David Jasso.
Reseña de: Santiago Gª Soláns.
Cazador de Ratas. Col. King. Cádiz, 2018. Edición digital (ePub) no comercial. 345 páginas.
¿Qué hay al otro lado del miedo? ¿La calma? ¿La desesperación? ¿El terror más absoluto? ¿La muerte? Jasso parece tener la respuesta. O al menos «una» respuesta. El maestro del terror patrio, contrariamente a lo que pudiera dar a entender el título, factura en esta ocasión un sombrío thriller totalmente realista, con un toque social retrato de la crisis, repleto de personajes oscuros, de perdedores desesperados golpeados una y otra vez por la vidas, de sociópatas que en realidad tampoco es que lo sean, de muchachas pizpiretas y manipuladoras que sólo piensan en su satisfacción, de pobres enamorados que buscan congraciarse con la persona idolatrada aún a costa de llegar a los extremos más peligrosos, de madres y de hermanas protectoras. El autor retrata como nadie la desesperación de los marginados, la mente rota de los psicópatas, la inocencia de los niños pequeños, el anhelo de los adolescentes… Y sobre todo sabe retratar como nadie la violencia, cruda y sin sentido de las situaciones más absurdas, nacida del peor de los monstruos: el ser humano. No se trata, en efecto, de una nueva novela de terror, aunque contenga escenas realmente terroríficas y aterradoras, sino una obra, quizá por desgracia sobre todo para sus protagonistas, extremadamente realista. Una escabrosa crónica social, ambientada en ciertos parajes zaragozanos, que muy bien pudiera leerse en la sección de sucesos de cualquier periódico de hoy mismo. No te lo piensas, no te va a dejar indiferente.
Como McGuffin para lanzar la trama hay una mochila, un objeto que todos ansían obtener, pero tranquilos, no es como la maleta de Pulp Fiction, aquí Jasso se encarga pronto de desvelar lo que contiene y el porqué de tantos deseos de hacerse con ella. Un traficante de poca monta, Mono, es el encargado de «perderla», o más bien de deshacerse de ella ante la inconveniente presencia de los maderos que casi le cogen; el cabreo de Salamero, su jefe, va a ser monumental, pero peor es ir directo a la trena, ¿no?. Florencio es un «inocente» espectador del intento de esconderla que ahora ansía hacerse con ella, esperando que haya algo interesante en su interior; su nula empatía, debido a un particular y extraño trastorno, le convierte en un tipo de lo más peligroso para quien tenga la mala suerte de cruzarse en el camino de sus deseos. Como Ernestina, la dueña y profesora de una academia de inglés en horas muy bajas en cuyo macetero ante la puerta de entrada va a parar la mochila. O como Berta y Miguel, dos de sus alumnos que, ni cortos ni perezosos, se hicieron con la misma y alucinan con su contenido.
Pero esta es una historia de miserias que tiene muchas más vertientes, muchos más involucrados involuntarios. Como el matrimonio de Susana y Gustavo. Una pareja golpeada por la crisis y por la vida. Despedidos de sus trabajos lo han ido perdiendo todo. Detrás fueron sus ahorros y su piso, y ahora están esperando que los desahucien del apartamento de alquiler en el que han malvivido un tiempo con sus dos hijos, Nuno y Luna, dos niños de nueve y cinco años por los que ella está dispuesta a hacer cualquier cosa. Cualquier cosa. Y así van entrando en la historia otros personajes de lo más variado. Gentes despreciables como Tigreman o el señor Francisco. Gentes bondadosas, que ayudan desinteresadamente, como Pailay. O simplemente protectoras, aunque algo tocanarices, como Patricia… Unos y otros van a ver cómo sus caminos se cruzan de manera desastrosa. Y todo por el contenido de una mochila que en mala hora fue a parar a otras manos que no eran sus poseedoras originales.
