Philip K. Dick.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Cátedra. Col. Letras populares. Madrid, 2015. Título original: Do Androids Dream of Electric Sheep? Traducción: Julián Díez. 359 páginas.
La editorial Cátedra recupera en una edición «crítica» una de las obras más recordadas y reconocidas de un autor de alguna forma «maldito». Un clásico de la ciencia ficción que todavía pervive, más por su trasfondo cuasi filosófico que por su especulación de un «futuro» que no ha tenido traslación a la realidad. Un clásico que es inevitable leer —o releer en muchos casos— con la alargada sombra de la película de Ridley Scott revoloteando por cada página, tanto por lo que añade como por todo aquello que elimina. Es esta una muy cuidada y satisfactoria edición, que se abre con un profundo y estimulante estudio en que Julián Díez, a la postre autor también de la nueva traducción, se dedica a glosar diferentes aspectos de la vida y obra de Philip K. Dick centrándose por supuesto en la obra que nos ocupa, y todo lo que supuso para el escritor. Una obra con numerosos niveles de lectura, con sorpresas ocultas incluso para quien cree estar al tanto de todos sus secretos, que trae a colación profundas preguntas sobre la humanidad y las reviste de una sugerente, a veces surrealista, aventura policíaca. Lo cierto es que se hace difícil hacer justicia en una simple reseña a toda la enorme complejidad que su aparentemente sencilla historia encierra; y por eso se agradece doblemente la introducción de Julián Díez que consigue que se lea la novela bajo una nueva óptica disfrutando mucho más de todos los detalles que encierra.
Díez comienza con unos cuantos apuntes biográficos del autor, dando cuenta de algunas circunstancias que moldearon su personalidad y su forma de ver el mundo y, tras un somero repaso a su influencia en el mundillo de la ciencia ficción —en su «legado»—, entra a analizar más en profundidad ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?, tanto en una faceta meramente literaria como en otros aspectos significativos de la obra, como la presencia de los androides, el peculiar uso de la religión, la naturaleza de la realidad, el componente de crítica social o la disección de los personajes y su participación en el drama. Como no podía ser de otra manera, dedica también un importante apartado a la adaptación cinematográfica de la novela, un proyecto que entre escrituras y reescrituras de guiones, desacuerdos y parones varios, se extendió a lo largo de catorce años que dieron para muchas «anécdotas». Aprovecha para comparar la novela con su adaptación, haciendo hincapié en los cambios y en las semejanzas, reservando un epígrafe para reseñar brevemente otras adaptaciones al cine de obras de Dick. Entre otras cuestiones, Díez cierra el completo y esclarecedor «estudio» con un listado de las que él considera las cincuenta mejores adaptaciones cinematográficas de obras literarias de ciencia ficción; incluyendo como broche final una completa bibliografía del autor californiano.
Después de esta magna introducción, interesante ejercicio ensayístico que pone en contexto la novela con todo lo que significó en su momento y, sobre todo, a posteriori, el volumen ofrece la obra propiamente dicha con una nueva traducción a cargo del mismo Julián Díez, quien no sólo «actualiza» el texto a los usos y gustos literarios de nuestro presente, sino que ofrece una edición anotada con diversas referencias dedicadas a glosar tanto curiosidades sobre el propio texto como a resaltar influencias varias, a explicar algunas menciones que pudieran resultar crípticas, o simplemente desconocidas, para el lector español, o, incluso, a justificar algunas decisiones de traducción que podrían llamar la atención de los conocedores del original en inglés o de las anteriores ediciones en nuestro país, pero que resultan bastante acertadas.
Rick Deckard es un cazarrecompensas asociado al Departamento de Policía de San Francisco. Su trabajo es encontrar androides llegados ilegalmente a la Tierra y retirarlos de las calles. A través de sus vivencias y reflexiones el lector se va asomar a la visión de un futuro —en realidad ya nuestro pasado, dada la poca distancia temporal en la que el autor situó la acción— apocalíptico y terminal, donde la Guerra Mundial Definitiva dejó el planeta prácticamente convertida en un desierto, con buena parte de las especies animales extinguidos y unos precios desorbitantes para los escasos especímenes vivos, y donde la mayoría de la población superviviente ha emigrado a las colonias en Marte. En estas circunstancias Deckard sueña con poseer una mascota viva, pero su economía sólo le permite mantener una oveja eléctrica.
Con una narrativa que en ciertos momentos llega a resultar chocante, incluso paradójica, Dick se dedica a reflexionar sobre algunos de los temas más habituales en su literatura, profundizando en ellos mediante un relato algo rocambolesco cargado de detalles «domésticos» pero típicamente policíaco y de intriga, con la busca y captura de unos androides fugados que lleva a cuestionarse ciertos aspectos de sus vidas a algunos de los humanos que se cruzan con ellos. La pregunta vital que retumba con fuerza a través de las páginas es una cuestión clásica de la ciencia ficción de todos los tiempos: ¿Qué es lo que hace humano a un ser humano? Luego, otras muchas vienen en cascada. ¿Qué sentimientos lo definen? ¿Qué diferencia al hombre de la «máquina»? ¿La empatía? ¿El amor? ¿La necesidad de compañía? ¿La compasión? ¿El deseo de supervivencia?
