Las máquinas de Dios 6.
Jack McDevitt.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
La Factoría. Col. Solaris ficción # 156. Madrid, 2011. Título original: Cauldron. Traducción: Beatriz Ruiz Jara. 351 páginas.
Sentido de la maravilla. Difícil de definir y de explicar, pero algo que McDevitt derrocha de forma habitual a manos llenas. Grandes escenarios, enormes
obras de ingeniería alienígena, enigmáticos objetos que vagan en el
espacio, viajes estelares, misterios galácticos, arriesgadas
exploraciones planetarias, aventura extrema... Y, sin embargo, parece
que en esta ocasión el intento de lograr el «más difícil todavía» ha
propiciado una enorme acumulación de elementos finales demasiado resumidos que
de alguna manera deja insatisfechos, por el deseo de que se hubieran
desarrollado algo más, a los lectores que habían llegado aquí a través
de todas las novelas anteriores. Por otra parte, durante la lectura se antoja
poderosamente que la novela es una despedida —al tiempo que un posible
nuevo punto de partida— de la serie, ya que el autor introduce continuas
alusiones a aventuras precedentes, así como varios «cameos» de
personajes que tuvieron vital importancia en aquellas, a modo de
recordatorio y homenaje, que aportan una sensación de profundidad,
solidez y continuidad en la historia, al tiempo que sirve de nostálgico
contrapunto a lo narrado.
En el año 2255
el rechazo de la sociedad, más preocupada —lógicamente— por los
acuciantes problemas del planeta que por la exploración interestelar, ha
propiciado el cierre de la Academia de Ciencia y Tecnología. Priscilla Hutchins,
antigua piloto y posteriormente directora de la institución se ha
retirado, aunque aún dedica parte de su tiempo a recaudar fondos para la
Fundación Prometeo,
una de las pocas entidades privadas que todavía mantienen vivo a duras
penas el viejo sueño de viajar por la galaxia e intentar ir más allá.
Sin embargo, de forma inesperada, un joven científico, Jon silvestri, sugiere la posibilidad de haber perfeccionado un fallido motor llamado Locarno más eficiente que los Hazeltine
utilizados hasta el momento. Un motor que reduciría en mucho el tiempo
del viaje, permitiendo ir mucho más lejos de lo que se había ido hasta
entonces. El problema es que todavía se necesitan hacer unas cuantas
pruebas para saber si realmente va a funcionar, requiriendo una
costosa nave donde instalar el motor experimental; algo que, con la actual
carestía espacial, va a ser muy difícil de conseguir. Sin realmente
quererlo, Priscilla se va a ver de nuevo en medio de una vorágine que
creía haber dejado atrás. Pero, ¿cómo decir no a una propuesta que, de funcionar, podría llevarles en poco tiempo incluso hasta el núcleo de la galaxia a la búsqueda del origen de las nubes Omega?
Peca McDevitt
en una primera parte de un inicio excesivamente moroso, con apenas
acción y abundante política de salón, en la que el lector debe avanzar a
través del planteamiento, el desarrollo, los ensayos y pruebas del
nuevo motor, asistiendo mientras tanto a la repetitiva búsqueda de
fondos por parte de los implicados mediante conferencias y simposios, y a
la dura lucha contra la burocracia que entorpece cualquier iniciativa
llegando a demorarla de tal manera que casi la convierte en misión
imposible. Una primera parte que, teniendo su indudable interés y sus
puntos de tensión. podría fácilmente haber sido resumida, obviando
incluso alguno de sus pasajes. Y es que cuando finalmente se inician el
viaje y la exploración galácticas, sus cuatro intensas etapas —cada una
de las cuales podría haber dado perfectamente para un libro
independiente— se aprecian demasiado breves y algo frustrantes por lo
que se siente que podrían haber dado de sí, por la falta de detalles
acostumbrados y por todo lo que quedaría por saber en cada una de ellas.
Además, sin querer destripar la «sorpresa» final, hay que reconocer que
la misma plantea demasiadas cuestiones intra y extra literarias,
metafísicas incluso, que darían para una muy extensa discusión sobre la
validez de lo elucubrado allí por McDevitt y el curioso cierre —aparente— de la serie.
El
ritmo, así, es algo irregular, primero lento, luego acelerándose para
llegar a algún remanso puntual y precipitarse llegando al final. Un
ritmo que produce cierto desequilibrio en la intensidad de la trama a
lo largo de sus páginas, con unas situaciones mucho más impactantes e
interesantes que otras. Sin embargo, es esa especie de montaña rusa
también un atractivo añadido, fuente de tensión e intriga, de creciente
inseguridad ante lo incierto del desarrollo del motor y la posible
misión, sobre todo una vez que el viaje se ha puesto en marcha y se
desconoce cómo van a ser cada una de sus etapas y los resultados que se
puedan obtener.
La
novela, como sucediera en obras anteriores de McDevitt, se convierte de
alguna manera en un apremiante alegato a favor de la inversión en la
exploración espacial, fiel al heinleiniano «la Humanidad no puede
permitirse poner todos sus huevos en la misma cesta», el autor rompe una
lanza a favor de la investigación y colonización del sistema solar que
permita a los humanos salir de la Tierra,
no solo como formula de supervivencia ante posibles catástrofes
globales, sino también como medio para impedir el anquilosamiento y
estancamiento de la especie.
Sobre
todo durante la primera parte de la novela el mensaje es alto y claro:
Hay que mantener viva la llama; no se puede, ni se debe, dar la espalda a
las estrellas; la Humanidad no puede instalarse en un cómodo
conformismo ni dejar a un lado la inherente curiosidad de la especie por
descubrir nuevos territorios y fronteras. El autor aboga así de forma
fervorosa contra el recorte presupuestario para las misiones espaciales
—y, si no fuera porque la novela es anterior en el tiempo, hasta se
podría establecer un paralelismo entre la actual retirada de los
transbordadores espaciales estadounidenses y la situación en el futuro
de Hutchins en que se han retirado prácticamente todas las naves superluminares—.
En
una segunda parte de la novela, McDevitt parece haber intentado cerrar
todos los cabos que habían quedado pendientes de anteriores novelas, dar
respuesta a todos los misterios planteados, aunque sea de una forma
acelerada y resumida, desde el origen de la Chindi hasta el significado oculto tras las Omegas
pasando por la existencia de otras especies inteligentes en la galaxia,
la posibilidad de un primer contacto y la posible razón por la que
no han buscado o logrado la comunicación con la Humanidad.
Cauldron encierra así una space opera
de sabor clásico, con reminiscencias de autores de la Edad de Oro,
aunque planteando temas muy de actualidad —a los ya citados se podría
añadir la aparición de Inteligencias Artificiales como algo cotidiano sin que se haya producido la «temida», y tan de moda, singularidad tecnológica—;
una novela escrita con la habitual soltura y oficio del autor, con una
trama sugerente que auna aventura, especulación y reflexión. Se trata de
una historia completa, que contiene todos los datos para ser leída de
manera independiente, aunque sin duda será mucho más disfrutada por
aquellos que dispongan de todo el bagaje acumulado a lo largo de la
serie. Un buen libro, no de los mejores del autor es cierto, ya que no
llega a alcanzar todo el potencial que se antoja contenía su
planteamiento, pero suficientemente entretenido y atractivo como para
poner un nostálgico broche de cierre a las aventuras de Priscilla Hutchins, la Academia y el universo de las Máquinas de Dios.
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Reseña de otras obras del autor:
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