Lisa Jackson.
Reseña de: Jamie M.
La Factoría. Col. Pandora. Madrid, 2009. Título original: Lost Souls. Traducción: Javier Fernández Córdoba. 375 páginas.
Mientras me adentraba en la lectura de Almas perdidas no podía evitar la picajosa sensación de que debería conocer ciertos hechos del pasado que se nos estaban dejando caer sobre la protagonista o a determinados personajes que aparecían por allí. Como la picazón era cada vez más fuerte recurrí a la día tras día más imprescindible Internet y, en efecto, resulta que esta novela es la quinta (o sexta, según dónde lo consultes) entrega de una serie titulada New Orleans protagonizada conjunta o alternativamente por los detectives de policia Rick Bentz y Reuben “Diego” Montoya o, como en este caso, por la hija del primero, Kristi (o por padre e hija al alimón). Cabe decir que todo está encajado para que la lectura de esta novela sea totalmente independiente y autoconclusiva, lo que no quita que las continuas referencias al pasado de Kristi dejen con la sensación de que nos estamos perdiendo algo, y sobre todo que nos están destripando la posible publicación de las entregas anteriores que dejan de tener de esta manera casi todo el interés que se les supone a unas obras de suspense.
Almas perdidas es un thriller de misterio con un toque sobrenatural algo distinto a lo que la fantasía urbana o el romance paranormal tan de moda ahora nos tienen acostumbrados. ¿Hay de verdad vampìros en Nueva Orleans o todo es simple parafernalia de los amantes de lo gótico en busca de emociones fuertes? La autora va a jugar hábilmente con la duda en la mente del lector sin enseñar sus cartas prácticamente hasta el desenlace.
Kristi Bentz ha sobrevivido en el pasado a las “atenciones” de un par de asesinos psicópatas, pero a costa de pasarse en la última ocasión una buena temporada sumida en un coma del que acaba de despertar. Decidida a no dejarse amedrantar y a recuperar su vida e independecia, en contra de los criterios sobreprotectores de su padre, decide matricularse de nuevo en el colegio universitario All Saints en Baton Rouge. Pero la institución no pasa precisamente por su mejor momento: cuatro chicas han desaparecido en los últimos dieciocho meses, aunque nadie parece darle demasiada importancia, ni la policia ni la administración de la universidad parecen estar haciendo absolutamente nada por encontrarlas. Las cuatro eran jóvenes problemáticas, provenientes de hogares no precisamente felices y sin una familia que se preocupe por ellas o amigos o novios que tengan el menor interés en conocer su destino, y todos, o casi todos, piensan que simplemente han huido aburridas de sus vidas.
Kristi quiere empezar una carrera como escritora de crímenes reales y piensa que las desapariciones de estas chicas podría ser el caso que necesita como punto de arranque para su primer libro, por lo que decidirá ponerse a investigar por su cuenta sumergiéndose en un mundo oscuro y siniestro que se esconde bajo la superficie del colegio All Saints. Una institución que ha cambiado mucho en el tiempo de ausencia de la protagonista, añadiendo a su departamento de Lengua asignaturas tan exóticas, atractivas y de moda como la influencia del Vampyrismo en la Literatura Inglesa, contratando a unos jóvenes y emprendedores profesores que dotan a las clases de un especial interés.
Ya desde el mismo principio la autora deja claro que hay algo siniestro detrás de las desapariciones. El prefacio con el momento en que la cuarta chica se da cuenta de su destino, cuando es mordida por el vampiro ante un público invisible pero palpable, es suficiente indicio de por dónde van a ir los derroteros de la novela. Jackson enseña sin llegar a mostrar, insinúa sin llegar a confirmar, dejando que sea el lector quien se monte sus propias elucubraciones y conclusiones. Conforme Kristi avance en su investigación pronto descubrirá la inquietante presencia en el campus de una especie de secta o culto vampírico cuyas componentes gustan de llevar al cuello un vial lleno de sangre y se reúnen en secretas ceremonias en las que solo los iniciados tienen entrada, y de un misterioso depredador humano o no que se da a si mismo el nombre de Vlad.
La tensión va creciendo a través de la narración, dejando caer pinceladas de la visión y pensamientos del individuo que ha convertido el campus en su coto de caza, y revelando algunas de las atrocidades de las que es capaz de cometer con sus víctimas; pero siguiendo sobre todo a Kristi en su decisión de mantener al margen a su padre para demostrar su valía e independencia, mientras un antiguo novio, Jay McKnight, con quien cortase de mala manera en el pasado, vuelve a entrar en su vida, esta vez como profesor de una de las asignaturas a las que debe asistir y en quien encontrará un inesperado apoyo en su búsqueda de respuestas. Unas respuestas para cuya obtención Kristi tendrá que intentar introducirse en el círculo cerrado de la secta, simulando ser ella misma un alma perdida con el riesgo asociado de que el supuesto asesino en serie se fije en ella como próxima víctima.
