Félix J. Palma.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Plaza & Janés. Barcelona, 2014. 666 páginas.
Tras El mapa del tiempo, en que el autor ofrecía un rendido homenaje a La máquina del tiempo de H. G. Wells, y El mapa del cielo, en que hacía lo propio con La guerra de los mundos, en esta tercera entrega de la Trilogía Victoriana, Félix J. Palma sumerge la trama en una muy particular revisión de El hombre invisible, cerrando además líneas de las dos anteriores que ni siquiera se sospechaba que siguieran abiertas, dando respuesta a cualquier hilo que pudiera parecer que se había pasado por alto. Una historia de amor que trasciende la muerte mientras el universo, el multiverso en realidad, se enfrenta a la mayor amenaza que pudiera imaginarse. Dentro de un escenario victoriano, lo cierto es que el autor factura una novela de pura ciencia ficción, casi hard, combinando referencias a mundos alternativos, viajes en el tiempo, toques steampunk, autómatas, mediums y referencias cuánticas. Un cierre perfecto para una trilogía temática, cuyos libros pueden ser leídos independientemente, incluso desordenados, ya que sus tramas no se continúan de un volumen a otro, sino que se solapan, se superponen y se complementan de formas fascinantes y harto difíciles de explicar. Eso sí, siempre lo más recomendable será empezar por el principio y terminar por el final, porque aquí se desvelan, y se requieren, detalles importantes de las dos anteriores, destinos que es mejor conocer en el orden preciso. Y si una hermosa historia de amor encierran estos libros sin duda es la de la declarada admiración de Palma por Wells y por toda una forma de hacer y entender la Literatura.
En un mundo donde la ciencia y sus desarrollos son una auténtica —y única— religión, un mundo victoriano lleno de maravillas como barcazas aerostáticas, ornitópteros y cabriolés flotantes, de serviciales autómatas o de los pequeños Nautilus de Industrias Verne, un mundo, no obstante, condenado a la desaparición, Herbert George Wells y Charles Lutwidge Dodgson son dos científicos que luchan porque sus ideas para salvar su realidad sean las elegidas por la Iglesia del Conocimiento para recibir los fondos del proyecto «Salvación de la humanidad» y evitar la futura extinción de la especie humana. Uno postula el uso de un suero, una especie de virus, que inoculado en las personas les permita dar saltos entre las realidades; el otro propone la creación de un pequeño agujero cuántico que permita el tránsito hacia otros mundos. La carrera contra el tiempo comienza, pero, como bien dice el lema - mantra que se repiten los habitantes de aquella realidad alternativa: «el caos es inexorable».
La novela mantiene una estructura común con las dos anteriores. Dividida en tres partes, en que la primera y la segunda siguen líneas algo diferentes, para unificarse en la tercera, la más intensa, interesante y emocionante sin duda. Es esta una obra que mantiene en todo momento un nivel de detallismo que puede llegar a abrumar e, incluso, desconcertar a quien no tenga todas las claves necesarias. Es una lectura exigente, que requiere de paciencia, atención y dedicación. Personajes ficticios, como el millonario Murray o el inspector Clayton, comparten páginas con personajes históricos como Arthur Conan Doyle o Lewis Carroll y el propio Wells y su esposa Jane. De hecho los homenajes más evidentes, tras El hombre invisible, son dedicados a Sherlock Holmes con El sabueso de los Baskerville como referencia principal, pero no única, y a Alicia en el País de las Maravillas. Algo que hace, si no imprescindible sí muy recomendable, conocer previamente las obras a las que hace mención, permitiéndole así entrar a fondo en el juego del autor al imbuir al texto de multitud de referencias cruzadas. Es cierto que toda la novela —la trilogía al completo— se puede disfrutar sin haber hecho lo propio con aquellas otras, pero la verdad es que el nivel de implicación y satisfacción final nunca podría ser el mismo de quien sí ha acompañado a Holmes y Watson en sus casos, ha sentido el escalofrío del aullido de la criatura fantasmal en los tétricos páramos, ha presenciado la caída de las cataratas de Reichenbach..., o de aquel que ha caído por el agujero de la madriguera del conejo o ha entrevisto formas inexplicables y ha cruzado al otro lado del espejo.