Jasso frase a frase, escena a escena, chorro de sangre a escabroso sacrificio, construye una tragedia de tintes shakesperianos, y no precisamente por la parte romántica que pudieran ofrecer las mismas. La sordidez invade prácticamente todas las páginas de la novela, tiñendo de un gris muy oscuro toda la lectura. Se mezclan los sucios entresijos de la prostitución, de aquellos desalmados que sacan provecho de la desesperación y de los que sacian sus bajos instintos de la forma más rastrera, y los tejemanejes de las drogas, de los trapicheos y sus falsos cantos de sirena, con el desamparo de los parados y desahuciados, carne de banco de alimentos, y la tristeza y desamparo de los niños que se ven envueltos en una cruda realidad demasiado pronto. Y la crisis y la desigualdad y la indiferencia que lo golpean todo. Que lo trituran todo, cuerpos y conciencias por igual.
El libro se encuentra dividido en cuatro partes. Las dos primeras son un continuo deslizarse hacia el horror, hacia la descomposición de cualquier humanidad, que termina culminando en un casi insoportable estallido de ira en la tercera. Jasso consigue hacer la acción profundamente vívida al lector, consiguiendo que participe de ella, que la sufra en carne propia. Y no es precisamente agradable, pero como la herida que supura y que es inevitable tocar, no se puede abandonar la lectura. Es necesario saber qué viene a continuación. A qué profundo abismo están abocados a caer los protagonistas.
Y cuando se le está dando vueltas a si en realidad tenía necesidad de incluir algunas escenas y temas muy escabrosos en la primera parte, cuando ya se está convencido de que perfectamente podría tratarse de un relleno de lo más epatante pero innecesario, algo que sólo vendría a añadir sordidez a unas vidas ya sobradas de ella, llega la cuarta parte, que bien pudiera considerarse tanto un epílogo como un desenlace cuando ya parecía todo cerrado, y el autor vuelve a jugar con las expectativas de sus lectores dando una nueva lección magistral de estructura y giros narrativos. Lo ha vuelto a hacer, nos la ha vuelto a colar. Vaya final.
Y cuando se le está dando vueltas a si en realidad tenía necesidad de incluir algunas escenas y temas muy escabrosos en la primera parte, cuando ya se está convencido de que perfectamente podría tratarse de un relleno de lo más epatante pero innecesario, algo que sólo vendría a añadir sordidez a unas vidas ya sobradas de ella, llega la cuarta parte, que bien pudiera considerarse tanto un epílogo como un desenlace cuando ya parecía todo cerrado, y el autor vuelve a jugar con las expectativas de sus lectores dando una nueva lección magistral de estructura y giros narrativos. Lo ha vuelto a hacer, nos la ha vuelto a colar. Vaya final.
Una historia de lo más cinematográfica que encuentra su mejor exposición en el estilo directo, cinético y singular de la prosa de Jasso. Una prosa que cambia para reflejar a cada personaje. Que retrata sus modos de ser y de expresarse, cada uno diferente según su edad, estrato social y condiciones de vida. Que da cuenta una vez más de la maestría en crear atmósferas desasosegantes que desubican al lector y le arrastran allá donde el autor desea sin poder hacer nada por evitarlo. Sin poder cerrar los ojos ante el desastre que se intuye imparable. Además, sus seguidores habituales —y quien no lo sea ya tarda— podrán encontrar en el texto algún detallito de complicidad, un nombre, una frase escrita en un baño, que dan fe de la construcción de un Jassoverso que engloba buena parte de las obras del autor. Un aliciente más.
¿Qué hay al otro lado del miedo? Es difícil decirlo. Lo que es seguro es que una decisión equivocada, un giro inevitable pero inoportuno, van a llevarte allí, donde nadie querría ir, donde las opciones se acaban y la vida te arrastra por unos caminos que nunca soñaste pisar. ¿Se puede volver de un lugar tan oscuro? Para saber la respuesta de Jasso habrá que leerse el libro. No lo lamentareis. O tal vez sí lo lamenteis, es una novela dura y cortante no apta para estómagos débiles —y no sólo por su violencia física implícita e explícita, sino también por el juego psicológico que se trae entre manos—, quizá lo lamenteis, digo, pero no podréis dejar de hurgar en la herida.
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