Nacidos de la Bruma (Mistborn) - IV.
Brandon Sanderson.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Ediciones B. Col. Nova. Barcelona, 2016. Título original: The Alloy of Law. A Mistborn Novel. Traducción: Rafael Marín Trechera [con revisión de Manuel de los Reyes]. 352 páginas.
Con el presente volumen Ediciones B finaliza la recuperación en formato de lujo de las obras pertenecientes al Cosmere publicadas ya anteriormente, dejando el camino expedito para la publicación de Sombras de Identidad y todo lo que venga después. Y lo hace, al igual que en la trilogía precedente, con una revisión de la traducción bajo los auspicios de los expertos Marina Vidal y Dídac de Prades. La presente reseña, con alguna mínima corrección, corresponde a la publicada en Sagacomic el 20 de octubre de 2012. En el mismo universo de Nacidos de la bruma, pero situando la acción trescientos años después de los sucesos de la trilogía original, la historia nace del convencimiento del autor de la necesidad de plantear de forma más «realista» los mundos de las series fantásticas, en el sentido de que no sean lugares estáticos, detenidos en un indeterminado desarrollo medieval, sino que existan avances, y la tecnología y las sociedades evolucionen con el paso del tiempo. Así, en Aleación de ley el lector se va a encontrar con un nuevo status quo en el que, partiendo de las bases establecidas en El imperio final, con la alomancia y ferruquimia allí presentados funcionando igualmente, se ha avanzado a un mundo de pólvora y pistolas, autos sin caballos, incipientes instalaciones eléctricas, «rascacielos» y trenes de vapor, convirtiendo la narración en un western urbano steampunk de alto voltaje, una novela detectivesca en un escenario de revolución industrial, manteniendo además ciertas características del género de superhéroes presentes en la trilogía precedente.
Se presenta una atractiva visión de un mundo en acelerado cambio social e industrial, en un escenario que es una curiosa mezcla entre el salvaje Oeste —los Áridos— con sus pistoleros, bandidos y cazarrecompensas, y una especie de pujante Nueva York de principios del siglo XX —Elendel—, con la construcción de edificios cada vez más altos y la implantación de una red de ferrocarriles que complemente el transporte de mercancías por los canales fluviales.
Después de haber vivido durante veinte años en los Áridos como servidor de la ley —un sheriff a todos los efectos—, Lord Waxillium Ladrian, un nacidoble, con la capacidad de utilizar tanto la alomancia para empujar metales como la ferruquimia para variar su peso corporal, se ve «obligado» a volver a la gran ciudad, debido al fallecimiento de su tío y su hermana en un lamentable accidente que le ha convertido en el heredero del legado familiar. Un rico legado con poco efectivo, lo que va a obligarle a centrarse en sus obligaciones hacia todos los trabajadores que dependen de su casa y olvidar las veleidades de vigilante y justiciero brumoso. Pero, a pesar de renunciar a ello, pronto el destino va a venir a llamar insistentemente a su puerta en forma de imposibles asaltos a trenes perpetrados por una banda conocida como los desvanecedores, acompañados de una toma de rehenes femeninas que parece no ser del todo aleatoria. Pronto va a descubrir, por las malas, que las limpias y elegantes calles de Elendel pueden ocultar más peligros que las desérticas llanuras del exterior.
La novela parte de una trama aparentemente simple, la investigación y resolución de un misterio, pero no carece de imaginación y emoción en absoluto. Además de ser todo un placer el observar cómo han «evolucionado» las cosas en Scadrial. Y es que es mucho lo que ha cambiado: hay nuevos sistemas políticos, muchas diferencias sociales y religiosas, con los protagonistas —Kelsier, Vin...— y los sucesos de la trilogía original convertidos en historia, religión o mitos —por ejemplo, el del Superviviente se ha convertido en un auténtico culto—, muchos avances tecnológicos y nuevas formas de interpretar, utilizar y/o contrarrestar la magia de los metales.
Sanderson ha creado para la ocasión una atractiva pareja de investigadores, muy en la línea de la mejor tradición Holmesiana, con Wax como el cerebro, prototipo de investigador «científico» —laboratorio improvisado incluido—, y su muy peculiar compañero Wayne como el «músculo» inteligente, aunque en este caso ambos sean hombres de acción, aderezando el conjunto con abundantes muestras de humor. Los acompaña, además, con la presencia de Marasi, una joven que no es lo que inicialmente parece, de firme convencimiento e inquietudes, y que va a darles un contrapunto realmente interesante a los dos vigilantes, sobre todo por el tratamiento de lo femenino en ese trasunto de sociedad victoriana que es Elendel.
