miércoles, 16 de diciembre de 2015

Reseña: La máquina del tiempo

La máquina del tiempo.

H.G. Wells.

Reseña: Santiago Gª Soláns.

Cátedra. Col. Letras populares # 19. Título original: The Time Machine. Traducción: Javier Fernández y Ana Belén Ramos. 189 páginas.

Wells en su momento marcó con esta obra un punto y aparte en los relatos de viajes en el tiempo, basando el suyo en teorías científicas con un halo tecnológico dejando atrás el elemento de fantasía que había primado hasta entonces. Como la mejor ciencia ficción debiera hacer, utiliza un ropaje tecnológico, por mucho que no se explique en absoluto su funcionamiento, para especular sobre el futuro e indagar en la naturaleza humana, proyectando las tendencias de su presente hacia un hipotético modelo de sociedad del que pudieran derivarse. Cátedra ofrece una nueva edición anotada de un clásico del que afortunadamente no han faltado traducciones hasta el momento, añadiendo el plus de una Introducción crítica para poner en situación la obra, el autor y su tiempo. Una obra de aventuras que versa sobre la evolución humana, física y social, y sobre el destino, con una fuerte carga filosófica y política, y un mensaje que sigue hoy tan vigente como entonces.

La presente edición se abre con una extensa Introducción a cargo de Javier Fernández, donde el lector va a encontrar una ilustrativa semblanza sobre la vida de H.G.Wells, sus comienzos y la forja de sus ideas; su autoeducación y las complicaciones que tuvo para iniciar su camino literario, entre otras muchas curiosidades. Y hay también un análisis de la propia obra, un análisis que muy adecuadamente se recomienda a los neófitos la posibilidad de que lo lean a posteriori de la propia novela, pues si no se corre el riesgo de ver «destripada» la mayor parte de la trama. Un análisis, no obstante, enormemente interesante y esclarecedor sobre las intenciones, confirmadas o no, de Wells al escribir la obra, y un intento de explicación del mensaje que el autor pretendía transmitir al plasmar tan inquietante futuro, donde un primer contacto de lo más bucólico encierra una terrible realidad.

El Viajero Temporal, pues por ningún otro nombre es mencionado el protagonista, reúne en su casa a una serie de amigos y conocidos, descritos en su mayoría tan sólo por su profesión, para una cena. Allí, narrado desde la óptica privilegiada y en primera persona de uno de los comensales, les pone en antecedentes sobre sus teorías, maqueta incluida, sobre las posibilidades del viaje en el tiempo. Una semana más tarde, con el grupo con un par de cambios e incorporaciones convocado para otra cena, todos ellos asisten a la entrada en el salón de su casa del Viajero exhausto, hambriento y desaliñado. Después de lavarse y comer, el protagonista empieza a relatarles su aventura en el futuro, cambiando entonces la historia el punto de vista narrativo a la primera persona del propio Viajero, quien les desvelará que ha viajado al año 802.701 d.C. y les describirá sus experiencias en un futuro no tan utópico como en un inicio se le antojase.

Dada la amplitud de adaptaciones cinematográficas —de mayor o menor fidelidad—, es difícil que el nuevo lector llegue a la lectura de La máquina del tiempo libre de preconcepciones sobre la obra, sobre todo muy posiblemente acerca del contenido de «acción» de la misma, ya que, dentro de su existencia, es de mucho menor intensidad que la ofrecida por los habituales blockbusters hollywoodienses —y cuánto más reciente es la película mayor distancia hay con la narración más bien aséptica, que no desapasionada, del Viajero Temporal—. Sí que están ahí, por supuesto, las ya famosas dos razas de la humanidad: los despreocupados y hermosos Elois y los subterráneos e industriosos Morlocks, y la inquietante relación que existe entre ambos pueblos.

La primera persona de ambos narradores permite al autor introducir en el relato los pensamientos y reflexiones sobre todo lo que se va describiendo, incluyendo ciertas cuestiones de carácter político-filosóficas, matizando las observaciones y profundizando en el sentimiento de extrañeza e, incluso, incredulidad ante parte de lo narrado. Wells plantea un futuro desolador, con una civilización en ruinas, ofreciendo diversas teorías de los motivos que han llevado hasta allí conforme el Viajero va profundizando en sus conocimientos y formulando sus propias elucubraciones. La carga político-metafórica es evidente y profunda, acorde a los tiempos victorianos en que fue escrita, en un momento en que los avances tecnológicos empezaban a demostrar sus evidentes ventajas, pero también sus peligros de cara al trabajo productivo. Un mundo que comenzaba a industrializarse y donde la fractura entre clases sociales, entre ricos y pobres, se hacía cada vez más grande y evidente. Una fractura que, liberada de los debidos controles, podría llegar a producir especies diferentes.

