Crónica de tinieblas 3.
Eduardo Vaquerizo.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Cyberdark. (Luis G. Prado, editor). Madrid, 2018. 446 páginas.
Tras Danza de tinieblas, Memoria de tinieblas y la antología que reunía relatos de varios autores Crónicas de tinieblas, Vaquerizo echa la mirada atrás y presenta a sus lectores, no una secuela, sino el amanecer de los eventos significativos que llevarían a la divergencia de la línea temporal de su Historia de España, tan diferente de la que nosotros conocemos. La victoria de los comuneros en la batalla de Villalar daría lugar a un Imperio con una composición social y religiosa un tanto diferente. Algo que llevaría de forma casi inevitable al enfrentamiento dinástico entre el infante don Carlos y don Juan de Austria a la muerte en accidente de caza de su padre Felipe II. Una guerra de sucesión que ocupa el grueso de las páginas de la novela, y donde se dirime mucho más que el nombre de quién habrá de ocupar el trono, sino dos formas de entender la política y la vida, la restauración de la vieja guardia doblegada a Roma frente al aperturismo del humanismo europeo abierto a las nuevas ideas y a la tolerancia con todas las religiones, con la convivencia de cristianos, judíos y moriscos, incluso de corrientes rompedoras como las impulsadas por Lutero y Teresa de Cepeda. Una ucronía con ciertos toques steampunk, tan centrada en lo bélico de los eventos como en sus aspectos más humanos, con personajes rompedores totalmente coherentes dentro del relato, y con la emoción de asistir a la creación de todo un mundo.
El relato se centra en los prolegómenos y enfrentamientos que van a tener lugar por tierras de Castilla, sobre todo en las cercanías de Toledo donde don Carlos tiene establecida su corte, aunque siguiendo también los movimientos de sus tropas aliadas y las opuestas de don Juan, mientras unas y otras avanzan hacia el lugar, escarceos varios incluidos. Es el verano de 1572 y todos los actores de la guerra se encuentran preparados para hacer su entrada en el escenario bélico: los tercios, los mercenarios italianos y sus sorprendentes máquinas financiadas por el Vaticano, antiguos comuneros, asesinas a sueldo, inquisidores, nobles con aspiraciones humanistas y científicas, siervos y soldados que verán puesta en juego su lealtad ... Y sin embargo el punto Jonbar de la ucronía en realidad tiene lugar antes, cuando los comuneros de Castilla vencen contra todo pronóstico en la batalla de Villalar, logrando arrancar de la monarquía unas concesiones que dan lugar a una Historia diferente pero totalmente plausible en su plasmación. Una Historia que demuestra que muchas veces el sino de los hombres no es que esté escrito previamente, pero sí que hay acontecimientos que pueden llegar a forzarles a hacer las cosas de un modo que muy posiblemente no fuera el que deseaban. Juan de Austria, el héroe de Lepanto, quizá no tuviera entre sus aspiraciones tempranas la de ser rey, pero una vez puestas en marcha las tropas quizá sea difícil, tal vez imposible, detener el curso y devenir de lo que haya de suceder. Y quizá sea que no existe exactamente un gran punto Jonbar que desencadene por sí sólo una nueva línea temporal, sino diversos puntos consecutivos que van destrozando todo intento de corregirse de la propia Historia. Cuando pareciese que todo lo conseguido por los comuneros está a punto de irse al traste y volver a la línea de nuestra realidad, resuena otro aldabonazo, la Guerra de Sucesión, que relanza el futuro en otra dirección.
