miércoles, 17 de febrero de 2010

Reseña: Battlestar Galactica

Battlestar Galactica.

Ronald D. Moore & David Eick
.

Reseña de: Amandil.

Un amigo me sugiere que una buena reseña de Battlestar Galactica podría empezar con un guiño a la serie original de finales de los años setenta. Un guiño con una frase como "Todos recordamos como, cuando éramos niños, nos pasamos el verano de 1983 pegados al televisor..." y no le falta razón al valorar de ese modo el efecto que aquella mítica producción produjo en una gran mayoría de los niños, adolescentes y adultos que descubrieron las peripecias de una humanidad condenada al exilio y al casi exterminio por una malvada raza de robots llamados "cylones".

¿La nueva versión "reimaginada" (así la llaman) por Moore y Eick sería capaz de encandilar de ese mismo modo?¿Tendría la misma dosis de originalidad y espectacularidad que la serie original? ¿Funcionaría en un mundo televisivo como el actual en que los efectos especiales ya no garantizan el éxito ni marcan, necesariamente, la diferencia?

Lo cierto es que la nueva Galactica logra mantener vínculos con la original pero, al mismo tiempo, se dota en su conjunto de suficientes elementos novedosos y particulares como para poder ser observada (y disfrutada) sin tener que hacer constantes viajes a la obra de los setenta. Al mismo tiempo, logra distanciarse de otras series ambientadas en el espacio (Star Trek, Babylon 5, Firefly) por medio de una historia centrada especialmente en el drama humano de los protagonistas y en un reflejo realista de la realidad poco común en este tipo de producciones más dadas a las concesiones simplificadoras y un tanto infantiles. Además, desconozco si sólo por presión de Edward James Olmos, la historia se centra en un universo sin razas alienígenas ajenas a la humana y la cylon (producto a su vez de la primera), permitiendo que no haya entretenimientos ajenos a la situación crítica que constriñe a los protagonistas.

La serie nos narra las peripecias de los últimos supervivientes de las Doce Colonias humanas tras el devastador ataque sufrido a manos de los cylon, una raza de máquinas pensantes creadas en su origen por los humanos y que, cincuenta años atrás se rebelaron provocando una primera guerra que terminó en tablas. En esta ocasión, los cylon se han infiltrado entre los humanos gracias al desarrollo de una tecnología que les permite crear algunos modelos con aspecto completamente humano. Por medio de la seducción y la debilidad por el sexo del científico Gaius Baltar (James Callis), la cylon Número Seis (Tricia Helfer) consigue infiltrarse en los sistemas de defensa mediante un virus informático (un megatroyano)de las Colonias permitiendo un ataque a lo Pearl Harbour que arrasa por completo los planetas humanos sin que puedan defenderse. Únicamente sobreviven, inicialmente, aquellas naves que se encontraban en tránsito y la vetusta Galáctica, una Estrella de Combate que ese mismo día iba a ser retirada del servicio activo por su antigüedad y que, precisamente gracias a no disponer de un sistema actualizado, es inmune al virus y puede defenderse de sus atacantes.

Superada la primera oleada, y en medio de la confusión reinante, el comandante William Adama (Edward James Olmos) organiza a los supervivientes en una flotilla que debe huir de los cylon hacia un refugio surgido de los mitos religiosos de las Doce Colonias: la Tierra, el planeta al que se dirigió la decimotercera tribu. Pero hay una serie de problemas entre medio. Por un lado nadie sabe dónde está la Tierra, ni tampoco está claro que exista. Y por otro lado la flota es una amalgama heterogénea de naves, con infinidad de problemas y sin los recursos necesarios como para mantenerse indefinidamente en el espacio. Por no hablar de la persecución salvaje a la que se ven sometidos por unos cylon deseosos de exterminar por completo todo vestigio humano del universo.

En esa atmósfera de caos, desolación y desesperación, surgen algunas figuras que estarán llamadas a convertirse en los pilares sobre los que se cimentará el nuevo orden que deberá dirigir a los humanos. El poder "civil", heredero del gobierno federal de las Colonias, quedará encarnado en Laura Roslin (Mary McDonnell) como presidenta por accidente. El poder militar seguirá en manos de Adama y su segundo, el coronel Saul Tigh (Michael Hogan). Y aparecerá un tercer pilar en la figura del asesor científico (y traidor) Gaius Baltar. Pero las tensiones aparecerán desde el primer momento debido a las tentaciones de instaurar una dictadura militar para garantizar el buen gobierno de la flota frente a unos restos de gobierno civil carente de poder más allá del que quiera cederle el brazo armado y del que estén dispuestos a asumir los civiles de la flota.

No será, en cambio, la trama política la única presente a lo largo de la serie. Si bien es cierto que no se esquivan temas peliagudos y muy en boga hoy en día, como la figura del político con ansia de instaurar una dictadura "civil" bajo un populismo demagógico y muy peligroso (Tom Zarek, interpretado por el "Apolo" de la serie original Richard Hatch), o el abandono de los principios democráticos y garantistas cuando la ocasión lo requiere (un golpe de Estado del coronel Tigh, el uso de torturas para lograr confesiones en situaciones extremas o la caza de brujas al más puro estilo purga estalinista que a punto está de costarle al propio Adama el puesto), la serie abre el camino a multitud de otros aspectos que no suelen tener cabida en este tipo de series.

Temas como el difícil equilibrio entre fe y razón quedan plasmados en los enfrentamientos (pacíficos) entre los seguidores de la religión de las colonias, un auténtico politeísmo helénico, y los que creen que aquello son simples cuentos de viejas. O el surgir de una religión monoteísta (muy forzada a mi juicio y con bastantes flecos sueltos) apoyada en Baltar con claros signos de ser una especie de pre-cristianismo edulcorado y en una línea new age un tanto estrafalaria. E incluso se da una importancia capital a las creencias de los propios cylon que, pese a ser máquinas, han desarrollado una compleja y completa cosmogonía globalizadora, integradora y determinista ceñida al concepto protestante del "gran plan de Dios" del que nada ni nadie puede escapar. Todos estos aspectos, tan variados y en constante evolución en la serie, se entrelazan en un crescendo que desembocará en el giro final de la cuarta (y última) temporada. Desenlace, por otra parte, no muy bien cerrado y que tiene un claro precedente en el libro Herederos de las estrellas, de James P. Hogan (aunque no creo que sea un plagio sino, más bien, una coincidencia).

Junto a este importante desarrollo místico-religioso, Galáctica basa una gran parte de su fuerza emotiva en el estrecho y doloroso vínculo de los supervivientes con su pasado, con sus familiares y amigos perdidos en el ataque cylon. Siempre presente, por medio de la imagen-fuerza de los pasillos llenos de fotos y mensajes (recordando lo ya visto en Nueva York o Madrid tras los atentados del once de marzo y del once de septiembre), la perdida de esperanza y de "algo por lo que luchar" son uno de los motores emocionales que se tratan con bastante buen tino. Todos los personajes se verán antes o después enfrentados a momentos de duda, de miedo, de depresión, que sobrellevarán de maneras diversas y, en ocasiones, sorprendentes. Refugiarse en el uniforme, en el alcohol, en el sexo (porque la serie, sin caer en el peaje sexual, no evita tocar un tema tan humano y tan poco resuelto en otras series dónde la virtud casi caballeresca es tan ejemplarizante como poco creíble), en el juego, en la religión o, directamente, caer en el suicidio, son alternativas desgarradoras que no se le ahorran al seguidor de la serie. Los personajes son, ante todo (y sobre todo) humanos. Y sus miserias, sus temores, sus efímeras esperanzas, sus pírricas victorias, no son sino un nuevo paso que les aleja de la devastación y les acerca al vacío.

Galáctica no deja espacio al humor ni a la alegría como tales. Hay momentos de cierta relajación pero son, en todos los casos, breves y escasos. Preludio de tiempos peores, de mayores derrotas o de un nuevo episodio de huida y abandono. Pero, pese a ello, pese a que la cortina de fondo siempre es la misma hay espacio para dos grandes destellos de grandeza. Hay espacio para los héroes. Hay espacio para la paz.

Los héroes , portadores de esperanza, quedan encarnados en ese grupo de "pilotos" formado por Lee "Apolo" Adama (Jamie Bamber), Kara "Starbuck" Trace (Katee Sackhoff), Sharon "Boomer" Valerii (Grace Park) o Karl "Halo" Agathon (Tahmoh Penikett), que a lo largo de las cuatro temporadas serán los encargados de cargar con la responsabilidad de soportar la actividad épica (combates, misiones de rescate, actuaciones suicidas en beneficio de la totalidad de la flota) y que permitirán a los supervivientes tener un referente positivo al que agarrarse.

A su lado, en el bando contrario, los cylon descubrirán en su propia gente el liderazgo de unas heroínas que (¡oh sorpresa!) se convierten en adalides de la paz y el entendimiento con los restos de la raza humana. Aunque eso les cueste, a la larga, ser incomprendidas por los unos y los otros. Aún así, la novedosa perspectiva que se introduce en Galáctica en este punto supone una ruptura con el tradicional maniqueísmo que asola las series de ciencia ficción y eleva al grado superlativo el viejo concepto de "búsqueda" dando paso a un nivel espiritual e introspectivo. muy original y hermoso. La sencilla premisa de la guerra "humanos contra cylon" se convierte en una historia de búsqueda del entendimiento, la convivencia y la paz. Sin abandonar por ello la lucha, el conflicto, la traición y la guerra.

