The Expanse 4.
James S.A. Corey.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col, Nova. Barcelona, 2019. Título original: Cibola Burn. Traducción: David Tejera Expósito. 607 páginas.
Eludiendo el peligro del estancamiento la cuarta entrega de la serie literaria de The Expanse es una novela «diferente» de sus predecesoras, que llega con abundantes cambios, con la adición de nuevos personajes, sí, pero sobre todo con la apertura de un nuevo escenario que hace que toda la acción posea un enfoque distinto. Así que, aunque esta reseña intentará no contener destripes de la novela presente, sí es muy posible que con sólo conocer cuál es esa nueva localización en la que se desarrolla la acción ya se pueda deducir el final de la entrega previa, con lo que es menester avisar de que quien no haya leído todavía las anteriores puede enterarse de detalles importantes de aquellas que igual prefiera no conocer de antemano. En una evolución lógica y coherente con lo narrado hasta el momento, James S.A. Corey, la pareja formada por Daniel Abraham y Ty Franck, facturan en esta ocasión un western futurista cuyas tramas, sin abandonar en absoluto el space opera de las anteriores, discurren en su mayor parte en la superficie de un único planeta.
The Expanse no es una serie específicamente sobre el racismo y el clasismo, no es una serie sobre los desequilibrios económicos y la lucha social, ni sobre el neocolonialismo y sus demoledores efectos, el nacionalismo exacerbado o el expansionismo totalitario, las desigualdades de género, el fenómeno terrorista o el fanatismo, los vericuetos de la alta política y las trampas del poder… Todo esto se encuentra en sus páginas, es cierto, pero The Expanse es, sobre todo, el análisis de lo que el contacto con una tecnología alienígena podría suponer para la humanidad. Algo que los autores se están dedicando a estudiar desde las más diversas facetas, siempre teniendo en mente que esta es una serie de acción, un puro y muy sano entretenimiento de aventuras desatadas, que no elude visitar problemas de calado, y que sabe cambiar de parámetros para no caer en lo repetitivo.
En La quema de Cíbola —y no está de más remarcar lo bien elegidos que están los títulos de cada novela— el conflicto de clases y corporativista con la que se inicia el volumen va a dar paso a la más denodada lucha por la mera supervivencia, cuando una misión de mediación se convierte en una imposible misión de rescate, lejos de cualquier otra ayuda posible. Muy lejos del Sistema Solar, en el planeta Ilo, o Nueva Terra, un grupo de refugiados cinturianos de la tragedia de Ganímedes han establecido una pequeña colonia, pero ahora se ven enfrentados al hecho de que la ONU ha entregado a Energías Carta Real un contrato en exclusiva para la exploración y explotación de los recursos del planeta, algo que choca frontalmente con su presencia, ilegal, allí. Cuando el enfrentamiento se desvela inevitable, y cruento, James Holden, como supuesta figura neutral, es encargado de mediar entre las partes de esta explosiva situación. Pero, como tantas veces ha comprobado en sus propias carnes, las cosas que van mal siempre son susceptibles de ir a peor.
En el futuro de la novela la ONU, como las metrópolis de antaño, intenta ahora tener mucho que decir sobre la propiedad de los planetas a colonizar, imponiendo sus decisiones y preceptos, pero, también como en tiempos pasados, es muy difícil hacer cumplir esos edictos en las enormes distancias que separan el lugar de origen de la nueva colonia. La estupidez inherente a la especie humana sigue haciendo de las suyas y si alguien apostaba por una nueva era de paz y prosperidad para toda la humanidad, interiores y cinturianos por igual, los autores muy pronto van a sacarle de su error. La humanidad está decidida a llevar todos sus prejuicios y errores al espacio más allá de cualquier frontera. La violencia está servida cuando los primeros colonos —o una parte de ellos cuando menos—, en una situación de ilegalidad y desventaja de fuerza frente a los enviados de ECR, decidan tomarse la justicia por su cuenta para evitar que aquellos tomen tierra y se asienten en el lugar. Aún con consecuencias devastadoras, tan sólo va a ser el comienzo de unos eventos que nadie, o casi nadie, podía aventurar, y que darán al traste con las intenciones de todas las partes. El que los colonos ilegales hayan encontrado litio es estado casi puro y empezado a extraerlo para optar a conseguir su independencia económica tan sólo añade una capa extra a la dimensión de un problema que parece inevitablemente abocado a ser resuelto mediante el uso de la violencia pura y dura.
