A.F. Black.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo AJEC. Granada, 2011. Título original: Gazing at the Stars. Traducción: David Prieto Ruiz. 396 páginas.
A
pesar del ambiguo título —que tiene, no obstante, su explicación— y la más esclarecedora portada, cuando se abre
el libro ya desde la dedicatoria se puede intuir en qué parámetros va a
desarrollarse la historia que contiene. Marley, Gaiman, Peake y King
no son, desde luego, malos referentes en los que fijarse para
establecer el estilo, escenario y ambientación del relato. La referencia
más evidente sería, sin duda, la del American Gods o el Los hijos de Anansi de Gaiman,
situando la acción en un ambiente muy mundano donde, rompiendo el
férreo realismo, ciertas manifestaciones de espíritus ancestrales campan
a sus anchas entre los humanos, involucrándolos en sus vivencias y en
sus juegos de poder; donde una magia sutil, casi indetectable, se cruza
en el destino de los personajes y los hechos inexplicables quedan a la
libre interpretación del lector. Y es que eso sí, mientras lo que en
Gaiman es certeza aquí siempre navega en la duda. De King el autor toma
cierto tono narrativo y, sobre todo, descriptivo, y de Marley es obvia
la herencia del protagonista jamaicano.
Entre el realismo mágico y la fantasía sobrenatural o mitológica —aunque en este caso los mitos sean caribeños, haitianos y jamaicanos en concreto, como algunos de los protagonistas—, la fina línea entre la realidad y lo onírico es cruzada en diversos momentos, jugando con las percepciones de protagonista y espectadores, para crear un relato de intriga, plenamente detectivesco, donde no todo, o nada, es lo que aparenta. Un hombre, arrancado de sus raíces, lejos de su hogar y privado poco a poco de sus amigos, va a aceptar sobre sus hombros la misión de resolver un asesinato sino quiere que las «autoridades» caigan sobre él. En juego su propio futuro por la palabra dada a una mujer muerta que no llegó a conocer y cuyos lazos le atan en el presente a los herederos de su magia vudú.
Entre el realismo mágico y la fantasía sobrenatural o mitológica —aunque en este caso los mitos sean caribeños, haitianos y jamaicanos en concreto, como algunos de los protagonistas—, la fina línea entre la realidad y lo onírico es cruzada en diversos momentos, jugando con las percepciones de protagonista y espectadores, para crear un relato de intriga, plenamente detectivesco, donde no todo, o nada, es lo que aparenta. Un hombre, arrancado de sus raíces, lejos de su hogar y privado poco a poco de sus amigos, va a aceptar sobre sus hombros la misión de resolver un asesinato sino quiere que las «autoridades» caigan sobre él. En juego su propio futuro por la palabra dada a una mujer muerta que no llegó a conocer y cuyos lazos le atan en el presente a los herederos de su magia vudú.
Charlie Manley es un inmigrante jamaicano, de mediana edad y entrado de forma ilegal en territorio de los EE.UU. por mediación de una mambo y su hermano houngan —sacerdotisa y sacerdote vudú—, Prosper Dechamps, con el que quedó vinculado por los diversos acuerdos pactados para obtener su nueva vida, nombre incluido, en Winter Palms, Florida.
Sin comerlo ni beberlo, de la noche a la mañana se va a ver en el
centro de una oscura trama, asesinato ritual incluido, a la que no podrá
dar la espalda debido a esas solemnes promesas que le atan a la familia
de sus «benefactores». Implicado en la investigación, Charlie irá dando
tumbos de un lado a otro, dando palos de ciego, removiendo el avispero,
trayendo al presente viejos recuerdos olvidados, pulsando todos los
resortes que se le ocurren, mientras acude a todos los que creía sus
amigos, en su afán de conocer el nombre del asesino y proteger a
aquellos que se encuentran bajo el manto de sus promesas. Y, a pesar de
todo, o precisamente por su caótica forma de investigar, el futuro se le
presenta tan negro como las alas de esos cuervos que parecen estar
acechándole, vigilando sus movimientos, lanzando sus funestos presagios a
cada paso del camino.
La
novela se desvela así como una crónica de la miseria, de la
desesperación de los inmigrantes, de su pobreza, de la difícil
adaptación a la tierra de los sueños. La acción se sitúa en una Florida
muy diferente a la imagen habitual que se suele mostrar de ella, con
unos barrios de casas que se caen a pedazos, de calles descuidadas donde
la marginalidad es la tónica, separados por sutiles pero firmes
fronteras de las zonas más ricas y favorecidas. Un lugar donde a pesar
de todo, o precisamente debido a ello, la amistad y la lealtad son
mercancías a tratar con mimo, donde los desharrapados encuentran el
final del camino, donde los especuladores de todo tipo campan a sus
anchas, donde los deseos y los sueños son quimeras inalcanzables, donde
el amor es una utopía y debe ser dejado de lado, y donde la amargura del
pasado matiza todos los actos del presente.
