Ángel Torres Quesada.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo AJEC. Col. Albemuth Internacional # 29. Granada, 2010. 293 páginas.
Quizá la obra más conocida de Ángel Torres Quesada sea la Trilogía de las Islas (posteriormente convertida en tetralogía con la publicación de Wyharga, que debería haber sido el inicio de una nueva trilogía cuyas continuaciones nunca verían la luz), pero si hablamos de A.Thorkent y su serie del Orden estelar la cosa cambia. Escritor crecido como tal en la época de los bolsilibros o novelas de a duro, tuvo en aquel entonces una enorme producción de libritos de ciencia ficción, sobre todo space opera, que terminaron formando una impresionante saga ―deudora en gran parte del universo asimoviano― llena de emoción, aventuras, erotismo y muchas ideas apasionantes. En Las sendas púrpuras recupera de alguna forma el espíritu de aquellos libros ofreciendo un relato ameno, rápido, ágil y entretenido que, sin embargo, aparenta haberse quedado algo atado a aquella forma de narrar de antaño que hace que el formato más largo de esta novela se le haga algo excesivo ―cosa que curiosamente, sin embargo, en absoluto le sucediera en la Trilogía de las Islas u otros libros posteriores como La dama de plata o Los vientos del olvido―. Hay que reconocer que el fuerte de Torres Quesada es la acción, la aventura, las luchas y enfrentamientos... y que los momentos más introspectivos, las largas descripciones o explicaciones y los diálogos elaborados, al menos aquí, no son en lo que destaca, quedando un tanto flojas en comparación con los momentos explosivos de acción desatada y la enrevesada trama de complots y dominación estelar que nos ofrece con descaro. Quizá el haber querido obtener un libro más largo de lo que daba de sí la trama termine precisamente lastrando el ágil desarrollo de la misma y su natural discurrir.
El comienzo de la novela, con la protagonista, Giselle, escondiéndose en los túneles de Wuffan, un planeta del Borde condenado al aislamiento por su enfrentamiento con el poder centralizado del Purpurado, es realmente impactante, lleno de fuerza y tensión dramática. Una infancia así, sin duda, marca la personalidad y el posterior crecimiento, no se puede pasar por semejante ordalía y salir mentalmente intacto, cosa que luego se verá en la forma de ser y actuar de la joven, inmersa además en el centro de una conspiración de la que lo desconoce todo, pero de la que no podrá ni escapar ni evitar tener que tomar un papel central obligada por las circunstancias.
Rescatada in extremis por su padre, Yolden Abasi, dueño de un misterioso pasado, la joven se instala rápida y cómodamente en la vida disoluta llena de despreocupación, fiestas y sexo que supone la pertenencia al Ámbito, un conglomerado de planetas unidos por una red de transporte instantáneo, la Malla, formado por las Sendas Púrpuras del título y dominada por el Purpurado desde el mundo de la Cúpula, conformando una especie de gobierno galáctico que también controla la Fuente de la Sabiduría, el compendio del saber humano que permite la comunicación instantánea y provee de todo lo necesario, y de donde han sido «expurgados» aquellos conocimientos que los purpurados consideran peligrosos para la felicidad ―y el sometimiento― de sus ciudadanos. Pero, pista tras pista, Giselle empezará a sospechar que algo se esconde en las actuaciones de su padre, y de la noche a la mañana todo se precipitará, viéndose inmersa en una lucha de poder en la que no tiene muy claro cuál es su bando, mientras busca desentrañar los secretos que le ocultaba su progenitor.
Torres Quesada ofrece una historia básicamente de acción, bajo la que subyace no obstante una feroz crítica a los sistemas totalitarios, ya sean gobiernos u organizaciones, y a la globalización ―en este caso, a la «universalización»―, sin dejar pasar el inevitable y ya algo cansino ataque nada sutil a la religión católica. Los purpurados son una especie de Imperio Galáctico que se perpetúan en el poder gracias al dominio de la tecnología y de los conocimientos de la Fuente, un hecho que les permite controlar la red de “caminos” ―las Sendas― que posibilitan el viaje y comunicación instantánea entre los diferentes planetas, pudiendo negarles tal conexión a los planetas rebeldes, condenándolos al barbarismo, si no acatan el orden imperante. Es esta especie de «poder absoluto» la que les otorga una arrogancia insoportable que les lleva a situarse por encima del resto de seres humanos provocando no poco rechazo entre la hedonista sociedad del Ámbito. En estas condiciones es inevitable que surjan grupúsculos rebeldes que buscan el derrocamiento del sistema, que sin embargo son rápidamente sofocados por la evidente superioridad técnica del Purpurado.
