Carmen Moreno.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Sportula. Gijón,
2013. Edición digital (epub). 111 páginas.
La editorial Sportula va
adquiriendo de forma imparable velocidad de crucero y, aunque quizá
sin recoger la atención que merece, aumentando mes a mes un catálogo
tan ecléctico como interesante dentro de los géneros que se agrupan
bajo el distintivo de la Literatura Fantástica. En esta ocasión
ofrece la primera incursión novelística de Carmen Moreno,
autora dedicada hasta ahora a la poesía, que se interna con esta
obra en la ciencia ficción con ciertos aires mestizos ―¿space opera, amargo romance, relato de espías, intriga política, especulación hard...?―. La
novela en esta edición se ve además «tutelada» por dos plumas reconocidas
por los lectores afines al género, con los acertados textos de
introducción de Elia Barceló y epílogo de Rafael Marín.
Y antes de entrar a fondo, una primera consideración: tú que estás
al otro lado de la pantalla leyendo esta reseña, ¿has leído ―y
disfrutado― El Principito de Antoine de
Saint-Exupéry? Sí la respuesta es afirmativa, bien hecho; si es
negativa, ve a leerlo y luego puedes retomar esta reseña, porque la
novela que nos ocupa no puede ser aprehendida sin aquella. Para los que
sí lo hayan leído, una segunda consideración: liberaos de
cualquier prejuicio, de cualquier idea preconcebida, de cualquier
suposición de por dónde va a desarrollarse esta novela. Principito
debe morir no es una continuación, ni una historia paralela, ni
siquiera una precuela, sino un complejo homenaje a la obra de
referencia. No se trata del mismo personaje y apenas del mismo mundo.
Y éste no es un libro «infantil», sino que va destinado a los
adultos que una vez fueron niños inquisitivos e inquietos y que todavía
conservan la esencia de la infancia en su interior, pero sin
renunciar a toda la experiencia del crecimiento.
Y es que Principito
debe morir parece escrita para aquellos mayores, entonces niños,
que supieron ver que aquel dibujo no era un sombrero y que atesoran
cada paso dado desde entonces. Para aquellos que siguen soñando
aunque ya hayan descubierto que el mundo no es siempre un lugar
idílico, que los gobernantes no siempre buscan el bien de su pueblo,
que las revoluciones no siempre persiguen los mejores fines y que
siempre habrá gente dispuesta a sacrificar lo más hermoso en pos de
conseguir sus objetivos y gente dispuesta a enfrentarlos; que las
rosas tienen espinas y que a veces es imposible proteger el corazón
de todos los males. Para los que saben que el Principito no
podía crecer, que no podían dejarle crecer. Para los que que
comprenden que la ciencia ficción, independientemente de su ropaje,
está llena de preguntas y reflexiones sobre nuestro presente, sobre
nosotros mismos, sobre el camino que andamos y hacia dónde nos puede
llevar la deriva de nuestras sociedades. Para los que gustan de
historias llenas de referencias y dobles significados, de aventuras,
explosiones, muertes y giros inesperados, de drama y amor y corazones
rotos… Si consideras que perteneces, o pudieras pertenecer, a
semejante grupo, no tengas miedo a internarte en las páginas de este
libro, pero, sobre todo, hazlo con la mente abierta y bien atenta,
pues muchas veces el texto oculta más de lo que explica y hay que
«bucear» en él para obtener todas las respuestas ―si es que se
obtienen―.
La trama es tan
aparentemente simple como en el fondo compleja, tan sencilla como
enrevesada ―y los saltos espacio-temporales confabulan para ello―.
Principito vive en Núcleo, una especie de planeta prisión
donde los Walkers, revolucionarios desafectos al régimen
totalitario y único de una Tierra dividida en Ameropa
y Oceanía, viven un destierro que no pueden abandonar debido
a que sus fisiologías han sido modificadas para respirar tan sólo
mercurio, sin que puedan sobrevivir en una atmósfera llena de
oxígeno. Allí, la misión del niño, ayudado por su madre, es
cuidar de la Rosa, pero en dramáticas circunstancias se va a
ver obligado a huir a la Tierra, donde afrontará grandes peligros y
descubrirá más de su pasado de lo que hubiera deseado o imaginado.
Fotografía de: Laura Muñoz |
Un mundo desconocido, un muchacho ingenuo que sin embargo no tiene un pelo de tonto, un idealista desengañado tanto de la vida como del amor, un ambiente opresivo, un líder intrépido que exige cualquier sacrificio de su seguidores para alcanzar el ―supuesto― bien para la humanidad, un científico «loco» capaz de imaginar ingenios inimaginables, un dirigente totalitario que gobierna sobre todo el planeta ―y sus colonias exteriores―, un bedel cojo que es feliz cuando baila, unos monos genéticamente modificados muy poco agradables o graciosos, unos revolucionarios destinados al fracaso y al destierro… componen una historia que, al final, versa sobre la lucha y el sacrificio contra todo tipo de tiranías.
Con una distopía de
manual la autora se permite ciertas reflexiones críticas que otro
tipo de géneros no enfrentan. Moreno retrata un mundo futuro
que ha evolucionado mucho en lo tecnológico, pero bastante menos en
los socio-político, repitiendo esquemas de nuestro presente ―o
incluso de un pasado reciente―. El engaño a los ciudadanos, el
abuso de poder, el gobierno despótico que se apoya en el libre uso
de la violencia sobre sus gobernados ―gran acierto los monos
Timothy―, el uso de la tecnología como método de represión, y un
movimiento social cuyos métodos son el espejo de lo que combaten y
cuyos dirigentes se sienten por encima de la «masa» de sus
seguidores, haciendo y deshaciendo a su antojo con los ideales que
les han entregado se encuentran en el sustrato de este relato.
Pero que nadie se asuste,
la novela aúna entretenimiento y reflexión, como toda buena ciencia
ficción. Principito debe morir es una lectura rápida y
breve, entrañable y divertida a partes iguales, con un humor
sutil, indefinido, y unos toques de absurdo casi surrealista que se entrelazan con la acción de manera perfecta
hasta que es cortado por la dureza y crueldad de ciertas escenas. Una
historia que hay que leer con detenimiento, pues la autora gusta más
de sugerir que de mostrar. Plena de referencias y simbolismo, desde
las más obvias ―El Principito, Terminator…―
a otras mucho más oscuras o crípticas ―y no las nombro, pues el
placer se encuentra en descubrirlas uno mismo―. Es cierto que, a
veces, se enreda demasiado sobre sí misma, con arriesgados saltos
sin red adelante y atrás en el tiempo de la narración, dando lugar
a algunos silencios atronadores, que no escamotean pero sí que de
alguna manera dejan en sombras ciertos detalles que quizá hubieran
precisado de algo más de explicación ―por una vez a una novela le
«faltan» páginas en vez de sobrarle―. Pero al final, nada de
ello importa, y la decisión de Principito, enfrentado a todo
aquello que creía dar por sentado, sitúa al lector ante un
brillante final de sabor más que agridulce. Buen debut.
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