martes, 24 de marzo de 2015

Reseña: Seraphina

Seraphina.

Rachel Hartman.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Nocturna ediciones. Col. Literatura Mágica. Madrid, 2015. Título original: Seraphina. Traducción: Marta Torres Llopis. 545 páginas.

Novela ganadora del premio William C. Morris de 2013 —un galardón otorgado a la mejor obra de debut dentro del género juvenil—, como se puede fácilmente deducir por la portada, es una historia de dragones, aunque de una especie ciertamente singular, que intenta evitar los tópicos más tradicionales. Los dragones de Hartman, como los de LeGuin en Terramar, pueden adquirir forma humana, aunque su mente sigue siendo sin duda «draconiana», de manera que no sienten emociones como los humanos, reprimiendo cualquier asomo de ellos que pudieran empezar a experimentar; tampoco, un poco como consecuencia de lo anterior, tienen nociones artísticas ni dan ningún valor, por ejemplo, al amor. Navegando a través del contacto de dos tipos de mentalidades tan diferentes, Seraphina se presenta como una novela juvenil que viene a explorar el agradecido tema del paso a la edad adulta, del crecimiento y maduración interior, y de los sentimientos a flor de piel. Y lo hace con singular sensibilidad, sin caer en tópicos —aunque explore algunos caminos ya transitados en la fantasía, como el ya citado de los dragones que pueden adquirir apariencia humana o los peligros de una corte llena de envidias e intrigas palaciegas—. La autora ha creado un mundo rico en detalles, con unos personajes que se adaptan a la perfección al escenario creado para ellos, una suerte de Europa renacentista, en la que el choque de culturas, de formas de entender el mundo, debe encontrar un punto de encuentro a riesgo de repetir los errores del pasado con funestas consecuencias.

Durante cuatro décadas el Reino de Goredd y la Dragonidad han mantenido un armisticio que ha reportado beneficios para ambas partes, pero que no se encuentra exenta de tensiones que no han logrado disipar todos los odios de enfrentamientos pasados. Los saarantras, dragones capaces de adquirir forma humana, han convivido y se han establecido en ciertos estamentos de la sociedad goreddi. Pero conforme se acerca la celebración de la firma del tratado y su renovación, con la visita del general Comonot, el ardmagar —el máximo dirigente— de Toda la Dragonidad, a la capital, la tensión se palpa en el ambiente. Seraphina Dombegh es una joven músico, recientemente nombrada asistente del compositor de la corte y preceptora de piano de la princesa Glisselda, que debe ayudar en los fastos de la celebración. Contra su voluntad de permanecer lo más discreta posible, se va a ver envuelta en unos eventos que pondrán en riesgo la estabilidad del reino y su propia vida. Un miembro de la familia real, el príncipe Rufus, ha sido asesinado y todo parece indicar la participación de, al menos, un dragón en el hecho. Sin desearlo, la joven se verá envuelta de pleno en la investigación del crimen, entrando en el círculo de atención del príncipe Lucian Kiggs, mientras intenta a toda costa mantener a salvo el secreto del «antinatural» matrimonio de sus padres; un secreto que podría incluso significar su muerte.

Narrado en primera persona, a través de los ojos de Seraphina, su relato permite sumergirse al lector en la mente de la joven, en sus pensamientos y secretos —y en sus motivos para ocultarlos—, al tiempo que desvela los acontecimientos al mismo ritmo que ella misma los va conociendo. A sus 16 años se trata de una joven inteligente, pero insegura de su posición debido a los secretos que arrastra; reacia a entregar su confianza o amistad a pesar de su generoso corazón; con grandes dones artísticos que ella misma coarta en ocasiones por su deseo de no llamar la atención, de pasar siempre lo más desapercibida posible; su vida es la música, parte esencial de su herencia, y no puede reprimir sus impulsos de soltar sus riendas. Fruto  de su origen, sufre terribles sueños recurrentes que le han llevado a crear dentro de su mente un particular jardín donde acomodar a los avatares de sus pesadillas, unas criaturas de diversa humanidad que cree imaginarias, pero con las que debe convivir de alguna manera, otorgándoles un nombre según la «personalidad» de cada una.

