Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Bibliópolis. Col. Bibliópolis fantástica # 70. Madrid, 2012. Título original: Zendegi. Traducción: Carlos Pavón. 303 páginas.
Dentro de la bibliografía completa del autor, Zendegi
—«vida» en persa— podría considerarse como una novela mucho más
«simple» —más «asequible» han dicho algunos— de lo habitual. Con una
—engañosa— apariencia, en lo científico, de sencillez, sin grandes
«saltos» especulativos, lo cierto es que Egan postula de forma muy realista los primeros pasos, algo tambaleantes, hacia las posibilidades de un mapeado cerebral y sus aplicaciones —otra cosa es si tal cosa será posible o no— y las oportunidades comerciales de un sistema de Inmersión en Realidad Virtual.
Y es cierto que esa «sencillez» puede defraudar a algunos de los
seguidores más acérrimos de Egan, ávidos de complicados desafíos
intelectuales que aquí no tienen tanta cabida, o de aquellos otros que
busquen acción per se en la trama, ya que la narración da un mayor
protagonismo a las relaciones y experiencias vitales de los personajes, a
los cambios sociales y políticos de un país con una historia convulsa,
que a la ciencia propiamente. De hecho la novela se encontraría, sin
adentrarse en ella, al borde de la etiqueta de ciencia ficción hard,
lo que no quita que la especulación esté llena de interesantes
posibilidades y de grandes temas y cuestiones éticas sobre los que
reflexionar profundamente.
Dividida en dos partes, en un futuro tan cercano que ya se ha convertido en presente —casi pasado—, la novela comienza en 2012 con una especie de «primavera árabe» en Irán,
donde la corrupción de la cúpula dirigente con el beneplácito tácito
del Consejo de Guardianes de la fe, va a motivar un movimiento pacífico
por el cambio político que, sin renunciar al carácter islámico, permita
mayores libertades en el país. Martin Seymour,
periodista australiano, se desplaza allí para cubrir las elecciones
parlamentarias viéndose inopinadamente en medio de todos los
acontecimientos. Mientras tanto, la joven informática Nasim Golestani, una exiliada iraní en Estados Unidos, trabaja en una avanzada investigación, el Proyecto Conectoma Humano, para obtener un mapa detallado de las conexiones neuronales del cerebro.
En la segunda parte, quince
años después, las cosas han cambiado sustancialmente, Nasim ha vuelto a
Irán y trabaja como una de las principales programadoras de Zendegi-ye Behtar —«una
vida mejor»—, un sistema de inmersión en la realidad virtual con fines
recreativos que se encuentra gravemente amenazado por sus competidores
indios. Y a Seymour, viviendo un momento especialmente grato, la vida le
tiene reservadas buenas dosis de tragedia, lo que le impulsará a tomar
algunas decisiones arriesgadas teniendo siempre en vista el bienestar de
su descendencia.
El
lector asiste a los primeros pasos de un tema recurrente en la ciencia
ficción: el intento de cartografiar el cerebro humano para su posterior
reconstrucción digital, ya sea para la creación de nuevas entidades
inteligentes o para la recreación de la personalidad, la
«virtualización» de un ser humano, en busca de una virtual inmortalidad.
Sin embargo, la premisa de Egan
para la implantación de esta tecnología es mucho más mundana: el
entretenimiento por puras razones comerciales. De hecho, el primero de
los personajes emulados con la nueva tecnología va a ser, muy
sintomáticamente, el jugador de fútbol más afamado del país. Algo que el
autor contrapone al deseo de un padre de mantenerse de alguna manera al
lado de su hijo cuando haya muerto o al de un multimillonario enfermo
que se resiste a abandonar el mundo e invierte su fortuna en la
posibilidad de perpetuarse. ¿Hay, sin embargo, alguna elección «moral»
correcta para todo ello?
