Nnedi Okorafor.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Crononauta. Sevilla, 2019. Título original: Who Fears Death. Traducción: Carla Bataller Estruch. 459 páginas.
Escrito desde la rabia, desde la justa indignación, aunque con una mirada más sosegada de lo que pudiera esperarse y un tono definitivamente muy diferente de las novelas cortas de la autora —Binti y Binti: Hogar— previamente traducidas al español, Okorafor factura una historia estremecedora a camino entre la ciencia ficción postapocalíptica y la fantasía de poderes sobrenaturales, realismo mágico y tintes mitológicos africanos. Una mezcla entre el recurrente viaje del héroe, que busca la emancipación de su pueblo y la vida en armonía entre los humanos y la tierra, y la búsqueda de respuestas a problemas de hoy mismo con una clara invitación a cambiar el mundo, a derribar barreras. Con un ligero tinte ecologista, la autora ofrece una aventura repleta de preguntas, como toda buena literatura, sobre la identidad personal, la identidad racial y la de género; sin dogmatismos, pero sí mucha implicación y toma de partido, la narración muestra situaciones peliagudas, sin juzgar, y deja que el lector saque sus conclusiones. Magia, tecnología, un mundo futuro renacido de las arenas de una catástrofe casi olvidada, un pueblo sojuzgado a punto de ser exterminado por sus opresores, injusticias y discriminación sobre las mujeres, amor donde parecía imposible, y una profecía. El camino será doloroso y habrá que dejarse jirones de piel y de espíritu en cada recodo, pero la meta es una por la que merece la pena luchar.
En el presente de la novela, el pasado se muestra decididamente velado, indefinido, con muy pocas referencias, muy crípticas, al mundo que quedó atrás y las causas que han llevado al actual orden. Todo lo que se sabe proviene del Gran Libro, un tomo de autoría desconocida y preceptos bastante cuestionables, que recoge la memoria mítica, sin duda distorsionada e interesada, de los tiempos pretéritos. Una Historia mitológica, con todo un nuevo panteón con reminiscencias antiguas, aceptada tanto por los resignados okekes, condenados a la sumisión y llamados periódicamente a la futil rebelión, como por los dominantes nurus, convencidos de una superioridad entregada por mano divina de la que no dudan en usar y abusar. La magia —¿ciencia tan avanzada que resulta incomprensible para los que tanto han olvidado?— y los restos de tecnología puntera coexisten en armonía. Los cambiaformas conviven con máquinas que decantan agua de la atmósfera; los pequeños hechizos juju con la biotecnología. El desierto modela las formas de vivir, dependiendo de la distancia a las fuentes de agua, a los ríos que dan nombre a la región.
La novela se articula en torno a los recuerdos, desde la infancia hasta los veinte años, que la propia Onyesonwu va relatando a un cronista desconocido para el lector. Eso da como resultado una narración en primera persona que da saltos en el tiempo, avanzando hacia un desenlace anticipado, pero intercalando abundantes analepsis que matizan y dan colorido a todo lo demás. Estructurada en tres partes, las dos primeras muestran los años de infancia, de autodescubrimiento y aprendizaje hasta la adolescencia, y la tercera el cumplimiento de su misión o destino, un viaje que se lleva la parte del león del relato, ocupando algo más de la mitad del volumen.
Quien teme a la muerte es un libro violento, muy duro en ocasiones, que no oculta, ni duda en reflejar con escenas crudas, vívidas y muy directas, la realidad de las violaciones como arma de guerra, la limpieza étnica y el genocidio como forma de expansión territorial y reafirmación nacionalista, el mestizaje como fuente de prejuicios, o las ablaciones —mutilaciones— genitales femeninas como vehículo de dominación de género. La marginación, la intolerancia, la misoginia, el uso perverso de la religión para justificar actos atroces, el odio al diferente —por raza, por inclinación sexual, por género—, la indiferencia ante conflictos lejanos... Realidades que están teniendo lugar ahora mismo, a espaldas de la acomodada visión occidental, pero que no por ocultas encierran menor horror. Es un libro, también, cargado de filosofía, de lecciones de vida que surgen de los actos, no de una actitud moralizante por parte de la autora. Llama a la indignación, a la concienciación. La minusvaloración de las niñas tan sólo por su sexo, el encasillamiento en ciertas tareas y actitudes, la violencia física y psíquica ejercida impunemente sobre las mujeres, el predeterminismo biológico implantado en tantas mentes, fielmente retratadas en las actitudes serviles y retrógradas de las féminas okeke, son cosas que duelen, y deben doler.
