sábado, 14 de mayo de 2016

Reseña: Aurora

Aurora.

Kim Stanley Robinson.

Reseña de: Santiago Gª Soláns.

Minotauro. Barcelona, 2016. Título original: Aurora. Traducción: Miguel Antón. 447 páginas.

Robinson es un autor al que siempre ha gustado explorar en sus novelas las «fronteras» que aún le quedan por descubrir al ser humano llevando a sus personajes al límite de lo físico y lo intelectual. Cuando se habla de él enseguida acude a la mente de los lectores de ciencia ficción su monumental trilogía de MarteRojo, Azul y Verde— en la que abordaba con exceso de detallismo la terraformación y colonización de nuestro planeta vecino, mientras echaba mano de toda teoría científica y tecnológica que sirviera a tan magno proyecto. Pero ese gusto por la inmersión en condiciones extremas y, de alguna manera, de aislamiento, también se puede observar en la exploración de la Antártida —en la novela homónima— o en la colonización del Sistema Solar vista en 2312. En Aurora, partiendo del tema de las naves generacionales enviadas a colonizar planetas lejanos, vuelve de alguna manera a explotar un trasfondo semejante. El viaje, los ambientes cerrados y agobiantes, la colonización —y en su caso terraformación— de un planeta que pudiera o no sostener la vida humana, el desafío constante y la vida al límite siempre dependiendo de que todo lo que tiene que ir bien vaya bien y nada falle de manera irreparable, la sociedad que se crea modelada por unas circunstancias tan particulares… Una aventura en condiciones extremas arropada por mucha ciencia y especulación, y desarrollada en grandes escenarios —aún en su versión más claustrofóbica—, aunque en esta ocasión todo termine matizado por un pesimismo que no estaba presente en obras previas de Robinson.

En la última etapa de su viaje a Tau Ceti las cosas parece que empiezan a fallar a bordo de una nave generacional que partiera ya hace tiempo de la Tierra. A bordo, Devi, la ingeniera jefe, se tiene que desdoblar para hacer frente a todos los problemas, humanos y técnicos, que van surgiendo, pues parece que nadie más pudiera enfrentarse a la tarea. Tras más de un centenar y medio de años viajando, faltan relativamente pocos para alcanzar su destino, un planeta al que ya han dado en llamar Aurora, pero ¿se mantendrá la integridad de la nave hasta entonces o será víctima del simple desgaste producido en sus materiales por el paso del tiempo? El protagonismo del relato se centra principalmente en el matrimonio de Devi y Badim y en su hija Freya, narrado desde el punto de vista casi omnisciente de la Inteligencia Artificial de la nave, que de un papel meramente de apoyo y control de los ecosistemas, adquiere un nuevo estatus gracias a sus conversaciones y reflexiones con la ingeniera jefe, quien incluso le da un nombre, Pauline.

La estructura de la novela se divide en cinco partes, cada una mostrando un estado diferente de la misión, empezando por la etapa final del viaje, continuando con la llegada a Aurora, y mostrando después las consecuencias de lo que van a encontrar los colonos. Sorprende un tanto la quinta y última de ellas, con un rupturista cambio del narrador que había llevado el peso del relato hasta entonces y un enfoque abismalmente distinto al resto —aunque no sea sino una consecuencia lógica de todo lo acaecido hasta el momento—.

Vistiendo la trama de aventura extrema, con una tripulación expuesta a continuos peligros externos e internos y llevada muchas veces al límite de sus recursos, el autor hace mucho hincapié en la verosimilitud de todo lo narrado, depositando buena carga del interés en la parte científica y tecnológica de la misión —posicionando la novela sin ambigüedades en la ciencia ficción hard— al llenar el relato de explicaciones y datos astronómicos, biológicos, químicos y de diversas ramas de la ingeniería implicada. Desde la concienzuda descripción de la estructura de la nave, con dos grandes anillos divididos en biomas que remedan ecosistemas y climas terrestres diferentes en cada uno de ellos, y conectados por radios a un eje central, hasta detalladas explicaciones sobre el necesario ciclo del reciclaje que recupere hasta la más mínima molécula de los materiales imprescindibles para mantener la maquinaria funcionando de forma autosuficiente, pasando por el sistema de propulsión inicial y de frenado posterior, la presencia de ordenadores cuánticos o las impresoras capaces de reproducir cualquier cosa que se les solicite mientras se las «alimente» con las materias necesarias.

Robinson reserva a su vez un buen espacio a explorar la evolución sociológica de los habitantes de la nave, una población de apenas algo más de 2000 individuos, de sus formas de organización «política», las tensiones surgidas por lo difícil de la convivencia en un espacio reducido y del que no se puede salir, los enfrentamientos que la presión termina invistiendo de un carácter violento, la creación de mitos y supersticiones propios, las pruebas de madurez o ritos de paso circunscritos a un mundo cerrado, las nuevas reglas sociales...

