martes, 10 de julio de 2012

Reseña: El cementerio de barcos

El cementerio de barcos.

Paolo Bacigalupi.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Plaza & Janés. Barcelona, 2012. Título original: Ship Breaker. Traducción: Manuel de los Reyes. 347 páginas.

En la que es su segunda novela Bacigalupi retoma el mismo escenario general que había desarrollado para la primera La chica mecánica, trasladando para la ocasión la acción a las modificadas costas del Golfo de México —debido a la subida del nivel del mar propiciado por el calentamiento global—, cerca de la varias veces sumergida y reconstruida hasta darla por imposible ciudad de Nueva Orleans, ofreciendo una historia más «aventurera» y con mucha menos carga política, aunque sin renunciar en absoluto a la denuncia social y ecológica.  Una nueva visión de ese futuro cercano y un tanto post-apocalíptico que se hace tanto más inquietante por lo verosímil de todos sus planteamientos.

Varados en las playas, petroleros y grandes barcos mercantes, obsoletos ahora por el agotamiento del crudo, son desguazados centímetro a centímetro por cuadrillas dedicadas a sacar de ellos hasta el más mínimo material que pudiera ser de valor. Nailer pertenece a una de esas cuadrillas y su vida está a punto de dar todo un vuelco. Con un protagonista principal adolescente y un tono más «para todos los públicos» que algunos han asociado al carácter juvenil de la propuesta, lo cierto es que esta novela puede ser enormemente disfrutado por cualquier lector, aunque también es verdad que pudiera decepcionar en alguna medida a quienes esperaban un libro más en la línea del anterior.

Vuelve pues Bacigalupi a ese futuro distópico donde el sistema energético y económico ha colapsado debido a muy diversos factores, donde los ecosistemas se mantienen en un muy duro e inestable equilibrio con los mares subiendo de nivel y los desiertos expandiéndose, donde la supervivencia de los desfavorecidos es más una cuestión de suerte que de duro esfuerzo —es sintomático cómo los miembros de la cuadrilla del protagonista, y todos los que lo rodean, sueñan con topar con un Lucky Strike, y no se refiere precisamente a un cigarrillo—, donde la ingeniería genética ha jugado con lo que no debía y creado medio hombres como fuerza de trabajo que apenas reciben la consideración de esclavos, donde los niños deben crecer de forma acelerada para poder cumplir con sus obligaciones, donde el confort de unos pocos descansa sobre la miseria de muchos, donde los gobiernos se han diluido dejando un enorme vacío, donde los poderosos siguen mirando por encima del hombro al común de los mortales y donde la política y la ambición, el deseo de ascender en la escala social y la riqueza —por muy alto que ya se esté en ella— sigue marcando el corazón y las acciones de los megacorporaciones...

Un mundo duro, donde la supervivencia nunca está garantizada, donde un padre puede ser el peor enemigo de su hijo, donde quien ha jurado guardarte las espaldas es quien puede darte la puñalada que más duele, pero donde también se encuentran muestras de ruda ternura, de esperanza y compañerismo. Un mundo de ruinas sumergidas, de ciudades abandonadas a su suerte, de amplios desequilibrios, de escasez generalizada, y en donde la falta de un futuro viable lleva a muchos a las deshumanización y a la crueldad.