El autor consigue dotar de singular humanidad a sus protagonistas —no tanto, quizá, a los secundarios—, individualizándolos a la perfección y dotándolos de unos particulares valores morales que consiguen no hacer buenos muy buenos ni malos diabólicos, sino personas a las que moldean las circunstancias, dispuestos a hacer lo que piensan que es correcto o simplemente a tomar aquello que sienten que el mundo les «debe». De los criminales, a pesar de lo que equivocados que puedan estar en sus motivaciones, lo cierto es que las mismas pueden ser entendidas perfectamente, aunque no justificadas. Y por muchos remordimientos que puedan sentir al final del día, los defensores de la ley y los inocentes van a permitirse cruzar ciertas líneas si entienden que es la única manera de evitar el mal desenfrenado. Es un mundo violento bajo su apariencia de refinada civilización y, muchas veces, todos habrán de lidiar con los «grises» de sus decisiones.
Así, en los momentos más reflexivos dentro de la narración, se plantea la naturaleza del mal, del forajido, de todo aquello que lleva a alguien a elegir ese peligroso, y a veces lucrativo, camino. De la diferente percepción de lo ético y lo moral según se esté a un lado u otro de la ley aceptada. De las supuestas recompensas del bien, del vigilante que decide defender esa ley aunque tenga para ello que «rodearla» hábilmente en ocasiones. Y de la indiferencia de la sociedad, sobre todo de la aristocrática, que parece preferir ocultar los temas desagradables «bajo la alfombra».
Primando la deducción y la investigación sobre la aventura, aunque haya un buen montón de emocionantes escenas de acción desencadenada, ensaladas de tiros y explosiones, es un libro menos épico que la trilogía Nacidos de la Bruma. Echando mano de un elenco de protagonistas más reducido, se podría considerar un libro «menor» dentro de la bibliografía de Sanderson, pero sin duda sería una sensación engañosa. Se trata, efectivamente, una obra menos complicada, más «ligera» y sencilla, y con menor cantidad de líneas y capas en cuanto a su desarrollo —al fin y a la postre, la resolución de unos misteriosos crímenes y el intento de captura de los responsables—; sin embargo, eso no quiere decir en absoluto que su lectura sea menos satisfactoria o se resienta por ello. Eso sí, un problema de la trama, o quizá sea solo problema mío, es que vi venir desde muy lejos tanto la identidad del genio criminal oculto en las sombras como ciertos giros «sorpresivos», sobre todo con el sistema utilizado para robar los trenes por los salteadores, pero obviamente son detalles que no restan ni un ápice al disfrute de la novela.
Como es habitual en la efectiva prosa del autor, se trata de una novela muy fácil y rápida de leer, altamente adictiva, que prima el entretenimiento por encima de cualquier otra cuestión, con intrigantes misterios, inteligentes deducciones, sombras que esconden giros insospechados, sorprendentes nuevos usos del sistema mágico, un final frenético que termina con gran estruendo, y un epílogo que deja, lamentablemente, demasiadas cosas en el aire. La edición viene acompañada de los habituales mapas y de unos «recortes de prensa», intercalados después de algunos capítulos, que sirven como curiosa forma de hacerse una idea más cabal de la sociedad y el entorno en que se desarrolla la acción.
Cabe advertir que, a pesar de que se trata de una novela «independiente», dado un final bastante abierto y los citados «flecos» sin solucionar, Sanderson ya ha continuado las aventuras de Wax y su compadre Wayne con la novela Sombras de Identidad, dando forma así a una nueva trilogía. Es de remarcar, también, que quienes se fien de esa etiqueta de independiente y no se hayan leído la trilogía precedente, se pueden sentir un tanto desorientados de inicio, sobre todo en el tema del uso de la alomancia y la ferroquimia, pero el autor realiza lo suficientemente bien su trabajo como para que realmente no se pierdan nada.
Con la intención declarada de escribir más libros situados en el mundo de Nacidos de la Bruma, las ocho novelas que todavía faltan de la serie La Guerra de las Tormentas, la posible secuela de Elantris y alguna «cosilla» suelta por ahí, lo cierto es que el Cosmere se va a ir haciendo cada vez más y más amplio. Y sus lectores que podamos seguir disfrutándolo.
4 comentarios:
Muy buena reseña y una lectura bastante recomendable.
Muchas gracias. Sí, Sanderson siempre es un autor para tener en cuenta.
Saludos.
Hola :) Tengo muchas ganas de comenzar con esta segunda era de Nacidos de la bruma. Acción más detectivesca, inspiración western y el personaje favorito hasta el momento del propio Sanderson. Que más se puede pedir :)
Yo estoy deseando leer ya la siguiente, pero la voy a espaciar un poco para no saturarme (aunque tampoco creo que tarde demasiado).
Saludos.
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