El protectorado de la sombrilla, libro 1.
Gail Carriger.
Reseña de: Jamie M.
Versátil ediciones. Barcelona, 2010. Título original: Soulless. Traducción: Sheila Espinosa. 383 páginas.
Cuando uno comienza a leer esta novela pronto se da cuenta de que tiene que cambiar el “chip” con el que la había iniciado, deshaciéndose de toda idea preconcebida que pudiera haberse hecho y dejándose llevar por el relato sin cuestionárselo demasiado. Y es que desde su mismo principio este es un libro que no parece tomarse en serio a sí mismo; el tono ligero y burlón junto a las interpelaciones directas de la protagonista a los lectores siempre con una deriva hacia el humor casi convierten la novela en una parodia de lo que podría haber sido.
Alexia Tarabotti es una “joven” algo especial dentro de la rígida sociedad londinense, por un lado es una solterona a la que parece habérsele pasado ya la edad casadera, pero ¿quién la querría, si es medio italiana, de tez morena y nariz prominente? Y por otro lado, y lo que es aún peor, guarda un secreto inconfesable: no tiene alma; es una preternatural. Y en el mundo de Alexia eso significa que cualquier criatura sobrenatural que llegue a tocarla pierde al momento todos sus “poderes” y revierte a su forma humana. Precisamente la novela empieza con la joven intentando comerse a escondidas un pastel huyendo de las aglomeraciones de una fiesta y siendo atacada, violando las normas de la etiqueta social, por un desorientado vampiro de habla ceceante que parece no conocerla, algo inimaginable pues su peculiar característica se encuentra “registrada” en la Oficina de Registro Antinatural (ORA) y todos los paranormales debieran conocer su existencia (y por tanto no acercarse a ella). Y para que desde un principio quede establecido el tono que va a dominar la narración, se remarca el que mientras Alexia se enfrenta en mortal combate con un vampiro su máxima preocupación es el no haber sido “debidamente presentados” y el desperdicio que supone el que la tarta se haya caído al suelo y haya sido aplastada.
El encuentro, como es de esperar, terminará mal y es entonces cuando hace acto de presencia Lord Conall Maccon, el alfa de la manada del Castillo Woolsey, un hombre lobo escocés, jefe de la ORA, de modales bruscos y que parece chocar frontalmente con la protagonista (con lo cual todo lector avezado puede imaginar cómo van a terminar antes o después). A partir de ahí, se suceden y solapan la investigación sobre el origen del vampiro que no debiera haber existido y sobre la desaparición de alguno de los ya establecidos, el sumergirse en el nido vampírico y en la manada licántropa de Londres, el retrato de la algo retrógrada (según nuestros estándares) sociedad victoriana, un complot en las sombras con ignotos objetivos, un misterioso hombre de rasgos desdibujados y piel de cera, mucha acción con una pizca de erotismo y bastante de eso que algunos/as llaman romance aunque en verdad más parezca un “calentón”.
El misterio avanza a toda velocidad, y no faltan enfrentamientos y persecuciones, luchas sangrientas, muertes inexplicables, criaturas extraordinarias, reuniones sociales, científicos iluminados y alquimistas desquiciados, secuestros fallidos y conseguidos, y encuentros inesperados. Y humor en las situaciones menos predispuestas al mismo, humor en todo momento, aunque resulte forzado en muchas ocasiones.
El tono ligero, burlesco, es la tónica de Sin alma. La joven ni siquiera se toma en serio a sí misma y continuamente lanza dardos envenenados contra su propia persona de forma algo desconcertante dada la alegría, decisión, pragmatismo y vitalidad con la que enfrenta su vida. Carriger parece perseguir simple y llanamente la diversión, sin ninguna otra consideración ni objetivo, y el tono de comedia es el que domina en la mayor parte de la narración (a pesar de que la continua repetición de coletillas termina por desgastar los chistes y hacerse algo cargante; como el insistente recordatorio del origen semi italiano de la protagonista y su rotundidad de formas como algo vergonzoso (tiene curvas, ¡qué horror!) o su irresistible “amor” por la comida, o la continua referencia al mal gusto en el vestir de su mejor amiga Ivy).