En otro punto donde Galáctica marca una gran diferencia con las habituales series de ciencia ficción es en la realización y en los efectos especiales digitales. De hecho la calidad de la serie, desde la miniserie de dos episodios que hace las veces de episodio piloto, hasta la última temporada se puede considerar cinematográfica y, normalmente, consigue eludir por completo la sensación de "rodaje en estudio" que ha sido el talón de aquiles del género desde sus orígenes. Lo mismo se puede decir de la excepcional banda sonora, con temas apasionantes como "The shape of things to come", "Allegro", "Admiral and Commander", "An Easterly view" o "Colonial Anthem" (este último con un guiño a la serie original), que acompañan a unos guiones excepcionalmente bien construidos y que hacen que la evolución de los personajes sea creíble, plausible y realista.

Finalmente, creo que ha sido un acierto el no "alejar", tecnologicamente hablando, la serie de nuestra realidad actual más allá de lo imprescindible para que tengan cabida las naves espaciales y los motores de salto. Logran de ese modo evitar la caída en el típico "atrezzo futurista" que resta credibilidad y puede convertir, a veces, una buena serie en una sucesión de obras de teatro de colegio infantil. Además, permite crear un tenue e invisible (pero fundamental) vínculo sentimental entre el espectador y el entorno en el que se mueven los personajes. Aunque, al concluir la serie es precisamente esa similitud con nuestro presente uno de los puntos menos creíbles.

Mirando Battlestar Galáctica en su conjunto me atrevo a decir que es una serie muy bien cuidada, entretenida, que hace pensar y que no se deja llevar por cesiones incoherentes a un sentido de la épica un tanto inmaduro. Los protagonistas, de los que mueren un buen puñado, no se mueven dentro de unos límites arquetípicos y maniqueos. Más bien al contrario: meten la pata, se saltan sus valores cuando lo necesitan, buscan sobrevivir por encima de todo. Son humanos (o cylons) cargado de debilidades y fortalezas. Con cosas buenas y malas. No pontifican ni se yerguen en totems de culto imposible (William Adama no es Jean-Luc Picard). Son personajes cercanos, que podrían darse en el mundo real, que podríamos ser nosotros mismos en esa situación. Por todo eso, y porque se nos cuenta una historia interesante y muy bien llevada, esta serie está llamada a a convertirse en uno de los pilares sobre los que se edificará el nuevo concepto de serie de ciencia ficción que ya está eclosionando (V, Flashforward, Caprica) y que deja atrás los modelos en que se basó el estilo hasta ahora (Babylon 5, Star Trek, Andrómeda, la Galáctica original).



lunes, 15 de febrero de 2010

Reseña: Algo más oscuro que la noche

Algo más oscuro que la noche.

Thomas Glavinic.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Siruela. Col. Nuevos Tiempos # 149. Madrid, 2009. Título original: Die Arbeit der Nacht. Traducción: Rosa Pilar Blanco. 354 páginas.

La premisa inicial de esta novela es algo que ya hemos visto y leído en múltiples ocasiones, un hombre que por circunstancias desconocidas se queda como único ser vivo en el mundo, así que lo importante va a ser el tratamiento y el enfoque que el autor imprima en el desarrollo de la trama. Cabe advertir que el autor aparentemente no parece interesado en absoluto en el desarrollo dentro de la ciencia ficción del relato, no busca dar ninguna explicación realista, tecnológica o fantástica al fenómeno, sino que le sirve como simple excusa y punto de partida para su particular exploración de la psique humana, de su desintegración y la bajada a los infiernos que comporta la soledad del protagonista.

La mañana de un 4 de julio que no parece distinta de cualquier otra, Jonas despierta y empieza el día con su rutina habitual. Baja a la parada del autobús, pero el autobús no aparece. No hay personas por las calles, ni animales. Nadie. El silencio se ha adueñado de Viena, la ciudad donde siempre ha vivido. Los periódicos son todos del día anterior. En la radio y la TV tan solo hay ruido, ninguna emisión. ¿Es Jonas el último hombre sobre la Tierra? Su primera reacción será buscar a alguien más, a algún superviviente de lo que imagina una gran catástrofe que ha cambiado radicalmente su mundo; recorrer la ciudad y algunas poblaciones cercanas en busca de signos de vida. Cuando conforme pasa el tiempo no encuentre a nadie y se convenza de que está solo, el lento descenso hacia la paranoia será su único destino.

El protagonista empieza su búsqueda primero con esperanza, tratando de conectar telefónicamente con su pareja de viaje en Gran Bretaña, recorriendo los lugares conocidos de Viena como la casa de su padre o los restaurantes que significaron algo en su vida anterior, pero pronto la soledad empieza a afectarle al punto de que mientras espera encontrar a alguien vivo no puede dejar de portar una escopeta preparada para disparar al mínimo ruido extraño, asustándose de cada sombra que parece moverse, recelando de cada luz que encuentra encendida en sus recorridos por los distintos edificios y casas.

Incidiendo en ese "detalle" que significa que el autor no busca las explicaciones ―y aparentemente tampoco la coherencia―, el lector pronto choca con el hecho de que tiempo después del punto de partida, cuando se supone que no quedan humanos para mantener los servicios, la electricidad sigue fluyendo por sus cables, los teléfonos funcionan, el agua sale normalmente de todos los grifos, nada ha cambiado salvo la ausencia de gente... la vida parece continuar sin problemas sin nadie al cargo. Otro de esos detalles es que no hay muestras de la catástrofe que ha hecho desaparecer a los humanos: los coches se encuentran perfectamente aparcados, con muy pocas excepciones desperdigadas por las carreteras, algunas casas y comercios permanecen cerrados y otros convenientemente abiertos, nadie parecía estar cocinando y las cocinas están perfectamente ordenadas, el gas está cerrado, las vitrocerámicas apagadas, no se han producido choques ni los aviones que estuviesen volando se han caído, no existe ningún signo externo que pueda explicar el suceso... Al igual que Jonas no va a encontrarlas, el lector tampoco va a obtener explicaciones sobre lo ocurrido, ni siquiera la más mínima hipótesis por parte de Glavinic o de su protagonista. No es eso lo que le interesa, sino la progresiva caída del protagonista en la paranoia, en la disociación del ego, la inevitable inmersión en una locura que sin embargo parece lúcida. ¿Cómo puede alguien soportar la absoluta soledad? ¿Puede un hombre resignarse a no encontrarse nunca más con nadie? ¿A no mantener una conversación? ¿A no sentir un contacto humano, un roce, una caricia, un beso? Jonas deberá enfrentarse a su situación y lo hará intentando autoconvencerse, aunque sea a un nivel subconsciente, de que no está tan solo como es evidente que se encuentra.

Para hacerlo, poblará su casa y diversas calles de Viena de cámaras de video para intentar captar cualquier movimiento que se le pudiera escapar, deja mensajes en todas las pizarras de los bares, en los espejos de las casas en las que entra, notas en cada sitio que se le ocurra, se envía postales a sí mismo para ver si las recibe, mantiene el móvil siempre cerca a la espera de una llamada que no llega... Pronto un buen número de situaciones extrañas, de pequeños hechos inexplicables empiezan a llamarle la atención, al punto de que siente que ciertamente a alguien cerca de él, que un personaje invisible le acompaña, un alter ego al que llamará «el durmiente» y que parece actuar cuando su conciencia no está presente. Busca entonces refugiarse en las cosas conocidas, en la casa familiar en la que creció, en los muebles y recuerdos de sus padres, en viejas fotos, en los lugares que significaron algo para él, en etapas de su vida que le marcaron al punto de iniciar viajes que repitan otros que hiciera antaño y que le hagan de alguna manera recuperar lo perdido. Y en todo momento no puede quitarse de encima la sensación de encontrarse vigilado y perseguido; la esquizofrenia, impulsada por la falta de sueño y el dolor autoprovocado, se irá adueñando de sus actos, cargando de una tensión insólita al relato, perdiendo sin embargo el pulso en ciertos momentos en que el autor insiste demasiado en ciertos detalles ―como las grabaciones nocturnas del protagonista durmiendo y desapareciendo de encuadre o el visionado de las grabaciones de las calles vacías de Viena, que supongo que al lector austriaco le dirán algo especial, pero al que desconoce la ciudad se le antojan excesivas, o las recurrentes visitas a otros pisos o cafeterías que se muestran iguales a todas las anteriores...― que tan solo demoran la narración, haciéndola muy monótona en ocasiones.

Poco a poco, convencido de su soledad, necesitará una prueba más, para lo que emprenderá un largo viaje en el que deberá luchar a cada paso consigo mismo, contra una parte de su alterada personalidad que no quiere saber la verdad, que se niega a cerrar la puerta y comenzar de nuevo. Sin embargo, el viaje se convertirá en una nuvea lucha, cada quilómetro recorrido significa un triunfo, cada avance se acompaña de un retroceso. En todo momento parece estar luchando con un enemigo que no es sino él mismo, su subconsciente escondido que deshace mientras duerme lo que había conseguido despierto.

El lector asiste a una paulatina desintegración de su personalidad, de la que surge una nueva psique bastante desequilibrada. Glavinic consigue dotar al relato de una atmósfera opresiva en la que el protagonista, a pesar de saberse solo, se asusta hasta de su propia sombra. El desasosiego se instala en su vida y en la mente del lector, acompañando a Jonas en un camino que solo puede terminar con desencanto. Hábilmente, el autor introduce en la narración pequeños objetos que retrotraen la memoria de Jonas a su pasado, intercalando algunos flash-backs que rompen el dramatismo y permiten obtener una imagen más amable del protagonista, de sus pesares y anhelos: fotos que le recuerdan a compañeros de estudios de su infancia o de momentos compartidos con su novia, muebles que le traen a la memoria a su padre, viviendas en las que se siente más a gusto, viajes que le permiten recuperar sensaciones pasadas aunque no pueda repetirlas.

