Okamoto Kidô.
Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Quaterni. Madrid,
2013. Título original:青蛙堂鬼談
. Traducción: Isami Romero Hoshino. 278 páginas.
Una noche de marzo,
mientras en el exterior nieva, un grupo de personas se reúnen en el
Lar de la Rana Azul y se disponen a contar Kaidanes
—historias de fantasmas—, invitados por el Amo del lugar, un
hombre llamado Umezaki. Uno por uno irán desgranando unos
cuentos entre sobrenaturales y fantásticos, inquietantes y
sorprendentes, misteriosos e increíbles, que se desenvuelven entre
el drama y la ternura. No se trata de historias de miedo o de horror
al uso, ni siquiera que causen una excesiva «tensión», sino más
bien de sucesos pintorescos, llamativos, inexplicables o extraños
que interfieren en lo cotidiano. Con una voz narrativa un tanto
desapegada, distante, son historias más desasosegantes que
aterradoras, más de crear una «atmósfera» de misterio e intriga
que de dar sustos, que se encuentran llenas de reminiscencias
místicas e históricas, y reflejan dramas cotidianos y vivencias
mundanas, desbordando una ingenuidad enternecedora en muchas
ocasiones.
Fantasmas y samuráis
recoge doce cuentos, los más interesantes de los desgranados en
la velada a juicio del «recopilador» e «introductor» —quien
otorga así de cierto hilo conductor al volumen—. Cada narrador,
hombre o mujer, va a relatar a los demás una experiencia personal o
un suceso del que ha sido testigo él mismo, un conocido o que ha
escuchado de primera mano y al que otorga verosimilitud. No son,
pues, cuentos en el sentido «tradicional», ya que, en el juego que
se establece con el lector, no se tratan de meras invenciones del
autor, sino que dicen estar basados en «hechos reales» de la vida
de los implicados, aunque incluyan una buena ración de leyendas y
tradiciones del pasado japonés, así como de un buen número de
apuntes fantásticos. De este modo, a través de ellos se pone
también de relieve la profundidad y riqueza de la cultura japonesa,
del amor y respeto por sus tradiciones y costumbres, y del
conocimiento de su propia Historia que sirve de un muy interesante
trasfondo más allá del hecho puntual narrado.
En Seiajin: el
espíritu de la rana azul, el origen de la leyenda en torno a
la intrigante figura de una rana azul con tan solo tres patas,
propiedad del dueño de la casa, da inicio a los relatos, con una
historia de amor y demonios bastante peculiar.
Le sigue El
embarcadero del Tone, donde un viejo ciego acude día tras
día a un embarcadero del río, preguntando a todos los viajeros, sin
dar explicaciones del porqué, si se encuentra entre ellos un hombre
llamado Hikoemon Nomura, en un relato con un tono cada vez más
inquietante mezcla el deseo de venganza con el sentido de justa
retribución.
En Las almas de los
hermanos el lector asiste a una trágica historia de celos,
mezquindad, falsas denuncias, muertes y vindicación de ultratumba
con una inexplicable aparición ante el narrador.
Los ojos del mono,
la cuarta historia, versa sobre una máscara de mono, de origen
incierto y escaso valor, cuyos ojos van a causar más de un problema
a quien ose dormir en el cuarto donde se encuentra expuesta.
En El genio de las
serpientes las artes de un hombre especializado en cazar
enormes serpientes, con un método que roza lo mágico, le llaman a
defender su aldea; pero la tragedia para él y la especial historia
de «amor» en que se ve envuelto, se encuentra a un paso cuando los
vecinos de un pueblo cercano soliciten sus servicios.
También de un amor
enfermizo trata la incurable dolencia que afecta a dos muchachas en
El pozo del manantial, y que podría estar causada por
algo que permanece desde hace siglos en su fondo, fruto de un acto
cruel.
En Yohen: la
cerámica deformada unos sorprendidos corresponsales de
guerra se van encontrar con una casa quizá embrujada, una muchacha
enferma, y las causas de que en cierto horno todas las obras de
cerámica en él cocidas salieran con curiosas malformaciones.
Después, en Los
cangrejos, el deseo de un anfitrión de complacer a toda
costa a sus invitados y su gula por unas especiales nécoras invocan
el espíritu de la muerte sobre alguno de los comensales, esquivada
tal vez por las dotes adivinatorias de un ronin errante.
En La mujer de una
sola pierna un hombre se verá bajo el influjo de una
desgraciada muchacha, a la que le falta una pierna, pero que bajo su
tierna y cautivadora inocencia es capaz, sin embargo, de causar
grandes pasiones que conllevan a su vez pagar un gran precio.
Y también hay mucha
pasión en El papel amarillo, la historia de una mujer
que, en medio de un brote de cólera, desea contra natura enfermar
ella misma, con el riesgo que conlleva para todos sus vecinos,
mientras la ternura florece en las causas que le llevan a tal deseo.
La tumba de la
flauta es una bella y triste historia sobre la envidia que
arraiga en el corazón de las personas ante un objeto que lanza una
pesada maldición sobre quien lo posee, pero que a su vez encierra
una enseñanza moral.
El estanque del
Ryume cierra el volumen con el décimo segundo narrador, un
fotógrafo invitado a visitar cierto estanque en torno al cual se
cuenta la leyenda de unas estatuas protectoras de un joven y su
caballo que antaño se encontraban a sus orillas, de su desaparición
y de lo que sucedió al intentar reemplazarlas.
Samurais, ronin,
campesinos, espíritus dolientes, damas y señores..., se
desenvuelven en un ambiente costumbrista, muchas veces abiertamente
rural, de zonas remotas en bosques y montañas, o de «barrio» si
trascurre en una ciudad, donde se producen muertes y tragedias
irreparables, venganzas que perduran en el tiempo, represalias
injustificadas, tristes actos de pura mezquindad, amores y odios
unidos de forma inseparable, rumores infundados, envidias y celos que
desencadenan terribles dramas, asesinatos causados por una maldición,
jóvenes enamoradas de pretendientes inalcanzables, encantamientos
que pasan de una generación a otra...
Se trata de cuentos que
no buscan dar explicaciones o un sentido profundo a lo narrado;
muchos quedan incluso «inconclusos», sin un final definido o una
respuesta al misterio planteado —y, de haberla, generalmente es
otro misterio—. Presentan fenómenos sin solución de los que no se
exploran porqués ni cómos, sino se limitan normalmente a exponerlos
como verdaderos, y a dejar su veracidad o no al arbitrio de los
oyentes. Hay cierta ambigüedad en la mayoría de ellos, sin
confirmar el hecho sobrenatural, pero tampoco negándolo o
cuestionándolo, dejando en el aire la duda.
En cuanto a la edición
española, se agradecen la introducción al autor por parte de la
traductora y el mantenimiento por parte de la misma de ciertos
términos en lengua original dentro de los textos —fácilmente
aprehensibles por otra parte con el apoyo del imprescindible glosario
final—, ya que ayudan a sumergirse mejor en la ambientación del
Japón de la época —tan exótica para el lector occidental—,
dotándola de gran autenticidad, y evitando el uso sustitutivo de
vocablos en español que pudieran ofrecer una información similar,
cercana pero no exacta de lo descrito —o farragosas y largas
explicaciones—. Y es que se hace evidente, por ejemplo, que un
«tokonoma» es algo más que un «taquillón» pero menos que
un «altar».
No hay comentarios:
Publicar un comentario