Deckard es un hombre obsesionado con sus sentimientos, atrapado en una existencia que empieza a antojársele opresiva que le fuerza a buscar una salida. Atrapado entre el amor sencillo y hogareño que siente por su mujer, y el deseo de experimentar cierta transgresión, de dejarse llevar por la prohibida, casi antinatural, atracción que siente por Rachel Rosen. Su irreprimible deseo de poseer un animal real le lleva a embarcarse en una caza que en verdad no le convence, pero que le podría reportar grandes recompensas económicas.
En la otra cara de la moneda, destaca en el drama la participación de J.R. Isidore. Un humano inferior, disminuido mental, genéticamente defectuoso como consecuencia de su exposición al polvo radioactivo que cubre la mayor parte de la Tierra. Su deseo de ser aceptado, de encajar en algún lugar, le llevará a aceptar la presencia de los androides, adaptándolos de alguna manera, aún a pesar del evidente desdén y desprecio que estos sienten por él. Es, con todas sus limitaciones, el más humano de los protagonistas, el que simboliza todo el anhelo de un corazón solitario, el que rebla por superar todas sus deficiencias, todas sus limitaciones. Es, también, el espejo deformado en que el lector puede ver las incapacidades de los androides en su intento de convertirse en humanos.
La obsesión de la empresa Rosen de fabricar unos androides cada vez más perfectos en su simulación de la humanidad, al punto de hacerlos prácticamente indistinguibles de un ser humano; y el continuo perfeccionamiento de los métodos para detectar su auténtica naturaleza y poder así «retirarlos» genera una carrera que va diluyendo los límites entre cazadores y cazados, sembrando de dudas la labor de los perseguidores e, incluso, su propio sentimiento del «yo», de su auténtico ser, y generando una serie de cuestiones que le sirven a Dick para dar rienda suelta a muchas de sus obsesiones más habituales, como pueda ser la recurrente mención de la difusa frontera entre la realidad y la ilusión, y la importancia del observador para definir aquello que se entiende por real y lo que tan sólo lo aparenta pudiendo variar significativamente según sea su percepción.
Pero hay mucho más. Una religión, el mercerismo, que se basa en el sentimiento de unión entre sus practicantes, de sufrimiento compartido que genera entre ellos un nexo confortador, pero que muy bien podría estar basada en un monumental engaño, lo que hace dudar de todos sus resultados y bondades. El tratamiento de la soledad, de un clasismo nuevo, con la existencia de humanos «inferiores», contaminados, en confrontación con aquellos otros que mantienen las esencias de la «humanidad», por mucho que ésta se dirija hacia el abismo. La creación de inteligencias artificiales capaces de emular en, casi, todo a un ser humano, dando lugar a toda una nueva clase de dilemas morales, filosóficos y jurídicos. La manipulación de las emociones y la psique por medios artificiales, en este caso mediante el Climatizador de Ánimo Pendfield, un aparato con numerosas opciones para elegir los sentimientos adecuados para cada momento: alegría, resignación, motivación, ganas de ver la tele, incluso sumisión al marido o, inquietantemente, depresión. La apocalíptica visión del futuro que encierra no obstante cierta esperanza en el espíritu humano, en la redención mediante la empatía, en la capacidad de amar y entregarse a otros, auténtica definición aquí de lo que significa «ser humano»... Capas y capas de significado que se solapan sobre la acción, naciendo de cada decisión, de cada actuación de los protagonistas, tanto humanos como androides, y que convierten la novela en mucho más de lo que una lectura superficial pudiera indicar —lectura, por otra parte, totalmente lícita y también entretenida, pues la trama presenta su buena dosis de problemas a resolver, enfrentamientos, muertes y dramas varios que la hacen igual de satisfactoria—.
Para los que hayan visto previamente Blade Runner, es curioso, y es de suponer que inevitable, el efecto de cómo las imágenes del polvoriento futuro retratado por Dick se superponen en la mente del lector con la lluvia casi perenne de la película de Scott, como el poco agraciado y mucho menos glamuroso cazarrecompensas de la novela se solapa irremediablemente con la figura del actor Harrison Ford… Y, sin embargo, la novela sigue poseyendo una entidad independiente realmente remarcable, yendo allá donde la adaptación no llega y mostrando facetas y profundidades que en el film se intuyen y aquí se concretan. Una novela muy recomendable para los lectores que quieran adentrarse en el conocimiento de la ciencia ficción y sus muchas posibilidades.
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