Ciclo del Adversario
2.
F. Paul Wilson.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Alamut. Madrid,
2014. Título original: The Tomb. Traducción: Núria Gres.359
páginas.
Esta novela tiene la
cualidad de ser la segunda entrega del ciclo del Adversario y
a un mismo tiempo dar comienzo a la larga serie de Jack el
Reparador, unas sagas dedicadas a narrar lo que el autor dio en
llamar en su momento «la historia secreta del mundo», tarea en la
que todavía se encuentra inmerso. Pero, contra lo que se pudiera
suponer, este libro es totalmente independiente del anterior, y de
hecho ambos no comparten ni escenario, ni época ni personajes,
teniendo una relación algo tangencial que se puede intuir en las
portadas de Alamut. Inicialmente publicada en 1984 como The
Tomb, y «actualizadada» en 2006 para adaptarla un poco a
los tiempos actuales de teléfonos móviles e internet, es esta
última versión la que ha se utilizado para su edición española. Y
es que si la acción del anterior libro, La fortaleza,
transcurría en los años de la II Guerra Mundial, la de Rakoshi
se desarrolla en nuestros días ―la mayor parte de ella, al menos―,
y esa revisión consigue dar una mayor sensación de cercanía al
lector ―aún a pesar de la distancia geográfica, obviamente―.
Entre el horror ominoso y lo detectivesco, una trama cercana a la
fantasía urbana con elementos sobrenaturales ofrece un
thriller cargado de suspense donde no todo, ni todos, es lo
que aparenta. Una maldición ancestral y el perpetuo giro de la rueda
del karma van a desencadenar unos acontecimientos que ninguna
de sus «víctimas» podían siquiera imaginar.
Al inicio de la novela
Jack es contratado por un diplomático indio para intentar
recuperar un collar que le ha sido robado a su abuela, una anciana
dama que yace postrada en la cama de un hospital de Manhattan,
a un paso de la muerte, como resultado del asalto. Sin pistas sobre
la identidad del ladrón, la búsqueda de un objeto que tiene mucho
valor sentimental, pero en realidad poco valor económico, se
presenta como una misión imposible.
A un mismo tiempo, complicándole su ya de por sí complicada vida, pero llenándole de renovadas esperanzas, su ex-novia, Gia, quien, contra los deseos de Jack, terminara tiempo atrás con la relación no precisamente en los mejores términos al descubrir su verdadera ocupación, vuelve a ponerse en contacto con él, pidiéndole ayuda para encontrar a una tía ―política― recientemente desaparecida de manera inexplicable de su domicilio en Nueva York.
A un mismo tiempo, complicándole su ya de por sí complicada vida, pero llenándole de renovadas esperanzas, su ex-novia, Gia, quien, contra los deseos de Jack, terminara tiempo atrás con la relación no precisamente en los mejores términos al descubrir su verdadera ocupación, vuelve a ponerse en contacto con él, pidiéndole ayuda para encontrar a una tía ―política― recientemente desaparecida de manera inexplicable de su domicilio en Nueva York.
Mientras Jack investiga
ambos asuntos, aparece una nueva línea en el libro con la historia
del capitán de fusileros sir Albert Westphalen, destinado en
1857 con un pequeño destacamento a la región india de Bengala,
y que vive con la terrible carga para su «honor» familiar de
arrastrar graves problemas financieros debidos al juego. A pesar de
todo el tiempo transcurrido desde entonces, en medio de secretos
familiares, mentiras, engaños y venganzas largamente anheladas,
todos los casos parecen encontrarse casualmente relacionados, aunque
sólo fuera porque el capitán y la desaparecida pariente de Gia
comparten un mismo apellido.
Jack no es
precisamente un «reparador» de electrodomésticos y su nombre no se
encuentra en el listín telefónico. Él se dedica a arreglar
«problemas», a solucionar injusticias de forma bastante terminal.
Amante del cine clásico, sobre todo del de terror, de los muebles y
los juguetes antiguos, vive obsesionado por ciertos hechos de su
pasado y ha encontrado una válvula de escape a la vena violenta de
su personalidad en su trabajo. Un trabajo que le permite dar rienda
suelta a las «justas» venganzas de otras personas sobre aquellos
que les han agraviado de manera injusta y deshonesta. Es un hombre
que vive absolutamente al margen del sistema y, casi, de la sociedad,
sin tarjeta de la seguridad social, sin cuentas corrientes, sin
tarjetas de crédito, sin contratos, sin pagar impuestos… para
cualquier agencia gubernamental es un hombre que no existe.
Presentado como el típico anti-héroe, duro y asocial, en el transcurso de la novela, conforme su historia pasada y sus personal sentido ético y moral va saliendo a la luz, Jack se irá quitando de encima la etiqueta de «anti» para adquirir en toda su dimensión el papel de «desface entuertos» dedicado a ayudar a la gente allí donde la justicia no termina de llegar. Una especie de Equipo A de un solo hombre, aunque sin problemas para eliminar permanentemente a aquellos que causan algún mal a víctimas inocentes.