El intento de combinar numerosos géneros (comedia de enredo o de costumbres, fantasía urbana, steampunk, romance paranormal, misterio...) y de innovar al mismo tiempo no termina de cuajar, dejando una sensación de “quiero y no puedo” un tanto decepcionante. La mezcla del romántico paranormal con una parafernalia steampunk no está realmente conseguida. El nuevo-viejo panteón de criaturas sobrenaturales (vampiros, licántropos, fantasmas...) con desconcertantes características chocan demasiado (se trata de seres nocturnos con “exceso de alma” y cuanto más tiene una persona más posibilidades tiene de llevar a cabo la trasformación). Las nuevas características de los viejos “monstruos” no se sienten reales. Sí es interesante, no obstante, la sociedad que intenta presentar la autora, con los vampiros, licántropos y otros seres sobrenaturales plenamente integrados dentro de la misma, habiendo ayudado a la construcción del Imperio, alcanzando puestos de gran importancia dentro del Gobierno, los altos estamentos del estado y de los centros de decisión.
El elemento Steampunk nunca llega a tomar entidad. Sí, aparecen dirigibles (aunque solo nombrados como fondo del paisaje), sí, aparecen extrañas (e inexplicadas, con lo que se les quita toda importancia) máquinas supuestamente a vapor, sí, se desarrolla en la sociedad victoriana..., pero ninguno de esos elementos tienen suficiente consistencia como para darle a esta obra la misma consideración que a las de los pioneros del género como Powers o Blaylock, y, de hecho, ninguno es vital para la trama, pudiendo haber sido obviados sin mayor problema y no habría cambiado prácticamente nada (exceptuando, quizá, la presencia de cierto ser que sí tiene un papel importante que interpretar, aunque también sea en segundo plano y en el que no quiero incidir para no chafar la relativa “sorpresa”).
Irónicamente son algunos de los personajes secundarios los que más interés despiertan y mejor plasmados se encuentran. Como el extravagante amigo-mentor vampiro de la protagonista Akeldama o el ayudante de Maccon, el profesor Lyall, que se apoderan de la escena cada vez que aparecen, apartando a un lado a Alexia y Maccon, y elevando el listón por encima de lo que lo hacen los protagonistas. Incluso la familia de Alexia tiene algunas apariciones singulares en su rigidez victoriana y su firme seguimiento de las reglas sociales imperantes (por las que una mujer que se encuentre a solas con un hombre debe casarse obligatoriamente con este si no quiere cubrirse de oprobio, por ejemplo). Todos ellos confirman la sensación de que todo en el libro está llevado al extremo, convirtiendo por exageración a los protagonistas casi en una caricatura de los personajes “tipo” habituales del género o géneros).
Bueno, ¿y lo del Protectorado de la Sombrilla? Pues bien, es que Alexia tiene costumbre de portar (salvo cuando las circunstancias se la arrancan de las manos) una sombrilla con puntera de plata que es un arma letal para las ocasiones más inesperadas; más allá de eso, igual en próximas entregas se hace más hincapié en el tema.
Sin alma es una novela ambiciosa (quizá demasiado) a pesar de su falta de seriedad, un intento de conjugar diversos géneros de una forma novedosa que no termina de cuajar y que, sin embargo, tiene algo que empuja a continuar leyendo y terminar el libro: una presentación interesante y una premisa a priori atractiva que quizá naufraga por esa ambición de una escritora primeriza que ha abarcado más de lo que podía y a la que habrá que dar una segunda oportunidad para ver si evita los defectos y refuerza los aciertos en su siguiente entrega de la serie. Yo por lo menos le voy a dar el beneficio de la duda y picaré con la segunda novela, aunque solo sea para descubrir qué significa el pulpo que adorna por doquier las instalaciones de los “malos”. Eso sí, quien se embarque en la lectura de esta primera novela de la serie que tenga muy en cuenta el estado mental necesario de no tomarse en serio a sí misma con la que debe ser leída; estoy convencido de que así se disfrutará mucho más que si se busca una profundidad que no se ha de encontrar: mi recomendación es leerla con la capacidad crítica más bien desconectada.
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