Richard Laymon.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Corre una veraniega mañana del año 1963 y en un, en apariencia, apacible pueblecito norteamericano de esos donde todos los vecinos se conocen (o creen conocerse) llamado Grandville, un joven, Dwight Thompson, se encuentra cortando el césped de la casa familiar cuando sus amigos, el rollizo Rusty y la resuelta Slim (una chica cuyo verdadero nombre es Frances, nombre que nunca usa porque dice que «Frances es una mula que habla»), pasan a buscarlo con una impactante noticia: El espectáculo ambulante del vampiro dará una única función ese mismo día en el llano Janks, y allí se mostrará a la única vampira que se conoce en cautividad, la hermosísima Valeria. Por supuesto, y aunque al principio Dwight no parece muy interesado, los dos chicos, llenos de testosterona y aún sabiendo que los vampiros no existen, no pueden evitar hacer una apuesta sobre si la tal Valeria, una actriz según suponen, será tan bella como prometen los folletos. Sólo hay un problema, el espectáculo es para mayores de edad y ellos apenas están en los 16. La única solución que se les ocurre es acudir al llano Janks aquella misma mañana, intentar ver como los “feriantes” instalan su espectáculo y de paso tratar de echar una ojeada a la vampira y que Slim decida quién ha ganado la apuesta. Y así comienza el que muy posiblemente sea el día más largo y angustioso de sus vidas.
Contado en primera persona, desde la óptica de Dwight, El espectáculo del vampiro es una novela más que de terror de tensión creciente, donde lo aparentemente cotidiano comienza a convertirse en amenazador y la suma de pequeños detalles inquietantes irá calando en la mente del lector hasta ponerle los nervios de punta. No hay grandes sustos, ni una predominancia del gore (hasta que se alcanza el sangriento acto final) como parece achacársele a este autor, sino un sutil y pausado (¿demasiado pausado?) incremento del desasosiego, una incertidumbre por el destino de los protagonistas, una desazón por lo que están viviendo, por las ausencias de algunas personas o la aparición de objetos que no debieran estar dónde están, que termina con una catarsis sangrienta que casi significa una liberación en la mente del lector tras la zozobra anterior.
Laymon va introduciendo la acción en un ambiente opresivo ya desde la primera visita al llano Janks, un lugar con una siniestra y oscura historia, epicentro de secretos horrores; una árida y plana, aunque irregular, superficie de terreno yermo, llena de trozos de vidrios rotos por doquier, de piedras irregulares y puntiagudas, de agujeros habitados por serpientes, y que antaño fuera el improvisado cementerio para las víctimas de un asesino en serie y lugar de violentos disturbios a raíz de un fracasado espectáculo de boxeo, y que ahora es hogar de otros males desconocidos, pero siempre amenazantes, como perros asilvestrados o cosas peores, convirtiéndose de alguna manera en uno más de los personajes, y de los más importantes, de la novela.
La narración, básicamente, es la historia de un solo día (aunque intercalado con un buen número de flash-backs para situar en contexto a cada joven y sus reacciones) en la vida de tres amigos que se encuentran en ese momento de equilibrio inestable en que están a punto de dejar atrás la adolescencia y entrar en la madurez. El espectáculo del vampiro ofrece una historia sobre la amistad, muy al estilo de Stephen King, pero también sobre el amor, sobre el crecimiento y la maduración. Sin especiales sentimentalismos, Laymon retrata ese instante en la vida en que el cambio es inevitable, ese momento en que en cierta medida el adolescente pierde la inocencia ante el descubrimiento de su propia sexualidad (yendo mucho más allá de lo “salidos” que van todo el rato los dos protagonistas masculinos), cuando uno empieza a ser consciente de su cuerpo de una manera nueva y cuando de repente ve, o desea ver, reflejado en los ojos de su mejor amiga unos sentimientos que van más allá de la simple amistad. Así, Laymon usa al vampiro como un símbolo de la atracción erótica inextricablemente unida al peligro, del deseo prohibido y de las consecuencias de dejarlo desatado.
Y he ahí dos de las razones que pueden echar hacia atrás a algunos lectores. Por un lado las descripciones del estado de pubertad de los protagonistas, con sus problemas asociados, se adueñan en ocasiones en exceso de la trama, haciendo que avance con más lentitud de la que sería deseable, aunque sea cierto que sirven para crear “ambiente”. Por otro, cabe decir que esta no es una novela de vampiros al uso, ni en su sentido más clásico de chupasangre inmoral ni en el actual de romance paranormal, pues es cierto que los elementos sobrenaturales terminan estando ahí, pero no donde cabría esperarlos. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que los vampiros no existen, ¿no? Así, después de un ritmo lento que va cargando de tensión al lector, pero en el que todo se puede explicar racionalmente, el torbellino del desenlace pilla de alguna manera por sorpresa, dejando finalmente, supongo, satisfechos a los amantes de las sensaciones fuertes (e impresionados a los que no).
En una novela de muy pocos personajes, en el que los adultos (con la excepción de la cuñada de Dwight, Lee, quien les ayudará en su empeño de intentar ver a la vampira) aparecen presentes de forma muy breve y son percibidos más como un escollo para sus planes que como un apoyo, y en que los otros jóvenes del pueblo se antojan más como amenazas que otra cosa, el auténtico miedo parece proceder del fondo de la mente de los protagonistas, de las ideas que se van creando conforme avanza el día ante lo que se van encontrando; aunque también de los, en muchas ocasiones, inquietantes secundarios. Dentro de unos bien dibujados y definidos protagonistas, destacan sobre todo, los femeninos, mujeres de armas tomar a las que Laymon parece dar una predominancia sobre los masculinos de tal forma que, aunque la historia esté narrada desde la óptica de Dwight, es Slim (que antes fuera Nancy, Holmes, Scout, Zock, Phoebe y Dagny, dependiendo del libro que se encontrase leyendo en cada momento) la que se apodera de la acción, llevando la voz cantante en prácticamente todo momento en que aparece, tomando la iniciativa y las decisiones importantes en las situaciones más comprometidas, dado que, seguramente, es mucho más inteligente y decidida que sus dos compañeros juntos (sobre todo mucho más que el apocado y traicionero Rusty). De igual modo, el único personaje adulto que acompaña en algunos períodos a los tres jóvenes y toma parte de forma importante en los hechos es la citada Lee, una mujer de fuerte carácter, con convicciones propias y una imponente carga erótica. E incluso el vampiro reclamo del espectáculo, Valeria (otro prodigio de sensualidad y sexualidad), es mujer, y de esas que no se dejan doblegar fácilmente.
Hay una cierta descompensación entre la historia “diurna”, que ocupa prácticamente más de tres cuartos de la novela, con todos sus viajes al llano Janks, los saltos atrás en el tiempo para poner en antecedentes al lector de ciertos detalles que necesita conocer, las diversas excursiones de casa en casa de los tres jóvenes, los escarceos violentos y/o amorosos o los continuos pensamientos de carácter sexual de los chicos provocados por las hormonas desatadas de su pubertad, y la historia “nocturna”, donde el espectáculo se representa con sorprendentes revelaciones y resultados. De un tempo pausado durante la mayor parte de la novela se pasa apenas sin transición a un ritmo frenético y brutal, que pone un broche sangriento a la tensión anterior. Curiosa novela, no exenta en absoluto de interés, aunque es bueno estar advertido sobre lo que uno se va a encontrar para no llamarse luego a engaño, porque los vampiros no existen… ¿o sí?
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