El autor abandona aquí el tono de novela negra detectivesca de las anteriores entregas para sumergir la acción en un ambiente bélico con un reparto mucho más coral entre carlistas y juanistas —y algunos que van de un bando a otro sin buscarlo ni poder remediarlo—, que en aquellas, sin abandonar la ucronía y el steampunk que eran unos de los principales atractivos de las mismas. Los mercenarios italianos traen consigo máquinas e ingenios bélicos salidos de la imaginación del mismísimo Leonardo da Vinci, plasmados más allá del papel por alguno de sus seguidores a sueldo del Vaticano, y utilizados para causar miedo y estragos entre las filas enemigas. Vaquerizo sigue alternativamente a los principales actores de la contienda, tanto en el primer plano como en sus sombras, desde los aspirantes al trono y sus principales generales y valedores, a otros aparentemente secundarios que sin embargo conformarán la forma del futuro. Hombres con sueños plagados de ingenios mecánicos y con los pies un tanto alejados del suelo; mujeres fuertes que se rebelan contra el papel reservado para ellas, no dudan en hacer caso a su corazón, tomar las riendas de su vida construyendo su propio futuro o siguiendo un amor no sancionado ni bien visto —todo lo contrario— por la sociedad; soldados leales entregados a su causa, capaces de hacer cualquier cosa por su señor; nobles damas que se inmiscuyen en política utilizando todas las armas que encuentran a mano; sacerdotes que se debaten entre el deber sacro o la obediencia a la jerarquía; sirvientes que ligan su destino al de su protector; antiguos comuneros llamados a aportar de nuevo su arrojo…
Es una novela profundamente coral y que se desarrolla en un buen número de escenarios distintos, donde cada personaje y situación tiene su razón de ser, su interés y su importante aportación a la trama, incluso aquellos que parecen hacer mutis por el foro antes de tiempo. Vaquerizo no da puntada sin hilo y todo el relato se antoja pensado hasta la última línea, perfectamente planeado para que todas las piezas aparentemente dispersas confluyan en un cierre que no por conocido para quienes hayan leído los anteriores libros se muestra menos lleno de emoción, de tensión y de satisfactoria resolución. Y hay muchas piezas moviéndose por el tablero, muchas subtramas entrelazadas que tan sólo la habilidad y perfecta planificación consiguen no hacer confusas ni liosas. Los capítulos, mayoritariamente breves, se suceden saltando de una localización a otra siguiendo los movimientos de las tropas y de los agentes de ambos bandos, sus fintas y enfrentamientos, sus intentos de cumplir con sus misiones, sus escarceos y duelos, o su búsqueda de la clave que decante a su favor la lucha, ya sea mediante un selectivo asesinato en las sombras como desarrollando un ingenio que otorgue la superioridad en el campo de batalla.
© Eduardo Vaquerizo |
A pesar de unas pocas menciones se echa en falta alguna aportación más o un conocimiento más amplio de lo que está sucediendo en el resto del Imperio, en otros territorios que también se estaban jugando su futuro, ìncluso en el resto de la Península, pues tal y como está el relato parece que fuera casi tan sólo una cuestión interna de Castilla. Se puede obtener una idea general sobre todo a través de la composición de las tropas de un bando y otro, pero poco más. Es evidente que desarrollar posibles sucesos en otras localizaciones, ampliando con mucho el foco de la acción, hubiera alargado de forma excesiva la novela, pero no hubiera estado de más conocer, aunque fuera por meras menciones de algunos de los protagonistas, la situación allende las tierras castellanas.
Alba de tinieblas es la piedra angular sobre la que se va a sostener toda la Crónica de tinieblas, la última en colocarse en su lugar y, sin embargo, la que sostiene toda la construcción previa. Un inmenso ejercicio literario, tanto estilístico como en imaginativo, que transporta realmente, de forma palpable, a una España que no fue pero pudo haber sido. Una impresionante recreación del ambiente histórico, de sus gentes, sus usos y costumbres, de sus maneras de vestir, hablar y relacionarse, de sus miserias y aspiraciones, ya sean siervos como señores, soldados como nobles, religiosos inflexibles y demasiado terrenales como mujeres atrapadas en conspiraciones de hombres. Una piedra angular en forma de novela, no obstante, que puede considerarse de lectura independiente y totalmente autoconclusiva. De hecho pudiera llegar a ser interesante leerla antes que las publicadas previamente, puesto que sería una forma de evitarse conocer el devenir posterior de esta singular Historia del Imperio escrita por Vaquerizo. En manos de los futuros lectores queda.
Para quien interese, según el propio autor, así queda el corpus de Crónica de Tinieblas tras esta novela (en negrita las obras escritas por Vaquerizo):
1600 Las cuitas de los ingenieros
1697 Canción de cuna para un Fablegasht (Víctor Conde)
1780 En el jardín colgante (Ramón Muñoz)
1787 El orden de la Trama (Sofía Rhei)
1815 Stultifera Navis (Alfredo Álamo)
1907 Malasaña (Juan Carlos Herreros)
1910 Canción del anarcolista (Alberto García-Teresa)
1913 La máquina de las tinieblas (Joseph Remesar)
1915 Negras Águilas
1915 La voluntad de un pueblo (Josué Ramos)
1927 Danza de tinieblas (novela)
1928 Piedras
1929 El virrey el relojero y el correveidile (Pedro López Manzano)
1929 El virrey el relojero y el correveidile (Pedro López Manzano)
1932 In Tenebris (Santiago Eximeno)
1958 Cerco de tinieblas (Raúl Montes de Oca)
1959 Nobleza obliga (Josemi de Alonso)
1961 Víctima y Verdugo
1963 De lobos y Desiertos (Ludo Bermejo)
1965 Bajo estrellas feroces
1967 Mentes de Tinieblas (Fernando Ángel Moreno, Gabriel Díaz)
1968 Víctoria de la Habana (Mª Jesús Álvarez)
1969-1671 Memoria de Tinieblas (novela)
1975 Antonio Benjumea (Cristina Jurado)
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