Se establece entonces un juego del gato y el ratón dónde no está del todo claro quién es el cazador y quién la presa; donde la protagonista, habiendo subestimado de manera alarmante la situación, tendrá que arriesgar mucho más de lo que pensaba, haciendo de tripas corazón para superar sus propios miedos y enfrentarse tanto al enemigo exterior como al que lleva dentro de ella en las cicatrices invisibles que sus anteriores experiencias con la muerte le han dejado. Kristi es un personaje fuerte, decidido, valiente (en ocasiones demasiado), inteligente, bastante cabezota y que me recuerda mucho al papel de Kristen Bell en Veronica Mars, dados los evidentes paralelismos (cambiando el instituto por la universidad y obviando unas experiencias pasadas no coincidentes). Está decidida en rehacer su vida, dejando atrás los terribles sucesos, arrojándose de cabeza y sin pensarlo demasiado, sin embargo, de nuevo al peligro. No puede pararse a reflexionar, porque entonces seguramente se quedaría bloqueada, y convierte así su existencia en una especie de huida vital hacia adelante.
Almas perdidas es una novela situada en la Nueva Orleans post Katrina y eso se nota mucho en la ambientación que rodea a todo el misterio. Es una ciudad que todavía se encuentra en reconstrucción, con los terribles efectos del huracán mostrándose dolorosamente todavía a la vista, herida, llena de cicatrices, cambiada irreparablemente a pesar de todos los intentos de volver a la “normalidad” y donde la falta de personal y medios es más que palpable. Así llama la atención el desánimo de Jay, investigador forense de la policía de Nueva Orleans, ante la pérdida ocasionada por las inundaciones de todas las pruebas almacenadas durante años de antiguos crímenes que ahora son imposibles de reemplazar, dejando multitud de investigaciones en el aire o directamente abandonadas. Es una sociedad que busca retomar sus vidas donde las dejaron, pero que va descubriendo que muy posiblemente se trate de una ilusión imposible. Esta falta de medios y personal justifica de alguna manera el desinterés de la mayoría por la suerte que hayan corrida las chicas desaparecidas; como se dice varias veces, mientras no haya cadáver no hay homicidio ni caso y hay otras muchas cosas en las que ocuparse. Hay un pesimismo vital en todo ello, una sensación de no poder salir a flote por mucho que se haga, una apatía contagiosa que solo conduce a la resignación.
En este ambiente el ser responsable de las desapariciones se mueve como pez en el agua, utilizando una perversa inteligencia para cumplir sus terribles deseos, sus ansias y sus bajas pasiones, descritas por la autora en alguna escena de lo más truculenta. Jackson juega con el lector, dejando caer pistas sobre la posible identidad del asesino dentro del elenco de personajes, relacionándolo con el personal del All Saints, mostrando sus enfermizos pensamientos y preparativos, tirando balones fuera y conduciendo sin rubor a callejones sin salida para despistar más que para dirigir hacia la resolución del misterio. En este sentido, la autora hace trampas sin aparente problema alguno, hurtando información vital y dando otra que sin embargo no es sino mera distracción, una cortina de humo para que el lector mire hacia otro lado mientras la acción verdadera tiene lugar en otro sitio. Hubiera sido de agradecer algo más de honestidad en vez de buscar tan solo el final impactante y sorprendente. En ese sentido, el lector nunca llega a tener en la mano todos los datos que le hubieran permitido desentrañar el misterio.
Mientras el tema subyacente en toda la novela es el vampirismo, lo cierto es que el mal que se nos muestra es terriblemente humano con gente que hace daño por el simple placer de hacerlo o que se dejan manipular simplemente por sentirse parte de algo. Lo sobrenatural, lo mismo que el romance, se encuentra estrictamente controlado, sin que el lector sepa a qué atenerse en ningún momento o si decantarse por la explicación paranormal por encima de la más mundana. El romance ocupa muy poco lugar, dejando sitio más bien a las inevitables pinceladas de erotismo y las obligadas referencias al sexo y la lujuria (algo enfermizo en esta ocasión), supeditando todo al suspense que parece no dejar tiempo para más. Kristi se ve envuelta en el juego de un individuo con sus propias reglas y entre sobresalto y sobresalto no va a tener tiempo para mucho más.
El libro se deja leer, pero se hace un pelín largo, con algunos momentos demasiado repetitivos y con referencias a algunos personajes, heredados de libros anteriores, que pudieran haber sido obviados perfectamente y con algunas situaciones muy difíciles de creer. Partiendo de una intriga y un personaje interesantes, podría haber dado más juego con toda la parafernalia vampírica en medio de una universidad católica, pero como mero entretenimiento al menos tiene sus méritos.
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