Insomnia: Relatos para no dormir.
Una antología de NOCTE, seleccionada por J.E. Álamo.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Grupo AJEC. Col. Penumbra # 4. Granada, 2012. 202 páginas.
Si
durante los últimos años ha existido en España un grupo pujante dentro de la producción
literaria fantástica ese, sin duda, ha sido el de
los escritores dedicados —mayormente, aunque no en exclusiva— a cultivar
el género del Terror. Y precisamente en torno a ellos NOCTE —la Asociación Española de Escritores de Terror—
ha sido el perfecto aglutinador para dar salida a sus inquietudes y
proyectos, llevando ya un buen número de años promocionando a sus
socios. En esta ocasión el escritor y traductor J.E. Álamo
ha seleccionado una serie de relatos, ninguno inédito pero todos
remarcables, de las plumas más destacadas del género para ofrecer un
volumen breve pero intenso. Un volumen que sirve, sin duda, para hacerse
una buena idea de la enorme variedad temática y de la amplitud de ideas
y tendencias que se pueden abordar sumergiéndose en la fantasía oscura.
Se abre el volumen con un interesante Prólogo a cargo de Juan Ángel Laguna Edroso,
actual presidente de la Asociación, donde se hace hincapié, entre otras
interesantes disquisiciones, en la cualidad de que todos los cuentos
han cosechado ya las mieles del éxito en certámenes varios o en su
publicación original, dando cuenta así de su calidad y convirtiendo a
esta en una magnífica oportunidad para poder degustarlos reunidos para
la ocasión, en vez de tener que perseguirlos en sus dispersas
localizaciones.
El primero de los relatos, Bola de mierda, de Emilio Bueso,
versa sobre las reflexiones de un perdedor, de un cobrador del turno de
noche en un parking que ve como su vida es un mero fracaso. Cuando un
anciano le entregue un imposible pase de aparcamiento
su existencia va a cobrar un cariz realmente extraño. Una historia que
hunde sus raices en nuestra Guerra Civil y que sirve para reflexionar
sobre la venganza más allá del paso del tiempo.
La noche de la sangre, de David Jasso,
conjuga la fantasía de seres sobrenaturales con el horror de la víctima
predestinada al sacrificio. Con una magnífica prosa consigue transmitir
todo el sentimiento de horror e impotencia ante un destino ineludible
al tiempo que el necesario giro final juega con las expectativas del
lector ante la sorpresa ya esperada que cambia en el último momento. Una
de las más destacadas entre las joyas del volumen, sin duda.
La apertura slagar, de Santiago Eximeno y Alfredo Álamo, demuestra que el humor, negro obviamente, no está reñido con el miedo. En un mundo donde el ajedrez
parece ser el deporte rey, un sanguinario ser se dedica a asesinar a
algunos ajedrecistas dejando tras de sí en la escena del crimen un tablero
con las piezas dispuestas siempre en la misma jugada. La investigación
del más reciente de los asesinatos, con una sorpendente revelación, da
lugar a una irónica narración con monstruo incluido.
En Yamata-No-Orochi, Sergio Mars ofrece su propia incursión en el universo de los mitos de Cthulhu lovecraftianos.
En torno a ciertas exploraciones submarinas, el protagonista se va a
ver poderosamente llamado por algo que yace en las profundidades. Si
bien la ambientación está bastante lograda y la prosa es impecable, lo
cierto es que no consigue transmitir la sensación de desasosiego de ese
horror intemporal e indefinido, cósmico, del maestro de Providence. Buen
cuento si no estuviera basado en lo que está basado.
Le sigue Schlitze, de Javier Quevedo Purchal. Los circos siempre han sido un buen caldo de cultivo para el horror, y más los payasos tristes. Homenajeando a La parada de los monstruos (Freaks),
película de Tod Browning de 1932, el autor aprovecha para plantear una
historia de amor retorcido y macabro en un marco dominado por la
avaricia del dueño de la feria. El mayor espectáculo del mundo desnudado
de glamour y convertido en un show
donde todo vale para hacer dinero y donde el «truco» queda finalmente
en evidencia pero nunca debe ser desvelado. Emotivo y escalofriante a la
par que irónico.
En Hacia el sur, Juan de Dios Garduño se atreve a ofrecer un final alternativo a la novela de cierto escritor de gran éxito, ganadora del Pulitzer
en 2007, que da un nuevo giro, mucho más ominoso y pesimista, al cierre
de aquella. La negación total del optimismo y la esperanza en un relato
que quizá no deja de ser una anécdota o elucubración post lectura que
aporta más bien poco, pero se lee con agrado y complicidad, sobre todo
si sabes a qué está haciendo referencia.
El contador de personas, Roberto Malo.
