Daniel Abraham.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
RBA libros. Col.
Literatura fantástica # 15. Barcelona, 2013. Título original: The
Dragon's Path. Traducción: Manuel Manzano. 491 páginas.
Abraham es un autor señalado para algunos con el «estigma», marcadamente negativo, de ser el «delfín» o el «protegido» de George R.R. Martin, ya que gran parte de los rumores de los principales mentideros fantásticos lo colocan como el autor que se encargaría de finalizar Canción de Hielo y Fuego —de hecho, ha sido el adaptador de la misma al cómic— en caso de que Martin no pudiera completarla por el motivo que fuera, y ya se sabe que las comparaciones son odiosas y, casi siempre, injustas. Como primer libro de una serie que se anticipa larga, el autor factura en esta novela una fantasía clásica de corte medieval, llena eso sí de sutiles «anacronismos» —esos cafés...— que consiguen dar entidad propia a su mundo, dotándolo a su vez de detalles cargados de verismo que le dan solidez —las ventanas, por ejemplo, tapadas con pergamino, ya que solo los acaudalados pueden permitirse cubrirlas con vidrio—, con un fuerte despliegue de intriga política y financiera, una buena cantidad de drama, una contenida carga bélica, y muchas promesas de futuro.
En un pasado muy remoto
el mundo estaba gobernado por dragones, quienes dividieron a
los humanos en trece razas, adaptada cada una de ellas a una tarea
específica: la guerra, las artes, el comercio, la pesca.... En la
actualidad hace mucho tiempo que los dragones desaparecieron, dejando
detrás de ellos leyendas y unos caminos de jade indestructible, las
sendas de dragón, en los que se sustentan las rutas comerciales y
diplomáticas.
Para dar satisfacción a
algunos de sus nobles el rey Simeon de Antea ha puesto sus
ojos en las Ciudad Libre de Vanai. Ante el inminente
sitio y, muy posible, conquista, la sucursal del Banco Medeano
allí radicada decide sacar sus fondos de la ciudad; una tarea que,
por diversas e inesperadas circunstancias, recaerá sobre los hombros
de una huérfana criada en la entidad y que deberá hacerse pasar por
carretero en una caravana donde nadie sabe quien es ni lo que
transporta. Al mando de los guardias se encuentra un viejo soldado,
héroe de renombre, hastiado de combates y de la propia vida, que
ante la «pérdida» de sus hombres no dudará en contratar a una
curiosa troupe para realizar su papel.
El título «genérico» de la serie ya da una pista de los derroteros por los que van a discurrir las principales tramas. «La daga y la moneda», la esfera político-militar y la económica como las dos fuerzas que mueven el mundo. Es de remarcar, como elemento «diferenciador» con otras propuestas similares dentro de la fantasía épica, como la banca adquiere singular importancia en el devenir del relato: las inversiones privadas y públicas, el movimiento del dinero, los préstamos y transacciones, la financiación de las diferentes partes implicadas en la guerra, especialmente de las monarquías, el tráfico de influencias, las expediciones comerciales marítimas o terrestres y sus peculiaridades, la fiera competencia por los contratos...
Con una estructura narrativa que enseguida remite, efectivamente, a Canción de Hielo y Fuego —como muchas otras obras hoy en día, por otra parte—, Abraham presenta una novela de corte coral, con un buen número de personajes sobre los que va recayendo la atención en capítulos alternos que llevan como título el nombre del protagonista principal del mismo. La superposición de varios de ellos en determinados momentos va ampliando el foco de la narración, mostrando gran cantidad de variables y de intereses contrapuestos para que el lector pueda adquirir una visión completa del conflicto.
La huérfana Cithrin personifica la moneda, joven e inexperta, educada en el seno de la sede de Vanai del Banco Medeano, lista y enamorada de los números, no dudará en poner en práctica audaces planes para poder sobrevivir a todo lo que le sobreviene. Marcus Wester vendría a ser entonces la daga, el antiguo héroe es todo un «perro viejo», demasiado como para aprender nuevos trucos, pero que se basta y se sobra con los que ya sabe, poseedor de un pasado de antiguas glorias bélicas que sólo le han dejado un amargo recuerdo. Juntos emprenderán un viaje que les llevará a un lugar bien distinto del que habían previsto.
Lejos de las comodidades a las que está acostumbrado, en medio de una expedición bélica y sufriendo las mofas de sus compañeros, todo lo que Geder Palliako sabe lo ha aprendido de los libros, está más interesado en los «ensayo especulativo» —la filosofía y las crónicas históricas— que en la realidad que le rodea, pero, como descubrirá por las duras, la aplicación práctica de sus «conocimientos» seguramente nunca estará a la altura de las lecturas.
