Victor
Conde.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo
Ajec.
Col. Albemuth Intenacional # 33. Granada, 2010. 255 páginas.
Nordhal
Dass,
un atlético geólogo con ocultas e inesperadas habilidades para el
espionaje, debe acortar bruscamente su estancia en los EE.UU.
y
volver a su Branderburgo
natal
tras ser testigo indirecto del “despegue” de la cápsula que el
Gun
Club
ha
lanzado hacia la Luna
en
lo quie significa el primer vieja del Hombre hacia nuestro satélite.
De vuelta a una Europa convulsa, que mantiene tensas relaciones con
el Imperio
Otomano
y
en cuyo horizonte se otea la inevitable amenaza de guerra, se pone en
contacto con los servicios secretos quienes lo citan en un castillo
de los Alpes bávaros con Irna
Hohenstaufen,
una noble prusiana que planea invertir su fortuna en financiar otro
viaje a la Luna, después de que los estadounidenses hayan hecho lo
propio, buscando explotar los grandes recursos que se supone van a
encontrar en ella.
Una mezcla de aristócratas, de aventureros y de científicos europeos procedentes de diversos países se sumarán al proyecto de forma algo atropellada en medio de grandes peligros, y compondrán una heterogénea tripulación cuyos objetivos finales no son precisamente filantrópicos, ya que el propósito principal del viaje será obtener materias primas, sobre todo oro, con las que financiar la maquinaria bélica que tan necesaria se intuye en un futuro cercano para oponerse al enemigo otomano. Pese al secretismo en que se ven envueltos los preparativos de la misión, resultará inevitable que sus adversarios, tanto europeos como americanos, intenten por todos los medios hacer fracasar el proyecto. Los sabotajes y atentados estarán al orden del día y sus vidas correrán serio peligro.
Una mezcla de aristócratas, de aventureros y de científicos europeos procedentes de diversos países se sumarán al proyecto de forma algo atropellada en medio de grandes peligros, y compondrán una heterogénea tripulación cuyos objetivos finales no son precisamente filantrópicos, ya que el propósito principal del viaje será obtener materias primas, sobre todo oro, con las que financiar la maquinaria bélica que tan necesaria se intuye en un futuro cercano para oponerse al enemigo otomano. Pese al secretismo en que se ven envueltos los preparativos de la misión, resultará inevitable que sus adversarios, tanto europeos como americanos, intenten por todos los medios hacer fracasar el proyecto. Los sabotajes y atentados estarán al orden del día y sus vidas correrán serio peligro.
Tomando
como base, al tiempo que le rinde un sentido homenaje, la obra de
Julio
Verne
―algunos
de cuyos personajes llegan a realizar sus particulares cameos―,
Conde
escribe
una ucronía
steampunk
de
hondo calado y recorrido, planteando una particular carrera espacial
en un siglo XIX que diverge bastante del nuestro, pero en el que
todavía es fácil reconocer ciertos hechos que desembocarían en el
estallido bélico de la Gran Guerra, aunque aquí sin duda los
participantes y aliados de cada bando serían un tanto diferentes.
Unos cielos dominados por grandes zeppelines dan buena cuenta de que
nos encontramos en una realidad agradablemente anacrónica.
Narrado
a forma de pastiche,
Conde consigue emular en muchos momentos el lenguaje preciosista y
algo recargado de la prosa de Verne, principal pero no único
referente del relato ―hay bastante de Wells
también
por ahí―. Con un tono por momentos excesivamente decimonónico, de
elevado lenguaje y recargadas florituras verbales, el relato se hace
árido y estéril en puntos concretos, tropezando en algunos escollos
literarios, para luego dar paso a una narración mucho más fluida. A
pesar del tema y el escenario, Los
relojes de Alestes
no
es una novela de acción propiamente dicha, aunque haberla hayla,
sino más bien de intriga. La aventura es un trasfondo trepidante que
le permite al autor retratar otras muchas cosas, buscando sin duda
ese sentido
de la maravilla
asociado
siempre a este tipo de obras y tan presente en las novelas de Verne,
retratando una sociedad inmersa de lleno en unos irrefrenables
cambios tecnológicos ―y la visita a la Exposición
Universal de Moscú
es
plenamente sintomático― sumergiendo el autor a los protagonistas
en una particular «era de los inventos».
Dependiendo
de la necesidad del relato, el autor llega a ofrecer voz hasta a
cinco narradores distintos, todos en primera persona, utilizando
diversos recursos como la prosa epistolar, diarios manuscritos o a
grabaciones en fonógrafo,
cambiando también así el registro estilístico para hacer más
legible, ágil y entretenida la obra. El pastiche verniano, una vez
que el lector consigue entrar en el juego de Conde, funciona a la
perfección ―más todavía para quienes hayan leído las obras de
referencia―, aunque allá donde el autor francés siempre destilaba
un firme optimismo de fondo, tanto en la técnica como en el propio
ser humano, el español imbuye al texto de una sutil crítica,
mostrando cómo el intelecto siempre consigue poner al servicio del
empeño bélico cualquier invento o adelanto que pudiera ser
imaginado y, cómo, en última instancia, el motor de las acciones
humanas es la ambición, la codicia o la simple búsqueda del poder
sobre los demás. Es significativo que allí donde la expedición de
Verne a la Luna ―aparentemente según la lectura pura y simple de
la novela, sin bucear entre líneas― tan solo buscaba lograr un
hito científico, demostrar el potencial de la ciencia y el espíritu
humano, la ruso-prusiana de Conde tiene el prosaico interés de
encontrar materias primas, explotar el satélite y apoyar
financieramente el impulso bélico.
El
heterogéneo grupo de protagonistas, con la aristócrata prusiana
Irna
Hohenstaufen
y
el geólogo Nordhal
Dass
a
la cabeza, da mucho juego al autor. El grupo reunido por Irna
comprende un buen número de disciplinas científicas ―matemáticos,
físicos, expertos en armas y explosivos...― con un amplio abanico
de procedencias geográficas, no solo europeas o estadounidenses,
sino también con la agradecida presencia de la princesa hindú Asha,
o del esquimal Anok.
En otro plano, la presencia de la novia-prometida de Nordhal, Ginka
Maudenhoff,
permite una visión distinta de la sociedad en que se desenvuelve la
aventura, al tiempo que introduce una necesaria evasión humorística
y da un refrescante toque femenino al relato.
Embarcados
en un periplo que les llevará a recorrer buena parte de las tierras
europeas e incluso a dirigirse hacia el Nuevo Mundo, el grupo
luchará contra viento y marea para llevar a cabo su misión a pesar
de todos los peligros que surgen a su paso. ¿Y el tal Alestes...?
Bueno, esa es una cuestión que el lector deberá descubrir por sí
mismo introduciéndose en las páginas de la novela. Tal vez descubra
algunas sorpresas inesperadas.
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