miércoles, 30 de enero de 2019

Reseña: The Frankenstein chronicles


The Frankenstein chronicles.

Barry Langford y Benjamin Ross.

Reseña de: Amandil.

Rainmark Films / Netflix. 2015-2017. Reino Unido.

Apenas tenía veinte años cuando por fin leí la novela Frankenstein de Mary Shelley. Hasta ese momento se encontraba en una estantería del salón en la que apenas había reparado durante años quizá por estar demasiado alta o porque todos los lomos de los libros eran igual de anodinos. Casi diría que parecían gritar en silencio "somos aburridos y por eso nos han comprado por metros" o quizá "hemos nacido para ser olvidados". Sea como fuere una noche cogí una escalera y comencé a leer los títulos que componían aquella pequeña muralla olvidada. Se trataba de una una vieja colección de "clásicos de la literatura universal" entre los que se encontraban El Quijote, Drácula, La Odisea, Guerra y Paz, El retrato de Dorian Grey, El hombre que fue jueves o El decamerón, por citar algunos. Menuda mezcla de estilos, épocas y autores. Aparentemente con nada en común salvo una cosa: todos ellos ya eran de dominio público por lo que publicarlos conllevaba unos gastos relativamente bajos.

Y sin embargo la colección no mentía en absoluto. Todos eran auténticos clásicos, muchos de ellos incluso eran piedras angulares de la literatura, auténticas cimas de la imaginación, modelos posteriormente imitados, emulados, copiados, alterados o simplemente expandidos. En la estantería más alta, la más cercana al Olimpo estaban todos aquellos "dioses" de las letras universales. Y uno de ellos, como ya he dicho, era Frankenstein o el moderno Prometeo.

Hasta ese momento mis únicas referencias relacionadas con esta obra venían de las películas de terror clásicas y de la fenomenal parodia/homenaje de Mel Brooks: El jovencito Frankenstein. Todo se reducía a las relaciones más o menos desarrolladas entre un genio loco, un monstruo y el terror desatado entre bosques, castillos y brumosos escenarios. Que si bien eran tramas que se sostenían y lograban llamar la atención del público de por sí no hacían justicia de ningún modo a la obra literaria en la que se basaban.

Neo, elige la píldora roja o la azul...
Mary Shelley había escrito una obra que enlazaba con magistral habilidad los temores y los sueños de un mundo que se abría a las incertidumbres que ofrecía la aún misteriosa electricidad y de la que se podía esperar las más grandes maravillas. Pero no sólo acarició esas ideas con su imaginación sino que fue mucho más allá y desnudó la terrible visión de un ser humano convertido en un dios creador y dador de vida. Pero un dios alejado del ideal divino. Un dios tan valiente como irresponsable, tan atrevido como cobarde, tan  soñador como enloquecido. Dotado de tal poder se altera la propia naturaleza de la realidad y del mundo. Quedan en suspenso las leyes invisibles, la moralidad social, la urdimbre del equilibrio entre la humanidad y el mundo en que vivimos. Y en ese conflicto terrible el ser humano, encarnado por Víctor Frankenstein ("el que alcanza el éxito, el victorioso"), debe hacer frente a la consecuencia, al éxito terrible de robar a los dioses la llama de la vida, de ser ese moderno Prometeo que anuncia el título de la obra.

Es fácil, por lo tanto, descubrir en el libro un reflejo terrible de la vanidad humana y del orgullo trágico que sólo lleva, a la postre, al final, a la peor de las desgracias. Dar la vida para desparramar la muerte. Perseguir un sueño para toparse con una pesadilla.

Es en este contexto dónde encaja la serie de televisión The Frankenstein chronicles de la que querría hacer un breve comentario.

En la continua búsqueda de series de ambientación "histórica" en la que me embarqué tiempo atrás me he topado casi sin darme cuenta con esta producción británica compuesta de dos breves temporadas de seis episodios cada una. Atraído a partes iguales por la ambientación sugerida y por la presencia en el elenco de Sean Bean, decidí darle una oportunidad aprovechando que, en el momento de escribir estas breves líneas, Netflix la ofrece en su oferta general.