No es esta, pues, una épica historia de ciencia ficción sobre el último hombre vivo sobre la Tierra, luchando para sobrevivir y reconstruir la civilización, no; lo que el lector va a encontrar en Algo más oscuro que la noche es un intimista retrato de la mente de un hombre enfrentado a una situación extrema para la que no se encuentra preparado, de sus desvaríos, de las decisiones que toma precisamente para evitar la locura, bordeándola todo el rato, de cómo busca contra toda esperanza una esperanza por la que seguir viviendo, una historia de amor en la que los protagonistas no se encuentran más que en el recuerdo.

El mundo despoblado tiene una cualidad de pesadilla, saca a relucir todos los miedos ancestrales del ser humano, de modo que la oscuridad ―en el viaje de Jonas al campo no se atreve a salir por la noche o en el trastero de su padre necesita tener la luz encendida por lo que pudieran ocultar las sombras― se convierte en un enemigo temible, fuente de desconocidos terrores, donde, a pesar de que la razón le dice que no hay nada en ella la mente no puede evitar poblarla de infinitas amenazas.

El hombre no está hecho para vivir en soledad. Glavinic construye la historia de un nuevo Robinson Crusoe, abandonado en una “isla” enorme ―el mundo entero― en el que debe aprender de nuevo a sobrevivir, pero con la menguante esperanza de ser “rescatado” en algún momento, pues no existe quién pueda rescatarle. El gradual descenso a la desintegración mental, con pequeños detalles que se van sumando poco a poco, casi inadvertidamente, y con actuaciones que al principio parecen muy coherentes y luego se desvelan profundamente enfermas, ofrece un poderoso, y doloroso, retrato de lo que la soledad puede hacerle a un ser humano. Visto desde una óptica de un narrador omnisciente, de un observador invisible que controla todas las acciones del protagonista ―salvo cuando es el Durmiente, a quien nunca se ve, aunque se perciben los efectos de sus acciones―, Jonas se desliza por una poco pronunciada pero continuada pendiente cuyo final está cantado, pero no por ello deja de ser menos impactante y dejará a cada lector preguntándose por su propia decisión si se encontrase en una situación similar. Una pregunta, sin duda, con una difícil respuesta.

Con un estilo narrativo muy contenido, sobrio, poco o nada dado al artificio, es una lástima que la narración, después de un arranque francamente prometedor e interesante, se vuelva algo monótona embarcada ya en el segundo tercio de la novela. El viaje por las deshabitadas tierras de Europa se hace largo y algo repetitivo, demorándose demasiado en repeticiones innecesarias que rebajan la tensión que se había creado, y hace avanzar el relato con ciertos altibajos hacia un final que deja un sabor incierto. Algo más oscuro que la noche es una novela que merece la pena de ser leída, pero que nadie busque más allá de un atinado retrato psicológico de la desintegración paulatina de la psique humana enfrentada a algo que la supera. Hay acción, sí, pero poquita. Hay tensión, bastante, pero nacida de los temores de la mente. Hay un poquito de humor negro. Hay una reflexión sobre la sociedad actual. Hay sentimientos y hay amor, familiar y romántico. Lo que no hay son respuestas. El lector nunca sabrá que es lo que ha sucedido para que Jonas se encuentre solo en el mundo; y sin duda eso no es lo que le interesaba contar a Glavinic. La narración no trata de lo que rodea al protagonista, no busca hablar del exterior, aunque lo use para sus fines, sino de su interior, de la introspección, de los cambios en su personalidad, en su mentalidad, en su forma de pensar y de actuar en consecuencia. El vacío del mundo se traslada al vacío dentro del protagonista y el lector será testigo de excepción de sus intentos de llenarlo. ¿Se puede vivir siendo el único hombre sobre la Tierra? ¿Tiene siquiera sentido? ¿Cómo cambia nuestra forma de vernos cuando no podemos reflejarnos en la mirada de nadie? De una forma inquietante, a veces algo plana, pero no exenta de interés, el autor trata de responder a estas y otras muchas cuestiones derivadas de la peculiar situación del protagonista. Una lectura que invita a la reflexión. ¿Ciencia ficción? No lo sé; supongo que dependerá de la amplitud que cada cual otorgue a la definición del género.


viernes, 12 de febrero de 2010

Reseña: La Mansión Glass

La mansión Glass.
Los vampiros de Morganville 1.

Rachel Caine.

Reseña de: Jamie M.

Versatil. Barcelona, 2009. Título original: Glass Houses. The Morganville Vampires (Book One). Traducción: Daniel Aldea Rossell. 303 páginas.

Rachel Caine plantea en esta novela ―primera de una serie de ocho libros con más en camino― una propuesta cuando menos curiosa, sino del todo novedosa: ¿qué pasaría si una ciudad, toda su sociedad, estuviera dominada por vampiros sin que el resto del país lo supiera?

Las cosas no son sencillas para Claire Danvers, una chica superdotada que a los 16 años ya se ha graduado en la escuela superior y empieza a estudiar en la Texas Prairie University, en la pequeña ciudad de Morganville. Ella habría preferido matricularse en Yale o en el MIT, pero sus padres, excesivamente sobreprotectores con su niñita, decidieron tenerla más cerca de casa. Y ahora Claire está teniendo problemas con algunas de sus compañeras de residencia, las chicas populares, unas auténticas matonas que le roban la ropa, entran y revuelven en su habitación, y no pierden ocasión de humillarla desde que ella les plantase cara. Sin embargo, el último enfrentamiento ha ido demasiado lejos y un empujón por las escaleras termina con la joven con un ojo morado y dolorida por todo el cuerpo. Las cosas no pueden seguir así, pero tampoco puede acudir a sus padres, quienes seguro que le harían volver a casa y esperar hasta los 18 para poder salir de nuevo al mundo, algo que ella no va a permitir ahora que ha probado las mieles de la libertad. Así que un anuncio para compartir vivienda fuera del campus será su esperanza de salvación. Dolorida, golpeada, ensangrentada y con lágrimas en los ojos se presentará ante la mansión Glass, a cuyas puertas la encontrará Eve, una joven gótica residente en la casa, quien se apiadará de ella y la invitará a la misma. Shane, otro de los inquilinos, también simpatiza con ella, pero quien deberá dar el visto bueno para que se pueda quedar es Michael, el noctámbulo dueño de la casa, que se muestra inseguro al ser ella menor de edad, pero que al menos le deja quedarse unos días. Pronto, demasiado pronto, Claire descubrirá que fuera de la comunidad universitaria, lejos de la protección del campus, se extiende una sociedad extraña y peligrosa. Incrédula tendrá que enfrentarse al hecho de que los vampiros se encuentran a cargo de todo y quienes no gozan de su protección están abocados a convertirse en sus cenas.

Con un gran dominio del “tempo” narrativo, la autora presenta una pequeña ciudad que recuerda de alguna forma el escenario reflejado en la película Lost boys. Una población subyugada, que vive atemorizada, sin atraverse a cruzar la línea o a decir nada, dominados por los vampiros y sus lacayos, separados en amos y presas, donde las personas desaparecen y a nadie parece importarle ni, por supuesto, lo denuncia. Claire está decidida a no abandonar la Universidad, a no claudicar ante las crecientes dificultades y volver a su pueblo, pero parece que la única manera de mantener su vida es permanecer escondida en el interior de la casa (que oculta sus propios secretos), algo a lo que ella no está dispuesta, o encontrar la protección de los vampiros, algo que se plantea francamente complicado.

A favor de la autora y del libro hay que decir que estos vampiros son bastante “tradicionales”, algo que se agradece: son chupasangres inmorales que no soportan la luz diurna, el fuego los consume totalmente, son malvados, no aguantan el ajo o los símbolos religiosos y (y este será un detalle muy importante) no pueden entrar en una vivienda sin haber sido previamente invitados. La autora juega con todas estas convenciones para hacer varios quiebros realmente interesantes en la narración, con varias sorpresas inesperadas y unos giros imprevisibles que dan gran profundidad y emoción al relato.

La joven pronto descubre que no sabe en quién puede confiar, más allá de sus tres compañeros en la Mansión. El recelo se va asentando en su vida, llenándola de miedo a ir a las clases por quien se pudiera encontrar; al tiempo que en su mente adolescente crece la atracción por Shane, haciéndola soñar con cómo sería que él le diera su primer beso; mientras el joven, aunque no la ve con malos ojos, se muestra exteriormente indiferente, sobre todo porque ella es menor y él está a punto de cumplir los 19.

En esta tesitura, casi a mitad de la novela (convirtiendo a esa primera mitad en una estupenda presentación de escenario y personajes) Caine da uno de esos giros narrativos a la trama y pone a sus protagonistas tras la pista de un objeto, un auténtico «MacGuffin», de enorme valor para los vampiros y que les dará una enorme fuerza a la hora de negociar con ellos la protección de sus vidas. Pero las cosas nunca son como se desean, y aquí no iba a ser distinto. La búsqueda hará aflorar en Claire un arrojo y coraje que no sabía que poseía, llevándola a plantearse acciones que nunca hubiera pensado que podría llevar a cabo, y colocando su existencia en mayor peligro aún del que ya se encontraba.

