El Ciclo de la Luna Roja III.
José Antonio Cotrina.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
José Antonio Cotrina (edición propia). 2019. Digital / papel. 602 páginas.
Con motivo de la magnífica noticia de la reedición de la trilogía de mano de su propio autor, recuperamos, como ya hemos hecho recientemente con las dos anteriores entregas y con los mínimos retoques, la reseña publicada en Sagacomic en diciembre de 2011 referente a su edición original en Hidra. Sigue hoy igual de vigente que entonces.
Llega con esta novela a su esperado desenlace el Ciclo de la Luna Roja, un cierre que originalmente estuvo a punto de truncarse por la renuncia de Alfaguara a publicar esta tercera parte, siendo —afortunadamente— recogido el testigo por la Editorial Hidra, dando así la oportunidad a los lectores de conocer el destino de los supervivientes de la más reciente cosecha de Sanheim. La actual reedición de la trilogía en edición propia por parte del autor no puede sino celebrarse como una magnífica noticia tanto para los seguidores acérrimos como para los lectores que todavía no habían dispuesto de la suerte de poder leerla. —Y, como advertencia previa, cabe decir que es bastante imprescindible haberse leído las novelas previas para acometer de la manera más satisfactoria la lectura de esta, y llevar cuidado con la reseña, que podría tener pequeños destripes de aquellas—. Doce muchachos fueron atraídos a Rocavarancolia hace ya casi un año, en la víspera de todos los santos, y allí, en medio de la ignorancia y la confusión, comenzó una criba en la que algunos perecieron y el resto cambiaron, a la espera del acto final. Un acto final que está a punto de desencadenarse.
El tiempo ha llegado, la Luna Roja se enseñorea del cielo ocultando cualquier otra luz, los cambios se aceleran y pronto cada uno de los muchachos deberá aceptar su destino. Todas las cartas están repartidas y solo queda conocer el desenlace de la partida o romper la baraja y rebelarse contra lo que Rocavarancolia espera de ellos. La soterrada conspiración está a punto de desvelarse y habrá que elegir un bando para la batalla que se avecina de forma inevitable. Todas las «figuras» se encuentran en posición, es el momento de resurgir o de hundirse en el olvido —algo que la ciudad no está dispuesta a permitir—. De nuevo ha llegado la hora de los prodigios y los portentos, y los muchachos de la cosecha, con sus nuevas habilidades, deben decidir de qué lado están y qué van a aportar a la lucha. Y no solo ellos, sino también los miembros del Consejo Real y los escasos habitantes de Rocavarancolia que habían permanecido ocultos hasta el momento deben alinearse para el combate. El tiempo de la indecisión y las dudas ha terminado.
El autor se toma un inicial respiro para recapitular lo sucedido y dar tiempo a los protagonistas para asimilar lo que han vivido hasta el momento, aceptando —o no— los cambios que la Luna Roja ha provocado en sus cuerpos y mentes —algo que incluso llevará a algunos a renegar de su nombre dándose a sí mismos otro más acorde a su novedosa personalidad y poderes—. Los jugadores empiezan a ser muy conscientes de lo que está en juego y se dedican a explorar los límites de sus «dones» —o maldiciones—. La Luna Roja ha traído un nuevo ángel negro que tendrá que aprender a volar y a usar su magia; un nuevo demiurgo que deberá acceder a sus hechizos; un nuevo piromante que dominará el fuego de forma sorprendente; un trasgo y una vampira y una loba... que deberán dominar los apetitos que su nueva condición despierta en ellos; y los antiguos seres también se remueven impacientes. Mientras tanto todas las piezas van re-situándose en el lugar correcto del tablero para obtener la mejor posición con la partida ya mediada. Las lealtades son cuestionadas, las amistades son desafiadas, los amores son desterrados, las esperanzas son aplastadas, los bandos son definidos —aunque la traición se mantenga tan latente como siempre—, las armas son afiladas, la magia es liberada, las fuerzas se ponen a prueba…
Entonces, cuando todavía quedan más de dos tercios de la novela, Cotrina da rienda suelta a la acción sin permitir apenas tiempos de descanso ni a personajes ni a lectores. No hay apenas refugio donde retirarse para lamerse las heridas, y si se obtiene un «santuario» pronto se verá que la estancia allí no es una solución en absoluto mientras el mundo se fragmenta en derredor. Es asombroso cómo, desatada la batalla, el autor consigue mantener la tensión y la emoción durante tantas páginas, sin que decaiga el interés en momento alguno. En una serie de «finales» sucesivos que parecen alcanzar una resolución tan solo para precipitar de nuevo los acontecimientos, con breves periodos de aparente calma que se aprovechan para incluir nuevas revelaciones sobre el conflicto en marcha o sobre el pasado de la ciudad, todas las líneas van a quedar satisfactoriamente cerradas, y cuando llega el último capítulo, a forma de epílogo, no queda sino lanzar un suspiro satisfecho y lamentar que todo haya acabado.
