Reseña de: Amandil.
Lionsgate (2009).
98 minutos.
Transcurre el año 2019. La humanidad ha sido prácticamente extinguida por los vampiros, quedando reducida su existencia a la de seres atrapados en "granjas de sangre". Grupos minúsculos aún sobreviven dispersos por el mundo, tratando de sobrevivir en un mundo que, diez años antes, vio como el vampirismo se extendía por todos los países gracias al atractivo que la inmortalidad supuso para los habitantes del planeta. Pero la falta de "humanos" comienza a ser un problema para una sociedad que necesita su sangre para sobrevivir. Pese a los esfuerzos de los gobiernos, todavía no se ha encontrado un sustitutivo eficaz que permita dejar de depender de la producción de las menguantes granjas. Y la falta de suministros está sacando a la luz una escalofriante realidad: sin su ración de sangre, los vampiros degeneran en seres salvajes y abominables que no dudan en atacar a sus propios iguales con tal de obtener algún tipo de alimento.
El hematólogo Edward Dalton (Ethan Hawke) trabaja insistentemente en la búsqueda de un nuevo tipo de sangre sintética que permita suplir la dependencia existente de los diezmados humanos. Pese a lo que podría parecer por su condición de vampiro, el motivo real que le lleva a trabajar en ese proyecto es lograr que la raza humana (a fin de cuentas, su antigua raza) no sea exterminada y pueda convivir con la nueva especie dominante. Pero su bondad y escrúpulos (se niega a alimentarse de sangre humana y no aprueba la existencia de las granjas) se ven sometidos a la cruda realidad de un mundo dominado por el ansia consumista (por pura supervivencia) de miles de millones de vampiros. Su propio jefe, el poderoso empresario farmaceútico Charles Bromley (Sam Neill), le recuerda constantemente que las cosas ya no son como antes y que la nueva superioridad de la especie (la inmortalidad, la inmunidad ante las enfermedades) exige que los humanos sean tratados como simples reses. A fin de cuentas, optaron por no unirse a los vampiros cuando tuvieron su oportunidad, convirtiéndose en parias sociales y en el pálido reflejo de una raza inferior.
Pero todo ello se ve enfrentado a la cruda realidad: en apenas un mes el suministro de sangre será insuficiente para cubrir la demanda mundial y eso significará la total destrucción de los vampiros.
De un modo casual Edward se topa con un grupo de humanos que tratan de llegar hasta un refugio secreto. Su cabecilla, Audrey Bennet (Claudia Karvan), descubre que el vampiro es partidario de los humanos y que, además, es un hematólogo que les puede ayudar a encontrar una "cura". Esperanzada por esta acertada coincidencia introduce al nuevo aliado en el menguante mundo de los supervivientes y le presenta a Lionel Cormac "Elvis" (Willem Dafoe), una persona que fue un vampiro pero que, a causa de un accidente, volvió a ser humano y que se ha convertido, a la postre, en la pieza clave para devolver las cosas a la situación previa al estallido vampírico del año 2009. Y entonces comienza la acción.
Daybreakers presenta el manido tema del vampirismo desde la perspectiva del rutilante éxito del depredador en un mundo obsesionado por la inmortalidad y las aparentes ventajas de ser un vampiro. En cierto modo se nos muestra una sociedad en la que la colección de vampiros que azotan el cine, la literatura y los juegos de rol opta por no autolimitar su número y mostrar su naturaleza públicamente, sin generar rechazo en las personas. Más bien al contrario, atrayendo hacia sí a millones de voluntarios que abrazan sin ambages la nueva posibilidad de acceder a una existencia eterna, sin importarles la nueva atadura que adquieren: su supervivencia dependerá de que "otros" (los humanos no vampirizados) sean esclavizados para extraerles la sangre diariamente en un tenebroso ordeñamiento sistemático que inevitablemente acarreará la muerte de los humanos.
El tema presentado en esta película por los hermanos Spierig pretende mostrar un mundo (¿alegoría de nuestro consumista sistema?) en el que no se tiene en cuenta lo limitado de los recursos naturales (en este caso, la sangre humana) y se anteponen los intereses económicos y de crecimiento a los de la humanidad en su conjunto. El personaje al que da vida un elegante Sam Neill no deja de ser el prototipo del "tiburón" ejecutivo cuyo único objetivo en la vida (mejor dicho, no-vida) es enriquecerse y seguir adelante caiga quien caiga (la propia hija, el resto de los vampiros, el mundo entero). En contraposición aparece el vampiro "por accidente", que no disfruta siendo un chupasangre y que pretende alzar un muro ético entre él y el resto de la gente que ha optado por ser inmortal aún a costa de esclavizar a sus congéneres. Ese hematólogo justiciero al que da vida un Ethan Hawke en su línea interpretativa (personaje de aparente debilidad o sensibilidad pero con un poso de resistente nato como en Gattaca o en Training Day) marca la línea que separa a la bestia del último resquicio de humanidad. Su personaje, trágico en cierto modo, no deja de moverse en buena parte de la película como un pelele agitado por una trama que avanza a paso rápido hacia un clímax sanguinolento en el que los vampiros, como por arte de magia en un crescendo muy forzado, comienzan a pasar del estadio más "humano" al "salvaje" en cuestión de horas.