Palma hace gala de una ejecución brillante, con muchos flecos que reunir y conjuntar, muchos personajes saltando de un lado a otro y encontrándose consigo mismos, muchas piezas que encajar en un laberinto tridimensional que abarca tanto el espacio como el tiempo. En definitiva, la de El mapa del caos es una trama, varias tramas, cualitativamente más compleja que la de las anteriores —que no se podían calificar precisamente de «sencillas»—. Y es, de hecho, esa complejidad, que conlleva cierta pérdida de frescura, la que puede «lastrar» el comienzo de la aventura, antojándose por momentos un tanto lento y en exceso expositivo —sobre todo en ciertas reuniones y diálogos—. El autor va dejando caer de forma aparentemente aleatoria muchas de las mentadas piezas, piezas que solo mucho más adelante terminarán encajando sin fisuras para revelar la imagen completa que tenía en mente. Así el lector se enfrenta a una forma de narración que pudiera dar una impresión inicial de cierta dispersión; impresión magnificada por ciertas líneas narrativas que parecen no tener ninguna relación con la trama general —buena parte de las investigaciones de Clayton sobre cierta «bestia», por poner un llamativo ejemplo— hasta que, al final, obviamente la tienen. Hasta cierto punto se crea una insidiosa sensación de estar volviendo sobre ciertos pasos y acumulando vivencias, sin vislumbrar un destino definitivo, pero entonces Palma tensa firmemente las riendas del relato y lo lanza a una carrera desenfrenada, siempre con la amenaza del fin del mundo, de los mundos, pesando sobre los protagonistas. Toma aire, encauza y reúne todos los afluentes que ha ido dejando fluir tan libremente, y construye un final tan intenso como emotivo —y pleno de esa acción que de alguna manera hasta entonces se había escatimado—.
El mapa del caos, toda la Trilogía victoriana en realidad, con pequeños altibajos, es un magnífico ejercicio de escritura, con ese tono algo decimonónico y folletinesco, preciosista y puntilloso, que tan bien sabe impostar Palma y tan bien le sienta al relato. Con un ritmo dilatado, que se toma su tiempo para alcanzar sus objetivos sin dejar nada al azar, con una prosa rica, aunque algo engolada, y un narrador omnisciente y omnipresente que no duda en interpelar directamente a su público llegando a transmitir una sensación de familiaridad y complicidad, y de de quien por fin se conocerá la identidad, el autor conforma todo un homenaje metaliterario, incluso con un libro dentro de un libro, a la vida y obra de H.G. Wells y a todo una forma de creación literaria, ofreciendo unas maravillosas e imaginativas aventuras situadas en un tiempo en que la tecnología empezaba a despuntar con promesas de maravillas futuras, el orbe todavía ofrecía misterios por resolver y lugares ignotos por explorar, cuando parecía posible traspasar el velo de la muerte y comunicarse con los espíritus, y el mundo era un lugar más grande y en el cabían muchos sueños por soñar. Un mundo donde la pérdida del ser querido no significa un final definitivo, sino el comienzo de una carrera por volver a encontrarse. Y, en efecto, hay un mapa para enfrentarse al caos en que nunca termina de convertirse esta novela.
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Reseña de otras obras del autor:
2 comentarios:
La verdad es que aún no entiendo cómo no los he leído ya, especialmente este porque El hombre invisible es mi preferida de las tres.
¡En fin! Muchísimas gracias por la reseña, que además quería decirte que he estado curioseando por aquí y se agradece mucho encontrar lectores de ciencia ficción tan fieles :)
Hola Ague, bienvenida al blog y gracias por comentar ;-)
Para leer este libro tienes que tener en cuenta que no es una versión o reescritura de "El hombre invisible", sino un homenaje muy particular, y sentido, a Wells. En ese sentido la trama es totalmente oiriginal, lo cual pienso que también es algo de agradecer.
Espero que si los lees los disfrutes tanto como yo.
Saludos
Santi
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