi, sobrevive contra todo pronóstico
a su ataque y, sin saber a las dificultades a las que va a
enfrentarse dadas las peculiaridades del asesino, emprenderá una
caza cargada de sorpresas. Una investigación que podría volver a
poner su vida y su cordura en peligro.
A través de unos capítulos de extensión corta, todos ellos narrados en tiempo presente, Beukes
alterna los puntos de vista de Harper y Kirby, mientras
uno asesina o busca a sus víctimas y la otra sigue su pista, añadiendo de cuando en cuando
otras perspectivas «secundarias» como las del periodista Dan
Velasquez, del vagabundo Mal o, por supuesto, de las chicas asesinadas.
Jugando con las paradojas
que le permiten el recuso de los desplazamientos temporales, y
acompañándolo de ese «cliché» de todo asesino en serie que se
precie que le obliga a «firmar» sus crímenes, como nexo de unión
entre las víctimas y como marca identificativa, Harper
siempre deja junto a sus víctimas un objeto que pertenecía a otra:
unas alas de mariposa, una pelota de tenis, una carta de un jugador
de béisbol, un caballito de juguete o un blister de píldoras
anticonceptivas, creando de paso ciertos anacronismos con los que
tendrá que lidiar la protagonista, pues ¿cómo es posible que
aparezca en la escena del crimen un objeto que todavía no ha sido
fabricado…? Así, late también bajo la trama la peliaguda cuestión
de la causalidad, la predestinación o la inevitabilidad que pudiera
suponer que el criminal pueda visitar a sus víctimas en un momento
anterior a sus muertes sabiendo que ya nada ni nadie puede salvarlas.
Cabe decir, casi como dato anecdótico, que en torno a uno de estos
objetos se encuentra posiblemente uno de los escasos fallos
narrativos del libro; fallo, en la forma de encontrarlo, que no
influye por otra parte absolutamente para nada en la trama.
Para la ocasión, y
afortunadamente, la autora se aleja de la tan de moda «exaltación
del mal o del malvado» que dota a los psicópatas y criminales de un
extraño atractivo ―Dexter, Walter White, Hannibal Lecter…―
para presentar un asesino absolutamente despreciable. Harper
nunca llega a estar cerca de atraer la simpatía del lector. No
existe una justificación para su forma de actuar, no presenta
motivaciones más allá del placer que le produce y de la posibilidad
que se la ha otorgado de salir impune. Por las circunstancias en que
se produce la posibilidad del viaje en el tiempo, en determinado
momento del relato casi se podría haber hablado de una influencia
externa si la misma no hubiera sido tan etérea, subjetiva y difusa
que podría ser confundida fácilmente con una voz interior del
propio asesino y que remitiría entonces a una decidida neurosis. Sin
duda, se trata de un sociopata que disfruta con lo que hace, como un
yonki de los asesinatos que necesita matar para poner su vida
en orden. Es brutal y cruel, sádico y sin ninguna posibilidad de
redención, y solo alguien muy enfermo podría identificarse con él.
Pero Kirby tampoco
es precisamente un personaje simpático; después de la traumática
experiencia mantiene al mundo a raya, levantando un muro de sarcasmo
en torno suyo, presentando a los demás un aspecto de dureza que la
lleva a pisotear en ciertas ocasiones a quien tan sólo busca
ayudarla o a quien puede darle información relevante para llegar
hasta el asesino. Sólo su «alianza» con Dan Velasquez,
periodista deportivo del Chicago Sun-Times ―anteriormente
reportero de sucesos en una época en que fue testigo de demasiado
horrores y que oscureció su carácter―, que en principio sólo era
una excusa de la joven para poder investigar otros asesinatos, pero
que les llevará a establecer una relación un tanto especial, se
transforma en un rayito de luz entre muchas sombras.
Y es que, aunque
aparezcan relativamente poco, se podría decir perfectamente que el
auténtico atractivo de la novela, como bien dice el título, son las
chicas luminosas a las que Harper apaga el brillo: Zora, Willie
Rose, Alice, Margot, Jin-Sook... Beukes las caracteriza a todas,
las diferencia, las dota de personalidad a pesar del poco tiempo del
que van a disponer en la novela y del destino que tienen marcado.
Podría haber pasado de puntillas sobre ellas, pero no, las retrata
llenas de humanidad, lo que hace mucho más terribles todavía si
cabe sus crueles muertes. Son jóvenes que respiran, que tienen
sueños e ilusiones, que luchan por lo que creen correcto,
adelantándose incluso a su tiempo ―quizá ese sea precisamente su
luminosidad―. De toda condición y extracción social, de
diferentes razas y credos, con ideas radicales o simplemente buscando
vivir su vida sin problemas ni persecuciones, cada una de ellas es
representante de cierta tendencias de sus respectivas generaciones.
Así, a través de las
breves pinceladas de las historias de cada una de esas jóvenes
arrancadas de sus vidas, surge una crítica social paralela a la
trama principal, con la que la autora aprovecha para hacer un repaso
de algunos de los momentos más destacados de los EE.UU del siglo XX
en torno a la lucha y la evolución de los derechos de ciertas
minorías y de las mujeres en particular: La Gran Depresión, la
segregación racial, la caza de brujas, la problemática de las
madres solteras y trabajadoras, las prácticas abortistas…
Beukes consigue
con Las luminosas una obra de investigación criminal,
retratando ambos lados de la imagen, tan intrigante como atractiva.
Dura y descarnada en algunos momentos ―algo que la convierte en no
apta para todos los estómagos―, sentimental en otros, fría y
distante a veces, apasionada, cínica y esperanzadora en
ocasiones..., y que requiere, no obstante, de cierta complicidad del
lector para aceptar los «parámetros» más fantásticos del relato
―ah, esa casa…―. Lo cierto es que no presenta ningún misterio
a resolver, dado que desde el principio se sabe quién es el asesino,
pero sí un interesante, curioso y bien construido puzzle de intriga
espacio-temporal donde las piezas finalmente encajan
satisfactoriamente sin dejar nada al azar.
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