Connie Willis.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2011. Título original: Blackout. Traducción: Paula Vicens. 624 páginas.
Tras un dilatado parón
de cerca de seis años tras la publicación de Tránsito
Connie Willis presentó en 2010 una nueva obra dividida
en dos partes dada su gran extensión. Así, cabe advertir que El
apagón, un auténtico melodrama de suspense histórico, es tan
solo la primera parte de un gran ―en tamaño― libro partido en
dos que sólo habrá de adquirir su total dimensión junto con Cese
de alerta. A lo largo de su carrera literaria, la autora
tiene un lugar recurrente al que siempre parece volver, tanto en
libros como, sobre todo, en relatos: el Blitz sobre Londres. Y
no lo hace poniendo el foco sobre los principales personajes
históricos, sino sobre los héroes anónimos que todo conflicto
presenta. Los grandes hechos, parece querer indicar, los llevan a
cabo simples personas, gentes normales y corrientes que en un momento
de necesidad son capaces de grandes sacrificios, de entregarse a los
demás, intentando mejorar sus vidas a través de los gestos
aparentemente más insignificantes, pero que marcan la diferencia. El
factor humano que impulsa la Historia más allá de las grandes
decisiones. El apagón comparte escenario con novelas
anteriores de la autora como El Día del Juicio Final o
Por no mencionar al perro, o relatos como Brigada
de incendios, con el programa de historiadores viajeros en el
tiempo de la Universidad de Oxford de mediados del siglo XXI,
y una leve conexión en torno a personajes recurrentes como el
profesor Dunworthy y escenarios tan queridos como la
bombardeada Catedral de San Pablo.
Entre el verano y el
otoño de 1940, Londres y sus poblaciones cercanas
sufrieron intensos bombardeos; al igual que, casi al final de la
guerra, sufrirían la llegada de las mortíferas V1 y V2. Tres
historiadores provenientes del Oxford de 2060 van a viajar en el
tiempo para documentar de primera mano aquellos dramáticos eventos y
ver cómo la población civil reaccionó a los mismos, pero algo se
tuerce con los «portales» que permiten el viaje en el tiempo,
produciendo deslizamientos espacio-temporales, y motivando que su
misión pueda extenderse más de lo conveniente.
Polly Churchill
viaja al Londres del Blitz para trabajar como dependienta en
unos grandes almacenes y documentar el comportamiento de la población
anónima bajo el bombardeo. Merope Ward, bajo el nombre de
Eileen O’Reilly, se encuentra como sirvienta en una mansión
en Warwickshire observando a los niños evacuados de Londres.
A su vez, Mike Davies va a «desplazarse» a Dover para
estudiar la evacuación de Dunkerque para observar el
desinteresado heroísmo de las tripulaciones de los muchos barcos que
participaron en la misma y de los soldados que ayudaron. Cuando las
cosas se tuerzan y descubran que los portales que debieran abrirse al
Oxford de su época para permitirles informar de sus misiones no lo
hacen, la situación empezará a volverse realmente tensa,
produciendo una carrera contrarreloj contra el propio tiempo y una
Historia realmente emocionante dentro de su propia cotidianidad ―si
se puede considerar cotidiano a sobrevivir bajo las bombas intentando
no dejarse llevar por la desesperación o el derrotismo―.
A través de un narrador
omnisciente, la estructura de capítulos alternos de la novela va
siguiendo a los tres protagonistas, saltando entre las diferentes
localizaciones y eventos mediante la presentación de sucesos
significativos y pequeños cliffhanger, que dejan la acción
en el aire pasando la atención de uno a otro protagonista, e
incluyendo capítulos dedicados a individuos indeterminados en
diferentes momentos y que pudieran ser o no alguno de los tres
historiadores involucrados en la trama.
Fiel a su estilo
habitual, Willis imprime de inicio a la novela un tono de
comedia alocada, con gente corriendo de un lado a otro cruzándose e
influyéndose sin saberlo, y ofrece una obra que no da descanso, no
porque contenga acción frenética, sino por los enredos que se
suceden debido a los continuos intentos de alcanzar una solución que
elude una y otra vez a los protagonistas de las formas más
peregrinas. Casualidades que se encadenan, errores que impiden llegar
al destino elegido, personas que se cruzan inadvertidamente en el
camino mientras se buscan de manera infructuosa, direcciones mal
copiadas, equívocos desconcertantes, confusiones absurdas,
individuos que no se encuentran donde debieran, instrucciones que no
llegan o se interpretan erróneamente, giros y más giros que
imprimen desasosiego e incertidumbre…
El tono divertido y casi
humorístico en torno a los primeros «problemas», va dando poco a
poco paso a otro algo más oscuro y dramático, mientras los
protagonistas empiezan a hacerse conscientes de que su estancia en el
pasado pudiera ser mucho más prolongada de lo que esperaban y a
cuestionarse las causas que provocan el desfase temporal. ¿Han
cambiado acaso la Historia? Siempre han creído que eso es imposible,
pero ¿y si no lo fuera? ¿Podrían sus acciones estar alterando las
líneas temporales y modificando el devenir de la guerra? ¿Podrían
llevar esos pequeños cambios involuntarios llevar a la derrota de
Gran Bretaña y sus aliados frente al poder de la Alemania nazi?