Dado que, a pesar de todo, los personajes están bastante esteriotipados, el interés radica en la trama. La extremadamente inteligente Claire no puede evitar comportarse como una adolescente, sobre todo en asuntos de corazón (y eso que las dosis de romance son ciertamente escasas). Eve, Shane y Michael ocultan cada uno secretos insospechados, y parte de la gracia de la lectura es ir sorprendiéndose conforme son revelados, pero más allá de ello son jóvenes bastante normales en sus comportamientos (si es que crecer en una ciudad dominada por los vampiros puede dar personales normales) y el lector puede comprender y hacer suyas sus motivaciones y sentimientos, cada uno con sus propios problemas. La novela en ese sentido, se centra en la temática adolescente de cómo es vivir por primera vez lejos de casa, fuera de la sombra de las alas de los padres, enfrentándote a un mundo hostil (la universidad, las clases, los profesores, nuevos amigos y enemigos, decisiones aparentemente triviales que se convierten en cuestiones vitales, los primeros sentimientos serios de atracción por los chicos, la búsqueda del primer beso...), pero envuelto en un atractivo escenario paranormal, con una sólida trama de acción, con misterios y sorpresas que dejarán satisfecho a cualquier tipo de público, sea cual sea su edad.

Y es que es precisamente en la sociedad creada por la autora en Morganville donde radica el mayor interés y la originalidad de La mansión Glass, toda la estructura de las relaciones de dominio/servidumbre entre humanos y vampiros, las normas del propio vampirismo (tan clásicas y nuevas a un tiempo), los ritos y normas de la ciudad, los secretos que se ocultan detrás de las cortinas de cada casa, las reglas no escritas pero comúnmente aceptadas (como la tregua tácita dentro de la cafetería Territorio Neutral, donde trabaja Eve), la violencia latente, soterrada, esperando la chispa que la desate (y cuando la propia policía les pertenece a ”ellos”, ¿a quién acudes cuando tienes problemas?), las leyes ancestrales que atan a todos los habitantes de la ciudad, la explicación del porqué nadie fuera del lugar es partícipe de la situación, las distintas facciones vampíricas y la estructura jerárquica dentro de ellas, los otros seres paranormales... Caine lo hace fácil, introduciendo de forma paulatina y sencilla, sin excesos o alardes de explicaciones farragosas o largas, todas las claves para entender lo que sucede en Morganville, con las debidas dosis de misterio, con escenas de acción bien escritas, con gotitas de amor adolescente, con mucho drama y algo de humor, con personajes llevados al límite y obligados a traspasarlo (y cuando piensas que nada más puede ir a peor las cosas empeoran).

Los vampiros de Morganville es una serie de la que la autora, como he dicho, lleva ya publicados ocho libros y uno más está en camino para este mismo año, así que puede haber lectura para rato (y esperemos que Versatil no tarde mucho en seguir con su publicación en nuestro país). Si acaso existe un enorme pero en esta primera entrega es el brutal cliffhanger con el que se cierra el libro. Cuando parece que todo está a punto de terminar el nuevo requiebro de la autora deja todo colgado, pendiente de una homicida amenaza y a la espera de la continuación en The Dead Girls' Dance (ya anunciada próximamente en español). Un final así es algo criminal que va a dejar sin uñas a los nerviosos mientras llega la continuación. Aún así, La mansión Glass es, dentro de la fantasía urbana, una lectura desde luego recomendable para ese público, ágil, refrescante y amena, con muchas sorpresas y unos personajes con mucho recorrido para seguir creciendo.

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Reseña de otras obras de Rachel Caine:


El baile de las chicas muertas. Los vampiros de Morganville 2.



martes, 9 de febrero de 2010

Reseña: Zombies

Zombies.

Antología de John Joseph Adams.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Barcelona, 2009. Título original: The Living Dead. Traducción: Patricia Nunes / Diana Falcón / Simon Saito / Bettina Blanch. 671 páginas.

A estas alturas, decir que el género de los zombies está de moda suena a perogrullada barata. Simplemente han invadido las estanterías de “terror” de las librerías y no hay editorial que no les dedique algún libro o, incluso, colección. Así, Minotauro, entre otras obras de esta temática ha publicado esta voluminosa antología de amplio y variado contenido. Nada más y nada menos que 31 relatos con algunos de los más famosos autores que ha dado el género fantástico y que abarcan desde 1970 hasta 2008, año de publicación original del volumen. Así la variedad de enfoques y estilos en torno al tema está garantizado. Se echan en falta, supongo que por cuestiones de derechos, algunos relatos aparecidos en el original y que aquí brillan por su ausencia, por ejemplo uno del reputado Clive Baker, pero tampoco es que pueda uno quejarse demasiado del contenido. Antes de enfrentarse a la lectura de los cuentos, el lector debe estar avisado que va a encontrarse con numerosas sorpresas si lo único que espera son historias de zombies a lo George Romero ―que también las hay, pero no son las únicas―, porque “gore”, matanzas, hordas de muertos vivientes descerebrados que buscan comerse a los vivos, haberlos haylos, pero no es lo mayoritario, ni, pienso, era el objetivo final que buscaba el recopilador. Hay que entender que el zombie, a día de hoy, se ha convertido en una metáfora de muchas cosas, que representan no solo un estado físico, sino también espiritual, un estado de la conciencia, nuestros propios miedos a la muerte y a lo que representa, una forma de expresar la inevitabilidad del destino y nuestros intentos a pesar de todo de luchar contra él. Los zombies son una parte de nuestra psique que todavía teme a las sombras y busca explicar ese temor mediante monstruos irracionales, pero muy cercanos. Y a través de todo ello, la mayoría de los autores lo que intentan es darle la vuelta al mito y ofrecer una mirada nueva sobre lo que no deja de ser, ni más ni menos, una auténtica fuerza de la naturaleza. Y yo, como lector, desde luego agradezco esa variedad temática y de estilos que, aunque también recomiendo dosificar la lectura de estos cuentos, evita la saturación que una mayor “unidad” hubiera sin duda provocado.

Sube el telón un peso pesado como Dan Simmons con uno de los mejores relatos de la antología: «La foto de la clase de este año» sobre una maestra de escuela que, de alguna manera, no se resigna a que el mundo cambie. En un mundo infestado de zombies, la Sra. Geiss no acepta que su magisterio se acabe y, seguramente como la manera más adecuada de mantener su cordura, continuará impartiendo sus lecciones a una clase que le presta más bien poca atención. La ternura que Simmons demuestra hacia esa maestra que se niega a rendirse cuando lo tiene todo en contra dota a la narración de una extraordinaria fuerza y de un valioso mensaje para los tiempos más difíciles.

Y cuando el lector ha sido atrapado por el anterior cuento, de pronto se topa con «Planes de emergencia zombie» de Kelly Link. Una historia más bien algo anticlimática tras la de Simmons y donde ni siquiera aparece físicamente ningún zombie. Escribiendo sobre una fiesta y una obsesión, esta es la historia de un misterioso cuadro y un niño durmiendo debajo de una cama, con un final que parece metido con calzador y que le da la vuelta a todo lo narrado sin darle mayor sentido.

Dentro de las muchas historias con un fuerte contenido político, abre el fuego (y nunca mejor dicho) «Muerte y sufragio» de Dale Bailey. Durante una campaña electoral estadounidense, en la que se pone sobre la mesa el debate sobre el derecho a portar armas, los muertos demostrarán que ellos también quieren decir algo al respecto. Unos zombies pacíficos, no violentos, que no dejan por ello de ser inquietantes. Una historia que habla de como las heridas del pasado siempre resurgen para perseguir nuestras conciencias.

Y siguiendo con la de cal y la de arena, «Flores» de David J. Schow, es un cuento innecesario, intrascendente, algo gore y sexual ―para que luego digan que el sexo y los zombies no casan, a lo largo de la antología hay unos cuantos intentos de combinarlos con mayor o menor acierto―. El autor habla de las perversiones y de los castigos que muchas veces llevan asociadas, con una mujer que se verá atrapada por el deseo de un hombre con fatídicas consecuencias y encontrará el camino para hacérselo pagar.

«El tercer cadáver» de Nina Kiriki Hoffman. Es una interesante historia desde el punto de vista de una mujer zombie, resucitada por una maldición: una joven que se ha escapado de su casa y se ve inmersa en el mundo de la prostitución, encontrará tras su violenta muerte la manera de obtener el descanso y la venganza. Un relato fuerte, sobre asesinos en serie sin conciencia; sobre una mujer, una prostituta, que lo ha perdido todo en la vida, incluso la identidad, y se ha quedado atada a su verdugo; y sobre como todavía quedan personas honestas y buenas en el mundo, capaces de tragarse el miedo y hacer lo correcto. Solo aparece un muerto viviente, pero demuestra que incluso estos pueden tener más humanidad que muchos vivos.

«Los muertos» de Michael Swanwick plantea un mundo donde los zombies no son sino una mercancía, una mano de obra barata, un simple negocio. En este caso la metáfora sirve para poner bajo los focos a hombres, y mujeres, de negocios sin alma, y reflexionar sobre el poco valor de una vida entre los desposeídos. Impactante.

«El niño muerto» de Darrell Schweitzer, enfrenta a un niño a su rito de paso a la madurez. Encerrado en una simple caja un niño zombie servirá como objeto para todas las perrerías que se les ocurren a los matones del pueblo... A ellos se acercará un muchacho que por no sufrir sus maltratos querrá formar parte de los abusones; una historia sobre las decisiones que se toman bajo presión y que pueden decantar una vida hacia el bien o el mal con terribles consecuencias. Es uno de los varios cuentos de la antología que deja cierto poso de nostalgía. Interesante.

«El zombie de Malthusian», de Jeffrey Ford es la entrañable historia de un anciano científico loco que trabajaba para el gobierno y habría creado el agente definitivo: un zombie (aunque partiendo de un humano vivo) que se regenera y cumple todas las órdenes. Ya anciano, intentará recuperar lo perdido aun a costa de la amistad en una historia con un cierto regusto a Poe. Curiosa.

