lunes, 3 de junio de 2013

Reseña: Ruinas. Pathfinder II

Ruinas.
Pathfinder, libro II.

Orson Scott Card.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Col. Fantasía. Barcelona, 2013. Título original: Ruins. Traducción: Manuel Mata. 419 páginas.

Ruinas retoma la acción prácticamente donde la dejara la anterior entrega de la serie, Pathfinder. Rigg, su hermana Param, su amigo Umbo y el resto de compañeros van a embarcarse en un viaje de descubrimiento en torno a su mundo y los diferentes cercados que lo conforman, investigando tanto su geografía y habitantes como la «deriva histórica» desde el momento en que fuera colonizado, los hechos y decisiones que les han llevado a su particular situación. A la vez, una determinada amenaza global entrevista en su futuro va a llevarles a comenzar a trabajar anticipando una posible solución, para lo que no dudaran en usar sus «poderes» de viaje temporal, mientras se van enredando en una red de desconfianzas y choque de intereses en que tendrán que aprender en quién pueden o no confiar. A lo largo de un diltatado proceso, los jóvenes van a ir descubriendo cómo es que han llegado a desarrollar esas habilidades de manipulación temporal y qué se supone que es lo que tienen que hacer con ellas.

Como parte de un proceso de aprendizaje y maduración, propio de una obra destinada eminentemente a un publico juvenil, los tres jóvenes, junto a Olivenko y Hogaza, van a explorar el nuevo cercado, el de Vadesh, al que llegaron tras escapar del suyo en la anterior novela. Mientras lidian con el prescindible del lugar —el robot con forma humanoide que acompañara a Ram Odín en su viaje espacial original y se multiplicara en 19 al igual que él—, descubrirán que las inteligencias cibernéticas llevan milenios manipulando el desarrollo de su mundo y sus habitantes para estar «preparados» cuando la Humanidad de la Tierra vuelva al planeta. Las 19 colonias del planeta Jardín se han desarrollado en direcciones divergentes, han evolucionado por separado mostrando diversas opciones según las directrices elegidas por el prescindible a cargo de cada una de ellas. Con un origen común, siguiendo las órdenes de Ram Odín, las opciones han sido diversas y cada cercado, y los humanos que contiene, se han ido separando del tronco común.

Mediante un viaje que les llevará por diversas localizaciones y atravesando diversas peripecias, los personajes van aprendiendo a dominar mejor sus manipulaciones temporales, su alcance y repercusiones, mientras la acción parece apoyarse mayoritariamente en los continuos diálogos y los monólogos interiores que se establecen entre los propios protagonistas o con las «gentes» que se van encontrando. El consenso y las líneas de actuación se establecen tras largas charlas, donde se plantean pros y contras, se avanza adelante y atrás —como en el propio tiempo—, y se extrae finalmente la, supuesta, acción propicia. Hay debate sobre cualquier cuestión, hasta el exceso en ocasiones, siempre de forma «didáctica» para hacer fluir las explicaciones sin párrafos de información directa al lector.

Precisamente de esos debates surgen temas como el de la responsabilidad personal, de la asunción de las consecuencias de las decisiones que cada uno toma, de la confianza que debería imperar en su devenir cotidiano y que sin embargo es tan difícil de alcanzar. Surge la envidia por el papel que cada uno juega en la empresa, por la posición social que cada uno ocupa —o ocupaba y aún ahora quiere hacer valer—, por la importancia de cada uno dentro del conjunto. Surgen las ambiciones personales, las tensiones, las dudas, inseguridades y desconfianzas. En el grupo se instala un cierto grado de paranoia, justificada en engaños recibidos por parte de algunos de los personajes con los que se encuentran, pero también entre ellos mismos, que imposibilita establecer cualquier tipo de jerarquía sin que desemboque en graves discusiones. Queda claro que no es lo mismo ejercer el liderazgo que ejercer el poder, y que no todo el mundo sirve para dirigir a otra personas; influye el respeto, la confianza mutua, la sabiduría, la empatía...

Los tres jóvenes, núcleo central de la trama por sus habilidades, tienen personalidades fuertes y, sobre todo por las condiciones en que crecieron en sus respectivas infancias, están destinados a chocar en sus intereses particulares, incluso sin desearlo. La transición hacia la edad adulta es dura y desconcertante en las circunstancias en que se encuentran envueltos. Siguen siendo adolescentes, que por muy rápido que hayan madurando —al estilo Card, por supuesto—, siguen mostrando comportamientos y sentimientos de adolescentes. Hay un interesante choque de intereses, con ironías diversas, malentendidos por falta de experiencia y graves tensiones de lealtad.

Junto al desarrollo de las personalidades de los protagonistas, las complejidades y paradojas de los viajes temporales —y espaciales— ocupan gran parte de sus disquisiciones y dudas, planteándose las repercusiones de sus manipulaciones históricas y sus consecuencias sobre ellos, su «misión» y el resto del mundo. Las idas y vueltas de los compañeros hacia su pasado, creando y deshaciendo nuevas líneas temporales, conforme van entendiendo más cómo funcionan sus particulares habilidades se muestran con prolíficas demostraciones, con un buen número de teorías y explicaciones. Se antoja en ciertos momentos que Card ha querido dotar la trama de tanta complejidad y retorcimiento que lo que consigue es volver confusos alguno de los hechos narrados —cuando no directamente contradictorios, pero ese es otro cantar—. El autor juega con la causalidad y las diferentes versiones posibles de la realidad de forma arriesgada y no se puede decir que siempre salga triunfante en el empeño. Diversos rompecabezas de lógica terminan de forma incongruente —ilógica, si eso es posible—, mientras otros son resueltos de la forma más brillante.

La exploración y descubrimiento de nuevas formas de evolución de la Humanidad en los diversos cercados de Jardín a los que van accediendo, incluye toda una serie de especulaciones sobre la manipulación genética para adaptar los individuos a ciertos entornos o para obtener ciertas características presentes de forma débil —recesiva— en los antecesores y que lleguen a convertirse en hereditarias. Card aprovecha para introducir una interesante reflexión sobre qué es o qué hace ser a un Ser Humano, hasta dónde puede estirarse el genoma, alejándose de la hélice inicial, para poder seguir considerando humanos a los descendientes ampliamente adaptados a sus transformaciones. ¿La «Humanidad» intrínseca de cada individuo se encuentra en su ADN, en su ascendente o en la mente, el pensamiento, el «espíritu»? ¿Cuántas transformaciones son necesarias para dejar de pertenecer al tronco común?

Card va incluso más allá, planteando cuántos genes humanos harían falta para considerar a cualquier otra especie como humana, con la presencia de una raza de pequeños mamíferos, genéticamente modificada, que mediante la manipulación de los habitantes de un cercado concreto han alcanzado cierto grado de inteligencia grupal y que van a adquirir gran importancia en el devenir de la trama.

Como libro «central» de la serie —anunciada en principio como una trilogía, aunque con Card nunca se sabe— Ruinas resuelve toda una serie de cuestiones que se habían planteado en la anterior entrega —por ejemplo, se explica qué son las 19 gemas que la había dado a Rigg su «padre» o qué sucedió con su verdadero progenitor en el cercado de Lar o la procedencdia y función del puñal de Umbo— y se avanza en diversas direcciones nuevas, sin llegar en realidad a cerrar el tema principal, por muy cerca que pareciera que se estaba de una resolución Al final del libro, Rigg debe enfrentar un difícil dilema moral y elige una acción que sin duda debe tener enormes repercusiones más adelante; al tiempo que el problema central de la trama queda pendiente, sin solución evidente ni sencilla en absoluto.

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