Acompaña
el autor a su protagonista único de un acertado elenco de secundarios,
cada cual con su particular historia y su forma de actuar, que aunque en
un primer momento pueda resultar llamativamente incongruente, termina
con una explicación más o menos coherente a la luz de los sucesos
posteriores —la reacción del abogado y supuesto amigo Ed Woodbottom ante su petición de ayuda, la gratuita paliza de Jules Brown, la verdadera nauraleza de la petición de la viuda Brooks...—.
Se trata de personajes golpeados por la vida, e incluso los que mejor
se mantienen a flote no terminan de escapar de la miseria que les rodea,
traída como un pesado manto desde sus países de origen del que no
pueden deshacerse del todo: las tradiciones que no pueden dejar atrás,
los viejos mitos, diluidos pero no olvidados, las deudas, las escasas
oportunidades de integración... son circunstancias que llevan a la
permanencia de ciertos guetos de los que es casi imposible escapar; más
aún cuando los propios compatriotas son los que ponen sobre uno las
invisibles cadenas del deber hacia los suyos.
Y entre todos ellos, la excepcional ola de calor que golpea con aplastante fiereza Winter Palms
se va a convertir en un personaje más. Húmedo y sofocante, tórrido y
omnipresente, un componente meteorológico que matiza todas las acciones y
condiciona las decisiones a tomar, que marca el tempo moroso de la
aventura y la investigación ya que apresurarse para cualquier cosa es condenarse a sufrir
innecesariamente.
Una circunstancia que impone un ritmo pausado a la narración, un tempo
acorde al incapacitante bochorno que golpea sobre las espaldas de
aquellos que se atreven a salir a las torturadas calles, para ir
desentrañando la trama, yendo y volviendo sobre los pasos de Manley,
como se suele decir sin prisa pero sin pausa. Demorándose con
determinación en ciertos pasajes para construir su atmósfera.
Intercalando con acierto en medio del relato de novela negra las
historias del «pícaro» vwayajè, el caminante que vive a costa del engaño a los demás en las leyendas de la patria del jamaicano.
A
lo largo de la trama sobran tal vez ciertas reiteraciones de lugares
comunes que llegan a cansar por su insistencia —la sonrisa de Charlie,
su camiseta, los cuervos...— y hay escenas difícilmente verídicas —como
un Manley en sus horas más bajas, apestando literalmente, «paseándose»
por un colegio o un hospital, y que nadie se cuestione, razonablemente,
su presencia allí—. Además, el recurso de usar ciertos vocablos en
criollo, tan acertado para apoyar ese diferenciación, ese sentimiento de
no pertenencia al lugar, de los protagonistas caribeños, se ve lastrado
por la decisión del «traductor» de mantener el vocablo dreadlock en vez del aceptado rasta las muchas veces que llega a aparecer —y ya sé que originariamente uno era el tubo de
pelo y el otro la persona que lo llevaba, pero el uso coloquial y
acostumbrado en español ha terminado convirtiendo el segundo en la
traducción natural del primero: Rasta: 2. f. Cada una de las trenzas que componen el peinado característico de los rastafaris— que lo hubiese hecho mucho más cercano en vez de convertirse en un escollo para la fluidez de la lectura.
Según Manley
va avanzando en su tortuoso camino, el autor va dejando caer ciertas
pistas que de alguna manera preparan, aunque no llegan a anticipar del
todo, el giro final que sorprende al tiempo que pone toda la historia en
perspectiva. Utiliza el autor para ello un lenguaje que, al intentar
emular a ciertos «maestros», no termina de adquirir una voz propia y
peca de cierto recargamiento estilístico, que sin embargo no impide en
absoluto que se deje leer con agrado. Misterio, vudú, miseria, calor
pegajoso, muertes absurdas, mezquinas ambiciones, y un personaje que
solo desea que le dejen vivir su modesta vida en paz, pero que no parece
que vaya a conseguir sus deseos. Mirando a las estrellas es
una novela negra diferente, una lectura que por momentos parece no
llevar a ningún sitio para desvelarse al instante que todo estaba
planeado con detalle, ofreciendo una trama tan intrigante como
sugerente.
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