El protagonista, Nailer, es uno más de esos «carroñeros» que se arrastran, gracias a su pequeño tamaño para su edad, por las entrañas de los buques varados rapiñando todo lo que de valor pueda encontrarse: el cobre de los cables, el hierro de tornillos y remaches, las herramientas abandonadas... o, si se cruza con un enorme golpe de improbable suerte, una bolsa de petróleo que lo convierta de pronto en rico si es que es capaz de mantenerlo en secreto mientras lo extrae y lo vende.  Es una vida dura, llena de exigente trabajo, de hambre y pobreza, y con muy pocas esperanzas de mejora. Nailer tiene que cumplir la cuota marcada para el grupo a toda costa para poder alimentarse y seguir perteneciendo a su cuadrilla. Vive junto a su padre, un matón maltratador, drogadicto y alcohólico, en una precaria chabola a pie de playa construida con restos traídos por el mar o arrancados a los cadáveres de los petroleros que se dedica a desmantelar. No hay luz en su vida, salvo la amistad de su compañera de cuadrilla, Pima, y el cariño de la madre de esta, Sadna. Cuando, tras una serie de desventuras y una devastadora tormenta propiciada por las nuevas condiciones ambientales —atmosféricas y geográficas— causadas por el cambio climático, el muchacho encuentre un clíper, uno de los más modernos yates que no utilizan combustibles fósiles, naufragado parece que su suerte está cambiando, pero ¿será a mejor o a peor?

El contenido del pecio va a cambiar sin duda la vida de Nailer y Pima, sumergiéndoles en una serie de aventuras que van a poner a prueba su sentido del honor, la lealtad y la amistad. Bajo la amenaza de su padre el joven se debate entre las dudas sobre si está condenado a seguir los pasos de su progenitor o puede hacer algo para cambiar a mejor las vidas de los que le rodean. Nailer es un adolescente lleno de dudas y sueños; positivo a pesar de todas las bofetadas que ha recibido en su vida —y la muerte de su madre, que cambió la personalidad de su padre, no ha sido precisamente la menor—; desconfiado por todo lo que ha vivido, pero que conserva todavía una chispa de esperanza a la espera del golpe de suerte que lo cambie todo.

Comparativamente con su obra anterior, La chica mecánica, parece obvio que El cementerio de barcos es más «sencilla», con una trama que tiene un solo punto de vista siguiendo las peripecias de Nailer y aquellos que le acompañen en cada momento, sin dividir el foco ni la atención, con muchas menos capas, líneas argumentales y personajes. Más «accesible» por tanto, sin duda, pero sin renunciar a la reflexión sobre temas —que ya estaban en la anterior— como el cambio climático, el agotamiento de los recursos naturales, la manipulación genética, el desequilibrio del reparto de la riqueza, el beneficio del trabajo en equipo, la codicia individual por encima del bien común, la fuerza de la amistad y el verdadero significado de la familia... temas perfectamente integrados en un relato de aventuras, sin dogmatismos ni didactismos, y que hacen de la novela una lectura muy adecuada tanto para adolescentes como para adultos que peinen canas.

Como novela en sí, cabe decir que no se trata de una continuación ni de una secuela al uso. Es un libro totalmente independiente, aunque comparta el escenario general, que puede perfectamente ser disfrutado sin haber leído la anterior —aunque es muy recomendable hacerlo—. La editorial ha tenido además el acierto de mantener al excelente traductor de la anterior, lo que permite una continuidad de estilo y de términos —algo muy importante cuando hay muchos vocablos inventados para la ocasión— realmente de agradecer. Con una escritura más cercana y «asequible» —el «peaje» juvenil, supongo—, un número de páginas acertado y un ritmo rápido, la trama de la novela entra enseguida en materia, sin apenas tiempos muertos —que era un defecto que se le achacaba a La chica mecánica— ni escenas «de relleno», y con un tono de aventura, de tensión y de intriga que atrapa desde el primer momento. Con una acción que va creciendo en emoción conforme la vida de Nailer se complica y el lector difícilmente puede anticipar lo que va a venir a continuación: Traiciones, amenazas de muerte, huracanes devastadores, huidas, persecuciones, rescates in extremis, luchas, combates y un final «explosivo» y trepidante. Convertida, esta sí, en serie, Bacigalupi ha escrito una nueva aventura ambientada en el mismo escenario —aunque parece ser que no exactamente con los mismos protagonistas— y titulada The Drowned Cities

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Otras reseñas de obras del autor:

    La chica mecánica.

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