lunes, 2 de enero de 2012

Reseña: Naves del oeste

Naves del Oeste.
Las monarquías de Dios 5.

Paul Kearney.
 
Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Alamut. Serie fantástica. Madrid, 2011. Título original: Ships from the West. Traducción: Núria Gres. 281 páginas.

Llegados aquí resulta obvio que quienes no hayan leído las cuatro entregas precedentes se van a ver absolutamente perdidos si se adentran en la lectura de este de forma independiente. Al adentrarse en la quinta y última entrega de Las monarquías de Dios el lector descubre que, en el que es el mayor salto temporal entre libros de toda la serie ya que anteriormente la acción se encadenaba directamente de uno a otro sin dilación, han pasado más de quince años desde la batalla de Armagedir y el cierre del anterior volumen. Torunnianos y merduck son ahora aliados. La Iglesia himeriana gobierna ferreamente sobre dos tercios del continente y amenaza anexionarse el resto de reinos. Frente a Hebrion la amenaza del oeste se traduce en la aparición de una flota de barcos aparentemente vacíos que arrastran sin embargo consigo una ominosa amenaza y oscuros presagios. El poderoso hechicero Aruan ha regresado al viejo mundo dispuesto a convertirse en su máximo gobernante, desencadenando la batalla final entre los seguidores de dweomer y aquellos que han decidido depositar sus esperanzas en el acero y la pólvora, rechazando la hechicería.

Kearney despliega de nuevo toda su imaginación para ofrecer unas tramas que se van a ir superponiendo las unas a las otras, llenas de suspense, de retorcidas sorpresas y de bien narradas batallas. Ha llegado el final del «juego», el momento decisivo para el que las piezas habían sido tan primorosamente colocadas en su sitio, y los personajes conocidos, los supervivientes en todo caso, han de dar un paso al frente para participar en la emotiva despedida de la serie. Una despedida llena de dramatismo y tragedia, ya que, fiel al espíritu de la serie hasta el final, el sangriento realismo de los tiempos de guerra se va a imponer sobre cualquier otra consideración sentimental. Todos los protagonistas que han ido pasando por las páginas anteriores y que han logrado llegar hasta aquí, cada cual en su medida, van a tener su momento álgido y su punto y aparte —o final en algunos casos—. Y si bien algunas de las decisiones del autor podrían ser cuestionadas desde los gustos personales, lo cierto es que en todo momento se muestra coherente con lo que ha sido el resto de la serie y con el tono narrativo de la misma. Como bien se podía intuir no caben demasiados finales felices y la carga dramática pudiera haber sido incluso mayor si no se hurtaran de forma furtiva al lector las muertes de ciertos personajes que hubieran merecido desaparecer con un poquito más de gloria o, al menos, de atención.

El autor sigue ofreciendo la estructura narrativa de libros anteriores de ir saltando de un personaje a otro —o a un grupo de personajes—, mostrando momentos concretos de la trama, recreándose incluso en escenas que dan color y sabor y un agradecido toque de profundidad al fondo de la historia aunque sus protagonistas no vuelvan a salir más en toda la novela, dosificando hábilmente la acción al cambiar recurrentemente el punto de vista desde el que el lector asiste al relato y consiguiendo así una narración que no pierde el interés en momento alguno de sus diversas líneas.

Fiel a ese estilo de fantasía realista, aunque la magia haga acto de presencia con mayor profusión a lo largo del desarrollo de esta novela que en las previas, Kearney ofrece una nueva lección de madurez literaria. Es cierto que muchas de las muertes de los protagonistas pueden resultar irónicamente dolorosas, ridículas en ocasiones, innecesarias o absurdas; pero es un nuevo trago del amargo realismo que el autor ofrece a sus lectores. Las monarquías de Dios se encuentran inmersas en la guerra definitiva de cuyo resultado pende el destino de todo su mundo, y en medio de una guerra así no todas las muertes son gloriosas o llenas de significado; los soldados también pueden quedar olvidados en la cuneta del camino, desangrados o ateridos de frío, lejos del campo de batalla; los civiles pueden fallecer víctimas de las enfermedades, de los complots o de simples casualidades después de haber sobrevivido a terribles ordalías. Una bala perdida no discrimina, un hechizo desbocado puede producir resultados insospechados. Si algo ha caracterizado hasta el momento la serie ha sido ese apego a cierto «realismo» por muy fantástico que fuera lo narrado, y aquí no iba a ser menos, algo que se siente con fuerza en la descripción de los aparejos navales, de las armaduras de los combatientes, del cruce de unas montañas, de las reacciones de cada hombre o mujer, o de las intrigas políticas necesarias para rubricar pactos entre los reinos.

La novela cierra la pentalogía de una forma que se antoja un tanto apresurada, dando la impresión de que el autor tuviera planeados más libros que al final, por puro cansancio, por imperativo editorial o quien sabe por qué, hubiera tenido que concentrar solo en uno. Los hechos se suceden de forma vertiginosa, sin dar respiro alguno e incluso despachando en un par de condensados párrafos tramas enteras que habían tenido suma importancia anteriormente. Hay cuestiones que desgraciadamente quedan sin respuesta, sobre todo en torno a los sucesos de esos años que han discurrido entre El segundo imperio y este libro y que proyectan muchas sombras sobre la trama, pero también de temas que venían arrastrándose desde la primera entrega y que ahora permanecen irresolutos.

Épica y emoción no faltan, el nuevo viaje marino de Hawkwood está lleno de percances y el camino de Corfe aparece inevitablemente lleno de combates hasta desembocar en la batalla final. Jemilla parece haberse resignado a su suerte olvidados sus complots e intrigas, y su hijo crece lejos de la corte. Murad en cambio, no renuncia a sus ambiciones, por muy ocultas que las mantenga al mundo. Aruan domina con mano firme al imperio himeriano valiéndose de sus cambiaformas y otras criaturas mágicas. Golophin y Bardolin ponen a prueba sus lealtades y su amistad. El nuevo sultán busca un nuevo equilibrio. Las naciones fimbrias se mantienen a la espera... Mucho por contar y, quizá, pocas páginas para hacerlo. Con la de veces que nos hemos quejado por esas novelas engordadas artificialmente y aquí se echa en falta algo más de volumen para no tener que decir que el relato se siente en ocasiones excesivamente precipitado. O tal vez tan solo se trate del deseo de que la serie no hubiera acabado después de habernos hecho pasar tan buenos ratos. Pero ya no se puede hacer nada al respecto, llegada la hora de bajar el agridulce telón.

A pesar de la pequeña sensación de «vacío» que deja el cierre de la novela, sin duda se trata de un buen fin para una serie que terminará demostrándose imprescindible dentro de la actual fantasía épica. Si hubiera más novelas tal vez estaríamos quejando del alargamiento innecesario de la trama, así que lo mejor es disfrutar de una pentalogía con un toque de magia que se vislumbra bajo la nube y el olor a pólvora. Literatura histórica de un mundo fantástico con ciertas reminiscencias al nuestro. Unos libros que se pueden recomendar sin miedo a todo aquel que disfrute del género que nos ocupa.

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Reseña de otras obras del autor:

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