Reseña de: Santiago
Gª Soláns.
Plataforma
Neo.Barcelona, 2014. 375 páginas.
Sin poder definir a ciencia cierta en qué
grado «pertenece» la novela a cada uno de sus autores, sin poder
encontrar la «fisura» que indique de forma inequívoca que la misma
se encuentra escrita a cuatro manos, ni qué partes, qué elementos o
ideas, qué palabras provienen de cada uno, tan sólo se puede
afirmar que ambos han realizado una gran labor. El fin de los
sueños es una decidida declaración de amor a la imaginación
más desatada, al poder de los soñadores de cambiar su entorno, a la
fantasía en todos sus frentes. Es una novela de múltiples géneros,
desde el juvenil distópico hasta la ciencia ficción post
catastrofista, pasando por la intriga, la aventura desenfadada y el
tétrico horror ―que se adueña por momentos de la trama con la
poderosa imaginería habitual en los libros de Cotrina―. Es
también una advertencia contra los avances científicos a cualquier
precio y sin control, una reivindicación del valor del individuo
frente a la opresión totalitaria y una llamada de atención sobre el
poder de los sueños cuando uno se permite ―o le permiten―
soñarlos.
En un mundo futuro,
devastado por un terrible conflicto bélico, la humanidad se ha
«liberado» de la necesidad de dormir. Sin embargo, el cuerpo y la
mente todavía necesitan los sueños, así que el gobierno de ciudad
Resurrección ―un enclave seguro rodeado de tierras muertas y
radioactivas― ha establecido una red que elabora sueños
artificiales y los pone a disposición de las diferentes necesidades
de cada uno de sus ciudadanos, quienes son implantados de un
artefacto para ser capaces de recibirlos. Ismael, un
adolescente que vive con su padre viudo trabajando en su pequeña
tienda de relojería mientras elabora sueños clandestinos, y Anna,
la joven hija de una importante burócrata que habita en las alturas
de la ciudad, empiezan a soñar con una misteriosa joven rodeada de
mariposas que les pide su ayuda. Pronto descubrirán que no son los
únicos que están recibiendo estos imposibles sueños y decidirán
rastrear su origen, incluso si sus investigaciones les llevan a introducirse en el
mundo onírico, donde insospechados, y mortales, peligros acechan.
Narrado en una múltiple
tercera persona, capítulo tras capítulo, de forma suave, saltando
de un protagonista a otro e introduciendo una serie de interludios
donde la acción sigue a personajes más adultos con una visión más
global de lo que está sucediendo en medio de la crisis, los autores
van introduciendo un rico trasfondo para su mundo, a través del que
los lectores irán paulatinamente descubriendo una dramática
historia de guerra, destrucción, plagas y muertes. Ismael, Anna,
Vito, Aaron, Dominic y
Sammy, los jóvenes protagonistas, forman un peculiar grupo no
demasiado bien avenido, impulsados tan sólo por el objetivo común
de encontrar a la joven que se aparece en sus sueños, pero que de
alguna manera descubrirán que sus habilidades son no solo
compatibles sino complementarias, algo que van a necesitar ante el
conflicto que se avecina.
A lo largo de la narración, los autores presentan una posibilidad aterradora, que otorga su cualidad distópica al relato, el control de los sueños que permite al Gobierno el control de la sociedad y de sus individuos. Sin embargo, lo cierto es que el lector, incluso con el fuerte componente de crítica social que destilan las páginas, nunca llega a conocer demasiado de esa sociedad, un lugar donde los ricos y los privilegiados viven lo más cerca posible del cielo, en las alturas de los rascacielos, y los desamparados a ras de suelo, entre los desperdicios y la inmundicia; entre medio el estatus de cada individuo viene marcado por el nivel, inferior o superior, donde desarrolla su trabajo o tiene asignada su residencia. La narración, no obstante, se centra más en la vertiente fantástica de la historia: el fascinante mundo de los sueños y la batalla que allí acontece. Un lugar donde no hay más reglas que las de la imaginación, donde nada es imposible, donde la fuerza de los sueños se impone a la fuerza física y la mente del soñador domina al cuerpo. Un lugar donde un ser terrible ha subyugado a los que allí se encuentran, poblando el lugar de sus pesadillas y disfrutando con su sufrimiento.
El mundo onírico es un lugar donde cualquier cosa puede suceder, un lugar de geografías cambiantes y tiempo mutable, donde la imaginación reina y el más potente soñador adquiere una posición de poder sobre todo lo que le rodea, moldeándolo a su antojo. El inevitable enfrentamiento adquiere proporciones delirantes, absurdas, pesadillescas, coloridas, surrealistas, dramáticas… No todo es «bonito» o idílico, no todo es de color de rosa, sino que cuando las pesadillas cotidianas, los miedos y temores más habituales cobran vida el sufrimiento está garantizado. El mundo onírico pertenece obviamente al ámbito de la fantasía, pero la explicación científica de la tecnología utilizada para la inmersión en los sueños, su intento de racionalización casi a modo de realidad virtual, sitúa la novela en el camino de la prospectiva.
Como handicap del relato lo cierto es que en ningún momento los protagonistas principales, el grupo de adolescentes que viajan al encuentro de la joven que se les aparece en sus sueños, parecen actuar según su edad, esos quince años que parecen elegidos más para acercarse a un potencial público lector que ha retratar efectivamente a los personajes. Además, la coralidad del relato que no permite demasiada profundidad en cada uno, unido a que los adultos se encuentran demasiado desdibujados ―salvo la madre de Anna, Cordelia Travagliani, un personaje que destaca en cada una de sus intervenciones―, hace que se antoje que los autores hubieran podido, o debido, trabajar un poquito más en la caracterización de los actores de su aventura. Quizá esta sea una de esas raras historias a las que una mayor extensión no hubiera perjudicado en absoluto.
El fin de los sueños es una novela ciertamente apabullante y ambiciosa, llena de magia y misterio, de fantasía y anticipación. Una distopía postcatastrofista llena de aventuras y peligros. Los autores saben jugar a la perfección con la libertad que su escenario les concede, ofreciendo un despliegue de imágenes fantásticas de enorme poderío visual y creando un mundo futuro, el «real» y el onírico, bastante aterrador y oscuro, donde las sorpresas surgen de cada giro. Su lectura requiere cierta implicación cómplice por parte del lector, la aceptación de ciertas reglas lógicas dentro de lo ilógico del escenario, pero sin duda, si se consigue entrar en el peculiarjuego de Campbell y Cotrina, la historia tiene mucho que ofrecer y que disfrutar.
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