Lo que nos encontramos no es, como podría parecer en un primer momento, una nueva visita a la obra de Mary Shelley, sino más bien un desarrollo interesante del reflejo que la misma provocó en la cambiante sociedad inglesa y europea del agitado periodo que fue del fin de la guerras napoleónicas en 1815 a las revoluciones de 1830. En ese convulso mundo, que comienza a desprenderse de los usos de una modernidad arcaica y se adentra en el desconocido y brillante universo de la industrialización, es dónde la serie sitúa su trama concentrando en la ciudad de Londres todas las luces y sombras de la época.

Aquí empieza el lío
Por dar una breve pincelada sin revelar mucho del fondo, cabe señalar que el hilo conductor de las dos temporadas es un policía fluvial inglés, John Marlott. Este caballero es un veterano de la guerra contra Napoleón en España y Portugal sometido a las tribulaciones de una persona que ha visto morir a su hija aún bebé por una enfermedad y a su esposa arrastrada por la indiferencia conyugal y la depresión. Además, su propio cuerpo está sometido a los daños de una enfermedad incurable que le empuja poco a poco a la desesperación de saberse condenado a una muerte terrible. Un hombre, en definitiva, roto pero que, de algún modo, aún encuentra fuerzas para seguir viviendo gracias a su trabajo que le da lo justo para sobrevivir en una ciudad cambiante y que entremezcla el esplendor de las grandes mansiones con la podredumbre de los barrios populares. Una ciudad en la que el mundo casi medieval de las parroquias y sus legalidades particulares chocan con el intento del gobierno inglés de avanzar hacia una estructura política más lógica. Dónde la religión se diluye como agua sucia desde el brillo cegador de la cúpula de la Iglesia de Inglaterra hasta los cementerios saqueados por los "resurreccionistas" que desentierran cadáveres frescos para venderlos a las crecientes escuelas de medicina. Es en ese mundo dónde, una mañana, John Marlott, debe hacer frente al descubrimiento en la rivera del río Támesis del horripilante cadáver de una niña que da muestras de un extraño ritual antinatural que se convertirá desde ese momento en una pesadilla recurrente para el protagonista. Para colmo recibe una extraña y poco común orden directa del "Home Secretary" para que investigue el asunto pero fuera de los cauces habituales ya que está en juego ni más ni menos que toda la agenda reformista del gobierno británico.

Con este inicio The Frankenstein chronicles comienza una andadura en la que la obra de Mary Shelley es el trasfondo en el que se mueven los distintos personajes principales y las tramas cruzadas pero en la que sin utilizar el desarrollo de la novela sí que se perciben los ecos de la misma por todas partes. De hecho, se podría decir que esta serie es una plasmación ejemplar de como un narración fantástica lanza sus ecos al mundo real transformando lo conocido, lo esperado, en algo súbitamente misterioso, novedosamente extraño, paradójicamente aterrador.

No se yo si agarrarse a Sean Bean es buena idea para sobrevivir en una serie...
Antes comenté que descubrí el libro Frankenstein injerto dentro de una colección de clásicos de la literatura universal, uno más entre los grandes, casi una edición por metros aprovechando ese "dominio público" que es la caducidad de las obras artísticas. Pues a esta serie le pasa lo mismo. Es Frankenstein insertado en un mundo más amplio, en el que conviven obras de otros autores resonando como en una inmensa bóveda histórica. Quizá John Marlott es en ocasiones un reflejo de Ulises tratando de volver a una Ítaca inalcanzable junto a su Penélope idealizada. O tal vez, como  un Don Quijote enfermo, lucha por lo que cree que es justo y noble sufriendo por ello los golpes terribles de la cruda y terrible realidad. Y todo ello en ese ambiente propio de Dickens pero sin la hermosa esperanza que se percibe de fondo en sus obras. Todo es opresivo, gris, sucio, brumoso. Y sólo se nos muestra luminoso el mundo de los recuerdos puesto que los sueños, cuando sacuden la trama, son sobrecogedores y abominables. La miseria parece alcanzarlo todo, desde los cementerios a los hospitales, desde la infancia robada de las victimas al mundo adulto y sensato de los adultos.

