El juez de Sueca.
Eduardo Casas Herrer.
Reseña de: Amandil.
Autoedición. Madrid, 2014. 74 páginas.
Para su segunda novela, Eduardo Casas ha optado por abordar el complicado (a mi juicio) género histórico con un relato desgarrador, rotundo y muy intenso que al concluirlo no deja indiferente al lector. Aunque el libro se nos presente como una "novela histórica" realmente nos encontramos ante una dramatización novelada de un hecho concreto que sí sucedió.
Esta novela corta no es una "aventura inventada" ambientada en un determinado momento o lugar, si así fuese no tendría mucho más valor que el que se pudiese encontrar en un relato breve amateur. No, aquí el autor se atreve a meterse en un terreno pantanoso, plagado de violencia, un breve descenso a los infiernos. Y lo que es más aterrador, contando un hecho real, algo qué sucedió y no hace mucho.
Por supuesto, el autor se toma algunas licencias (de las que avisa oportunamente en el epílogo) para que la narración goce de una mayor profundidad y dinamismo.
Esta novela corta no es una "aventura inventada" ambientada en un determinado momento o lugar, si así fuese no tendría mucho más valor que el que se pudiese encontrar en un relato breve amateur. No, aquí el autor se atreve a meterse en un terreno pantanoso, plagado de violencia, un breve descenso a los infiernos. Y lo que es más aterrador, contando un hecho real, algo qué sucedió y no hace mucho.
Por supuesto, el autor se toma algunas licencias (de las que avisa oportunamente en el epílogo) para que la narración goce de una mayor profundidad y dinamismo.
El juez de Sueca narra los tristes hechos que sucedieron en esa localidad valenciana durante la huelga general que azotó el país en 1911. El protagonista, Jacobo López de Rueda, es quien da título a la novela. Él, como máxima autoridad judicial de la zona, debe desplazarse a Sueca acompañado de unas pocas personas más para hacer frente a los desmanes que los huelguistas anarquistas están llevando a cabo en la localidad. Lo que no sabe es que se va a enfrentar a un desafío que supera con mucho sus fuerzas.
Con esta aparentemente sencilla premisa Eduardo Casas lleva a cabo una narración en la que veremos enfrentarse las concepciones políticas, sociales e ideológicas que azotaron España durante buena parte de los siglos XIX y XX sin caer en maniqueísmos simplificadores. El autor logra presentar de un modo sintético y claro las motivaciones que empujaban a unos y a otros en aquellos convulsos momentos. En un ambiente rural y pequeño burgués que bien podría trasladarse a cualquier lugar del país se nos cuentan los hechos concretos (manifestaciones, actos subversivos, asesinatos) en los que se concretaban las retóricas anarquistas del momento. Y, en este libro, se desgrana minuciosamente la violencia, el terror, la desesperación y la injusticia que rodearon aquellos terribles años de nuestra Historia.
Porque El juez de Sueca va mucho más allá de lo que cuenta y despliega ante el lector motivaciones y visiones del mundo que son eternas. La justicia, el deber, el respeto a las normas, el orden, son encarnados por la trágica figura de Jacobo y el lector no puede sino empatizar con una persona que el autor nos presenta casi como el paradigma de la corrección y la justicia (en mi caso, me recordó a personajes como Atticus Finch, el abogado protagonista de Matar a un ruiseñor, o el comisario Will Kane, de la película Sólo ante el peligro).
Frente y junto a él encontraremos personajes esbozados certeramente con
unas pocas pinceladas que les dotarán de la suficiente entidad
biográfica como para que el lector reconozca sus debilidades, temores y
motivaciones. De entre ellos destacará la antítesis del juez, el
delincuente conocido como el Chato de Cuqueta, quien, en cierto
modo, encarnará en su persona todas las actitudes salvajes, aterradoras y
destructoras que anidan en el ser humano.
Así pues, esta novela corta, además de servir como crónica narrativa de un acontecer histórico verdadero, también pone al lector ante la cruda realidad de descubrir las dos caras del mundo en qué vivimos. El autor logra llevarnos del hecho particular a la idea general. Y ese tránsito que deberá hacer el lector por sí mismo, deja una cierta desazón y pesadumbre en el ánimo emanados de las muchas preguntas que nos vamos haciendo mientras leemos el libro. ¿Qué pasaría si en nuestro presente apareciesen triunfantes figuras como el Chato? ¿Dónde estaríamos sin gente de "orden" como el juez Jacobo? ¿Hasta qué punto algunas personas utilizan las ideologías para camuflar su sadismo y dar rienda suelta a sus más bajos instintos asesinos?
Eduardo Casas no nos ahorrará detalles macabros en su escrito porque no busca endulzar lo que sucedió. Tampoco se regodeará en ellos. Su labor, como él mismo dice en el epílogo, es convertirse en narrador imparcial, no tomar partido. Contar lo que fue y cómo fue. Para ello utiliza un estilo directo, sencillo. No encontraremos frases rebuscadas ni giros metafóricos de corte poético. La narración es cortante como un cuchillo. Unas pinceladas biográficas aquí, otras históricas allá y lo demás acción y movimiento. Ayuda a lograr este efecto la brevedad de la obra a la que ni le sobra ni le falta nada.
En definitiva, con El juez de Chueca, se nos ofrece una novela histórica amena y fácil de leer con un elevado grado de violencia justificada y un poso posterior a la lectura que coloca al lector ante preguntas incómodas y, en cierto modo, aterradoras.
Así pues, esta novela corta, además de servir como crónica narrativa de un acontecer histórico verdadero, también pone al lector ante la cruda realidad de descubrir las dos caras del mundo en qué vivimos. El autor logra llevarnos del hecho particular a la idea general. Y ese tránsito que deberá hacer el lector por sí mismo, deja una cierta desazón y pesadumbre en el ánimo emanados de las muchas preguntas que nos vamos haciendo mientras leemos el libro. ¿Qué pasaría si en nuestro presente apareciesen triunfantes figuras como el Chato? ¿Dónde estaríamos sin gente de "orden" como el juez Jacobo? ¿Hasta qué punto algunas personas utilizan las ideologías para camuflar su sadismo y dar rienda suelta a sus más bajos instintos asesinos?
Eduardo Casas no nos ahorrará detalles macabros en su escrito porque no busca endulzar lo que sucedió. Tampoco se regodeará en ellos. Su labor, como él mismo dice en el epílogo, es convertirse en narrador imparcial, no tomar partido. Contar lo que fue y cómo fue. Para ello utiliza un estilo directo, sencillo. No encontraremos frases rebuscadas ni giros metafóricos de corte poético. La narración es cortante como un cuchillo. Unas pinceladas biográficas aquí, otras históricas allá y lo demás acción y movimiento. Ayuda a lograr este efecto la brevedad de la obra a la que ni le sobra ni le falta nada.
En definitiva, con El juez de Chueca, se nos ofrece una novela histórica amena y fácil de leer con un elevado grado de violencia justificada y un poso posterior a la lectura que coloca al lector ante preguntas incómodas y, en cierto modo, aterradoras.
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