Domingo Santos.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Scyla ebooks. Barcelona, 2012. Edición en libro electrónico (epub). 215 páginas.
Una vez más, al terminar la lectura y tratar de ubicar la novela en su correspondiente compartimento literario, volvemos de nuevo a
vueltas con el tema de la definición de los géneros, sus límites y fronteras siempre tan permeables, y de a cuál de ellos se
podría adscribir David y el laberinto del sprite. ¿Fantasía pura y dura por la ambientación, las criaturas y los poderes «mágicos» de alguno de los protagonistas? ¿Ciencia ficción
por la existencia de un mundo previo —que a la postre es el nuestro— y
de planos paralelos a medias entre lo cuántico y la mitología germánica?
¿Paranormal por la presencia de entes inexplicables? ¿Aventuras por la expedición en que se ven embarcados los personajes? ¿Misterio
por el intento de desentrañar lo que se esconde tras el enigmático
laberinto? Todo ello, como se ve, se podría aplicar a la novela y de
alguna manera la definición aún se quedaría incompleta. Al fin y a la
postre, la novela es un canto a la amistad y a la colaboración, como bien reza la portada se trata de un auténtico viaje iniciático al lejano norte en pos de desvelar un misterio que pondrá en cuestión todo aquello que los implicados creían saber sobre su mundo.
A raíz del Cataclismo que trastocó el mundo, los antiguos seres de leyenda que lo habían poblado, regresaron y la Tierra se vio llena de elfos y gnomos, de hadas y duendes, de dragones y unicornios, y de otras criaturas menos pacíficas como los goblins y los trolls. En este Multimundo, David Díadefiesta, un muchacho de dieciséis años, valiente e impetuoso, se convierte inesperadamente en propietario de un sprite, un antiguo duende en pos de un destino; junto a él, su hermano Oscar y un par de elfos, y con la ayuda de unos centauros, emprenderán el camino hacia el norte en busca de una antigua y legendaria fortaleza que, según el sprite, alberga el secreto que resolverá el enigma que corroe su existencia.
Partiendo de las historias y leyendas mágicas de nuestro presente —y pasado—, Santos construye un mundo que ha involucionado de nuevo hacia lo medieval, con pequeños pueblos y territorios dominados por las diferentes razas que ahora pueblan la Tierra provenientes de planos por encima y por debajo del humano, de un particular Multimundo en que cada criatura se podría definir por su materialidad o eterealidad. Siendo los humanos el epítome de lo material, el escalón más bajo, que ni siquiera pueden salir de su propio plano, tienen que compartir ahora su despoblado mundo —el Cataclismo terminó con la mayoría de la población actual— con toda clase de criaturas hasta entonces consideradas fantásticas y con diverso grado de eterealidad. En los planos superiores se encuentran las razas más etéreas y moralmente positivas, elfos y otros seres feéricos; en los inferiores, las de tendencia malvada, orcos, goblins, demonios...
Pero
no todo es negativo en el nuevo orden de cosas para la Humanidad,
algunos individuos han recibido de rebote ciertos dones que les
permiten, por ejemplo, comunicarse con los animales o ser considerados
hechiceros o brujos de cierto poder mágico. En este contexto, el
protagonista viajando con su padre buhonero va a hacerse de forma harto
sospechosa con la propiedad de un duende..., perdón, de un sprite, que
le involucrará junto a otros necesarios compañeros en una expedición que
requiere de sus particulares dones para alcanzar un cuestionable
objetivo.
La
novela se estructura entonces en torno a la típica «búsqueda» —en este
caso no de un objeto especial sino de una fortaleza que se supone
anterior al Cataclismo—, por medio de un viaje iniciático con diversas etapas,
diversas pruebas y diversos encuentros mediante los cuales la aventura
avanza y los protagonistas van adquiriendo experiencia en su proceso de maduración y
crecimiento personal y amistoso.
David y el laberinto del sprite
es un libro con una clara orientación juvenil. Tanto los personajes
principales como las acciones en que se ven envueltos están dirigidos a
conectar con un público adolescente —aunque por una vez se puede decir
que apenas hay romance— que empatice con los protagonistas y sus
pensamientos. La novela ofrece principalmente un mensaje claro de
colaboración, una invitación de aunar esfuerzos aportando cada
componente del grupo sus particulares capacidades para obtener un
conjunto más fuerte que sus partes por solitario. De forma individual no
se puede lograr el objetivo, pero sí juntando los puntos fuertes y
habilidades de cada participante en la aventura.
A
lo largo del viaje cada miembro de la expedición debe aportar algo para
conseguir seguir avanzando ante los obstáculos que surgen a su
encuentro —incluido uno de los componentes que se suma por su cuenta y
riesgo, el perro—. Nadie sobra, todos son necesarios y Santos demuestra a
la perfección que donde uno solo no llega, la colaboración lo consigue.
Cada protagonista ha sido elegido por hacer gala de un «don» especial,
desde la inteligencia a la magia pasando por el valor o las dotes de
observación, y en un momento u otro del camino van a necesitar echar
mano de cada uno de ellos. Y es que, una vez más, la unión hace la fuerza.
La
novela quema etapas hasta alcanzar un final que quizás peque de
excesivamente místico, mezclando una vez más la ciencia ficción y la
fantasía; y el cierre se convierte en una nueva invitación a perseguir los
sueños sin desfallecer por los obstáculos. Con un público objetivamente
adolescente en mente, el lenguaje y la escritura utilizados por el
autor son bastante asequibles, sencillos, ofreciendo también una trama
lineal y una estructura sin complicaciones narrativas que acompaña de
manera efectiva a los lectores de episodio en episodio, con ciertos
momentos entrañablemente ingenuos, sorpresa tras sorpresa, hasta la
etapa final. Curiosa y agradable, honrada y bien escrita; a pesar de los
momentos en que se nota en exceso su enfoque juvenil —cosa que tampoco
es mala per se—, o precisamente por ellos, se trata de una novela que se lee en un suspiro.
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