Este cuarto volumen empieza con la acción en su punto álgido, con el estallido del conflicto desde un primer momento. Enviado para actuar de mediador entre las partes, Jim Holden, y con él el resto de la tripulación de la Rocinante, se va a ver en el centro de una situación de lo más volátil, agravada posteriormente por el despertar tanto de la extraña fauna del planeta como de otras amenazas que habían permanecido largo tiempo en letargo. Existe ahí, en efecto, un muy interesante cambio de parámetros en la serie. De un escenario del tamaño de todo el Sistema Solar se pasa al microcosmos de un planeta y su órbita. La acción principal se desplaza mayormente a la superficie del Ilo, antaño poblado por la civilización creadora de la protomolécula y ahora erial donde solo yacen ruinas y artefactos enterrados mucho tiempo atrás. Un lugar por descubrir, con amenazas desconocidas, similar a la Tierra pero con marcadas diferencias, y al que la humanidad va a llevar su propia iniquidad. Los cielos abiertos, los elementos meteorológicos y las adversidades climáticas van a convertirse en detalles vitales de las tramas. Todo ello sin olvidar, aunque no se trate de space opera en su definición más estricta, aquello que ha hecho grande a la serie. Los espacios cerrados, los pasillos metálicos, los escarceos espaciales, las maniobras y paseos extra vehiculares, o los rescates imposibles.
La primera mitad de la novela plantea la imposibilidad de esa mediación ante la negativa de los más beligerantes de ambas partes para aceptar cualquier atisbo de acuerdo; las diferencias, las afrentas y los odios irreconciliables entre unos y otros se encuentran tan arraigados en sus mentes que resulta prácticamente imposible para sus naturalezas ceder ante el contrario. El tira y afloja, los intentos de colaboración entre los más dispuestos de ambos bandos, los acercamientos amistosos, se van a ver una y otra vez torpedeados por los intolerantes de una y otra facción. Los espacios abiertos dan su réplica al agobiante enclaustramiento de naves y estaciones espaciales. Bajo el amplio cielo del planeta la lucha entre colonos y corporativistas rememora las epopeyas de los westerns fronterizos, la carrera por la tierra, los territorios sin más ley que la de quien puede imponer la suya por la fuerza de las armas, los enfrentamientos entre agricultores y ganaderos, entre los colonos y los que vienen detrás a hacer negocio con un contrato de propiedad, los tiroteos y los duelos, incluso está ahí la llegada del sheriff llamado a poner orden y dar solución a las disputas, y que quizá termine siendo parte integrante del problema. La segunda mitad, sin perder en absoluto ese carácter fronterizo, es una auténtica carrera por la supervivencia, con un misterio por resolver, una naturaleza adversa, unas dificultades externas añadidas y un grupo de humanos que salvar, donde los autores plantean una vez más la manera en que unos pocos siguen poniendo sus propios intereses, sus supuestos derechos y beneficios, por encima del bien común de todo el conjunto. Incluso en la peor de las circunstancias, con la vida pendiendo de la siguiente decisión, sigue siendo muy difícil para los fanáticos dar su brazo a torcer.
© Daniel Dociu |
Y quizá alguno de los personajes nuevos, principales y secundarios —y en esta serie algunos secundarios suelen tener actuaciones muy principales—, quizá no rayen a la misma altura que los ya conocidos. En concreto pudiera antojarse que la doctora Okoye, como principal personaje femenino, peca de una personalidad decepcionante, dada a dejarse llevar por las hormonas más que por la cabeza, o que el jefe de Havelock, Murtry, se muestra excesivamente unidimensional en su intransigencia corporativa, perdiendo por el camino toda la razón con la que el derecho y la propiedad le asistían. Pero en una narración coral y muy variada, con un elenco de semejante calado, son pequeños defectos que no afectan en demasía al relato; antes bien, se demuestran necesarios para su posterior desarrollo.
Dotada de un ritmo rápido, perfecto para el entretenimiento planteado, de personajes atractivos no exentos de contradicciones y conflictos internos, tanto morales como románticos, de un sutil humor que rebaja algunas situaciones, de emoción y revelaciones —aunque nadie se extrañe si al final no se encuentra más cerca la resolución de la amenaza alienígena subyaciente—, La quema de Cíbola termina con el cierre de todas las líneas planteadas a lo largo de la misma, manteniendo abierta la «trama» general que sirve como motor y sustrato de toda la serie, y planteando, quizá, un nuevo status quo. Un cierre satisfactorio que deja con ganas de seguir leyendo las próximas entregas, esperemos que con el mismo equipo, desde la editorial al traductor, que con su magnífico trabajo ha conseguido hacer tan grata la experiencia lectora de la serie hasta el momento.
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