Insospechadamente, de las conversaciones entre Devi y la IA, y la posterior aplicación de ésta al relato que está construyendo, surgen otros temas que va a deparar más de una interesante página, sobre todo para aquellos pertenecientes a ramas más humanísticas que científicas. Además de entrar en cuestiones cuasi metafísicas en torno a la divergencia entre consciencia —incluso diferenciando entre simple consciencia y «consciencia de uno mismo»— y «sentiencia», para intentar comprender cúal es el estatus exacto del ordenador de abordo dentro de las especies «inteligentes», a través de las digresiones de Nave conforme «aprende» a componer su relato el autor diserta sobre teorías lingüísticas y literarias, mostrando su preocupación acerca de los errores de comunicación propiciados por la particular interpretación de lo expresado según los referentes propios de cada interlocutor, o sobre la limitación del lenguaje y la incapacidad de las meras palabras para expresar ciertos conceptos de naturaleza técnica y su inevitable inexactitud al reflejar cuestiones matemáticas. Así, estas interesantes cuestiones de naturaleza semántica y léxica propician, fruto de la extrañeza del propio narrador —la IA—, toda una serie de situaciones y reflexiones —quizá involuntarias— de contenido humorístico que sirven para dulcificar bastante lo narrado.

Y es que el estilo mantiene el relato un tanto distante, sobre todo al elegir una voz, la de la IA de la nave, que fomenta un cierto desapego de lo narrado y de los protagonistas. En ciertos momentos se antoja estar asistiendo a un documental divulgativo «teatralizado». No hay, salvo quizá en los instantes más tensos, una implicación emocional con lo que los personajes están viviendo. El drama, relatado con fría ecuanimidad cerebral por la propia Nave mientras observa sin descanso a sus pasajeros, resulta espectacular, pero un tanto impersonal. Es algo muy característico de la prosa del autor, así que sus seguidores no deberían sorprenderse y a quien no haya leído nada suyo con anterioridad le bastará con ir advertido. A cambio, Robinson alcanza en esta novela un alto nivel de concreción que ha ido puliendo desde tiempo atrás y, aunque sigue embarcándose en digresiones que parecen apartar la acción de la trama general y yéndose por caminos tangenciales que quizá poco tienen que ver con lo que estaba narrando, lo cierto es que consigue incluir un gran número de temas, escenarios, situaciones, postulados y acciones diferentes y correlativas —algo de alguna manera ya anticipado en 2312— sin que la cantidad de páginas se le vaya de las manos ni llegue a abrumar ni perder el interés del lector.

Aurora es una novela de grandes ideas sobre el futuro de la colonización espacial, fuera del Sistema Solar, por parte del ser humano. Una lectura que, sobre todo por lo ambicioso del proyecto de la nave generacional y su objetivo, por todos los contratiempos que van surgiendo y las soluciones aplicadas, por la ciencia implicada y la tecnología planteada, realmente consigue atrapar la atención. Es cierto que la exhaustividad de los cálculos y detalles técnicos sobre trayectorias orbitales, el mantenimiento de los biomas, las necesidades nutricionales, la exobiología o toda otra serie de temas tan fascinantes como profundos que ocupan un buen volumen de la narración, requieren cierto esfuerzo por parte de los lectores, sobre todo en los no iniciados en dichas materias, pero merece la pena ya sólo por el enorme y sugerente despliegue científico-tecnológico y por el desafío intelectual que encierra la enorme cantidad de interesantes propuestas llenas de sentido de la maravilla —que luego sean realizables o no es otro cantar.

Para cierta sorpresa del lector, y aún con un cierre que ofrece un rayito de optimismo en un declarado canto de amor a nuestro planeta a pesar de todo lo que le estamos haciendo, la novela encierra en su tramo final un mensaje de lo más descorazonador y triste, un tanto demoledor para todos aquellos que no dejan de mirar las estrellas con anhelo, pero ante el que se impone una profunda reflexión.

3 comentarios:

Mangrii dijo...

Hola :) Nunca he leído nada de este señor, pero soy un novato en la Sci-fi, yo siempre me movía por la fantasía hasta que traspase la frontera para quedarme. Me gusta mucho o me atrae digamos mejor, esa narrativa desde la IA de la nave. También me resulta atractiva esa sociedad que se tiene que formar en la nave, los conflictos que surjan y demás se ven interesantes. A mi la verdad que la exhustividad de cálculos y demás no me tira para atrás, mira que no es algo de lo que sepa ni nada por el estilo, pero justamente por eso, para aprender cosas nuevas (con Hyperion me tire buscando términos y cosas mil años XD). Gran reseña como siempre, un abrazo^^

Santiago dijo...

No es una ciencia ficción "hard" demasiado complicada y Robinson lo hace todo bastante accesible. Hay que ir advertido del todo un tanto distante del relato, pero yo creo que merece la pena. También es cierto que a mi hasta ahora, salvo un par, me han gustado casi todos los libros anteriores del autor, así que igual no soy objetivo ;-)

Abrazos

Anónimo dijo...

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