Presentado como el típico anti-héroe, duro y asocial, en el transcurso de la novela, conforme su historia pasada y sus personal sentido ético y moral va saliendo a la luz, Jack se irá quitando de encima la etiqueta de «anti» para adquirir en toda su dimensión el papel de «desface entuertos» dedicado a ayudar a la gente allí donde la justicia no termina de llegar. Una especie de Equipo A de un solo hombre, aunque sin problemas para eliminar permanentemente a aquellos que causan algún mal a víctimas inocentes.
Las investigaciones del
Reparador le llevan a adentrarse en una inquietante historia de
misterio y suspense, de criaturas ancestrales, de horror y aventura,
con un trasfondo entre histórico, religioso y mítico a través de
la interesante aportación del culto a Kali. El autor se toma
su tiempo para presentar satisfactoriamente a los personajes y
plantear la trama, construyendo con mimo la historia, una historia
donde la rueda del karma tiene mucho que aportar. El McGuffin
del collar, sin abandonar en absoluto el relato, pronto da paso a una
intriga mucho mayor, con eslabones que conducen hasta un pasado
mítico y a una India colonial donde sangrientos hechos llevarán a
inevitables y trágicas consecuencias en el presente. Tras esta
necesaria introducción, si en La fortaleza el autor
sugería más que mostraba, aquí las criaturas sobrenaturales, los
rakoshi, van a encontrarse presentes en primer plano, cargando
de inmediatez y tensión la trama y, sin embargo, permaneciendo tan
cautivadores y misteriosos como en la primera. Extraños y
perturbadores, el horror de su concepción va a golpear más de una
mente, dejando aún así mucho de ellos en la sombra.
El autor mantiene un
acertado equilibrio entre todas las líneas, desvelando detalles e
información en cada una de ellas según van necesitándolo las
demás, apoyando las unas en las otras y manteniendo un ritmo
constante sin perder en momento alguno el impulso del relato. Los
múltiples misterios se van sucediendo, enredándose y convergiendo
de manera muy efectiva. Con esta superposición de tramas Wilson
consigue que el lector sepa más de los antecedentes y del misterio
de lo que sabe el principal protagonista, creando una mayor tensión
al anticipar en su mente los posibles peligros y desenlaces, y
haciéndole consciente de la falibilidad de un personaje que de otra
manera hubiera podido, sin esta «humanización», convertirse
fácilmente en el simple prototipo de típico héroe de acción. Así,
el autor trabaja tanto el escenario como el desarrollo emocional de
los protagonistas, sobre todo Jack, pero también Gia, de
quien es fácil sentir el desgarro interior que toda la situación le
provoca, creando una empatía que refuerza la implicación en la
lectura. Si bien otros personajes no se encuentran caracterizados tan a fondo, lo cierto es que todos alcanzan un buen registro.
Y es que una de las
virtudes de la obra es el realismo impreso en la narración,
introduciendo el elemento sobrenatural de una manera absolutamente
paulatina y acertada, haciendo que los personajes se enfrenten a ello
con un natural escepticismo que va dando paso luego a una horrorizada
aceptación de forma que el lector encuentra muy sencillo suspender
la incredulidad e introducirse en la trama. El insidioso «mal» es
introducido de una manera más que justificada, planteando un
«villano» plenamente humano, con numerosas «capas», que en una
lectura con varios niveles hace reflexionar sobre el concepto de
justa retribución y lleva a cuestionarse, aunque de alguna manera
parezca meridianamente claro, quién es el auténtico culpable de
toda esta situación. El elemento fantástico hace finalmente
irrupción, pero desde un punto de vista casi lovecraftiano. Y es que
Jack no es un mago ni un brujo ni tiene ni ha tenido absolutamente
ninguna conexión con poderes mágicos, pero deberá aceptar aquello
que su investigación le muestra y enfrentarse con entereza a un
horror primigenio. Es un hombre que, cara a cara con lo imposible,
decide tomar la sartén por el mango y hacer lo que mejor sabe hacer,
sin plantearse siquiera el abandono. La trama va acelerando entonces
en un crescendo que no puede cerrarse sino en un final explosivo,
lleno de mucha más acción que todo el resto de la novela.
Cabe llamar la atención
sobre las magníficas, por «sencillas»
y a un tiempo llamativas, portadas de la edición de Alamut,
con esas banderas, nazi la del anterior volumen, estadounidense la de
este, rasgadas por unas amenazadoras garras, dejándose intuir detrás
al monstruo de pesadilla. Unas portadas que «unifican» la serie más
allá de la presencia de ese «adversario» todavía no realmente
desvelado como tal. Y un aplauso también para la elección del
título; ese Rakoshi que tan bien sienta a la novela ―y que
además según él mismo comenta era la primera elección del propio
autor―, en vez de ese La Tumba ―The Tomb,
impuesto por el editor original― que no llega a aparecer en momento
alguno de la narración ―un templo, sí, pero lo que es una
tumba…―. No sé cúal de las dos series tengo más ganas de
seguir leyendo, pero espero que Alamut al menos nos ofrezca
alguna de ellas.
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Reseña de otras obras del autor:
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