«Cosas bellas» de Susan Palwick es otro ejemplo de la aplicación del fenómeno zombie en la política, en este caso con gente que desea sacar réditos de la tragedia de un atentado kamikaze ―en plan 11-S― aprovechándose de sus víctimas para obtener apoyo. Un alegato para dedicar nuestras vidas a lo auténticamente importante, a las cosas bella, y dejar a un lado la palabrería. Ni fú ni fá.

«El Síndrome de Estocolmo» de David Tallerman presenta otro tema recurrente en la antología: la insensibilidad ante la atrocidad que significa la existencia de hordas de zombies asesinos y que tan extrapolable es a ciertos hechos de nuestra realidad cotidiana; el como parece que el mejor recurso para sobrevivir es la insensibilidad, la falta de empatía y compasión con el resto de supervivientes. El protagonista, encerrado en una casa asiste al asalto de la casa de los vecinos, los únicos otros vivos de los alrededores, sin hacer nada y proyectando sus recuerdos de su hijo muerto sobre uno de los asaltantes. Triste.

«Bobby Conroy regresa de entre los muertos» de Joe Hill. El breve renacer de un romance antiguo durante el rodaje de Amanecer de los muertos de George Romero. Un homenaje en toda regla y con mucho estilo al padre de una forma de entender a los no muertos como resucitados sin alma ávidos de carne humano. Y, al fin y al cabo, otra de las historias de un libro sobre zombies donde no aparecen zombies.

En «Los que buscan el perdón» de Laurell K. Hamilton el lector asiste a una primigenia historia de Anita Blake, resucitadora de muertos, una profesión peligrosa donde la confianza con el cliente debe ser total, sin engaños, a riesgo de inesperadas consecuencias. Narración inicial que daría lugar a la larga saga de la protagonista y donde todavía mantenía cierto nivel.

«Hermosa como la noche» de Norman Partridge. Un editor de revistas porno trata de poner a salvo a sus chicas en una isla privada paradisíaca, pero las cosas no se desarrollan como tenía pensado. Unos zombies algo distintos, pero con mucha hambre de carne. Curioso, sobre todo en el desarrollo psicológico y algo paranoico del protagonista superviviente, pero poca sustancia en realidad.

«La pradera» de Brian Evenson es un cuento, cuando menos, muy extraño; situado no se sabe demasiado bien dónde, un viaje de exploración ¿en el Nuevo Mundo? se topa con una especie migración de zombies que les plantea muchos interrogantes y aboca la expedición a un final incierto. Prescindible, aunque intrigante.

«Todo es mejor con zombies», de Hannah Wolf Bowen propone un nuevo giro al rito de pasaje a la madurez entre dos jóvenes amigos de toda la vida que van a separarse y que ven en la búsqueda de zombies en los territorios de su infancia una forma de retener una parte de su adolescencia y amistad. No hay zombies como tales, pero la historia es encantadora y retrata muy bien ese sentimiento de nostalgia por un presente que se escapa de entre las manos y pronto solo será recuerdos.

Ls sigue «Parto en casa» de Stephen King. Poco se puede añadir sobre este autor. Una comunidad isleña en el habitual estado de Maine que se creía a salvo de la amenaza, ve como la misma llega hasta sus vidas al tiempo que una residente hace frente en solitario a su embarazo. Como es norma, un buen trabajo de personajes con una gran carga psicológica y una escritura, aunque a veces se pierda en los vericuetos, agradable y adecuada a la historia que nos está narrando. Un acierto.

Con «Las chispas ascienden hacia el cielo», de Lisa Morton, el lector se encuentra ante el peor y más demagógico y maniqueo relato de toda la antología. Una nueva incursión en terreno político, sobre el candente tema del aborto, en el que la autora toma abiertamente partido con unos argumentos que se caen por su propio peso. Una narrración que es mero vehículo para su mensaje. La verdad es que sobra.

A cambio «Hombre de burdel», de George R.R. Martin es un cuento imprescindible. El autor de moda por su Canción de Hielo y Fuego, ofrece en este relato, publicado originalmente en 1976, una historia de ciencia ficción con unos zombies “distintos”, ciertamente originales, que en realidad de lo que trata es de los sentimientos humanos, de la soledad y el amor. En un mundo con un ambiente francamente hostil al ser humano, los muertos vivientes son utilizados como fuerza de trabajo en las minas del planeta y como esclavas sexuales en los burdeles donde los mineros vivos se desahogan de un trabajo agotador y deshumanizante. El joven Trager luchará para mantener intacta su personalidad, encontrar el amor y no sucumbir ante la desesperanza y los deseos más básicos. A través de varios mundos, el joven irá madurando, enfrentándose a la dura realidad de la vida y a los reveses sentimentales. Una historia realmente triste, muy bien escrita y con un final demoledor que pone un nudo en la garganta. De nuevo: imprescindible.

El lejano Oeste se acerca al lector en «El camino del muerto», de Joe Lansdale. Utilizando al descreído personaje de una de sus novelas, el reverendo Jebediah Rains, el autor ofrece una historia en la que realmente juega con la capacidad aterradora del zombie, en este caso el cuerpo resucitado de un asesino llamado Gimlet que habita en un viejo cementerio y en los terrenos que lo rodean. Con una tensión muy bien llevada, con una ambigüedad moral que dota de gran profundidad al protagonista y con una historia que realmente atrapa, el lector se encuentra ante un relato “diferente”, lo cual siempre es de agradecer.

En «El muchacho con cara de calavera», de David Barr Kirtley, el autor escribe desde el punto de vista de un muerto viviente, Jack, que conserva la inteligencia y que trata de aferrarse a su vida pasada. Mientras tanto, su amigo Dustin, fallecido en el mismo accidente, se pone al frente de un ejército de zombies descerebrados con el objetivo de acabar con los vivos... Aunque al final, el verdadero campo de batalla será la competición por una antigua novia. Interesante.

«La era de la aflicción», de Nancy Killpatrick: La última mujer viva sobre la Tierra, al menos hasta donde ella sabe, se enfrenta a las tareas cotidianas del día a día rodeada de la presencia siempre palpable de los zombies. Un interesante descenso por la espiral que lleva a la soledad y a la desesperación, y a la pregunta de si realmente merece la pena mantener la vida cuando no queda nada más. Triste y nostálgico, muy simple, pero agradable de leer.

Y se llega así a otro de los supuestos “pesos pesados” de la antología: «Amanecer amargo», de Neil Gaiman. El amigo Gaiman factura un relato francamente bien escrito, interesante, subyugante por momentos, pero que se pasa de simbólico. Utilizando una vez más su gusto por los mitos y el folklore, el autor utiliza esta vez el de las “niñas del café” de Haití para dar rienda suelta a su particular iconografía, en este caso en la siempre misteriosa Nueva Orleans, con particulares referencias al vudú y al polvo de zombie. En esta historia donde un hombre que viaja sin destino se apropia de la identidad de un profesor que iba a dar una conferencia en un congreso y la da él en su lugar, ocasión que le dará la oportunidad de intimar con unas misteriosas hermanas (o al menos con una de ellas), quizá la clave de todo el simbolismo con el que Gaiman ahoga la narración se encuentre en la primera línea del cuento: «Desde todos los puntos de vista, yo estaba muerto». Demasiado críptico.

«Con las tetas a la tumba», de Catherine Cheek es una boutade divertida y simpática sobre una mujer casada con un millonario que tras morir vuelve de la tumba con las únicas preocupaciones de saber quién la ha traído de vuelta y de mantener firmes sus tetas de silicona. Es una especie de comedia con final triste. Está bien para descargar tensiones acumuladas por lecturas anteriores.

En «Tan muertos como yo», de Adam-Troy Castro, el lector encuentra una especie de guía de auto ayuda para sobrevivir en el mundo zombie con un único consejo realmente descorazonador: si quieres seguir vivo finge estar muerto, no muestres emociones, no sientas nada, deja de ser humano. Además de estar “temáticamente” repetido, sobra.

«Zora y la zombie», de Andy Duncan: Por segunda vez en el volumen (la primera fue en el cuento de Gaiman) se hace referencia a la autora Zora Neale Hurston y al mito de las “niñas del café” (entre otros). En este caso Zora, desplazada hasta Haití para documentarse, establece una extraña relación con Felicia, una mujer que aparece tras 30 años desaparecida y a la que todos parecen considerar una zombie, y para lo que tendrá que sumergirse en los misterios del vudú. Lo cierto es que no va mucho más allá del particular homenaje de un autor hacia una escritora admirada. Se deja leer, pero tampoco es ninguna maravilla.

«Calcuta, el señor de los nervios», de Poppy Z. Brite es la demostración palpable de que por mucha fama que tenga una autora, la misma no es sinónimo de acierto. Una historia mala, totalmente prescindible, sin una trama real, más allá de la guía de viajes (algo truculenta) por las calles de Calcuta y la referencia a la diosa Kali como patrona de vivos y muertos. Se deja leer y ofrece imágenes realmente impactantes, pero le falta alma.

Una nueva utilización del fenómeno zombie como metáfora de otros temas que nos afectan en nuestro día a día lo encuentra el lector en «Seguidos», de Will McIntosh. Los muertos vivientes se convierten aquí en la voz de la conciencia de los que abusan del planeta y de sus congéneres, de los que contaminan, de los que derrochan. Una conciencia social con un mensaje un tanto ecologista y, sobre todo, solidario, que sin embargo se pierde en un final excesivamente difuso. Buena historia, no obstante.

«La música del zombie», de Harlan Ellison y Robert Silverberg: En la historia más antigua del volumen, los dos maestros de la ciencia ficción crean un relato que intenta dar una explicación tecnológica a la resurrección de los fallecidos. En este caso, la reanimación periódica de un insigne compositor y concertista para que pueda seguir ofreciendo su obra al público sirve como reflexión para lo que significa la pérdida del “alma, de los sentimientos que acompañan al hecho de estar vivos. Todo un acierto.

