Ann Leckie.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2015. Título original: Ancillary Justice. Traducción: Victoria Morera. 415 páginas.
Es cierto que el sistema de selección de candidatos para alguno de ellos está actualmente cuestionado, pero el hecho de haber recibido tantos galardones —Hugo, Nebula, Arthur C. Clarke, Locus y BSFA …— hace de ésta una novela de debut que muy posiblemente deba ser leída —aunque solo sea para hacerse una opinión cabal y propia de si merecía tal reconocimiento o no— por cualquier lector interesado en lo que se cuece hoy en día en las cocinas de la ciencia ficción anglosajona. Se trata de una novela de ambiciosa concepción que navega dentro de las costas de un space opera familiar —hay resonancias de la magnificencia y las naves del Banks de la Cultura o de las estructuras espaciales de Neil Asher entre sus páginas, pero también del Vance lleno de exotismo y aventura creador de civilizaciones planetarias fascinantes, del Delany con «veleidades» lingüísticas de género o de la LeGuin con más profundidad y gusto por los detalles de contenido social—, al que suma ecos de la tragedia clásica, el thriller de intriga y un refrescante uso de la Inteligencia Artificial supeditada, o quizá no, a los intereses humanos. Leckie, en efecto, no deja indiferente con su primera obra larga, aunque en su propia ambición lleve asociado también su propio peligro, encontrándose en ocasiones a punto de verse superada por la intencionada complejidad de su «criatura».
La novela se encuentra dividida en dos líneas temporales: el hoy y el pasado que ha llevado hasta tal presente. Mediante una estructura que se sirve de la alternancia de capítulos, el lector va a asistir a una historia de enfrentamientos y conspiraciones que afectan a todo un imperio galáctico. Al inicio del relato la soldado Breq se encuentra embarcada en una ardua misión personal, encontrar a la persona que podría darle la llave para derrotar a la causante de su caída. Y es que antaño Breq era la Justicia de Toren, colosal crucero de batalla sede de una IA distribuida a su vez por miles de cuerpos «auxiliares» —cadáveres preservados criogénicamente a los que se les «instala» una conexión con la IA—, independientes pero interconectados cual apéndices entre ellos por esa «mente-colmena» común a través de la que comparten experiencias, memorias, pensamientos, sentimientos y órdenes. Y a su vez era la Unidad Esk Uno, una de las muchas «auxiliares» de una de las decurias de la nave destinada a servir como parte de las fuerzas invasoras y coloniales en el planeta Shis’urna, donde empezará a ser testigo de unos hechos que cambiarán irrevocablemente su existencia. De forma meticulosa la trama del pasado irá desvelando cómo Breq llegó a su actual situación de «individualidad», mientras en su avance presente tendrá que ir lidiando con las trabas que surgen de un mundo que de alguna manera le resulta ajeno y extraño después de su larga experiencia como auxiliar. Así, entre tropiezos, enfrentamientos y maquinaciones varias, cada línea temporal aporta luz y entendimiento a la otra, potenciándose y complementándose hasta formar finalmente el tapiz en su plena y colorida totalidad.
Narrada en primera persona, desde los puntos de vista de Breq y de la Justicia de Toren, la trama se desarrolla dentro del Radch, un imperio espacial humano que ha convertido en su continua expansión en su única forma de subsistencia. Regido de forma totalitaria por la Lord del Radch, Anaander Mianaai, y su conciencia repartida por multitud de cuerpos, el imperio, enfrentado a una civilización alienígena más potente y arrogantemente superior, se encuentra en una encrucijada envuelta en un periodo de cambios forzados. Entre otras disquisiciones, las naves militares del imperio y sus Inteligencias Artificiales comparten la conciencia de sus tripulaciones, esos cuerpos usados como apéndices para las más diversas tareas, pero ahora el uso de las auxiliares se ve cuestionado como una reminiscencia de la barbarie de tiempos pasados, y se favorece el uso de tripulaciones humanas, aunque muchas naves se resisten a descartarlos dada su gran utilidad.
Esta voz narradora, no fiable del todo, perteneciente a una IA y a uno de sus cuerpos, hace que en algunos momentos el relato se torne algo «impersonal» y distante. Un efecto perfectamente plasmado en las escenas que muestran los puntos de vista simultáneos de las «auxiliares» dispersas por los distintos lugares de interés y, sin duda, buscado conscientemente por Leckie para destacar lo «ajeno» de su protagonista y su evidente evolución como ente humano «independiente» cuando deja de formar parte de la Justicia de Toren y pasa a ser, simplemente, Breq, forjándose una personalidad propia lejos de las directrices de la IA. La autora apuesta por un enfoque que de alguna manera evita la empatía del lector con la protagonista a cambio de potenciar el exotismo y grandiosidad de la propuesta.