El Viajero de Wells se muestra ante los ojos de un lector del siglo XXI un tanto «inocente», no tan resabiado como seguro sería uno actual. Inteligente y un tanto soberbio, se muestra bastante ingenuo, despreocupado y descuidado en su primer contacto con el futuro, dejando de lado cualquier tipo de prevención y precaución para garantizar su viaje de vuelta, algo que de entrada le va a costar un buen disgusto. A través de sus ojos de explorador, de sus descripciones y las conclusiones que va extrayendo a cada paso se va creando la extraordinaria atmósfera de la novela, pasando de forma paulatina de la inicial percepción de un paraíso sin mácula a un infierno sin remedio. Hay un mundo hedonista y un mundo tecnificado, pero ambos carecen de alma. La utopía lleva al estancamiento, la perfección lleva a una vida vacía y sin sentido. Pero su contrapartida tampoco es la solución, y es en el equilibrio donde el Viajero va a creer encontrar la salida hacia una correcta evolución. Una evolución que sin competencia, sin conflicto, limita todo progreso y se convierte en involución.

Desde la óptica de ese lector moderno es muy posible que la prosa de Wells adolezca de cierto engolamiento en sus descripciones y de lentitud en la acción, muy al gusto victoriano no es una novela vertiginosa, pero sí muy entretenida, y se deja leer con agrado y complacencia, siguiendo muy vigente hoy en día, tanto literaria como filosóficamente. Permanece plena de sentido de la maravilla —y mantiene un final asombroso, de lo mejor y más impactante de la ciencia ficción de cualquier tiempo—, de aventura y de carga reflexiva.

El autor refleja a la perfección la imposibilidad de total entendimiento, de alienación, de un viajero del siglo XIX hacia un futuro tan lejano como inaprensible. El Viajero tiene que cambiar sus pensamientos y teorías sobre el futuro conforme nuevos datos van modificando sus deducciones, enfrentando sus propios prejuicios e intentando interpretar todo lo que encuentra según sus propios modelos. La confusión, el desconcierto, el rechazo van sucediéndose en la mente del protagonista mientras intenta encajar en una sociedad de la que le separa mucho más que el simple tiempo. Pronto su irreflexiva confianza, su desconocimiento del terreno y parámetros en que se mueve, hará que hasta su vida corra peligro, algo que pagará en carne ajena, dejándole tan sólo los remordimientos.

Parece obvio que la idea que Wells plantea tras la máquina del tiempo como elemento tecnológico ha quedado un tanto obsoleta, y el futuro retratado se demuestra bastante inviable biológicamente hablando; pero mantiene otra gran parte de sus atractivos y, sobre todo, muestra el principio de una nueva forma de enfocar la Literatura que, junto a otros, daría lugar a gran parte de la ciencia ficción que vendría después, así como a muchos de sus temas clásicos —y no sólo el viaje en el tiempo—: La creciente presencia de la ciencia y la tecnología en la sociedad, los cambios que provoca, las consecuencias sociales de su implantación: la distribución del trabajo, la separación y lucha de clases, la confrontación del socialismo y el capitalismo; la evolución de las especies —no sólo la humana— por caminos desconocidos; la naturaleza del ser humano… Cuestiones sobre las que todavía se sigue discutiendo hoy en día planteadas a través de una aventura que mantiene toda su emoción, aunque pueda resultar en momentos un tanto ingenua y poco trepidante para los estándares más actuales.

3 comentarios:

Eilonwy dijo...

Esta novela me encanta. Me la leí de adolescente y la película clásica es mi adaptación favorita. Esta edición de Cátedra que reseñáis no la conocía, así que tomo nota.

Un gran análisis de la novela, por cierto. Me han dado ganas de sacar mi clásico de Anaya y releerla.

Santiago dijo...

Gracias por el comentario, Eilonwy.

Yo también la leí de jovencito y con cada relectura se le saca algo nuevo, supongo que debido al bagaje y experiencia que cada uno va acumulando. La primera vez seguramente me quedé con la aventura y ese futuro oscuro y bipolarizado. Después vas encontrando todo el mensaje subyacente, toda la riqueza, y la lectura se hace más profunda.

Desde luego es un "clásico" con todo merecimiento.

Saludos.
Santi.

Santiago dijo...

Y, por cierto, mi preferida entre todas las adaptaciones cinematográficas también es la película clásica con uno de cuyos fotogramas cierro la reseña ;-)