«La representación de la pasión», de Nancy Holder parece ser una parábola sobre el cumplimiento de las promesas realizadas. Curioso, pero indiferente. Quizá haya que haber visto la representación a la que hace referencia para pillarle la gracia al tema, porque yo no lo he conseguido. Obviable.

«Casi el último relato de casi el último hombre», de Scott Edelman es un ejercicio meta literario sobre el tema de la aparición de los zombies y el modo de sobrevivir que tiene un escritor encerrado en una biblioteca sin volverse loco. Una sucesión de historias de lo que podría hacer o podría ocurrir, que no empieza a suceder realmente hasta que el protagonista cuenta su verdadera historia.

Y para cerrar el volumen, «Así declina el día», de John Langan, pone sobre las tablas una obra teatral en la que el “Director de escena” irá dando paso a las distintas historias y monólogos sobre cómo los habitantes de una pequeña ciudad residencial se enfrentan a la existencia de los zombies en su devenir diario hasta que, a través de un crescendo de amenaza y peligro, llega el estallido final. Un perfecto broche para poner cierre a la antología.

Quien solo busque sangre y vísceras puede salir defraudado de esta lectura, pero quien busque algo más, diferentes visiones, algo de introspección y reflexión, comedia y drama, seguramente obtendrá grandes satisfacciones de este volumen. Zombies en solitario y en manadas, e incluso historias en la que ni siquiera aparecen. Muertos vivientes muy físicos y otros que tan solo son simbólicos, metáforas de los muchos problemas que afectan al ser humano. No muertos agresivos y otros que casi parecen pacifistas. Enfoques que apuntan al horror sobrenatural más clásico y otros con un enfoque más de comedia o de drama, político o social. Ciencia ficción, terror, relato costumbrista, fantasía, romance... Una enorme variedad, que seguro no dejará indiferente al lector, con historias buenas, muy buenas, y algunas francamente horribles, pero con un nivel medio más que notable y con algunas propuestas sobresalientes y que demuestran que no solo en lo gore cabe el mito de los zombies. Interesante en general.


domingo, 7 de febrero de 2010

Reseña: La Europa de las cinco naciones

La Europa de las cinco naciones

Luis Suárez

Reseña de: Amandil

Ariel, Barcelona 2008. 996 páginas.

Antes de nada querría señalar que la lectura de este libro me ha llevado año y medio por diversos motivos ajenos a su calidad, interés y precisión. De hecho, de no haber surgido multitud de pequeñas interrupciones lo habría devorado en poco tiempo, pese a la profundidad de su temática y lo, en ocasiones, complejo del desarrollo, debido a que plantea una visión de la historia europea poco conocida e interesante. Así que este año y medio en que me ha acompañado me ha servido para ir reflexionando sobre algunas de las afirmaciones que Luis Suárez sostiene y expande a lo largo de sus casi mil páginas, al tiempo que he leído otras cosas y he vivido cambios importantísimos en mi propia vida que me han hecho replantearme algunas cuestiones que, paradójicamente aunque sea un ensayo histórico, el libro ha puesto delante de mi sentido crítico y de mis conocimientos de nuestra propia herencia cultural y religiosa.

El autor, por medio de un breve prólogo, un amplio y extenso desarrollo en veintinueve capítulos y un dilatado epílogo, se impone narrar de un modo claro y taxativo la historia de la cinco naciones constituyentes de Europa desde la caída del Imperio Romano hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Para ello define el origen de esas "naciones" como las herederas del mundo tardorromano y del Cristianismo receptoras, por tanto, de la tradición cultural, política, filosófica , científica y religiosa de Roma y sujetas a la vigorosa entrada del mundo germánico en ese área de influencia. Italia, Germania, Britania, Galia e Hispania, reconocidas a sí mismas como naciones unidas por un mismo origen y unas mismas esencias, conforman la geografía político-cultural que avanzará de un modo unido pero no necesariamente homogéneo hasta la concepción de europeidad que impera en nuestros días. La elección de esas naciones y no otras no responde a un acto subjetivo del autor sino a la propia división que se remarcó en el Concilio de Basilea y, posteriormente, en el reinado de Carlomagno y su proyecto de civitas Dei como señalaba San Agustín.

Esta realidad, conocida en la Edad Media como "Cristiandad" y desde la paz de Westfalia en 1648 como "Europa", conforma el sujeto de estudio y análisis de la obra, incidiendo en su desarrollo y dejando de lado, salvo cuando una explicación concreta lo requiere, el mundo externo a sus fronteras. En este sentido, y sin usarlo de modo peyorativo, se puede afirmar a rajatabla que La Europa de las cinco naciones es una obra estrictamente eurocentrista y sin ningún ánimo de ir más allá de estos límites.

Para llevar a cabo el estudio y la exposición del desarrollo de las cinco naciones, Suárez opta por centrar su atención en una serie de temas centrales que sazona con una profusión de datos históricos muy cercanos a la tradicional concepción de Historia Política clásica, sin vanas concesiones a otras escuelas históricas menos preocupadas en los acontecimientos históricos y si mucho más en la interpretación externa de los mismos (incluyendo algunas llamadas de atención sobre los "errores" en que incurren otros modos de análisis como el marxista, por ejemplo).

Esos temas centrales que señalan el devenir de la obra son, a groso modo, cuatro: la concepción de la Autoridad y la Potestad de los poderes políticos (desde las magistraturas romanas hasta los Estados actuales), la evolución del concepto de "Legalidad" (desde la idea de "corrección necesaria para atenuar la natural tendencia al mal de los Hombres que tiene como origen la Ley Natural plasmada por Dios en la Creación" hasta la actual concepción de "deseo coyuntural de la mayoría sin tener ninguna referencia moral ajena a la propia decisión de esa mayoría"), el papel de la Iglesia Católica y la fe Cristiana en la formación de la europeidad (desde los Concilios Ecuménicos hasta el Vaticano II) y la continua disyuntiva entre fe y razón que dota a las cinco naciones de herramientas intelectuales, científicas y filosóficas únicas en el mundo que llegarán a suponer una tensión creciente contra la base Cristiana que las creó (libre albedrío, vías de Santo Tomás, la neoescolástica, el racionalismo, el deísmo, el agnosticismo, los movimientos ateos y el laicismo beligerante).

Alrededor de estos cuatro grandes bloques el autor sitúa tanto el desarrollo político de Europa, como el artístico, filosófico o el económico, entrelazando con maestría todos los aspectos para mostrar al lector un cuadro completo que permite comprender el porqué de los acontecimientos desde una perspectiva amplia que rompe, en ocasiones, con visiones parciales o poco claras de muchos hechos históricos que, tomados por sí solos, carecen de un sentido profundo y de una lógica coherente. En otras palabras: se nos narra una Historia "total" que se atreve a indagar en los hechos con una visión de conjunto y sin tratar de justificar o juzgar las decisiones de los distintos actores que pasan por sus páginas.

Eso sí, Luis Suárez se explaya contra aquellas interpretaciones históricas que considera erróneas o equivocadas sin caer en el menosprecio simplón o la apelación al prejuicio ideológico o manipulador. De ese modo eventos como el luteranismo, el agnosticismo, el marxismo o el nazismo, son explicados desde una perspectiva amplia, ahondando en las verdaderas raíces de los mismos y señalando sus fuentes, sus orígenes, sus peculiaridades y el porqué de su desarrollo y aparente triunfo sin caer en la tentación de condenar "per se".

Otro de los aspectos que se desarrollan durante todo el libro es la idea de que el alejamiento progresivo de Europa de sus raíces Cristianas (no sólo en sentido religioso sino también cultural) desemboca en el sometimiento de los ciudadanos al poder del Estado que pasa de servidor a director, utilizando la aparente libertad política emanada de la revolución liberal de finales del siglo XVIII, como excusa para crear nuevas limitaciones a las personas en sus aspectos morales, religiosos y sociales apelando a esa variedad de "obediencia debida" que se esconde tras la dictadura de las mayorías y que anula la libertad de conciencia y cualquier referencia a un sistema permanente y externo de valores morales.

Hay que decir que la lectura de La Europa de las cinco naciones se disfruta (y se comprende) más si se dispone de un mínimo de conocimientos históricos previos que permitan situar los hechos en un determinado momento y lugar. De hecho, el libro adolece de no incluir mapas (sí, en cambio, una selección de fotografías de obras de arte referidas a algunos de los aspectos que se van contando), volviendo confusas las referencias a zonas geográficas poco conocidas de Europa o a las fronteras que van y vienen a lo largo de los quince siglos que abarca el libro.

En cualquier caso, el estilo utilizado por Luis Suárez (propio de un profesor con sobrada experiencia y con unos conocimientos amplísimos de la materia que expone que, en algunos capítulos, parecen desbordar la capacidad de síntesis del autor provocando una cierta confusión), es el propio de una especie de gran lección magistral en la que prima el discurso coherente a la referencia constante a bibliografía, citas externas o datos concretos. De hecho, a diferencia de un simple manual de Historia o de una obra temática sintética, no existen los pies de página ni las llamadas, sino que se nos presenta un todo continuo y apoyado en la propia sabiduría del autor (sabiduría, esta sí, apoyada por una carrera docente e investigadora que "garantiza" la verosimilitud de lo que se está contando). El lenguaje utilizado, así como la presentación en sí de los temas, pretende hacer accesible la temática y su desarrollo a cualquier lector que esté dispuesto a enfrentarse a una Historia de la Europeidad. Desde esta perspectiva el libro bien puede servir como base para indagar, con posterioridad y en otras obras, en los temas que se nos presentan.