Un curioso oficio, contador de espectadores en salas de cine para
evitar que la dirección venda más entradas que las declaradas a las
productoras de las películas proyectadas. Mientras espera el principio
de la sesión y va contanto a la gente que entra poco a poco, el
protagonista reflexiona sobre su propia vida, sobre su poca fortuna a la
hora de conseguir pareja, sobre las posibles existencias del resto de
espectadores hasta que las luces se apagan y debe esforzarse por ver
quién va entrando. Malo
ofrece uno de sus típicos relatos con giro radical final que justifica
haber llegado hasta allí. Quizá no sea lo mejor del autor, gran maestro
de las distancias cortas, pero sin duda muestra todas sus mejores
características: el estilo llano, directo, esa cotidianidad cercana que
se troca en algo casi surrealista, el humor socarrón, muy irónico,
personajes muy humanos que de pronto se llenan de extrañeza, y la
sorpresa final.
En Todo es empezar, Pedro Escudero hace acompañar a los lectores a Samuel en su primer día en su nuevo
trabajo en el cementerio. Un trabajo poco atractivo quizá, aparentemente
sencillo y tranquilo pero para el que no obstante y de forma irónica
se necesita mucha mentalización y coraje. No todo es lo que parece en un
lugar no tan seguro y tranquilo como la gente se piensa. Un trabajo que
se mete dentro.
En Comer, de Óscar Bribián,
una llamada a la policía de madrugada va a deparar una desagradable
sorpresa a los agentes que acudan a su llamada. Una vivienda abandonada,
donde solo rondan okupas o drogatas, oculta el horror inesperado.
Rituales extraños y restos orgánicos dan paso al horror. El realismo del
procedimiento policial hace fluir una historia de atmósfera opresiva,
donde la sorpresa final se espera, se intuye, pero no se consigue
adivinar.
Sed, de Fermín Moreno González, presenta una Zaragoza declarada en cuarentena debido a que repentinamente el agua de sus
tuberías se ha vuelto venenosa, de la que por tanto nadie puede entrar
ni salir, y con sus habitantes dejados de la mano, abandonados a su
propia suerte. Cuando la sed empieza a extenderse, cuando beber se
convierte en un imperativo para la supervivencia, ¿cómo reaccionarán los
ciudadanos? ¿Hasta qué extremos serán capaces de llegar? ¿Se perdonarán
las viejas deudas o, al contrario, se verán magnificados los viejos
rencores? Una pena el poco verosímil punto de partida, difícil de
asimilar, que lastra el disfrute de lo que luego es un buen cuento,
donde lo realmente importante es la forma de reaccionar de ciertas
personas ante una situación extrema.
En Premiere, de Rubén Sánchez Trigos,
una película alemana requiere para su proyección algo tan infrecuente
como la presencia de un acomodador ciego, quien, además, terminada la
misma debe quemar la cinta. Y es que la película se encuentra
aparentemente maldita: ¿Sobrevivirá alguien al visionado de El círculo cuando el equipo de rodaje ha fallecido misteriosamente? ¿O se trata tan solo de una ingeniosa campaña de marketing?
Siguiendo con la temática cinematográfica en La senda infinita, de José María Tamparillas,
una entrevista a un viejo director de cine trae a la luz viejos
fantasmas con el recuerdo del rodaje «maldito» de una última película
con un montón de incidentes que tuvieron su cúlmen con la muerte del
actor principal. Un relato costumbrista en cuanto a su presentación y
terriblemente irónico en el retrato de un tiempo y una industria que
estaban cambiando.
El último relato de la selección es Secuencia, de J.E. Álamo.
El dueño de un bar de costumbres fijas se sorprende cuando un cliente
al que cree no conocer parece desenvolverse como si fuera un habitual
del local, anticipándose incluso a los actos y palabras del dueño. ¿En
qué misterio se hayan ambos envueltos y cómo puede modificarse lo
inamovible? Un relato sobre venganza y justa retribución o sobre la
simple mezquindad humana que le hace a uno preguntarse cómo reaccionaría
de encontrarse en la misma situación que los protagonistas..
Se
cierra la antología con una serie de notas bio-bibliográficas de los
autores participantes y unas breves líneas que ellos mismos escriben
para explicar algún detalle de la génesis y gestación de sus cuentos, de
su inspiración o la forma de escribirlos. De carácter más que nada
informativo igual habría sido más lógico incluirlos acompañando al
relato que complementan, y no sueltos, y desordenados, al final.
En conjunto Insomnia
encierra, sin duda, una muestra de calidad sobresaliente de lo que se
viene cociendo en el terror patrio de unos años atrás a esta parte,
relatos con gran variedad, eclécticos, con elementos sobrenaturales y
sin ellos, con monstruos fantásticos o simplemente humanos, cada uno con
su propia voz, sus propios intereses, sus propios enfoques y su propia
filosofía. Tal vez no terminen de cumplir al cien por cien el homenaje a
Narciso Ibáñez Serrador que encierra subrepticiamente el subtítulo del volumen, ese Relatos para no dormir,
y no consigan desvelar a sus lectores al extremo de hacerles perder el
sueño, pero lo cierto es que cumplen a la perfección el objetivo de
inquietar, de causar tensión y desasosiego, de sobresaltar, de hacer
mirar las sombras con otros ojos, con recelo, sin saber lo que esconden.
Una muy buena recopilación de fantasía oscura, terror, horror o como se tenga a bien llamarlo.
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