Okorafor bebe de toda una tradición literaria universal, llevándola a su terreno gracias al especial colorido cultural que tiñe cada página de la novela. Muchos elementos de la historia podrían sonar a conocidos: Una infancia llena de incomprensión e inesperados descubrimientos, la revelación de ciertos dones en un joven destinada a convertirse en una figura relevante, un renuente mentor y unos duros estudios, un incipiente amor, el descubrimiento del cuerpo y del placer que los mayores intentan restringir mediante el uso de la mutilación y de dolorosos jujus, la misión irrechazable, los aliados, los obstáculos a superar, las etapas del viaje, un enemigo implacable, un destino catastrófico… No obstante, la autora sale victoriosa en la tarea de darle la vuelta a muchas ideas preconcebidas, sobre todo al cederle el papel del héroe predestinado a una heroína cuyo punto de vista narrativo, cercano, femenino y muy humano en sus defectos y manías, engrandece toda la historia, rodeándola, además, de unos compañeros con vida propia.
Onyesonwu, con todas las problemáticas y desprecios que acarrea, no deja de ser una adolescente normal con los mismos sueños que cualquiera. Desea compañía, amistad y felicidad. Serán luego la propia vida y sus vivencias las que moldearán un camino al que no puede negarse. Quienes la acompañan en el camino, sus amigas, el novio de una de ellas, y Mwita, otro ewu como la protagonista, son jóvenes como ella, buscando su lugar en el mundo, descubriendo las penurias de un escenario adverso. Con sus disputas, sus afanes, sus desvelos, sus amoríos, sus desavenencias, sus envidias, sus prejuicios y sus anhelos, son una muestra heterogénea de cualquier grupo de adolescentes de nuestra época. Sus personalidades, ya bien perfiladas de inicio, van a ser modeladas por los sucesos y por la naturaleza a la que se enfrentan en su aventura. Todas cambiarán, quien más quien menos madurará hasta nuevas facetas, y el viaje dejará su marca indeleble en cada una de ellas, acompañen o no a Onye hasta el mismísimo final. Un final sobre el que la joven, en realidad, apenas tiene control, manipulada por propios y ajenos, por la tradición y la profecía, sin que siquiera se dé demasiada cuenta. Un destino en cuyo culmen quizá deberá utilizar las mismas armas del enemigo para conseguir sus objetivos. ¿Violencia llama a violencia, violación a violación? ¿Es el genocidio la única respuesta al genocidio? Okorafor no glorifica la violencia, pero tampoco la oculta, venga de quien venga.
En algunas circunstancias la introspección del relato en primera persona de la protagonista se hace demasiado distante, perdiendo intensidad en escenas que exigían mayor implicación emocional, quizá precisamente para no avasallar con el horror implícito en las mismas. También se antoja que aligerando un poco ciertos pasajes, sobre todo en su estancia en el desierto, la trama hubiera ganado en inmediatez y evitado ciertos problemas surgidos de un ritmo irregular. Hay un momento en que parece que el relato se estanca, se demora en demasía, antes de coger velocidad de nuevo. Es el periodo de calma antes de la tormenta, sí, pero no parece que fuera necesario dilatarlo del modo en que se hace, ni repetir ciertos esquemas recurrentes en las relaciones del grupo ya superados en la propia narración. En todo caso, el tejido adquiere también así profundidad, y cada hilo termina encontrando su lugar en la imagen general de forma satisfactoria, conduciendo a un doble desenlace agridulce, cruel, triste y esperanzador.
Magníficamente trasladada a nuestro país gracias a la cuidada edición de Crononauta, desde esa impresionante y muy representativa portada a la acertada traducción de Carla Bataller, transmitiendo a la perfección todo el sabor exótico de las referencias idiomáticas, de vestimenta o escenario, Okorafor ofrece una aventura que requiere de una implicación emocional por parte del lector. Una aventura que se puede afrontar con el debido distanciamiento debido a su carácter fantástico, pero que no oculta un terrible mensaje sobre nuestro presente, por mucho que nos empeñemos en mirar hacia otro lado. Un mensaje, sin embargo, que no sólo habla sobre discriminación racial, desigualdad de género, injusticia y oprobio, sino también de alegría, amistad y esperanza. De levantarse contra los prejuicios y esforzarse por conseguir un mundo mejor para todas las personas. Una lectura que no puede, no debería, dejar indemne.
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