Víctor Miguel Galllardo.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Esdrújula ediciones. Granada, 2016. 155 páginas.
La mejor reseña que se podría hacer de la antología la perpetra Juanma Santiago en el prólogo que abre el volumen con el maravilloso y muy adecuado título de Nadie hablará de ellos cuando hayan muerto. Santiago tiene tan habilidad y acierto con las palabras, con la manera de narrar las anécdotas, de ir al meollo de alguno de los relatos, que en realidad la tentación de plagiarle es dura de resistir, pero dejaré que los interesados descubran también este texto por sí mismos. En muchas ocasiones al enfrentar la lectura de un volumen de estas características, que reúne obras de un solo autor, es habitual que se suela destacar la variedad y heterogeneidad temática de la antología —si tal cosa procede, por supuesto—, pero en esta ocasión habría que añadir a la recopilación de relatos de Gallardo el más amplio calificativo de ecléctica, tanto para lo mejor como para lo tan positivo. Las propuestas aquí reunidas conforman una miscelánea tan diversa, y en ocasiones desconcertante, que el conjunto corre el riesgo de no llegar a contentar a según qué tipo de lectores. Recoge veinte textos, tanto inéditos como anteriormente publicados, entre los que se puede encontrar un poco de todo, con muestras tanto de realismo como de fantástico, de lo más cotidiano y cercano a futuros extraños y ajenos, con un abierto abanico de temas y un especial hincapié en un especial tipo de ucronía bélica, tanto pasada como futura, con un calado realmente asombroso y una advertencia tanto de los peligros de la guerra como de la tecnología desbocada.
Gallardo es un fino estilista, con unos textos en que se nota que cada palabra está puesta con una intención determinada, pensada de manera profunda y pulida hasta conseguir que refleje de manera exacta aquello que el autor deseaba expresar. Late en muchos una ineludible vena poética, como en el breve relato —en realidad la mayoría son igualmente breves aunque sin poder llegar a considerarlos «micros», de entre dos a diez páginas cada uno— con el que se abre el volumen con dura intensidad realista en Navajas, donde se palpa un ineludible aroma al sur, a Granada, al Albaicín, donde se dilucida un duelo a vida o muerte que deja entrever los anhelos y sueños que sólo pueden poseer los que ya han vivido y a sicarios demasiado jóvenes para comprender realmente lo que se están jugando. Un aroma casi lorquiano que también se respira en Un camarero ejemplar por muy diferente que resulte la propuesta y donde se demuestra que los deseos, por mucho que vengan acompañados de acciones, no siempre obtienen la recompensa ansiada.
Entre el horror y una ciencia ficción con cierta consistencia onírica se desenvuelven seres que encuentran lo que no se esperaban mientras ejercen su propia naturaleza como en El gato triste y azul, una irónica visión del contacto alienígena. Hay personas que se mueven dentro de una desesperanza absoluta marcada por la crisis como el protagonista de La comunión. Gentes esperando en la estación a que llegue su tren en ese impreciso momento del día o de la noche que se extiende atemporal y que se convierte en un extraño duermevela donde las revelaciones más sorpresivas, y aterradoras y tristes, pueden adquirir visos de realidad, como le sucede a un hombre en el perturbador y nostálgico La penúltima estación.
Hay en estos cuentos momentos de esos que definen una vida, en ese instante en que uno es plenamente consciente por una vez de que la balanza va a inclinarse a un lado u otro y que ya nunca nada será igual para los implicados, como en Ley y moral con una pareja que habla de palabras y deseos no pronunciados, o como El cuadro de honor para un hombre que rememora, motivado por la suerte que le ha evitado un terrible incidente, sus tiempos de estudiante. Y también caben resoluciones a esos momentos definitorios, pero mucho tiempo después, una década en el caso narrado en Serial killers, donde un hombre encuentra el momento justo para dar rienda suelta a aquello que se deseó con una intensidad arrebatadora y que tal vez tan sólo depare una victoria pírrica. O críticas nada veladas, entre lo horrible y lo divertido, al uso comercial de la información que vamos dejando por las redes, como en Desvío de llamada, con una importante denuncia de lo bajo que puede llegar el ser humano en su afán comercial.
Y repartidas por todo el volumen, intercaladas entre esos cuentos quizá más realistas, aunque no imprescindiblemente más reales, se encuentran las ucronías bélicas ya citadas, con historias muy variadas que rememoran la vergüenza y el horror que conlleva la condición de superviviente a una guerra, a los campos de trabajo, como en en el imprescindible y demoledor Las tres vidas de Julia Dumrauf, en la que el autor habla de esa gente que mira a otra parte mientras se llevan a sus vecinos, que hace lo necesario para sobrevivir, que encuentra dentro de sí un extraño coraje y que tiene que seguir viviendo con sus dolorosos secretos contra viento y marea. O como en Mammut, con una realidad paralela en torno a un ingeniero aeronáutico en el San Sebastián de un 1942 que refleja una Historia de España un tanto diferente a la que nosotros recordamos, que habla de lo que pudo haber sido y no fue, y de caminos vitales que se cierran sin poder remediarlo. Relatos de batallas o escaramuzas imposibles como El barranco de la sangre donde el pasado viene a echarle una mano al presente con un hálito terrorífico, y que demuestra que no hay que echar mano de mitos ajenos para ofrecer una historia con una profundidad sobresaliente. De nuevas formas de hacer la guerra que se revelan tan horribles como las de siempre, como en Yo, Winston, donde el idealismo siempre termina chocando con la dura realidad. Y, por supuesto, el relato que da nombre al volumen, Lo que significa tu nombre, en una Europa desmembrada y que se deshace inmersa en una guerra despiadada y un tanto incomprensible, una guerra de alcance mundial donde el amor parece no tener lugar, aunque quizá tan sólo sea que uno se pone zancadillas a sí mismo, incapaz de vislumbrar opciones más felices...
Todos los relatos rezuman cercanía y humanidad, cierta conmiseración por las miserias humanas y la dificultad de establecer relaciones que perduren, una mirada cotidiana incluso en medio de eventos históricos que nunca fueron pero que perfectamente pudieran haber sido, una preocupación social ante injusticias y prejuicios nacidos de la crisis —de tantos tipos de crisis—, un gusto por la Historia y su carácter cíclico del que nunca se aprende… Ciudades destruidas, sicarios hartos de su vida, amores inconfesables, soez sexo en un baño, gente que espera sin saber qué ni dónde, supervivientes que no entienden su suerte, hombres a los que todo les sale al revés de lo planeado, guerras con sus propias reglas, personas derrotadas, perdedores. Hay relatos que atrapan ardientemente y algunos, pocos, que resultan un tanto más anodinos, aunque depende de cada lector y sus gustos particulares diferenciar los unos de los otros. Todos dejan un poso, todos reflejan el magnífico trabajo y estilismo del autor.
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