Se
trata, sin duda, de un primer paso hacia el post o trans humanismo ya
visto en alguna de sus novelas anteriores, pero con un menor contenido hard
y menos de la metafísica siempre implícita en sus escritos. Se centra
más en los diversos enfrentamientos morales, con el difícil equilibrio
de aquellos que quieren seguir adelante con las posibilidades de la
ciencia hasta su últimas consecuencias y aquellos que se oponen a
ciertas prácticas deshumanizadoras. Pone sobre la balanza la naturaleza y
los derechos de los seres virtuales cercanos a la Inteligencia Artificial, de su libertad o esclavitud, al basar las emulaciones en lecturas de cerebros de personas muertas, y crear programas de software
con la capacidad de reaccionar al entorno e interactuar de forma
independiente con los jugadores de las distintas opciones de Zendegi.
Hay, además, una lectura irónica de la búsqueda de la suprema
inteligencia artificial como un ser divino que resolverá todos nuestros
problemas y llevará a la Humanidad a una era dorada de paz y armonía,
siempre que la misma renuncie a la toma cualquier decisión y acate todas
las órdenes del nuevo ente, claro.
Egan «retrata» un Irán
de alguna manera posible, que se asoma a la democracia pero no renuncia
a su componente religioso. Para un lector occidental es refrescante
poder sumergirse en una cultura radicalmente distinta a la que está
acostumbrado —tamizada, eso sí, por la visión cercana del periodista
australiano o la exiliada que ha residido muchos años en EE.UU.
asimilando su forma de vida—. El relato se ve salpicado por un buen
número de interpretaciones virtuales de relatos clásicos árabes,
extraídos del Shahnameh —un
poema épico persa—, recreadas gracias a las posibilidades de la
realidad virtual dentro de Zendegi, y que sirven para marcar el
crecimiento del joven hijo de Seymour, Javeed, y para reforzar los lazos entre progenitor y vástago al compartir unas aventuras repletas de mitología y fantasía.
El
ritmo de la novela es bastante pausado y tranquilo, a pesar de breves
momentos de acción en la primera parte, centrándose en la segunda sobre
todo en la descripción del día a día de unos personajes enfrentados más a
problemas intelectuales y cotidianos —la pervivencia de la familia, el
mantenimiento del trabajo frente a fuerzas hostiles, la asunción de la
enfermedad y la mortalidad...— que a peligros violentos —aunque alguno
haya—. El relato ofrece así una amplia reflexión sobre la política y la
religión, los cambios sociales, la moral, la economía de mercado, la influencia de la
tecnología sobre los individuos y su desarrollo, las posibilidades de la
realidad virtual, el cishumanismo, el amor a los hijos y del deseo de
permanecer a su lado para transmitirles conocimientos y valores...
Se
cierra con un final, a pesar de estar en todo momento asumido, bastante
anti climático, brusco y triste —casi deprimente—. A pesar de una
puerta abierta a cierto positivismo final, el libro contiene el mensaje
de Egan, siempre tan tecnológicamente optimista, más oscuro que
recuerdo, quizá por el intento de hacer un relato más cercano y realista
según nuestro propio presente y futuro inmediato. Zendegi
es, sin duda, un buen libro de especulación sobre el futuro cercano,
pero que se aleja de las complejidades científicas y de las
disquisiciones cuánticas a las que nos había acostumbrado Egan —a tal punto que no parece escrito por el mismo autor de Diáspora, El instante Aleph o Luminoso—.
Un libro de cómo los nuevos desarrollos tecnológicos pueden llegar a
afectar a las personas, de la dificultades a las que se enfrentan los
investigadores, de los inevitables reveses hasta conseguir resultados
satisfactorios, de los límites que tal vez no debieran ser rebasados, y
de lo que es capaz de hacer un padre por amor a un hijo, y no sobre las
tecnologías en sí mismas.
Y, como ya viene siendo habitual, una excelente edición por parte de Bibliópolis, con una remarcable, positivamente, traducción de Carlos Pavón.
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