Asistimos, pues, a un contundente y hermoso libro que no busca crear una nueva visión de la Historia sino, simplemente, servir como gran guía de referencia que explique el porqué del mundo europeo que vivimos en la actualidad. El origen de sus tendencias culturales, científicas, espirituales y políticas. La posición de la Iglesia Católica y el Cristianismo como referencia ininterrumpida desde la caída del Imperio Romano hasta nuestros días. La progresión de conceptos tan comunes hoy (y de origen europeo) como los Derechos Humanos, la democracia representativa o la investigación científica quedan perfectamente definidos y explicados en sus orígenes gracias a la labor divulgativa que Luis Suárez se impone en este libro.

Con La Europa de las cinco naciones probablemente asistimos a la creación de uno de los libros de referencia necesarios para comprender la realidad del mundo en que nos movemos los europeos. Muy recomendable.

jueves, 4 de febrero de 2010

Reseña: El adepto de la reina

El adepto de la reina.

Rodolfo Martínez.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Sportula. Gijón, 2009. 393 páginas.

Es extraño que un autor ya “asentado” en el mercado español ―decir consagrado en el género que nos ocupa es un poco una utopía― se embarque en una aventura como la que ha emprendido Rodolfo Martínez con la edición bajo demanda de su nueva novela, para la que ha creado el sello Sportula, la ha puesto a la venta en Amazon y se ha encomendado en manos de los lectores para que su apuesta sea exitosa y, sobre todo, rentable. En el aspecto formal se echa en falta, tal vez, unas solapas que den más consistencia a la portada/contraportada, y una maquetación ―y reconozco que esto es algo muy subjetivo, cuestión de gustos― más descargada en los principios de cada capítulo ―haber empezado a media página y no desde arriba del todo―; pero, para los que recelan de este tipo de edición, decir que el libro, como mero objeto, resulta agradable de leer, está bien impreso, el papel es más que correcto y, en general, no difiere demasiado de un libro con una tirada grande de imprenta.

Y entrando ya en El adepto de la reina en sí, decir que Rodolfo Martínez ofrece al lector una obra de difícil adscripción genérica. Para mí, se podría definir perfctamente como ciencia ficción por ciertos elementos que luego comentaré, pero es cierto que también se la podría considerar una acertada mezcla entre fantasía y, desde luego, novela es espías ―el propio autor ha reconocido que una de sus mayores influencias, entre otras muchas, al escribirla fue el James Bond de Ian Fleming, y vaya si se nota―.

El autor ha creado un mundo con dos grandes bloques antagónicos enfrentados en una larga Guerra Fría, donde el dominio de la información es uno de los elementos principales del “tablero de batalla”, y donde los espías de ambos lados realizan peligrosas misiones para robar o perpetuar los secretos de cada bando. ¿Estados Unidos y la URSS? No: Los Pueblos del Pacto y el Martillo de Dios. En este mundo hermético y secreto se mueve Yáxtor Brandan, adepto empírico al servicio de la Reina de Alboné, cuando una nueva amenaza, un tercer jugador, es introducida en el tablero y las reglas del juego cambian radicalmente. Yáxtor deberá poner todas sus habilidades, que no son pocas, en resolver el misterio que envuelve a la organización que amenaza con acabar con el futuro de ambos bloques y con el propio mundo por el camino.

¿Y dónde está la ciencia ficción aquí? se preguntarán algunos. Pues en la existencia de unos «mensajeros» que algunas personas portan en y exudan de sus cuerpos para conseguir construir con ellos casi cualquier cosa que se les ocurra, modificar sus propios rasgos, manipular a los que les rodean o crear ciertas herramientas de unas forma que casi parecería mágica, sino fuera ―y conforme avanza la narración la sensación se acentúa cuando el lector descubre su origen― porque huelen por todos lados a nanotecnología de origen desconocido. Existen otros elementos que refuerzan la teoría, pero al ser parte importante de la trama conviene que el lector los vaya descubriendo por si mismo, las pistas desde luego se encuentran ahí y una de las gracias de la narración sin duda es ir rastreándolas, obteniendo las piezas poco a poco para conformar un puzzle que solo al final mostrará la imagen completa ―aunque haya una parte del mismo que quizá permanezca bastante en las sombras―.

De esta forma cuando surge la inesperada amenaza terrorista con una bomba de Malas Noticias ―que vendría a ser el equivalente de una atómica en nuestra mundo― que podría acabar con los mensajeros y como consecuencia con la forma de vida establecida en ambos bloques, Yáxtor será enviado a descubrir quién se encuentra detrás del complot, cuales son sus objetivos y a evitarlos por cualquier medio que se precise.

Es este un mundo que, dada la dependencia de los mensajeros, que permiten obtener casi cualquier cosa que se desee, se ha desarrollado mucho en algunas cosas pero muy poco en otras, sobre todo en lo tecnológico. Así, se produce una extraña y fascinante mezcla entre elementos propiamente medievales con otros que podrían haber sido sacados de nuestro siglo XIX, pasando por otras etapas históricas intermedias hábilmente conjugadas en la narración. La desaparición de los mensajeros podría fácilmente acarrear un retorno a la barbarie, a la oscuridad de la ignorancia, y por eso es tan importante desactivar la amenaza y descubrir por el camino que son y de dónde vienen los propios mensajeros, dado que son un elemento del que dependen vitalmente ambas sociedades, pero que ninguna controla realmente.

En su calidad de adepto de la reina, Yáxtor pondrá en juego sus muy diversas habilidades y su dominio superior sobre los mensajeros, asesinando sin piedad, destruyendo a todo aquel que se interponga en su camino, acostándose con y usando a todas las mujeres que le sirvan para acercarse un poco más a su objetivo ―aunque hay que reconocer que ninguna de las relaciones son gratuitas ni fuera de lugar, todas aportan algo a la trama― y enfrentándose a una organización maligna muy en la línea de los enemigos tradicionales de Bond, James Bond. Para remarcar aún más el parecido ―o el homenaje― este particular espía se encuentra acompañado por un elenco de personajes que incluyen a sus particulares M o Moneypenny, su Q y sus artilugios y gatches que bajo aparencias inicuas ocultan sorprendentes y normalmente mortales utilidades. Pero que nadie se engañe, Martínez consigue separarse enseguida de la obra de Fleming para ofrecer una historia plenamente original, frenética en muchas ocasiones ―casi demasiado a veces, se habría agradecido cierta introspección, profundidad y descripciones de ciertos parajes― con un trasfondo ciertamente subyugante y una historia que no da respiro al lector. Cabría señalar un cierto abuso de «deus ex machina» que permiten al autor resolver situaciones desesperadas para los protagonistas, algunos saltos sin red y algunos datos que se guarda en la manga para sorprender al lector; pero sin duda se le perdonan vista la calidad y los resultados conseguidos.

A lo largo de la misión, Yáxtor, un personaje que ha olvidado buena parte de su pasado, víctima de una especie de amnesia selectiva, tendrá que enfrentarse a unas revelaciones que le harán cuestionarse su actual existencia, forzándole a madurar de alguna manera y a cambiar su filosofía de la vida conforme una imagen recurrente de una escena que podría ser de su juventud vuelva una y otra vez a su mente para atormentarle. Es muy de agradecer esta evolución en el protagonista ―detalle que le aleja de su reflejo bondiano― que invita además al autor a seguir profundizando en él en posibles futuras continuaciones. La truculencia de las imágenes que asaltan su mente y las reticencias de sus superiores a tratar el tema o el misterio con el que lo envuelven, van preparando el camino para las impactantes revelaciones sobre lo que llevó a Yáxtor a convertirse en la perfecta máquina de matar, amoral y sin escrúpulos, sin remordimientos y casi, se podría decir, sin sentimientos. Además, otros misterios sin resolver, como la identidad del escurridizo “Número Uno”, cabeza oculta de la organización secreta que amenaza la estabilidad mundial y cuyos agentes se autodenominan “espectros”, también podrían llevar fácilmente a esa hipotética segunda parte.

Los elementos diferenciadores se multiplican pronto, desde la propia sociedad en la que se desenvuelven los personajes, una mezcla casi steampunk de antigüedad y modernidad, las posibilidades que dan los mensajeros, la existencia de unos seres llamados «carneútiles» que adaptan sus cuerpos a los deseos de su primer dueño por el que son esclavizados, para servir desde juguetes sexuales a monturas, y que parecen carecer totalmente de voluntad propia, unos portales de transporte que permiten ir de un punto a otro instantáneamente, unos intransitables «bosqueoscuros» hacia dónde la resolución del misterio parece tender y dónde confluirán buena parte de los protagonistas y de los destinos implicados en la narración... La acción pura da poco tiempo a la reflexión, y las aventuras y las revelaciones sorprendentes se suceden de forma vertiginosa, aunque la novela tiene quizá su principal “pero” en un final un tanto precipitado, dejando sin resolver detalles muy significativos (que es lo que deja al lector con ganas de que Martínez escriba una continuación) que se agradecería hubieran tenido respuesta.