El intento de acelerar la trama, bien presentada en la primera media hora de metraje, tropieza con una serie de momentos clave (la historia de Lionel Cormac, el proceso curativo en la vieja bodega, el apresamiento de Audrey) que parece que han de ser contados deprisa para evitar sobrepasar los noventa minutos de metraje, restando profundidad y acierto a una película que, por lo demás, es entretenida e interesante. Asimismo, los actores se mueven con solvencia en una historia que pretende romper con el estereotipado mundo vampírico actual aunque no llegan a crear (más por el propio guión que por su buen hacer actuando) personajes que se salgan de los conocidos perfiles (el empresario malo y cruel, el héroe bondadoso y sufriente, la amazona superviviente, el sabio iluminado, el hermano cruel pero que, a la postre, se redime).
En definitiva, Daybreakers nos lleva un paso más allá en los cuentos de vampiros y abre nuestra imaginación para ver cómo sería la Tierra en el hipotético caso de que esta plaga triunfase. Se nos muestra como todo seguiría prácticamente igual, en una demostración clara de capacidad de adaptación, al tiempo que, en realidad, todo se está viniendo abajo. Da que pensar esta película y su factura, aceptable en términos generales, la coloca a la altura de otras películas de mayor presupuesto pero de menor calidad. Si te gustan los vampiros (o si los odias) es muy recomendable que dediques un rato a dejarte llevar por este delicioso "¿qué pasaría sí...?".
Pero todo ello se ve enfrentado a la cruda realidad: en apenas un mes el suministro de sangre será insuficiente para cubrir la demanda mundial y eso significará la total destrucción de los vampiros.
De un modo casual Edward se topa con un grupo de humanos que tratan de llegar hasta un refugio secreto. Su cabecilla, Audrey Bennet (Claudia Karvan), descubre que el vampiro es partidario de los humanos y que, además, es un hematólogo que les puede ayudar a encontrar una "cura". Esperanzada por esta acertada coincidencia introduce al nuevo aliado en el menguante mundo de los supervivientes y le presenta a Lionel Cormac "Elvis" (Willem Dafoe), una persona que fue un vampiro pero que, a causa de un accidente, volvió a ser humano y que se ha convertido, a la postre, en la pieza clave para devolver las cosas a la situación previa al estallido vampírico del año 2009. Y entonces comienza la acción.
Daybreakers presenta el manido tema del vampirismo desde la perspectiva del rutilante éxito del depredador en un mundo obsesionado por la inmortalidad y las aparentes ventajas de ser un vampiro. En cierto modo se nos muestra una sociedad en la que la colección de vampiros que azotan el cine, la literatura y los juegos de rol opta por no autolimitar su número y mostrar su naturaleza públicamente, sin generar rechazo en las personas. Más bien al contrario, atrayendo hacia sí a millones de voluntarios que abrazan sin ambages la nueva posibilidad de acceder a una existencia eterna, sin importarles la nueva atadura que adquieren: su supervivencia dependerá de que "otros" (los humanos no vampirizados) sean esclavizados para extraerles la sangre diariamente en un tenebroso ordeñamiento sistemático que inevitablemente acarreará la muerte de los humanos.
El tema presentado en esta película por los hermanos Spierig pretende mostrar un mundo (¿alegoría de nuestro consumista sistema?) en el que no se tiene en cuenta lo limitado de los recursos naturales (en este caso, la sangre humana) y se anteponen los intereses económicos y de crecimiento a los de la humanidad en su conjunto. El personaje al que da vida un elegante Sam Neill no deja de ser el prototipo del "tiburón" ejecutivo cuyo único objetivo en la vida (mejor dicho, no-vida) es enriquecerse y seguir adelante caiga quien caiga (la propia hija, el resto de los vampiros, el mundo entero). En contraposición aparece el vampiro "por accidente", que no disfruta siendo un chupasangre y que pretende alzar un muro ético entre él y el resto de la gente que ha optado por ser inmortal aún a costa de esclavizar a sus congéneres. Ese hematólogo justiciero al que da vida un Ethan Hawke en su línea interpretativa (personaje de aparente debilidad o sensibilidad pero con un poso de resistente nato como en Gattaca o en Training Day) marca la línea que separa a la bestia del último resquicio de humanidad. Su personaje, trágico en cierto modo, no deja de moverse en buena parte de la película como un pelele agitado por una trama que avanza a paso rápido hacia un clímax sanguinolento en el que los vampiros, como por arte de magia en un crescendo muy forzado, comienzan a pasar del estadio más "humano" al "salvaje" en cuestión de horas.
El intento de acelerar la trama, bien presentada en la primera media hora de metraje, tropieza con una serie de momentos clave (la historia de Lionel Cormac, el proceso curativo en la vieja bodega, el apresamiento de Audrey) que parece que han de ser contados deprisa para evitar sobrepasar los noventa minutos de metraje, restando profundidad y acierto a una película que, por lo demás, es entretenida e interesante. Asimismo, los actores se mueven con solvencia en una historia que pretende romper con el estereotipado mundo vampírico actual aunque no llegan a crear (más por el propio guión que por su buen hacer actuando) personajes que se salgan de los conocidos perfiles (el empresario malo y cruel, el héroe bondadoso y sufriente, la amazona superviviente, el sabio iluminado, el hermano cruel pero que, a la postre, se redime).
En definitiva, Daybreakers nos lleva un paso más allá en los cuentos de vampiros y abre nuestra imaginación para ver cómo sería la Tierra en el hipotético caso de que esta plaga triunfase. Se nos muestra como todo seguiría prácticamente igual, en una demostración clara de capacidad de adaptación, al tiempo que, en realidad, todo se está viniendo abajo. Da que pensar esta película y su factura, aceptable en términos generales, la coloca a la altura de otras películas de mayor presupuesto pero de menor calidad. Si te gustan los vampiros (o si los odias) es muy recomendable que dediques un rato a dejarte llevar por este delicioso "¿qué pasaría sí...?".
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