Gabriel Bermúdez
Castillo.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Sportula. Gijón,
2013. Edición digital (epub). 435 páginas.
En 1976 la
editorial Acervo publicaba un libro, del autor Gabriel
Bermúdez Castillo, que habría de convertirse en uno de los
«imprescindibles» de la ciencia ficción histórica española,
tanto por el interés de su trama y por el mensaje libertario de su
contenido, como por el hecho diferencial hispano que distanciaba su
prosa de la ciencia ficción anglosajona que marcaba la pauta en ese
momento, con un elemento castizo e irreverente que empezaba a
demostrar que podía hacerse una literatura fantástica autóctona
sin seguir a rajatabla el modelo que llegaba desde el otro lado del
Atlántico. Desde entonces Viaje a un planeta Wu-Wei había
sido reeditado en varias ocasiones y ahora ha sido recuperado por
Sportula, que sigue aumentando así su particular «biblioteca
de clásicos», para disfrute de los nuevos lectores, ya que era muy
difícil de adquirir en la actualidad. La novela, con una casi
caótica mezcla de géneros que, sin embargo, consigue una historia
muy consistente, destila una enorme imaginación, un humor socarrón
y gamberro, y un enorme amor por la aventura clásica: Ciencia
ficción, fantasía, aventuras, misterio, western, humor y novela
picaresca —entre otros— hacen del conjunto una obra indefinible,
que consigue mantener, casi cuarenta años después, un gran
atractivo.
Sergio Armstrong,
criminal convicto por actos de terrorismo, es castigado con la
expulsión de la Ciudad, un constructo gigantesco que orbita
la Tierra, y al exilio a su superficie. El planeta es un lugar
salvaje e incivilizado, que se encuentra habitado tan solo por
salvajes; así que es de suponer que, si logra sobrevivir a la
entrada en la atmósfera planetaria, lo más sencillo es que muera al
poco de llegar, por la falta de recursos o por la mano de los
bestiales habitantes. Pero no todo es lo que parece, y Sergio pronto
demuestra tener un par de ases escondidos dentro de la manga, a la
par que sus acciones dejan palpable que tiene un objetivo en mente.
Según avanza en su
camino se hace evidente que las cosas no son tal y como se piensa en
la Ciudad. La Tierra es un mundo poblado de personajes peculiares,
socarrones, entrañables y atractivos, que viven bajo una curiosa
filosofía, el wu-wei, tan difícil de explicar como
fácil de poner en práctica, porque básicamente lo que propugna es
dejar que las cosas sucedan por si solas. Enfrentados a los
despreocupados habitantes de la Ciudad —de los que apenas llega a
saberse mucho— que viven sin embargo bajo un férreo régimen
hereditario la novela contiene una soterrada denuncia del
autoritarismo y un alegato por la libertad individual y por una
especie de anarquía social no violenta realmente curiosas —o tal
vez no— si se piensa en el año original de su publicación, pero
que de alguna manera es tema o fondo recurrente de muchas de las
obras del autor.
La novela se desarrolla
como una aventura por etapas, con varios tramos perfectamente
diferenciados, como si el autor no terminase de decidirse por el
género de la narración ni quisiera cerrarse caminos, y tirase por
la calle de enmedio. Sergio se encuentra de pronto inmerso en una
sociedad similar a la que podría haber regido en el «lejano Oeste»,
sin un gobierno centralizado o unas reglas de conducta demasiado
definidas, pero muy solidarias; con un comercio basado en el trueque
y una moneda que se consigue mediante la donación limitada de
sangre; con sanguinarios bandoleros y patrullas organizadas
espontáneamente para perseguirlos; con pequeñas poblaciones —de
no más de 80 o 100 habitantes— y abundantes granjas o
instalaciones familiares dispersas; y donde impera la filosofía
Wu-Wei, casi una especie de religión que todos respetan, quizá más
que nada por la libertad que en realidad les otorga.
Con ayuda de alguno de
los peculiares individuos que va a encontrarse, el Manchurri
—buhonero y editor del El Clarinazo Matinal y Avisador
Irregular de la Gran Región Europea—, el Vikingo
—un Profe Wu-Wei—..., va a iniciar su misión de encontrar la
Columna Real, también conocida como el Pilón del Alba,
algo para lo que necesitará la ayuda de Herder el mago, un
misterioso personaje que habita un tétrico castillo imbuido de pura
maldad y habitado por las «potencias», súcubos y seres de
apariencia demoníaca de origen desconocido. El mago le embarcará en
una misión en busca de cierto objeto que debe conseguir a cambio de
su ayuda.
Empieza entonces un
«periplo africano» que en cierta manera algunos consideran
superfluo o demasiado desligado de la trama general; sin embargo, si
hubiera faltado los lectores se hubieran perdido algunas de las
partes más divertidas y a la vez tensas de la novela, como son los
propios preparativos de la expedición o el viaje en sí mismo, y no
hubiera conocido a personajes tan memorables como son el Capitán
Grotton, el Abuelo Jones o la sin par Marta di Jorse.
La culminación de tal periplo, aparte de bastante sicodélico, es
pura fantasía howardiana y burroughsiana, con un
templo perdido en la jungla, defendido por embrutecidos
hombres-bestia gobernados por una desconcertante reina con muchas
reminiscencias pulp.
La continuación de la
novela, hasta la sorprendente conclusión, navega firmemente por las
aguas de una ciencia ficción que se podría considerar post
apocalíptica con la existencia de la ciudad orbital mega tecnológica
y una superficie planetaria atrasada, pero con atisbos de una
rudimentaria sociedad que va a demostrarse mucho más «humana» que
la de los «civilizados» orbitales. La solución a todos los
misterios que la situación presenta y del cómo se ha llegado hasta
allí, sorprendente incluso para el protagonista, es un cierre
perfecto, y coherente, a todos los guiños «extraños» con los que
se ve salpicado el texto —nombres de ciudades y localizaciones
fuera de lugar, mapas inexactos, intrigantes estructuras de finalidad
desconocida, pequeños secretos...—
Singularizando a sus
personajes por sus formas de hablar —cultos unos, llanos y
coloquiales otros, rimbombantes algunos...—, Bermúdez Castillo
hace gala de una prosa desenfadada, afilada, desinhibida, muy
entretenida y fácil de leer. Con un tono humorístico y un punto de
cachondeo que no oculta la seriedad de ciertos temas, y que da cabida
tanto a la acción, con estallidos de desatada violencia y mortandad,
y a la reflexión filosófica como a un ruborizante erotismo —cosas
de la época, supongo—. Existen, quizás, algunos pasajes que se
han quedado algo desfasados por el tiempo pasado desde su publicación
original, pero el grueso de la narración se mantiene tan fresco,
emocionante y desvergonzado como el primer día.
Para completar la
edición, Sportula ha incluido en el volumen el prólogo
histórico-analítico que Julian Diéz escribiera para la
edición a cargo de Avalon en el año 2000, la valoración editorial
original a cargo de Domingo Santos por encargo de Acervo
previa a su primera publicación, diversos recortes de prensa con
reseñas y comentarios críticos a lo largo del tiempo o una galería
de portadas de sus diversas ediciones..., detalles que suman valor
bibliófilo a un libro ya de por sí interesante.
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