La Trilogía
de Roma, libro II.
Santiago
Posteguillo.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Ediciones B.
Col. B de Bolsillo. Barcelona, 2014. 860 páginas.
Publio
Cornelio Escipión tiene veintiséis años y está consiguiendo, al mando de
tan solo dos legiones, grandes victorias en Hispania frente a tres de los principales generales cartagineses Asdrúbal y Magón Barca,
hermanos de Aníbal, y Asdrúbal Giscón, pero conforme crece su
éxito también crece el odio, la envidia y la aversión de sus enemigos en Roma, liderados por el sibilino Quinto Fabio Máximo, quien una y otra
vez se las apaña para evitar que el Senado le conceda más tropas, intentando
propiciar así su fracaso. Convencido de que la mejor manera de sacar a Aníbal
de Italia es llevando la guerra a África,
Escipión incluso aceptará, sabiendo que es todo lo que va a recibir de un
temeroso Senado dominado por la retórica de Fabio Máximo, el mando de las
llamadas legiones malditas, la V y VI, desterradas después de su humillante derrota y huida de la batalla
de Cannae —como se viera en el anterior volumen— y compuestas por soldados
indisciplinados y desesperados después de años de abandono en Sicilia en las
peores condiciones; Escipión deberá esforzarse por ganarse su lealtad y confianza, convirtiéndolos de nuevo en fieros luchadores entregados a Roma. Las legiones malditas narran los hechos
en torno a la Segunda Guerra Púnica acaecidos entre los años 209 y 202 a.C. en un fascinante período
histórico llamado a definir el equilibrio de fuerzas del Mediterráneo
occidental
La presencia en la Península Itálica de los
ejércitos cartagineses bajo el mando de Aníbal es una continua preocupación
para los senadores y dirigentes romanos. El quebranto a las arcas del estado es
inasumible, y el alistamiento para las legiones se hace cada vez más difícil a
la par que necesario, incorporando incluso a esclavos como legionarios. Sin
embargo, las enemistades y envidias políticas van a intentar frustrar una y
otra vez los planes de Escipión, quien tendrá que lidiar con unas condiciones
draconianas para que le permitan emprender su campaña africana, que algunos ven
como una locura con el enemigo campando a sus anchas por tierras romanas,
venciendo insidiosas intrigas, dolorosas traiciones y abiertos enfrentamientos
contra su mando, incluida la incorporación de Marco Porcio Catón como quaestor
de las legiones V y VI, el cual, como fiel agente de Fabio Máximo, está siempre
dispuesto a hacer descarrilar los mejores esfuerzos del joven procónsul. Así,
Escipión debe dar cuenta una y otra vez de su inteligencia, de su don de mando
y de su conocimiento de la estrategia para vencer desafíos aparentemente
imposibles. Y si en alguna de sus batallas sale victorioso de forma casi
milagrosa, también hay que recordar que la suerte es para quien la busca y sabe
encontrarla.
Si bien es cierto que al autor le cuesta un tanto
entrar en «materia», con un comienzo que recapitula demasiado sobre lo
anterior, haciéndose las nuevas campañas en Hispania un tanto lentas, se
entiende que es algo necesario para sentar las bases y las alianzas de todo lo
que vendrá después, tanto entre los amigos como entre los enemigos, colocando
las bases de las intrigas «políticas» que van a entrar en juego y definiendo
las relaciones de lealtad de sus generales con Escipión. Después, una vez los
protagonistas se embarcan hacia Sicilia,
el relato comienza a coger gran velocidad, y hasta el final del libro, plagado
de grandiosas batallas, resulta ya difícil soltar la trama. No cabe obviar que
existen ciertos escollos, casi todos referidos a los personajes femeninos que
«interfieren» en las vidas y destinos de los protagonistas, que se antojan un
tanto artificiales y sobreactuados, aunque alguno de ellos sea imprescindible
para entender según qué actuaciones y decisiones. La esclava egipcia Netikerty, cargando con una trágica
historia a sus espaldas y nunca dueña de su futuro, o la voluptuosa y tentadora
hija del general cartaginés Asdrúbal Giscón, Sofonisba, cautivadora de hombres y dueña del destino de reyes, no
terminan de cuajar el más realista de los papeles.
No obstante, el fuerte de Posteguillo es, sin duda, la vívida recreación de las batallas en
que los ejércitos romano y cartaginés, junto a sus diversos aliados, se ven
enfrentados. A la detallada, documentada y minuciosa descripción de los sucesos
históricos, las fuerzas implicadas, el retrato de los dirigentes y su
comportamiento ante la muerte de miles de sus soldados, la difícil negociación
de las alianzas y los pactos no siempre mantenidos..., se une un firme uso de
la épica a la hora de narrarlos, haciéndolos didácticos y emocionantes a un
tiempo. El movimiento de las tropas, el sentimiento de los soldados, las
tácticas empleadas, el desarrollo de las batallas… se encuentran narrados con
un pulso tan firme como ameno, perdonándose incluso alguna libertad que otra
para hacer encajar los hechos en el buen discurrir de la narrativa.