En Antea, cercano al rey, Dawson Kalliam es el típico noble, intransigente y ultraconservador, que debería recibir el desprecio de una mentalidad como la de los lectores del siglo XXI: anclado en el pasado, lucha por mantener el status quo que garantice sus privilegios, sin permitir aspiraciones de cambio social oponiéndose a órganos como un planeado Consejo de campesinos que les daría mayor poder de decisión quitándoselo a la nobleza. Inmovilista y un tanto déspota, sin embargo, las partes del relato narradas desde su punto de vista y, sobre todo, las de su esposa Clara, consiguen que reciba ciertas simpatías como uno de los «buenos» de la trama: el honorable, patriota, leal y fiel súbdito que tan sólo busca el «bien» de su monarca y del reino, defendiéndolos de toda amenaza interna y externa.
Junto a todos ellos, en papeles algo menores pero no menos determinantes, un buen número de personajes van a aportar su granito de arena a la narración de cómo un conflicto aparentemente limitado, la conquista y el cambio de poder en una de las «ciudades libres», puede llegar a adquirir una dimensión extraordinaria cuando las intrigas políticas y el choque de intereses entran en juego, amenazando con convertir en una auténtica guerra civil lo que era una mera lucha por alcanzar mayores parcelas de poder al estar los diferentes bandos apoyados por diversas «fuerzas» de reinos exteriores. Conspiraciones dentro de conspiraciones, un rey titubeante, consejeros enfrentados y dirigentes ineptos van a llevar a una situación explosiva difícil de resolver.
Es cierto que no se trata de una novela con una excesiva carga épica o sangrienta al estilo más actual de autores como puedan ser Joe Abercrombie, Paul Kearney o Richard Morgan. Las batallas, que las hay, son narradas de alguna forma un tanto distanciada, sin detalladas y gráficas descripciones de violencia explícita. Lo cual no quiere decir que no existe otro tipo de violencia implícita, más psicológica si se quiere, con algunas decisiones y acciones realmente sorprendentes y bestiales, y las consecuencias que acarrean para los implicados. Abraham dedica en esta primera entrega una mayor atención a los duelos políticos, a las fintas e intrigas de la corte, que a los combates físicos que las mismas generan. Eso no quiere decir que no haya acción y que no sea emocionante, solo que se trata de otro tipo de emoción e interés, manteniendo la intriga en las maniobras políticas y económicas, con el uso más de la daga —física y figurada— que de la espada —que también—.
Hay en el relato poca y muy sutil magia, más intuida en las actitudes de alguno de los implicados, en la presencia de los llamados curanderos con sus extrañas habilidades o en ciertas acciones entrevistas como de pasada, pero, sobre todo, en la amenaza del «culto» de la diosa araña, presentado en el prólogo de la novela y presente mucho más adentrados en sus páginas, con unas connotaciones que dejan vislumbrar posibilidades enormemente intrigantes que podrían cambiar toda la orientación de la serie.
En medio de todo el clima bélico la historia va a ir fluyendo de forma suave pero imparable. Una decisión, equivocada o no, lleva a la siguiente, y todo parece condenado a una desesperada huida hacia adelante de resultados impredecibles. Hay traiciones inesperadas, y por eso más dolorosas, tratadas con descarnada humanidad. Hay heroicidad no buscada. Hay duelos de honor y «puñaladas traperas». Hay amistad imperecedera y bajos instintos, envidias políticas y engaños financieros, teatro y combates, y poco veladas amenazas para el devenir de los protagonistas...
Al final del libro Cithrin y Geder son los personajes que más han «crecido». Si la joven debe acceder a la edad adulta en medio de convulsas circunstancias, el apocado noble debe decidir hacia donde encaminar su vida si no quiere limitarse a ser el juguete de los intereses de otros; de sus acciones van a depender los resultados de alguna de las principales conspiraciones, para bien o para mal. Junto a ellos otros personajes, aparentemente secundarios, van a dar alguna inesperada, y agradable, sorpresa. Clara Annalie Dawson, su hijo Jorey, Yalder Hane, Maese Kit o el resto de los actores —al menos alguno de ellos—, entre otros, seguro que todavía tienen mucho que decir más adelante.
Abraham va construyendo con parsimonia su mundo, presentando a los personajes y estableciendo las bases socio-políticas-económicas que lo sustentan, con un ritmo inicial de engañosa apariencia pausada —ya que pasan un buen montón de eventos— mientras engancha al relato hasta llevarlo a su desenlace. Existen elementos, de partida muy interesantes, que se sienten como infrautilizados —las trece razas de la humanidad, su origen, características y destinos, sería uno de los más llamativos, pero también la religión, la magia o el trasfondo histórico que llevara a la desaparición de los dragones no parecen demasiado desarrollados—. La senda del dragón es así, claramente, el primer libro de una serie, más centrado en introducir el escenario y los personajes, planteando las líneas donde sustentar futuras entregas, que en resolver todas las abundantes intrigas planteadas —aunque cierta resolución sí que haya—, dejando en el lector la clara impresión de haber visto tan solo un pequeño fragmento de un cuadro mucho más grande a la espera de ser desvelado.
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