miércoles, 16 de julio de 2014

Reseña: Máquinas del tiempo

Máquinas del tiempo.

Nina Allan.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Fábulas de Albión / Nevsky Prospects. Madrid, 2014.Título original: The Silver Wind. Traducción: Carmen Torres y Laura Naranjo. Prólogo: Sofía Rhei. 201 páginas.

Ya sólo por su «envoltorio», por la magnífica edición con la que Nevsky / Fábulas de Albión ha «vestido» este libro ―esa cubierta de cartulina de tacto granulado, cual papel acuarela en el que se plasma la simbólica y hermosa portada―, dan ganas de palparlo y de leerlo. Pero lo mejor está dentro. Máquinas del tiempo es una «recopilación» de cinco relatos ―o cuatro más un epílogo― «independientes» que, sin embargo, se van entrelazando y superponiendo a través de detalles discordantes y de nombres compartidos que, junto a un sustrato metafísico común, dotan al conjunto de una atmósfera onírica y surrealista, y que sólo obtienen su significado más pleno al ser leídos en conjunto. Un cubo rojo para ir a la playa, un anillo con un ópalo, una amiga que reside en Australia, el Hombre del Circo y su bastón de ébano con cabeza de águila…Y los recurrentes relojes, las máquinas del tiempo del protagonista. Quizá lo más deseable sería llegar «virgen» a su lectura, sin ideas preconcebidas, sin saber realmente de lo que tratan o de qué versan estas historias. Pero también es bueno estar advertido ante una lectura tan subyugante como desconcertante. Una lectura sobre tiempo interrumpido, paradojas y realidades alternativas.

Martin Newland es un tipo fascinado no tanto por el tiempo en sí, sino por su «maquinaria», por su funcionamiento y recovecos, por la posibilidad de recuperarlo, y por lo que el mismo significa para las personas. Obsesionado hasta cierto punto por los relojes que han marcado momentos decisivos de su vida, la investigación en torno a su origen y construcción le llevará a descubrir cosas sobre sí mismo y sobre la naturaleza del tiempo que no podía imaginar

La autora propone un juego de realidades paralelas, de tiempos convergentes, de personajes recurrentes que cambian significativamente de un relato a otro, avatares que comparten nombre, pero no las mismas experiencias vitales ni la misma biografía. Como el efecto del paso del tiempo y la lejanía sobre los recuerdos, unos relatos difuminan los otros, los matizan, le dan un significado que antes muy posiblemente no tenían. Dora es tanto amada hermana, centro de la historia, soporte vital de la pasión del protagonista, como simple amiga, una aparición vista y no vista, después de cumplir su tarea. Pero también está Stephen, hermano de un Martin sin ninguna hermana, o amigo de una conocida. El tío Henry, y las «tías» Myra y Judith, aparecen varias veces pero su papel no es concordante. El siniestro Hombre del Circo, es luego Andrew Owen y más adelante Owen Andrews, para terminar disociando su nombre en dos, creador y personaje. Como un palimpsesto, cada historia se «reescribe» sobre la anterior, matizando el mensaje, jugando con la percepción del lector, con sus prejuicios y con las cosas que da por sentadas.

El primer relato, El carro alado del tiempo, intencionadamente escandaloso con cierto tema tabú en las relaciones amorosas, se podría considerar totalmente realista. A través de dos puntos de inflexión profundamente marcados, el momento en que su tío Henry le regala un Longines al cumplir 18 años y el luctuoso suceso que acaece a su hermana, Martin tiene que enfrentar la inmisericordia del tiempo. Un padre ausente, un tío generoso, una madre severa, la desintegración de su familia…plantean el fin de una época y de todas las ilusiones creadas, dejando quizá su vida en suspenso.

El guardián de mi hermano, que presenta la presencia de un fantasma en una historia por otra parte de corte familiar, produce una sensación de desconexión con la anterior, de alteridad, con la introducción de un mínimo toque sobrenatural en la presencia de su perdido hermano Stephen. El lector empieza a darse cuenta de la presencia de piezas disonantes. Aquí, es en su decimocuarto cumpleaños cuando Martin recibe como regalo un reloj, un Smith, de manos de sus tías Judith y Myra, y descubre cosas sobre sí mismo que no esperaba. Es esta una historia de descubrimiento, de revelación de secretos, de dolor y culpa.

