Domingo Santos.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Sportula. Gijón, 2013. Edición digital [epub]. 234 páginas.
Pasito a pasito Sportula
está incluyendo en su catálogo editorial un buen número de
imprescindibles «clásicos» de la ciencia ficción española. Hace ya más
de cincuenta años de la publicación de Gabriel, historia de un robot (Edhasa. Nebulae primera época # 85, 1962), la novela original que mediante un proceso de reescritura habría de convertirse en este Gabriel revisitado (Juan José Aroz editor.
Col. Espiral, 2004) que ahora es recuperado nuevamente. Muchas cosas
habían pasado en las décadas transcurridas, muchos avances tecnológicos,
sobre todo en un campo tan importante en esta obra como el informático,
como para no verlo reflejado en sus páginas. Páginas que siguen
manteniendo el encanto de la buena ciencia ficción clásica,
pero que de alguna manera han sido adaptadas a tiempos más modernos. Es
esta una historia sobre la búsqueda de una posible Inteligencia
Artificial independiente, pero que en el fondo, como la más acertada
literatura prospectiva, lo que pretende es indagar en la naturaleza del ser
humano, en sus contradicciones e irracionalidad básica. Influenciada
evidentemente por las historias de robots de Isaac Asimov, Santos
decide embarcar su relato por cauces más sociológicos y menos policíacos que aquel para ofrecer su particular visión de la paradoja
del «robot humano».
Aunque no esté dividida como tal, hay dos partes bastante diferenciadas en la novela. La primera podría considerarse como la de la génesis del robot, con todo el planteamiento y el desarrollo que lleva a la existencia de un robot indistinguible en la práctica de un hombre, libre de las Leyes Fundamentales —aquellas promulgadas por Isaac Asimov—, mientras permanece físicamente aislado del resto del mundo interactuando tan sólo con sus «creadores». La segunda parte se centra en la convivencia de Gabriel —el nombre que él mismo elige para sí— entre los humanos, culminando con su viaje y estancia en una convulsa Luna en pleno proceso secesionista del gobierno terrestre.
El científico Gabriel Villalcazar es un nuevo Victor Frankestein, decidido a crear y dotar de una nueva vida a un ser inteligente y ver cómo se desarrolla por su cuenta. Pero no es un monstruo
lo que crea, sino un ser que, como un papel en blanco, busca ser
llenado con un objetivo que haga que su existencia cobre sentido. Dotado
de un cuerpo robótico que imita a la perfección, al menos
exteriormente, al de un hombre adulto, la base del experimento es el
intento de crear una inteligencia robótica que no se encuentre
supeditada a la habitual programación que le obliga a una férrea
obediencia a los humanos, sino que haciendo tabla rasa tenga que
aprender por su cuenta e irse adaptando a sus nuevos conocimientos con
cierto libre albedrío y ver así en qué se convierte. Autoconsciente de
su naturaleza, Gabriel
va a irse «humanizando» conforme «crece» —mentalmente, ya que su cuerpo
perfecto es básicamente inalterable—, sin poder explicar del todo hacia
dónde avanza realmente su evolución: robot, humano o ninguna de las dos
opciones, sino algo nuevo. ¿Es posible que una Inteligencia Artificial
robótica desarrolle sentimientos? ¿Puede obtener un destino propio?
A través del espejo de los ojos cibernéticos del robot, el autor plantea la básica irracionalidad de muchas de las decisiones tomadas por el racional
ser humano; decisiones intuitivas, poco reflexivas, movidas por el amor
o el odio, y muchas veces condicionadas por el puro azar. Y tras ello
una buena cantidad de temas de diverso calado van presentándose de forma
paulatina, demostrando que este Gabriel revisitado es, aún con la reescritura, hijo de su tiempo, heredero del Gabriel original y de una época en que primaban las ideas por encima del continente —aunque tampoco haya que desdeñarlo—:
Presenta
una clara denuncia del abuso de la dependencia de las máquinas y del
exceso de la automatización en la sociedad moderna, que es cierto que
libera de la carga del trabajo, pero también crea nuevas problemáticas.
En la novela la Humanidad deja en manos de las máquinas la toma de
decisiones muy importantes, tanto en la forma de actuar de los gobiernos
como en el dictado de sentencias en la Justicia, con el riesgo de
perder toda capacidad de elección propia. Además, conforme se distancia el contacto entre las personas las relaciones se resienten y crece el aislamiento del individuo...
Aborda
a su vez un tema tan candente y de moda actualmente como es el de los
nacionalismos, matizado eso sí por las connotaciones «colonialistas» en
el conflicto secesionista entre la Luna y la Tierra. Un conflicto
exacerbado además por un componente racial o clasista por la existencia
entre los colonos lunares de diferencias físicas propiciadas por su
prolongada estancia en circunstancias ambientales distintas a las de la
Tierra —gravedad, aislamiento...—, como puedan ser una mayor altura y un
menor desarrollo óseo, que han creado de facto en el satélite un
sistema de castas que les separan todavía más de los terrestres
«opresores».
A
través de la amenaza del conflicto se destapan serios males como el
internamiento preventivo para su «protección» de los civiles «enemigos»,
el comportamiento turbulento de la «masa», la xenofobia y el miedo «al
extraño», la utilización del populismo por parte del ejército, el
silenciamiento de la información, el fanatismo sin fundamento, el
sexismo y las diferencias culturales entre hombres y mujeres, la
discriminación, la soledad y la marginación social..., que hacen de la
novela un texto rabiosamente de actualidad a pesar de que parte del
«decorado» haya quedado patentemente obsoleto, tal vez porque la acción
se sitúa demasiado lejos, en un siglo XXII que se antoja
demasiado similar en lo básico a lo que ya conocemos sin tener en cuenta
la rápida evolución sufrida por las tecnologías en los últimos años.
Santos peca en ocasiones de remachar en exceso ciertos puntos que quiere dejar meridianamente claros, para que no queden dudas de su postura, dirigiendo demasiado al lector hacia las conclusiones a las que «debe» llegar, sin dejar quizá una puerta hacia ese libre albedrío al que quiere encaminar a su robot. Pero tampoco es algo que importe en exceso, Gabriel revisitado puede ser leído tanto con un interés meramente bibliográfico como el gran aporte que fue de la historia de la ciencia ficción española o simplemente con un afán de entretenimiento como la intrigante aventura, un tanto metafísica con un poquito de acción, sobre la inteligencia humana —reflejada en la robótica— que se desarrolla en sus páginas.
Santos peca en ocasiones de remachar en exceso ciertos puntos que quiere dejar meridianamente claros, para que no queden dudas de su postura, dirigiendo demasiado al lector hacia las conclusiones a las que «debe» llegar, sin dejar quizá una puerta hacia ese libre albedrío al que quiere encaminar a su robot. Pero tampoco es algo que importe en exceso, Gabriel revisitado puede ser leído tanto con un interés meramente bibliográfico como el gran aporte que fue de la historia de la ciencia ficción española o simplemente con un afán de entretenimiento como la intrigante aventura, un tanto metafísica con un poquito de acción, sobre la inteligencia humana —reflejada en la robótica— que se desarrolla en sus páginas.
Como
dato ciertamente anecdótico, pero muy significativo de la importancia
que esta novela supuso, y supone, en el panorama de la ficción especulativa
nacional, cabe señalar la existencia del premio «Gabriel», otorgado por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror —Pórtico: AEFCFyT— y destinado a homenajear la labor de toda una vida de las grandes firmas españolas del género, y que el propio Domingo Santos recibiera en 2003.
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Reseña de otras obras del autor:
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