jueves, 7 de abril de 2016

Reseña: Nexus

Nexus.

Ramez Naam.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Barcelona, 2016. Título original: Nexus. Traducción: Simon Saito. 444 páginas.

Esta es la primera entrega de una trilogía, cuyas siguientes entregas se titulan Crux y Apex, con la que Ramez Naam se adentra en una ciencia ficción de futuro cercano —la acción se sitúa en el año 2040— con algo de hard y de cyberpunk incidiendo en las consecuencias que el desarrollo de las nuevas tecnologías informáticas y la nanotecnología pueden causar en la sociedad globalizada de nuestro planeta y avanzando posibilidades sobre los caminos evolutivos por los que se interna de forma acelerada la humanidad. El autor entreteje en torno a las posibilidades de una nueva «droga» llamada Nexus un tecno-thriller de espionaje con amplias repercusiones filosóficas, morales y metafísicas sobre la imparable implantación del transhumanismo y el posthumanismo en un mundo donde cada vez es más difícil establecer fronteras o cortapisas a los avances tecnológicos. La evolución humana, ya no librada al albur del azar o del paso del tiempo, sino diseñada a la carta y de forma inmediata por los propios humanos, ¿es un riesgo o una oportunidad? ¿A quién beneficia? ¿Es lícito usurpar el papel de la naturaleza y jugar con todo lo que nos define como especie? ¿Quién decide? Naam presenta un futuro tan intrigante y atractivo como definitivamente aterrador e inquietante dependiendo de quién diseñe sus caminos.

Nexus, una droga de popularidad creciente y que permite «conectar» las mentes de sus usuarios, ha demostrado poseer mucho más potencial del esperado en las manos adecuadas. Hay quien está decidido a llevar sus límites al extremo, o a hacer que no haya límites en absoluto. La Dirección de Riesgos Emergentes (ERD), una agencia que lucha por evitar cualquier tecnología que lleve a la aparición de transhumanos y/o posthumanos —aunque convirtiéndose por el camino en lo mismo a lo que ellos combaten— no está dispuesta a permitirlo e introducirá a su joven agente Samantha Cataranes en los ambientes en que se mueven los desarrolladores de una nueva variante, el Nexus 5, que supera en mucho el diseño original. Kaden Lane, parte del equipo de estudiantes de doctorado en la Universidad de San Francisco dedicados a diseñar esta versión «mejorada», va a quedar atrapado en medio del fuego cruzado, forzado a trabajar para aquellos que representan todo lo que aborrece y cuestionándose a cada paso lo que está haciendo.

El Nexus es en realidad una nanotecnología que asienta sus máquinas en el cerebro del usuario, convirtiéndose en una especie de módem-computadora, multiplicando las capacidades mentales y potenciando ciertas actividades que permiten conectar a los individuos que lo lleven integrado en su organismo. Una tecnología con tantas aplicaciones positivas como negativas, desde el cambio de la personalidad para adquirir habilidades sociales —como el programa Don Juan— o habilidades físicas de las que el usuario carece —programa Bruce Lee— hasta otras muchos más intrigantes como la comunicación silenciosa mente a mente, cual si de auténtica telepatía en forma de un chat de internet  se tratara, o la del «simple» y aterrrador control mental —y corporal— de otra persona hasta llevarla a una esclavitud de facto.

Para el advenimiento de los temidos transhumanismo y posthumanismo a esa mente expandida generada por el uso del Nexus hay que añadirle el uso de unas cada vez más extendidas biotecnologías, ya sean de uso legal o ilegal, que potencian diversas mejoras en el cuerpo —resistencia, fuerza física, velocidad, incremento de masa muscular y de la dureza ósea…— o al avance en la clonación y otras técnicas que reunidas hacen que el resultado sea cada vez algo más alejado del concepto tradicional de «ser humano», además de adelantar otras inquietantes posibilidades como ejércitos de clones con habilidades suprahumanas y lealtad incuestionable implantada en sus mentes.

Como sucede en muchas obras de este calado, inmerso en intentar explicar el desarrollo, implantación, funcionamiento y consecuencias de la nueva tecnología, de establecer todos los parámetros necesarios, el comienzo de la novela es por momentos un tanto excesivamente informativo y lento, aunque Naam se encargue de introducir algunas apropiadas escenas de acción para hacerlo más llevadero. Superado un primer cuarto del libro dominado por la faceta «descriptiva», y con los protagonistas desplazados desde los EE.UU. hasta Tailandia, todo el tema se acelera, intercalando con mucho mayor acierto especulación y aventura, hasta terminar en medio de una auténtica «ensalada de tiros», con marines hiperhormonados, armas de enorme poder destructivo, drones de última tecnología, traficantes sanguinarios y otros grupúsculos criminales, al estilo de las escenas de cualquiera de los blockbuster de acción más de moda en el cine —y, por lo tanto, quizá poco sorpresiva para el lector curtido, aunque sí definitivamente espectacular—.