Entre medio, muchos viajes, personajes francamente interesantes, mujeres fatales y despiadadas y otras frágiles que deberán hacerse fuertes ante los golpes de su vida cerca de Yáxtor, aliados que usar y enemigos que eliminar, secretos que desvelar, un pasado misterioso en el que profundizar, y una amenaza que combatir con todas las armas que se tengan a mano. El adepto de la reina es francamente entretenido. Tal vez sea literatura de evasión, un pasapáginas frenético, un libro palomitero donde los haya, pero todo ello con una calidad más que remarcable. Con el estilo característico del autor, con una muy buena y agradable escritura, sin florituras innecesarias, pero con el necesario buen hacer literario, con una fluidez encomiable, con una historia que atrapa..., sin duda este es un libro recomendable para cualquier amante de la buena aventura, de las historias de espías con un toque diferente, de las conspiraciones y las organizaciones de supervillanos a nivel mundial. Ha llegado un antihéroe llamado Brandan, Yáxtor Brandan, y ojalá la aventura editorial de su autor sea un éxito y este particular agente secreto vuelva pronto para quedarse. Yo al menos lo estaré esperando.


lunes, 1 de febrero de 2010

Reseña: A diez mil años luz

A diez mil años luz.

James Tiptree Jr.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Grupo Ajec. Col. Albemuth Internacional # 27. Granada, 2009. Título original: Ten Thousand Light Years From Home. Traducción: María Pilar San Román / Fernando March. 255 páginas.

Grupo Ajec publica en español la que fuera primera antología de James Tiptree Jr (seudónimo de la escritora Alice B. Sheldon) que permanecía prácticamente inédita en nuestro idioma (algunos cuentos habían sido ya publicados en diversas revistas o antologías, pero la mayoría no; y nunca en su conjunto). El volumen recopila lo «mejor» de la producción primeriza de la autora, desde los inicios de su carrera hacia 1967 hasta la fecha de publicación de la recopilación en 1973. En concreto, quince cuentos en los que se nota bastante que Tiptree todavía no ha terminado de encontrar del todo su “voz”, les falta todavía cierta chispa, pero en los que ya se demuestra el riesgo temático en el que gustaba embarcarse y los derroteros por los que habría de caminar su no demasiada dilatada, en el tiempo, carrera (falleció en 1987, con gran cantidad de cuentos publicados, recopilados en una decena de antologías, pero con tan solo cinco novelas editadas ―dos de ellas, curiosamente, a título póstumo―). Son cuentos primerizos, sí, faltos en ocasiones de pulso narrativo, pero en los que ya se deja ver el trazo y la imaginación de un gran autor. También son, ciertamente, hijos de su tiempo y de una forma de ver y entender la ciencia ficción bastante diferente de la actual.

A falta de una unidad temática, el factor común denominador a todos ellos (o al menos a una gran mayoría) sería el pesimismo vital y la tristeza que destilan. Son relatos que invitan a la reflexión, a pensar sobre ellos y sobre lo que la autora quería expresar, que muestran una fuerte carga de maniqueísmo en ocasiones, pero sin dejarse arrastrar por su melancolía y su, en cierta forma, desesperanza. Interesada en una ciencia ficción más social que la imperante en ese momento, muchas veces la viste con el ropaje de una space opera casi pulp, dando rienda suelta a una imaginería sexual presente en gran parte de los relatos, sorprendente en muchos casos y más avanzada en ocasiones que muchos de sus contemporáneos.

La visión de los extraterrestres que contactan y en ocasiones conviven con los humanos es francamente negativa, siendo la desconfianza ―justificada según da a entender la autora en la mayoría de las ocasiones― el sentimiento que debiera imperar en cualquier relación que se estableciera con ellos. Cuentos como «Y desperté aquí...», donde se muestran las nefastas consecuencias que trae el que los aliens resulten sexualmente atractivos para los humanos y cómo se establecen las relaciones de dependencia; o como «Mamá vuelve a casa», una curiosa extrapolación de la colonización de Sudamérica y la actividad evangelizadora de los occidentales, y su “secuela” «Socorro», en los que la autora advierte de las intenciones ocultas de los visitantes y demuestra que las apariencias no siempre ―o más bien casi nunca― son lo que parecen, son clara muestra de ello.

«Las nieves se han fundido» muestra un desolado mundo futuro en el que un grupo de humanos con terribles malformaciones tratan de asegurar su supervivencia en medio de las ruinas. Con un estilo limpio y directo, consigue en cuatro pinceladas pintar un paisaje descarnado y amenazador, donde la esperanza parece un bien escaso. Una falta de esperanza que también destila «La apacibilidad de Vivyan», donde se entreve la poca confianza que la autora tenía en el común de los mortales y que rezuma una tristeza impresionante cuando el lector comprende que la inocencia muchas veces tiene un precio terrible que pagar y que todo el mundo tiene sombras a las que quizá sería mejor no iluminar.

Dentro de esa desesperanza imperante, la autora ofrece también historias sobre aquellos que trascienden su condición para convertirse en “algo más” y las consecuencias, casi siempre negativas, que ese hecho acarrea. Así, en «Sabio en el dolor» introduce al lector en la mente de un humano que ha sido modificado para no sentir dolor de cara a una interminable misión de exploración espacial en planetas muy lejanos; y como siempre se echa en falta lo que ya no se tiene, el protagonista deseará recuperar la capacidad de sentir, inconscientemente de que a veces obtener lo que deseamos no siempre resulta como querríamos. En «Soy demasiado grande, pero me encanta jugar» es una enorme entidad alienígena gaseosa la que deseará saber lo que se siente al convertirse en ser humano y saborear las mieles de los sentidos; sus diversos intentos, como ya vemos que es la tónica en Tiptree, terminarán generalmente de forma desastrosa y con resultados desesperanzadores.

No podían faltar en esta autora los relatos sobre viajes en el tiempo, como son «El hombre que volvió», sobre como un experimento fallido lanza a un hombre al futuro y su dilatado regreso termina convirtiéndose en una especie de atracción turística; o «Una eternidad en la bahía de Hudson», una historia de amor a través de los años que en su propia paradoja lleva asociada la maldición de los finales desgraciados ―o como la búsqueda de la felicidad arrastra consigo su propio final―.

Dentro de esa búsqueda imposible del amor también se situaría «Madre en el cielo con diamantes», una space opera sobre la minería de asteroides y en la que un Inspector de Seguridad intentará mantener en secreto contra viento y marea su descubrimiento de una antigua nave espacial y de su contenido. La desesperada lucha, la carrera contrarreloj para mantenerse por delante de los que podrían arrebatárselo todo, imbuye al relato de una sensación de catástrofe cercana e inevitable.

Hay en el volumen otros cuentos más intrascendentes y amables, más ligeros, como el amable y simpático «Las puertas del hombre dicen hola» o «Te estaré esperando cuando la piscina esté vacía» ―o de cómo la intervención algo atolondrada pero bienintencionada de un humano avanzado puede modificar a una sociedad extraterrestre primitiva―.

Y entre tanta oscuridad y desesperanza, resplandecen dos relatos en particular, quizá los mejores de la recopilación, con el común denominador de un sentido humorístico cercano a una frenética comedia de situación:

«Os somos fieles, Terra, a nuestra manera» se sitúa en un planeta, Mundocarrera, dedicado íntegramente a las competiciones entre los más diversos seres venidos desde las más lejanas galaxias. En una jornada sin descanso, el lector asistirá a la tarea de Peter Christmas para mantener todo en funcionamiento, evitar los intentos de fraude, desactivar un ataque alienígena y contentar a una delegación de extraterrestres absolutamente extraños con la triste historia de la humanidad; divertido y nostálgico a un tiempo, es sin duda una de las perlas del libro.

«Nacimiento de un viajante» es otra muestra de este humor descabellado sobre las dificultades comerciales que presentan las enormes diferencias sociales y culturales de las distintas razas alienígenas en el intercambio de mercancías entre los planetas o siquiera el simple tránsito entre ellos. De alguna manera eleva el comercio actual entre las naciones de la Tierra a la enésima potencia, poniendo de manifiesto por un lado las absurdas condiciones que hay que acatar para exportar un producto y por otro el nivel de fraude y riesgo al que los comerciantes están dispuestos a llegar para minimizar los costes.

Cierra este A diez mil años luz el cuento «Súbenos a casa», un amable homenaje a una de las series más conocidas de la SF televisiva del siglo XX y que sin duda refleja los sueños sobre el futuro de la propia autora ―el deseo de que lo que nos rodea no sea todo lo que hay―, vestido con un claro mensaje antibelicista.

El volumen, entre que se nota que se trata de cuentos “primerizos” y que la traducción le juega unas cuantas malas pasadas en más de una ocasión ―lo de «Mamá vuelve a casa», por poner un ejemplo, es especialmente sonrojante― , deja una sensación agridulce en el lector. Si bien es cierto que Tiptree no ha encontrado aquí todavía su estilo (lo que no desmerece los relatos), también lo es que la lectura da una buena idea, sobre todo temática, de lo que habría de venir después y no deja insatisfecho. Siempre es interesante asistir a los inicios de quien habría de ser una gran autora.

P.S. Había terminado de escribir esta reseña cuando me he encontrado con la que han publicado en la página Literatura Prospectiva, en la que el editor de Ajec comenta lo siguiente:

Solo una aclaración:

En principio solo iba a haber un traductor, lógicamente; pero a mitad de traducción la dejó colgada con varios de los relatos por traducir, y tuvimos que buscar a otro traductor (traductora) para rematar la traducción, tan sencillo como eso.

Lo lógico hubiera sido que la nueva traductora tradujera todos los relatos de nuevo, para mantener la uniformidad, pero significaba pagar dos veces por el mismo trabajo, y por desgracia no podíamos permitirnos el dispendio.

Lo cierto es que se sale ganando con el cambio, pues la traducción de ella es francamente mejor que la de él. La pena es que aparentemente no haya habido una corrección que “homogeneizase” ambas traducciones y corrigiese ciertas expresiones y fallos que duelen al leerlos.

La buena noticia es que avisa de que publicarán más obras de Tiptree a medio plazo; y eso siempre es algo grato de escuchar.