La trama aventurera y de intriga que sustenta el relato, con sus dosis de acción y de reflexión, no es impedimento, más bien al contrario, para que Leckie presente una buena cantidad de temas para la reflexión. Junto a una evidente denuncia del colonialismo, el imperialismo y el totalitarismo, y a través de múltiples actuaciones y ejemplos, surge el dilema ético sobre la obediencia ciega a los «superiores» o la rebelión ante órdenes injustas cuando el castigo puede representar el final para uno mismo. Tanto la protagonista en sus distintas encarnaciones, como otros de los personajes secundarios, se verán en la tesitura de tomar decisiones que enfrentarán sus principios con sus circunstancias personales, teniendo que valorar el precio a pagar y las consecuencias morales derivadas. Y no siempre será fácil en absoluto.
La desconexión de Breq de la IA y su individualidad posterior, sirven a la autora para profundizar en el tema de la personalidad y el sentimiento de identidad propia, del «yo» independiente y único. Sin que ella misma sea consciente, sin duda, no es la misma persona que era siendo la Justicia de Toren y es interesante ver cómo hasta su forma de pensar o de ver el mundo van siendo modificadas por el entorno y por la influencia, positiva o negativa, de aquellos con los que va interactuando en su periplo.
Igualmente sugerente es el modelo social imperante en el Radch: el clientelismo que podría ser asimilable a ciertas prácticas medievales o del Imperio Romano —imperio con el que guarda ciertas similitudes por otra parte—. Dotado por el relato de cierta cualidad distópica, el radchaai, a pesar de toda su expansión y férreo dominio sobre los planetas bajo su dominio, de su estricta jerarquía, de su implacable vigilancia sobre los ciudadanos…, es un imperio herido, un gigante con pies de barro que mira con desprecio al resto de mundos humanos tachándolos de incivilizados y poco dignos, bárbaros a sus puertas a los que debe asimilar, pero que se encuentra inmerso en una serie de subterráneas maniobras políticas que serían de difícil asimilación por parte de su sociedad.
Mención aparte merece la no distinción ni discriminación biológica entre sexos que lleva también al uso en el lenguaje del Radch tan sólo del género femenino, una circunstancia que además carga de ambigüedad e intencionada «confusión» ciertos pasajes de la novela, dado el choque cultural de la protagonista, y que llevan a cuestionar los constructos mentales —y ciertos prejuicios asociados— forjados en sus usuarios por cada idioma particular Una intencionalidad y un juego lingüístico que sin duda habrá dificultado la tarea de su traslación a nuestro idioma, pero que la traductora supera con solvencia.
Quizá por ser la primera obra larga publicada por la autora la novela presenta un ritmo un tanto irregular, con algo de desequilibrio entre las líneas de pasado y presente, con algunos fallos narrativos y un par de «trucos» algo tramposos muy propios de una novela de debut. En una primera fase de «construcción del mundo» Leckie se dedica a integrar, evitando la exposición directa, muchos datos en la acción a modo de puzzle que el lector debe ir componiendo con cierta paciencia, para ir acelerando hasta alcanzar un segundo «paréntesis» que lleva a un final álgido y revelador que lo deja todo preparado para la segunda entrega de la trilogía. Particularmente, hay cierta lentitud, mientras se van sentando las bases del relato, se presenta el escenario y a los principales «actores» y se plantea el «rompecabezas», que no me molesta en absoluto, pero que a algunos lectores puede sacar sin duda de la lectura ante la falta de respuestas o avances significativos.
Justicia auxiliar ofrece una space opera que mezcla el thriller de intriga y la descripción de diferentes culturas galácticas para sostener una historia de traición y venganza. Exóticas civilizaciones galácticas, alienígenas intrigantes, divergentes culturas planetarias con costumbres e idiosincrasias plenamente autóctonas, naves autoconscientes, IAs que controlan multitud de cuerpos «auxiliares», armas de poder destructivo inimaginable, estaciones espaciales y una «mujer» que descubre un secreto que la supera e intenta hacer lo correcto quizá por los motivos equivocados. Si es una novela merecedora de tantos galardones recibidos cada lector deberá decidirlo —y existen disparidad de opiniones sobre ello—, pero yo, que suelo estar «peleado» con los premios, puedo decir que he disfrutado con el tono entre clásico y moderno del relato y que, sin duda, estoy deseando la publicación de la segunda entrega, Ancillary Sword.
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