Cada personaje tiene su momento, y aunque el mayor protagonismo recae sobre Bruno y aquellos que se encuentran a su lado, todos aparecen para aportar su granito de arena a la trama, unos más pequeño y otros mucho más grande, pero ninguno queda olvidado, cada cual con una personalidad perfectamente definida y diferenciada. Algunos tienen poco o nada que decir, y se antoja que su papel se había ya agotado en anteriores entregas; sin embargo, Cotrina no deja atrás a nadie y todos obtienen el broche ideal a su aventura. La propia Rocavarancolia vuelve a brillar con luz propia, presta a resurgir o a desvanecerse en el intento, soñando con viejos tiempos, con antiguos oropeles, dispuesta a devorar a sus habitantes en busca de un último estallido de gloria. Las viejas rutas se están abriendo, los caminos hacia otros mundos se despejan. Es el momento de la ciudad, de renacer en toda su portentosa crueldad bajo los designios de nuevos gobernantes o perecer en el intento, pero... ¿serán estos dirigentes los supervivientes de la cosecha o será Hurza el Comeojos? ¿Podrá éste traer de vuelta a su hermano Harex y darle el poder para dictar el futuro del Reino y de todos sus mundos vinculados? ¿Traerá la magia el final de la magia?
En un lugar donde el amor está casi prohibido, los muchachos van a aceptar finalmente sus sentimientos, para bien y para mal, asumiendo la debilidad que la atracción por otros comporta en una ciudad que ahoga toda ternura, que utiliza cada distracción para lanzar otra puñalada, para causar dolor donde debiera haber consuelo. Con un tono aún más oscuro que las anteriores si cabe, con enorme despliegue de magia, combates y muerte, la historia guarda varios giros y sorpresas que descolocan al lector y le mantienen atrapado en la lectura a pesar del elevado número de páginas de esta entrega.
Cotrina ha conseguido con La sombra de la luna el cierre perfecto para una de las sagas juveniles que se ha convertido por méritos propios en uno de los referentes del fantástico patrio. Su recuperación era una obligación. Cualquiera que desee disfrutar de una emocionante aventura, de magia a raudales, de auténticas intrigas, de conspiraciones a gran escala, de dolorosas traiciones, de amores desgarradores —y es que según dicen en Rocavarancolia no cabe el amor y ni los finales felices—, de lágrimas a flor de piel, de sacrificios desinteresados, de luchas sangrientas, de venganzas mezquinas, de crueldades sin límite y de heroicidad sin tacha... debe adentrarse en las calles de la ciudad. Se trata de una lectura apasionante, que se aparta de cliches y tópicos aún manteniendo el tono juvenil sin renunciar a nada, que oculta sus posibles fallos en medio del caos que personaliza la propia ciudad y sus habitantes; una novela que emociona, que sorprende y que da tristeza terminar.
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