Aún siguiendo a multitud de personajes, el foco se
va centrando en esta ocasión mucho más sobre el propio Publio Cornelio Escipión, siguiéndole en su estancia en Hispania,
su vuelta a Roma, su mando en Sicilia y la campaña africana, desplazando del
centro del escenario a otros actores de importancia —de hecho y por ejemplo, Aníbal prácticamente desaparece del
primer plano casi hasta final del libro—, y haciendo que ciertas batallas de
suma importancia en las que él no se vio envuelto se pasen con una simple
mención. Así el autor se preocupa más en reflejar la conflictiva personalidad
del general romano, capaz de conseguir las más férreas lealtades, pero a la vez
inflexible hasta puntos crueles en su trato con los subordinados. Posteguillo
«humaniza» un tanto a su personaje, un tanto plano en la anterior entrega,
dotándolo no solo de grandes virtudes, como su inteligencia, generosidad o
valor, sino también de algunos defectos, como la desconfianza o cierto toque de
mezquindad en el trato.
Junto al patente y espectacular sentido de la épica
y grandiosidad que imbuye todo el relato, Posteguillo a su vez sigue mostrando
algunos detalles curiosos e interesantes de la vida cotidiana en la ciudad de
Roma y de sus ciudadanos, del comercio, la religión, el estamento de la
esclavitud o los usos políticos. Como en la anterior entrega, el tema de las
obras teatrales, que sigue presente merced a la presencia del autor Tito Macio Plauto y su amigo Nevio, crítico con los estamentos del
gobierno de la ciudad, se encuentra mejor insertado en la narración, de forma
más natural, resaltando hechos curiosos de la época como las críticas al Senado
y a ciertos prohombres a través de pintadas en los muros del foro de Roma, o la
búsqueda de patrocinio de los artistas, en este caso por parte de Escipión,
produciendo todo ello menos ruptura con el resto del relato y permitiendo
incluso ciertos respiros lúdicos que permiten al autor presentar otros aspectos
de la sociedad romana o de los «gustos» de los legionarios. Detalles que llenan
el texto de vida y verosimilitud.
Por eso mismo, junto a sus evidentes aciertos, en el apartado de «contras» es de
destacar lo chocante que resulta la inclusión de una «escena» que tiene lugar
en el inframundo, con Caronte como
«protagonista», y que quiebra el pacto tácito con el lector, en una obra que
busca mayormente el realismo y la veracidad de lo narrado, al introducir un
elemento tan obviamente fantástico, rompiendo radicalmente con el espíritu de
todo lo anterior. Una escena que resulta muy emotiva, no cabe duda, pero que de
una forma un tanto incongruente también se sale de la mera ficción histórica para
adentrarse en derroteros más fantásticos. Un «defecto» que se une a una prosa
excesivamente «declamatoria» en ocasiones, buscada intencionadamente sin duda
para acercar la narración al tono de los «clásicos», y a una excesiva
reiteración de situaciones, de coletillas recurrentes y de repetición de los
nombres de todos aquellos tribunos, centuriones y demás mandos que acompañan a
Escipión —Cayo Lelio, Lucio Marcio
Septimio, Mario Juvencio Tala, Sexto Digicio, Cayo Valerio, Quinto Terebelio, Silano, Masinisa…, algunos ellos además
salvo Lelio quizá, intercambiables en su caracterización—, que termina por
resultar cansino, que hace posible la afirmación de que se podrían fácilmente
haber expurgado algo de su volumen para hacer más ágil si cabe el relato. Un relato,
cabe añadir para no llevar a confusión, muy interesante y entretenido, un auténtico
pasapáginas.
El autor limita bastante respecto a la anterior
entrega la utilización del recurso de incluir escenas tiempo presente para dar,
esta vez sí, una mayor cercanía y dramatismo a ciertos momentos álgidos,
consiguiendo así un mayor impacto y relevancia. Mantiene de forma algo
desconcertante, no obstante, dentro de su narrador omnisciente cierto cambio de
perspectiva que le lleva en ocasiones desde una óptica distante, que se limita
a reflejar los sucesos, a otra mucho más subjetiva, que lanza juicios sobre el
comportamiento de los protagonistas de forma un tanto inopinada como queriendo
remarcar bien dónde tiene que estar el interés y la empatía del lector.
Las legiones
malditas retrata de forma vívida y entretenida, con ciertas licencias
literarias como obra de ficción histórica que es, unos hechos y unos personajes
fascinantes, en un periodo de la Historia decisivo para el devenir del dominio
del Mediterráneo. Grandes
protagonistas, grandes batallas, gran relato. El cierre, a modo de epílogo sin
serlo, deja ya planteados los caminos por los que habría de discurrir la vida
de Publio Cornelio Escipión. Africanus,
y deja con ganas de leer la tercera y última entrega de la serie, La traición
de Roma.
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