Alena
Graedon.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B.
Barcelona, 2015. Título original: The Word Exchange. Traducción: Arturo de Eulate.
492 páginas.
En el futuro de pasado mañana imaginado por Graedon la amenaza viene de nuestro
propio presente, de la sociedad del entretenimiento y la interconexión con toda
clase de soportes informáticos que ahora mismo ya se está desarrollando. Según
estudios recientes, el uso continuado de dispositivos de todo tipo como muleta
para acceder a cualquier tipo de conocimiento o información está haciendo ya
que se use cada vez menos la memoria, atrofiando ciertos canales de pensamiento
y volviendo a los usuarios cada vez menos inteligentes y más dependientes de
sus aparatos informáticos, móviles, tablets, smartwatches... La autora da tan
sólo un paso más allá facturando un libro de especulación cercana, de corte
tanto tecnológcio como lingüístico, que apenas se puede clasificar de ciencia
ficción, aunque sí entre de lleno en el género catastrofista sección plaga
epidémica. La autora parte de un postulado bastante extremo y, en principio, un
tanto inverosímil: Por un lado, la paulatina caída en desuso y práctica desaparición de los diccionarios y la paralela comercialización
por parte de una compañía de dispositivos móviles de sus definiciones que pasan
a ser de propiedad privada, por otro la cuestión de si las máquinas pueden
llegar a transmitir un virus sintáctico, similar en algunos síntomas a la gripe
—fiebre, mareos, dolor de cabeza, malestar general…—, a los humanos. Pero,
contra la incredulidad, la autora se guarda algún as en la manga para terminar
sorprendiendo a sus lectores más difíciles de convencer. Un libro de intriga
lexicográfica, con una interesante reflexión de corte casi filosófico, de amor
por la palabra, con ramificaciones de crítica capitalista y de teorías conspiratorias.
Los «Memes»,
dispositivos portátiles que en teoría deberían facilitar y mejorar la vida de
sus dueños, ya que tanto le llaman de motu
propio a un taxi o pagan una cuenta como le sugieren el significado de una
palabra dentro de una conversación, se apropian cada vez más de su atención y
tiempo generando una auténtica dependencia castrante, obsesiva y enfermiza. Con
una conexión intuitiva y casi mental, hay quien se llega a instalar, en vez de
la Corona —una diadema llena de sensores—
un microchip para estar en todo momento en contacto con su meme, para
enviarle órdenes no verbales y para aumentar la rapidez de la satisfacción de
sus deseos por parte de la máquina. El cada vez más omnisciente aparato —respecto a la
vida y gustos de su propietario— le sugiere los platos a pedir en un
restaurante, le llama a un taxi cuando «cree» que va a necesitarlo, le informa
de los sucesos que piensa serán de su interés, decide la prioridad de sus citas
o le explica el significado que considera correcto, según definiciones
implementadas por la propia compañçoa fabricante, de las palabras en las que el
usuario duda.
Con dos narradores en primera persona, Anana y Bart, la novela se divide en tres secciones: Tesis, antítesis y
síntesis. Al empezar el relato Anana Johnson descubre que su
padre, Douglas Samuel Johnson, un brillante lexicógrafo a cargo del NADEL
—el North American Dictionary of
the English Language— con el que ella misma trabaja, ha desaparecido y todo
parece indicar motivos ocultos y siniestros en su inesperada y, todo parece
indicarlo, involuntaria marcha. La joven está pasando una mala racha, acaba de
cortar con su novio Max, y debe lidiar
con la poca simpatía que le despierta la nueva pareja de su madre Vera, el pomposo y estirado Laird. Por si fuera poco, la joven
descubre que empieza a hablar de forma un poco rara, introduciendo en sus
frases algunas palabras inventadas o carentes de sentido. Así que la
desaparición de su padre es un duro revés, un grave problema al que dedicar
buena parte de su ya ocupada atención, para lo que contará casi con el único
apoyo de Bart, un etimólogo que trabaja en el NADEL junto al padre de Anana, por
la que siente un, para él, platónico interés romántico. Pero los sucesos
extraños no han hecho sino empezar.