En una sociedad humana profundamente religiosa —con una curiosa religión establecida en la adoración de los santos— y donde una cuestión de suma importancia es la de la carencia de alma, o no, de los dragones, sin duda motivo suficiente para justificar el odio de cualquier fanático influenciable por las circunstancias, la joven se verá envuelta en una historia de intrigas y conspiraciones geopolíticas y palaciegas, donde ambos bandos, humanos y dragones. tienen facciones opuestas al acuerdo y la tregua, siendo en el lado humano los Hijos de San Ogdo algunos de los más a tener en cuenta por su violenta oposición y odio a los dragones. El asesinato del príncipe da paso a una trama casi policial, detectivesca, con un crimen por resolver y un gran número de sospechosos de poder haberlo realizado. Una trama que además se complicará con la sospecha de la existencia de híbridos entre humanos y dragones, seres que siempre se habían supuesto imposibles de gestar.

Hartman plantea a la perfección la dicotomía entre razas tan abismalmente diferentes y, sin embargo, tan proclives a la cercanía. La resistencia de los saarantras —­personalizados en Orma, tutor y amigo de Seraphina— a dejarse llevar por los sentimientos que la forma y el contacto con los humanos empiezan a despertar en ellos se demuestra en realidad como la fachada que muchas personas presentan ante los demás, sin dejar traslucir un mundo interior del que se avergüenzan. Lo propio de los dragones es la lógica, las matemáticas, pero no el arte, por el que sin embargo se ven irremediablemente atraídos con la atracción de lo prohibido, algo que debe ser perseguido y erradicado. Las envidias entre unos y otros son continuas y, aparentemente, inevitables, pero sólo desde la óptica de quienes quieren defender lo «suyo» como superior a lo de todos los demás.

Literatura juvenil, sí, pero con mensaje. Inteligentemente soterrada bajo la narración se encuentra una firme reflexión y un alegato contra el racismo. Es cierto que se trata de dragones que adoptan formas humanas, pero el desprecio que sienten ambas especies la una por la otra, y la obligación de los saarantras de llevar unos cascabeles que señalan su condición retrotraen a otras minorías humanas que debieron portar un signo mostrando su «condición» para poder separarlos de los «puros». La autora tampoco rehuye temas que podrían considerarse «conflictivos» como el de la bastardía de uno de los principales personajes o el de que el matrimonio entre personas de diferentes razas o estratos sociales se vea como algo escandaloso, prohibido, en vez de como la celebración del amor que en realidad es, algo que la protagonista descubrirá en propias carnes, debiendo enfrentarse a unos prejuicios tan arraigados que son muy difíciles de enfrentar.

Seraphina ensalza valores como la honestidad, la lealtad, la amistad, la inteligencia... Y, mediante la intriga, las conspiraciones, las desconfianzas y los enfrentamientos, plantea profundas cuestiones que invitan a los lectores a sacar sus propias conclusiones. Es cierto que todo el mundo guarda secretos, todo el mundo miente en alguna ocasión, pero ¿es lícito hacerlo en según qué circunstancias y motivos? ¿Se puede llegar a perdonar a quien te ha engañado, quien no ha sido sincero, si en el fondo sus motivos no son malévolos, si lo hacía para proteger y no para ofender?

En medio de una prosa que alterna un ritmo cadencioso, muy acorde con la investigación, con otro un poco más rápido cuando las revelaciones propiciadas por la investigación empiezan a salir a la luz, la autora debiera ser consciente que, como parte del pacto de verosimilitud que firma con los lectores de una obra de fantasía, un mundo inventado que nunca ha tenido contacto con nuestra realidad no debería presentar referencias a elementos provenientes de nuestra realidad. Si en este mundo jamás ha existido una ciudad llamada Oporto como en el nuestro, tampoco debería encontrarse una bebida con ese nombre —obviamente, sí puede existir la bebida, pero no llamarse así—. Un ínfimo defecto, fruto muy posiblemente de la condición de novela de debut, que no oculta la bondad de todo el texto —y de una buena y cuidada traducción, muy atenta a las palabras e idiomas inventados y a toda la parafernalia y jerga musical que tan bien se introduce en la historia—.

Siendo esta la primera parte de una duología, Seraphina tiene ya en origen una segunda parte  titulada Shadows Scale —que Nocturna ha adelantado que publicará a principios de 2016— y que, a tenor del intenso y agridulce cierre cargado de promesas de la presente, tiene mucho que ofrecer y por lo que esperar. Y, junto a la evolución de los personajes y sus relaciones,  la oportunidad de conocer otras de las tierras de ese mundo, más allá de las fronteras de Goredd, no es lo de menos.
Portadas de la novela en sus diferentes ediciones internacionales

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