Robert J. Sawyer.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova # 214.. Barcelona, 2008. Título original: Rollback. Traducción: Rafael Marín Trechera. 316 páginas.
Robert J. Sawyer ofrece al lector en esta ocasión una novela de «segundo» contacto en un futuro relativamente cercano al situar la acción en 2048, toda vez que el primer contacto con seres de fuera de la Tierra tuviera lugar 38 años antes del momento en que comienza la narración. En aquel entonces, Sarah Halifax, trabajando para el SETI, habría conseguido descifrar una transmisión alienígena procedente del sistema Sigma Draconis, devolviéndoles un nuevo mensaje. En el presente de la novela se recibe la respuesta a la contestación humana que significará para una ya anciana Sarah, con 87 años, la invitación por parte del millonario Cody McGavin de ponerse al frente de la tarea de decodificar el nuevo mensaje, tarea que no está en absoluto segura de poder terminar ya que sabe que incluso si logra romper el código extraterrestre no vivirá lo suficiente para ver un tercer envío. El millonario le ofrece entonces una posible solución: recientemente se ha puesto a punto una terapia genética que permite el rejuvenecimiento del paciente, una «vuelta atrás» a sus años jóvenes, y plantea aplicársela a Sarah, Pero ella solo aceptará si su amado esposo Donald, con quien lleva felizmente casada 60 años, también recibe el tratamiento, a pesar de que el mismo es tan sumamente caro que solo los extremadamente ricos pueden permitírselo. McGavin, no obstante, acepta la condición y sufraga ambos tratamientos. Pero entonces surge la tragedia; mientras Don se vuelve cada día más joven camino de tener —físicamente— de nuevo unos veinticinco años, el cuerpo de Sarah no responde a las terapias y permanece en sus
Sawyer se ha convertido con el paso del tiempo en un hábil artesano, buen conocedor de su oficio y de las herramientas que maneja y los resortes que debe pulsar para llegar al lector, pero que no pasa de cierto nivel, no deslumbra ni llega a emocionar con sus libros, a pesar de que tampoco defraude categóricamente nunca, convirtiendo cada nuevo libro suyo en una agradable lectura que se queda siempre a un paso del escalón superior, donde podría codearse con los grandes escritores. Mantiene una prosa sencilla, amena, ágil, limpia, combinando con facilidad la extrapolación científica con un amplio bagaje en torno al corazón humano, transmitiendo conocimiento y haciendo reflexionar. En Vuelta atrás el lector se encuentra una nueva ración de lo enunciado, mediante una trama bifurcada en dos historias que se siguen con similar interés, aunque una de ellas —el drama surgido entre Sarah y Don— tenga mucho más peso específico en el relato que la otra —el contacto con Sigma Draconis, a priori la que se podía pensar que debía haber llevado el peso de la narración—, planteando ambas una serie de profundas cuestiones filosóficas, éticas y morales tan habituales por otra parte en este autor.
Si por un lado surgen las dificultades inherentes al intento de comunicarse con entidades totalmente ajenas a la cultura humana y las dudas sobre cuáles serán las cuestiones sobre las que interrogarían a la humanidad, sobre el foco de su interés; es en la parte del matrimonio Halifax donde Sawyer vuelca toda su fuerza narrativa para plantear al lector sus presupuestos. La historia de la «vuelta atrás» se centra mucho más en los efectos humanos del tratamiento que en la propia tecnología empleada (esas costosas cirugías y ajustes genéticos). El fracaso del tratamiento en Sarah provocará interesantes situaciones en torno a la figura del rejuvenecido Don, quien tan solo es «famoso» por asociación con su esposa y no por logros propios, y quien no solo va a sobrevivirla a ella, sino también a sus propios nietos, ahora mayores que él mismo. A través de los ojos de Don, un «joven» con una mente octogenaria, Sawyer se dedica a explorar el comportamiento humano, las reacciones ante situaciones inesperadas o extremas y las costumbres sociales y su férrea inmovilidad dado el rechazo al cambio de la mayoría de las sociedades.
En una de las partes menos conseguidas de la novela, tratando quizá de explorar las profundidades y complejidades del corazón humano o el coste que el progreso científico lleva implicado sobre las personas, el autor embarca a Don en una no muy creíble relación extramarital que le obligará a vivir una doble vida. El problema surge cuando lo que se nos ha contado previamente —el profundo, inestimable y muy arraigado amor entre Don y Sarah— choca de repente con lo que se nos está contando en este momento. Cierto es que Don ha recuperado la energía, el deseo sexual, la fuerza atlética y la vitalidad de la veintena, pero todo ello se antoja cuestiones menores al considerar que su mente sigue siendo la misma, que tienen todos los recuerdos de una larga y feliz vida en común y que no porque de joven se fuera un tanto irresponsable habría de volver a serlo ahora. En un dilema moral poco conseguido, Sawyer presenta a un Don de mentalidad prácticamente adolescente que se deja llevar por sus hormonas desatadas que no casa con lo que el lector había ido conociendo de él.
Por otro lado, en Vuelta atrás el autor utiliza el contacto con los alienígenas para reflexionar sobre el significado de ser humano, sobre las relaciones que se establecen entre las parejas y los grupos sociales (curiosa la marcada diferencia que se muestra entre las sociedades canadiense, de la que proviene el propio autor, y la estadounidense), sobre las consideraciones éticas y morales que deberían regir a la hora de la aplicación práctica de las nuevas tecnologías donde un aparentemente beneficioso avance puede tener consecuencias desastrosas al alterar de forma fundamental la vida de las personas. De una forma algo tibia, sin maniqueísmos pero sin tomar partido tampoco, Sawyer plantea el debate sobre temas tan importantes y de actualidad como el aborto y la eutanasia —o las consecuencias que tendría un hipotético tratamiento para conseguir alargar exponencialmente la vida y quiénes serían los que debieran recibirlo—, la existencia de Dios, el amor y sus ataduras —¿deben considerarse así cuando son voluntarias?—, la propia vida y lo que hacemos con ella a los demás y a nosotros mismos… y aunque deja en manos del lector sacar sus propias conclusiones, Sawyer, al final, es eminentemente un optimista y eso queda reflejado en el desenlace del libro con un mensaje de esperanza.
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