Graedon
presenta así unos «héroes» nada típicos, dos estudiosos de la lengua, dos
amantes de las palabras. Anana es
una joven inteligente, incluso brillante, pero no es una heroína de acción y
sus acciones pueden resultar en algunas ocasiones, como poco, cuestionables. No
le falta motivación, pero sin embargo se encuentra «perdida» gran parte del
relato. Y Bart es un apocado y
tímido ratón de biblioteca, que se deja llevar en demasía por los impulsos de
los que le rodean, prisionero de intereses contrapuestos, por un lado su
atracción por Anana, a quien no se atreve a confesarle nada, y por otro de su
amistad con Max, el ex novio de la joven y genio informático proveedor de
software para Synchronic, Inc. y sus Memes, con el que comparte una camarilla
de amigos no demasiado bien avenidos en general.
Pronto descubrirán que tras la desaparición del
padre de Anana hay mucho más de lo que podría parecer. Mientras una epidemia,
el virus llamado S0111, empieza a
extenderse de forma lenta, pero imparable, por los EE.UU. —con casos puntuales
en el exterior, pero siempre entre angloparlantes, al menos al principio—, los
implicados comienzan a darse cuenta que todo aparenta estar conectado con el
intento de compra del fondo de definiciones del NADEL —el último diccionario en
lengua inglesa, junto al Oxford, que se sigue publicando— por parte de
Synchronic, Inc. como parte de su política de potenciación de una herramienta
llamada The Word Exchange —título original de la novela, por otra
parte—, incluida en todos sus Memes, por la que cobran al usuario por cada
palabra consultada, llegando incluso a introducir una serie de neologismos
falsos, sin auténtico significado, siempre en pos de vender más definiciones,
monetizando la ignorancia en una vorágine capitalista que termina siendo
víctima de su propia e insidiosa conspiración.
Se inicia una búsqueda no exenta de riesgos físicos
y mentales, de peligrosos encuentros, plagada de sombras y llena de misterios y
amenazas. Anana no sabe en quién puede confiar, viendo un enemigo en cada
persona implicada en el tema con la que se cruza, mientras ella misma cae
contagiada del virus, avanzando dificultosamente en la investigación del
destino de su padre. El diario escrito por Bart permite a la autora dar cuenta
del avance de la enfermedad y de ciertas disquisiciones sobre teoría
lingüística, lexicográfica y etimológica gratamente interesantes para los
«iniciados», pero quizá algo áridas para quien no esté puesto, o interesado, en
el tema.
La autora aprovecha el escenario de acción para plantear ciertas disquisiciones de carácter filosófico y filológico sobre Hegel y
el lenguaje, sobre la forma en que la modificación de los significados cambia
la percepción de lo que rodea, de cómo el idioma y sus variantes moldea los
pensamientos. La corrupción del lenguaje hasta niveles de incomprensión e
incomunicación y la afasia del habla como uno de los síntomas de los infectados
por el virus se muestra como una firma denuncia del empobrecimiento lingüístico
y de pensamiento que las redes sociales conllevan en la actual sociedad, sobre
todo los programas de mensajería instantánea; y de la dependencia cada vez
mayor de todo tipo de dispositivos que, con la excusa de simplificar la vida de
los usuarios cada vez la complican más, y no sólo en el momento en que fallan o
faltan.
Lo cierto es que no ha tenido que resultar una
traducción sencilla en absoluto, sobre todo en el momento en que la afasia
empieza a extenderse y la gente a hablar cada vez con más palabras inventadas e
inteligibles, un síntoma que se tiene que trasladar al texto de forma que no se
convierta en un batiburrillo total. Sin embargo, la presencia de ciertos
títulos, entre la multitud de referencias literarios o cinematográficas, como “Calabozos
y dragones avanzado” —título del juego y la serie de dibujos en
Hispanoamérica, pero no es España— o el uso de ciertos giros idiomáticos,
totalmente correctos pero no habituales aquí, resultan un tanto chocantes para
el lector de la Península.
A pesar de cierta falta de ritmo y cohesión entre
las dos voces narradoras, El virus de
las palabras es un intrigante thriller lexicográfico, a un paso de la
distopía, con conspiraciones y sociedades secretas, que versa sobre los
mecanismos de creación del lenguaje y su influencia en la sociedad al tiempo
que denuncia la creciente dependencia de los dispositivos informáticos cuando
la herramienta se convierte en muleta favoreciendo la pérdida de comprensión lectora e impidiendo la comunicación. Como la propia autora dice: “El final de las palabras
significaría el final de la memoria y del pensamiento. En otras palabras, de
nuestro pasado y futuro”.
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