En una lógica vuelta de tuerca, muy en la línea de la escalada de armamento del siglo pasado, los agentes de la ERC deben implementar en sus propios cuerpo algunas de las tecnologías que se dedican a perseguir —mejoras corporales como hacer más duros y resistentes sus huesos, más eficientes sus músculos o usar el Nexus para poder infiltrarse entre sus consumidores, desarrolladores y traficantes—. Se enfrentan al fuego con el fuego haciendo cierto el adagio de que cuando se combate a monstruos se corre el riesgo cierto de convertirse uno mismo en un monstruo.

Llegado a ese punto Naam ofrece un adecuado equilibrio entre los diversos elementos del relato: la intriga entre la trama de espionaje y del tráfico de nuevas «drogas», la meditación sobre el futuro de la Humanidad como tal —la meditación y el budismo adquieren una insospechada importancia—, la geopolítica y el enfrentamiento por la supremacía mundial entre diferentes potencias, la investigación científica y sus consecuencias, las venganzas personales, el karma... Todo ello reflejado de forma muy interesante en una serie de temas que tienen su momento en la trama: La responsabilidad de los científicos ante el —mal— uso de sus descubrimientos. La pérdida de libertades en pos de una utópica seguridad. El dilema moral de quién marca la línea de los derechos irrenunciables, de quién define lo que es ser humano, de quién se arroga el manto de la defensa a ultranza de las esencias del individuo, quién controla la difusión de las nuevas tecnologías —o su prohibición—, dónde se encuentra el equilibrio entre los posibles beneficios y el peligro de su mal uso. El riesgo de dejar atrás a una buena parte de la humanidad que no tiene acceso o se resiste a usar las nuevas tecnologías, y, derivado de ello, la creación de nuevas «castas» sociales a nivel mundial...

El contrapunto entre el idealista y un tanto ingenuo Kade, y la inflexible, dura y entregada Sam, permite al autor mantener un equilibrio inestable entre las diversas opciones presentadas sin terminar de decantarse con firmeza por ninguna: el inmovilismo humanista o el firme abrazo de aquello que llevará inevitablemente al posthumanismo. Lo irónico es que ambas opciones se presentan igual de violentas y transgresoras en la defensa de sus principios y propósitos, igual de «deshumanizadas». Sin embargo, muy posiblemente el punto más flojo de la novela sea precisamente la, sobre todo de inicio, un tanto tópica y plana caracterización de la mayoría de los personajes. Algo de lo que sólo consiguen librarse, ya superado el ecuador de la novela, los dos protagonistas principales, mostrando cierta evolución en sus formas de pensar y actuar respondiendo a lo que van conociendo y descubriendo de su misión. El resto, da igual que tengan una participación mayor o menor en la acción, se mantienen un tanto inalterables en sus papeles preprogramados sin salirse demasiado del guión haciendo en algunos momentos que el lector llegue a cuestionarse su inflexibilidad y poca capacidad de reacción. También es cierto que el peso de las tramas recae mayoritariamente sobre Kade y Sam —el personaje mejor trabajado, tanto en motivaciones como en el trasfondo de su pasado—, siendo el resto comparsas necesarias para llevar adelante la historia.

A la vista de un magnífico tercio final de la novela, donde Naam va «corrigiendo» errores iniciales, centrando el foco, definiendo con más detalle la caracterización de sus personajes principales y fusionando mucho mejor las parcelas de información y de aventura, los dilemas éticos y la pura acción —quizá excesivamente «palomitera»—, las posibilidades parecen prometer mucho para las próximas entregas. Y para aquellos que no se deciden a sumergirse de inicio en un libro con continuaciones y a pesar de, como ya se ha comentado, ser la primera entrega de una trilogía, lo cierto es que la trama queda lo bastante cerrada —con el típico final «abierto», eso sí— como para resultar una  lectura de lo más satisfactoria y sugerente, dejando un interesante poso de reflexión pululando por la mente después de cerrado el libro. Depurando ciertos escollos de estilo es casi seguro que la historia puede deparar grandes momentos en el futuro a sus lectores.

2 comentarios:

Mangrii dijo...

Hola :) Llevo tiempo detrás de la novela y tu reseña me ha terminado de dar el empujón para querer leerla. Estoy bastante enganchado al tema tecno-thriller, pero si hay algo que me interesa más son los temas de evolución humana, como la comunidad científica avanza a crear el ser evolucionado o perfecto, con cualidad suprahumanas. Justo ahora que estoy con Hijos del dios binario, trata una temática bastante parecida, y me esta encantando. Gracias por la reseña, un saludo^^

Santiago dijo...

Hola.

Advertir nada más que la parte "tecno" es sobre todo de nanotecnología y sistemas informáticos aplicados al ser humano, pero que no desmerece en absoluto.

Y que los posthumanos parece que no van a ser tan "perfectos" como se podría imaginar ;-)

Por lo demás, la trilogía promete.

Saludos