Durante mucho tiempo los historiadores han estado viajando a las
cercanías de los grandes eventos históricos, la Revolución
Francesa, la Guerra de Secesión americana, los atentados contra el
World Trade Centre…, con la convicción de que su presencia no
podía variar la Historia y, de hecho, nunca se habían producido
alteraciones. ¿Qué ha cambiado ahora?
El gran activo de Willis
es, sin duda, la construcción de sus personajes, sobre todo en esta
ocasión de los secundarios. Si Polly y Eileen pueden parecer
excesivamente similares de inicio ―aunque en determinado momento el
carácter de la segunda parece sufrir, quizá por el continuo estado
de angustia, una sutil variación desde una personalidad fuerte hacia
la inseguridad y la «dependencia» de terceros―, la galería de
acompañantes es impresionante, dotándolos la autora de una singular
humanidad y variedad, desde los ancianos a las jóvenes más
despreocupadas. El reflejo de la vida bajo los bombardeos, de cómo
los habitantes de la gran ciudad, y los civiles británicos en
general, se sobreponen a las atrocidades y siguen con sus
existencias, intentando dotarlas de una ficción de normalidad:
oficinistas, dependientas, amas de casa… que siguen adelante con
sus trabajos mientras que aportan su granito de arena al esfuerzo
bélico. Sin ocultar tampoco que aquellas personas por naturaleza
hurañas, aprovechadas, ruines, egoístas o desabridas seguirán
siéndolo sean cuales sean sus circunstancias; aunque algunas de
ellas consiguen cambiar a mejor.
A través de actuaciones
y diálogos que resultan enormemente verídicos ―incluso en el caso
de los del dramaturgo Sir Godfrey Kingsman, una de cada dos
frases es una cita de Shakespeare y que odia las obras de
Barrie―, que fluyen de una forma natural, Willis consigue
una obra emotiva y emocionante.
El fondo de El apagón
es una larga reflexión sobre la importancia de los pequeños y
muchas veces desapercibidos detalles ―un fortuito encuentro, un
cambio de ropa no previsto, un giro a la izquierda en vez de a la
derecha, un guardia que impide el paso al lugar donde se quería ir,
la equivocación en una fecha, un recado mal copiado…― para los
grandes eventos ―el anónimo individuo al que inadvertidamente se
impide acudir a un encuentro podría haber muerto en el mismo y no
haber salvado luego a muchos otros―. De cómo el pasado siempre
influye en el presente, como marca el devenir de las personas y las
naciones, o de cómo las generaciones están unidas unas a otras por
hilos invisibles pero no carentes de influencia en absoluto. No en
vano el dicho de que «Por falta de un clavo, se perdió un reino»
es un elemento recurrente, que aparece una y otra vez en mente de
alguno de los protagonistas.
Si bien el apartado
«especulativo» del futuro del Oxford de 2060 se presenta un tanto
impersonal y poco «evolucionado», llamativamente carente de una
presencia tecnológica palpable que ya se puede observar en nuestros
días ―¿No existen ya los móviles o Internet para poder
comunicarse sin tener que ir siempre corriendo de un lado a otro?―,
la fuerza de la novela se encuentra en el retrato del Londres de
la II Guerra Mundial, la parte del león del relato por otra
parte, que es francamente fascinante. Labor de una intensa
documentación, existe una gran cantidad de datos históricos
hábilmente introducidos en la trama, evitando abrumar o aburrir con
detalles y fechas, y que otorgan de gran textura y verismo al texto,
dando un enorme realismo a los sufrimientos de los londinenses y a
todas sus vivencias durante la guerra, con gran atención a las
pequeñas pinceladas. Willis transmite, una vez más, su amor por lo
que escribe, por sus personajes, por la Catedral de San Pablo
o por alguna de sus obras más significativas, como La Luz del
Mundo.
Como singular punto negro,
la autora, como ya le sucediera en Tránsito ―aunque
sin llegar aquí a ese nivel―, abusa un tanto de la longitud del
libro, añadiendo páginas llenas de reflexiones recurrentes,
insistiendo machaconamente una y otra vez sobre ciertos temas que ya
ha dejado meridianamente claros o repitiendo conversaciones que ya
han tenido lugar anteriormente, aunque cambien los interlocutores. Un
recurso que puede resultar «cargante» en momentos puntuales, cuando
lo que el lector está deseando en realidad es que la historia avance
y se resuelva el misterio ―algo que, aviso, no va a suceder en este
volumen―.
Y es que El apagón
se cierra con una resolución mínima, que en verdad no resuelve nada
de la trama y ni siquiera se puede considerar un alto en el camino o
un cliffhanger al uso. Como ya se ha advertido, no se trata de
una «bilogía» o «duología» ―¿Cómo demonios se llama?―,
sino de una sola novela partida en dos volúmenes ―de hecho, como
tal ambos compartieron el premio Hugo de
2011―. No existe en esta entrega realmente un final,
sino tan solo un alto en el camino; no hay un clímax ni ningún tipo
de cierre, sino que hay que pasar de forma continuada a la lectura de
Cese de alerta para seguir adelante con las aventuras,
o desventuras, de Polly, Eileen y Mike, junto al
resto de entrañables secundarios, en los atribulados años de la II
Guerra Mundial en Inglaterra.
La Catedral de San Pablo durante el Blitz. |
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Reseña de otras obras de la autora:
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