Pero no es hasta el tercer relato cuando el elemento fantástico irrumpe de forma imparable, y entonces el lector confirma que cada una de estas historias manifiesta una faceta diferente de Martin, un universo alternativo, una realidad paralela. El Viento Plateado, es, sin duda, el «corazón» del libro ―además de dar título al original en inglés―, y no sólo por introducir el tourbillon, el dispositivo que debería permitir controlar el tiempo, sino porque se empiezan a descubrir las claves para entender los demás. Entre la ucronía y lo distópico, presenta una Inglaterra con un gobierno totalitario profundamente racista y altamente militarizado, y una sociedad entregada, resignada, derrotada ante el signo de los tiempos, que prefiere el «mal menor» ante una amenaza exterior ―e interior―. La búsqueda de un renombrado relojero, Owen Andrews, que antaño trabajara en un proyecto secreto gubernamental sobre la manipulación del tiempo, va a complicarle la vida de forma catastrófica a Martin, viudo desconsolado, dando un giro que no se esperaba. Allan deja caer cuestiones sobre el amor, la pérdida y la imposibilidad de recuperar lo que el tiempo se llevó, a la vez que invita a buscar cualquier asomo de felicidad aunque sea disfrazada de conformismo. Una historia triste, desesperanzada que da cuenta de las posibilidades de una ciencia ficción cercana con un punto de terror.

En el último relato como tal, Cuerda, el punto de vista se centra más en Miranda, esposa fallecida en el anterior, y objeto aquí del enamoramiento de Martin. Aparece de nuevo la figura dominante del enano relojero, tal y como fuera en los recuerdos de antaño, en lo que quizá se antoja otra existencia. Con todas las piezas en la mano, como ante un rompecabezas, se debe enfrentar a la recuperación de un tiempo perdido, aunque nada podrá ser nunca del mismo modo que fue.

Cierra el volumen Cronologías: Epílogo, con un evidente contrapunto metaliterario, donde el protagonista hasta el momento, Martin, ni siquiera aparece. Otros hermanos, otro reloj, otro espacio y tiempo compartido o no con los anteriores ofrecen una nueva luz, o acaso tan sólo distinta, sobre los cuatro relatos precedentes; una pequeña promesa de que la felicidad es posible, pero tan sólo para aquellos que toman las riendas de sus vidas, sin delegaciones, y fuerzan que las cosas vayan bien. Se intuye un bucle, una vuelta cíclica, cerrando pero no explicando los misterios del tiempo. Como un estudiado mecanismo, como los engranajes del reloj, las historias van encajando conformando un todo cuyas partes no «funcionarían» igual de bien por separado.

Son cuentos que, indudablemente, se pueden leer de forma independiente, pero que entonces «dicen» mucho menos que juntos. Colectivamente, siguiendo los patrones, las coincidencias y divergencias, se potencian los unos a los otros. Se trata de historias con un carácter acumulativo, que «crecen» con la interacción cruzada. Sueltas son meras constataciones de las vidas de los personajes, esbozos interesantes, pero no impactantes. Unidas conforman un gran lienzo sobre la vida y las decisiones vitales, un andamiaje que sustenta un complejo entramado de mundos paralelos, realidades alternativas y donde las diferentes líneas de tiempo se entrelazan ofreciendo una meta-trama que da fuerza al volumen. Individualmente son golpes de vistosos colores, juntas un gran cuadro que atrapa visualmente la mente y la sugestión, obteniendo entonces todo su significado.

Historias que cobran sentido en la plasmación, implacable y palpable, que la autora presenta de los sentimientos implicados en la búsqueda de Martin: la derrota ante las oportunidades desaprovechadas, la pérdida, la ausencia, la imposibilidad de recuperar lo pasado o de retener lo que se ha ido, la memoria y sus malas pasadas, los recuerdos no tan imborrables como quizá se suponga, el amor y su ausencia, la familia, la esperanza, el desconcierto, el miedo, el olvido, la nostalgia, los remordimientos… Y Allan lo hace mediante el método de ofrecer una cotidianidad que se ve quebrada por lo extraño. Las casualidades, las desgracias, los encuentros fortuitos juntan o separan a las personas, creando hilos que se ramifican. Ciertos puntos hacen divergir las existencias, giros y elecciones que dan lugar a una existencia y no a la otra. ¿Puede seguir siendo una persona la misma si las circunstancias que moldean su vida varían sustancialmente? Cuando aquello que le hizo actuar de una determinada manera nunca ha tenido lugar, ¿van su vida y sus actos a producir el mismo futuro?... No hay respuestas aquí ―o tal vez más de las que podría pensarse―.

Máquinas del tiempo es una experiencia de lectura sugerente, a veces desconcertante, a veces exigente, intrincada, exacta como el mecanismo de un reloj, difusa y extraña como el tiempo, inexplicable e intrigante como los buenos misterios. Cinco versiones de la realidad, sin un final obvio, sin un cierre, meras posibilidades entre otras muchas, cuestiones sin respuesta, paradojas sin explicación. Tic tac. Tic tac. El reloj desgrana las existencias.

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