Bruce Boston.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
El guardián de almas presenta un futuro distópico con una sociedad de apariencia feliz y ordenada, pero que esconde en su seno la semilla del descontento. Fácilmente englobable en esa corriente literaria que ha dado títulos tan remarcables como «1984», «Un mundo feliz», «Farenheit 451» o «La fuga de Logan», la novela, aunque lo intenta y no carece de abundantes puntos de interés, no está a la altura de tan brillantes predecesoras (aunque es bien cierto que era ponerle el listón demasiado alto). Publicarla, además, en una colección de «terror», y no en una más cercana a la ciencia ficción (por muy finalista del premio Bram Stoker 2007 que fuera), tampoco creo que le haya hecho ningún favor.
Boston presenta un mundo que se está recuperando de los «Años Grises», de migraciones masivas, matanzas y plagas generalizadas y climas inclementes que dieron paso a una Tierra con amplias zonas inhabitables. Poco a poco el terreno se va descontaminando y las ciudades-estado van expandiéndose con lentitud pero de forma inexorable. Al comienzo de la narración, el mundo se encuentra en un momento de reconstrucción, en el que la tecnología ha avanzado algo desde nuestros días, pero no en exceso, y es todavía fácilmente reconocible. Hay quien dice que la tierra hace tiempo que dejó de ser estéril y que solo se trata de una argucia para mantener subyugada a la población; pero los descontentos son, aparentemente, pocos, gracias al acondicionamiento primario, y los que se desvían de la norma no suelen dar problemas después de su reacondicionamiento psicológico. Richard Thorne es una de esas personas que empiezan a rebelarse contra su «perfecta» vida, su matrimonio ideal y su trabajo satisfactorio pero rutinario; al principio lo hará solo con pequeños detalles: excursiones a los barrios bajos de la ciudad para mezclarse con los desposeídos de la sociedad, sentir el peligro de lo prohibido, consumir alcohol, tener contacto con prostitutas o hacer pequeñas apuestas… Pero entonces conocerá a Josie, y la extraña historia de amor en la que se embarcarán, entre lo intelectual y lo sexual, llevará a Thorne a un inevitable declive en el que cruzará definitivamente la línea de la ley, quemando tras él todos los puentes que podrían haberle devuelto al seno de la conformista sociedad de la que proviene. Se establece una lucha del individuo contra el estado totalitario que busca imponer sus designios sobre todos los ciudadanos; pero se trata de una lucha egoísta, que, sobre todo al principio, tan solo busca la satisfacción del propio Thorne, su propio bien, y no el derrocamiento del aparato gobernante.
El guardián de almas se encuentra narrado desde el omnisciente y omnipresente punto de vista de Sol Thatcher, el guardián que sería encargado de investigar las actividades ilícitas de Thorne, proceso durante el cuál él mismo quedaría de alguna forma cambiado. Boston, en estas condiciones, escribe a través del guardián la historia con un distanciamiento desapegado, con el tono de un bastante desapasionado informe escrito con un arcaico y olvidado —en esa época futura— formato de novela. Pero ese pleno conocimiento de todos los hechos, de todos los detalles e incluso de todos los pensamientos (gracias a las innovadoras técnicas del cyberescáner) de los protagonistas, transmitido con fría eficacia, propicia un distanciamiento del lector, impidiendo cualquier sorpresa, al estar todo anticipado de antemano. Así, el duro camino de desintegración de la personalidad de Thorne se encuentra reflejado con sumo detallismo, pero con escasa implicación emocional.
A su vez, lo que podría haber propiciado un importante foco de atención y tensión para el lector, el triángulo amoroso que se establece entre Thorne, Josie y Diana, la esposa del protagonista, queda diluido por el escaso desarrollo que de ambas mujeres hace el autor. Sus intervenciones quedan devaluadas por la visión analítica del guardián, sin caracterizarlas en demasía y dejándolas bastante de lado cuando se apartan del ámbito de interés de la historia de Richard Thorne, que no deja de ser la del propio Sol Thatcher. Una oportunidad desperdiciada en cierta medida y que, se intuye en detalles como las curiosas vacaciones a lo Desafio Total que «disfrutan» Thorne y Diana, podría haber dado mayor interés a la historia tal y como se encuentra narrada.
El amor de Josie por los libros antiguos y prohibidos, símbolos de un pasado que debe ser dejado atrás, le permite al autor lanzar sus críticas sobre nuestro presente inmerso en la cultura de lo desechable y del pensamiento unificador ante los miedos y amenazas. En la sociedad de Thorne y Thatcher las libertades civiles e individuales se han visto limitadas en alto grado, mas los ciudadanos se encuentran bien cuidados y son, o al menos creen serlo, felices. Precisamente ese es el trabajo de los guardianes, proteger a la despreocupada sociedad hedonista haciendo que todos sus miembros se ajusten a las normas establecidas, podando las ramas que se salgan de lo planificado mediante el uso de modernas técnicas que incluyen particulares lavados de cerebro y la reconstrucción de la personalidad del individuo desviado mediante el uso de brutales métodos y de drogas (¿medicamentos?) de diseño, que buscan en definitiva el establecimiento de una utopía estéril que lanza un grito de advertencia y atención a la mente del lector.
Al final resulta que El guardián de almas es —¡tan solo!— la historia de unos seres humanos que luchan por existir conservando una personalidad propia y por convivir junto a, y no a la sombra de, otras personas; una exploración de las cuestiones socio-políticas de la actualidad extrapoladas hasta lo extremo; una reflexión acerca del libre albedrío y su difícil aplicación práctica ante las presiones y condicionantes de la sociedad en la que uno tiene que vivir; sobre la existencia y la posibilidad de alcanzar el amor romántico; sobre las consecuencias de la fútil búsqueda de la perfección… Es, en definitiva y como suele suceder en estos géneros, un intento de diseccionar el alma humana, sus afanes y profundidades, los miedos, anhelos y resortes que impulsan a actuar o rebelarse a algunas personas donde otras dudan o se conforman con lo que tienen por triste que sea; un nuevo intento de explicar la complejidad y la creatividad del ser humano. Que lo haya logrado es otro cantar, pero permite pasar el rato al tiempo que se piensa en tan sesudas cuestiones. Eso sí, vuelvo a remarcar, es ciencia ficción, no terror.
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