Se produce también otra curiosa circunstancia, tanto en la primera como en la segunda temporada, y es que el espectador es consciente de muchas de las referencias de obras como Frankenstein o El retrato de Dorian Grey aunque no por ello se puede deducir con anterioridad como afectará eso al desarrollo final de la trama, lo que se agradece sobremanera. Sí, desde luego esta serie en ese aspecto es bastante original y genera un interés creciente por ver cual será el siguiente giro de guión.

Estate quieto, Zacarías, que sino no sale el truco...
No querría olvidar mencionar  un aspecto muy interesante y es el exquisito modo en que se introduce en la serie el fenómeno sobrenatural en facetas tan variadas como la confluencia del mundo onírico con el consciente o la rotura del velo invisible entre los vivos y los muertos que algunos personajes llegan a experimentar en determinados momentos. Es muy hermoso como se logra hacer confluir todo ello sin desequilibrar el conjunto final. Se ve muy claramente que los guionistas se han esmerado a la hora de lograr presentar la compleja realidad en la que se movían los habitantes de aquella época y que, en la trama, es importante mantener canalizado ese reflejo de un modo consistente. No veremos aquí magia enloquecida que provoque la aparición de deus ex machina inverosímiles ni tampoco una burla desenfrenada a un sistema de supersticiones que, a nosotros desde la perspectiva de 2019, nos parezca un compendio de idioteces. En la serie es tan primitivo o tan moderno el cirujano como el sacerdote, tan noble o tan ruin el policía como el vendedor de cadáveres. Todos se nos presentan desde la perspectiva de una época concreta, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Una época de cambio en la que se desconfía de todo mientras aún aguantan en pie los cimientos de la Fe del pasado.

Por último, y como colofón a esta cantidad de palabras sin sentido, diré que la serie me ha gustado por muchas cosas. En primer lugar por el buen trabajo de Sean Bean interpretando a un personaje roto pero resistente con el que es difícil no empatizar desde el primer momento. Junto a él, Richie Campbell, en el papel del policía ayudante y luego inspector jefe, Nightingale, quien borda una interpretación portentosa y completamente apabullante. Entre los dos se comen todas las escenas y consiguen crear en el espectador ese maravilloso vínculo que pocas veces se desarrolla con personajes tan complejos en tan poco tiempo. También quiero destacar lo bien que está ambientada la serie. en ningún momento se tiene sensación de que un mal escenario o un mal efecto especial te ha sacado de una patada de la gozosa "suspensión de la realidad" que todos, en mayor o menor medida, llevamos a cabo cuando nos sumergimos en una obra de ficción. La música también acompaña sin ser estridente o machacona, lo que se agradece sobremanera. No molesta sino que acompaña deliciosamente en todo momento.

Pero ¿en qué género podemos situar ¿The Frankenstein chronicles"? ¿Misterio? ¿Terror? ¿Drama? ¿Histórico? Yo diría que en todos ellos a la vez, a fin de cuentas haciendo honor a su nombre, se nutre de retazos de todos y forma un algo que los entrelaza. Sí, quizá, son como esa colección de clásicos de la literatura universal que comparten todos el mismo color de tapas, el mismo lomo, el mismo tipo de papel y, sin embargo, cada uno cuenta una historia que, al final, se viene a añadir ese crisol de pensamientos que es John Marlott, que eres tú y que también soy yo.
Tres poses distintas para tres tipos de caballeros. ¡Pero cerrad las piernas, cohona!

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