A través de sus observaciones de hechos extraños, de conversaciones oídas de refilón, de las visitas secretas que recibe, de sus curiosas amistades..., Giselle empieza a sospechar que su padre se encuentra en el centro de una de estas conspiraciones, y por ello emprenderá un frenético viaje con el objetivo de desentrañar el misterio y descubrir la verdad tras la cortina de humo que parece rodear su vida, y que la llevará a visitar mundos en guerra y enfrentarse a su pasado de una manera inesperada que hará tambalear los cimientos sobre los que creía edificada su existencia. A pesar de los muchos giros y sorpresas, las pistas son más que suficientes para saber por dónde quiere llevar Torres Quesada a sus lectores. La escritura es simple, incluso escueta en ocasiones, pero la narración se vuelve algo confusa cuando el autor se empeña en intentar liar la trama más allá de lo necesario, añadiendo páginas por el método de recargar su estilo sin llegar realmente a ningún sitio.
Giselle, coherentemente con lo que el autor va edificando a su alrededor, se muestra en todo momento algo antipática ―seguramente por las circunstancias que han forjado su personalidad―, independiente y cabezota, dada a usar a los que la rodean mientras le conviene y a olvidarse de ellos cuando no, caprichosa y malcriada, dispuesta a perseguir sus objetivos sin importarle las consecuencias ni a quien lastime por el camino, antojándose de alguna manera que una buena regañina o un par de sopapos a tiempo podrían haberla hecho menos egoísta e impulsiva. Sin embargo, es lo que la trama necesita para llegar a buen puerto, así que con todos los «peros» hay que reconocer que es un personaje muy conseguido que logra su objetivo a pesar de la desconexión emocional con el lector. Del resto de personajes poco más se puede decir aparte de que se encuentran al servicio de la protagonista, supeditados en todo momento a ella, sirviéndole casi de mero contrapunto, receptáculos de sus ansias, iras, anhelos o dudas, meros espejos que le devuelven la imagen difusa de su personalidad en construcción, cada uno aportándole una pieza del puzzle que conforma su pasado. Quizá el más logrado sea precisamente el virtual Hesperis ―la personalidad y recuerdos de un antiguo erudito y filósofo volcados en y guardados por la Fuente para que cualquier ciudadano pueda acceder a sus conocimientos―, mentor, maestro y consejero de la joven, e intrigante conspirador a través del tiempo.
En todo momento durante la lectura se intuye un titiritero que tira de los hilos de los principales protagonistas, sin terminar del todo de saberse cuáles son sus verdaderas intenciones ni quién maneja el cotarro, quién es el ideólogo del complot y quién un simple peón manipulado para conseguir los objetivos de otros. Las vueltas en la trama son continuas, algunas veces de forma compleja, pero siempre coherente con lo que el autor nos está contando. Torres Quesada va dosificando con acierto las preguntas y las respuestas, donde la resolución de un misterio lleva a plantearse nuevas cuestiones, guiando al lector con acierto hacia un final que no por previsto pierde interés. Es este un típico caso donde es más importante cómo se llega que el llegar mismo. Porque es difícil no intuir qué se encuentra al final ―o al principio― de la Senda Umbilical, pero la forma de conseguir surcarla y lo que allí se pueda encontrar es lo que llena de emoción la narración.
Las sendas púrpuras es una space opera de grandes escenarios, de planetas de belleza exuberante o de inquietante abandono, de civilizaciones en ruinas luchando por su supervivencia y de sociedades decadentes que solo buscan su propio placer, de incomprensibles tecnologías que permiten hechos casi mágicos, de gentes que luchan por la libertad. Hay enfrentamientos de naves ―aunque no grandes batallas espaciales―, pero no son aquí lo más importante. El autor busca más la aventura individual, la peripecia personal de la protagonista y de los compañeros que se unen a ella en su búsqueda de respuestas y vindicación. Llena de muchas de las grandes ideas de la ciencia ficción ―el viaje y la comunicación instantáneos, los imperios galácticos, la manipulación genética, la realidad virtual...―, la forma de narrar la historia se antoja algo anticuada aunque, no obstante, llena de encanto, a pesar de que podría haberse liberado de ciertas redundancias, explicaciones excesivas y diálogos artificialmente alargados. Es esta una novela de aventuras espaciales de corte clásico ―quizá demasiado clásico―, entretenida y amena, que no destaca precisamente por la originalidad de sus planteamientos y especulaciones, sino por la manera de aplicarlos a las peripecias y vicisitudes de los protagonistas, que sirve para pasar un buen rato sin preocuparse demasiado.
6 comentarios:
Ángel me pasó la novela en su momento, y la verdad es que es muy, muy amena y divertida. Es un space opera con toda la magia de la cf épica.
Una opinión más a favor de la novela ;-)
Aunque personalmente lo de la "épica" no termino yo de verlo. Hay mucha acción, sí, pero no grandes batallas (sí de trasfondo, pero no en la trama principal) que es lo que se suele asociar a esa "definición".
De todas maneras, sería de agradecer que en vez de hacer comentarios "anónimos" firmarais vuestras aportaciones para saber quién las hace. De esa manera tienen más valor, ¿no?
Saludos.
Perdón, soy Víctor Conde. Es que el sistema sólo me deja publicar si me identifico como anónimo.
No, si no pasa nada, y además sabiendo ahora de dónde proviene la primera afirmación sí que se hace cierto lo de que tiene más valor.
Un placer, Victor.
No, el placer es mío.
muy bueno
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